Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Dante Liano

Una de las performances que recuerdo con mayor simpatía la imaginaron unos japoneses de cuyo nombre, en verdad, no puedo acordarme. No importa. En teoría, los artistas contemporáneos aborrecen de la fama y de la nombradía: prefieren que sea la obra perdurable. Y, a veces, ni siquiera la obra. Todo tendría que ser efímero y sepultado en el olvido. Pues bien, en una calle de Tokio, o quizá de Osaka, o de la prefectura de Kioto, instalaron un semáforo en una acera. Como todos los semáforos, cambiaba de verde a amarillo, para después marcar el rojo. Los numerosos transeúntes, disciplinados ciudadanos, se detenían con el rojo y proseguían su marcha con el color verde. Nadie se preguntaba si había una lógica detrás el aparato; simplemente, obedecían. Quizá la finalidad del experimento fue demostrar los automatismos cotidianos, muchos de ellos redundantes e inútiles.

La fama sugiere que la madre de todas las performances sea la renombrada artista serbia Marina Abramovic. Durante toda la primera etapa de sus representaciones, la acompañó su esposo, el también artista y alemán Ulay. Sus performances se pueden encontrar en You Tube. En una de las primeras, están sentados uno a espaldas del otro, unidos sus cabellos por una sola trenza, metáfora de las ataduras creadas por el amor. En otra, una respira en la boca del otro, hasta que el intercambio de anhídrido carbónico los hace desmayar. En otra, se dan sonoras bofetadas, con ritmo, con dedicación, con tesón, aumentando la velocidad del rito. Metáfora de la violencia intrínseca en las relaciones amorosas. También es célebre el video en que se lanzan el uno contra la otra, en un choque cuya fuerza es todo lo contrario de la unión amorosa. No sé si atribuir a Luis Cardoza la frase “el amor es eterno mientras dura”. Mi memoria dice que lo leí en alguna de las muchas boutades del gran poeta. También el eterno amor de Abramovic con Ulay fue eterno mientras duró, y se deshizo en pedazos delante de la más eterna Muralla China. La performance, filmada por la BBC, consistía en que cada uno se iba a situar en un extremo del famoso monumento, y que lo iban a recorrer hasta encontrarse. Si se piensa bien, sería una idea cursi si quitáramos la fatiga de caminar por tan largo sendero. La performance acabó con la relación entre ambos. Ulay había necesitado el auxilio de una traductora china. Nunca como en este caso, el juego de palabras italiano que recita:  “tradurre” significa “tradire” se hizo realidad. En efecto, luego del zeffirelliano abrazo, Ulay confesó a Marina que la asistente oriental esperaba un hijo suyo. Con actitud exquisitamente masculina, Ulay preguntó: “¿Qué hago?”. La imprevisible Marina fue previsible esta vez: “Vete a donde el diablo dejó tirado el poncho”, respondió, exquisitamente femenina.

Se volvieron a encontrar 22 años después, durante la famigerada performance de Marina en el MOMA de Nueva York. No se puede negar imaginación a la artista serbia. En efecto, imaginó una performance que recuerda un poco aquel juego infantil en que dos niños se ponen frente a frente, con la mayor seriedad posible, a ver quién aguanta más la risa. Pierde el que suelta la carcajada primero. En el caso de Marina, era ver quién le sostenía la mirada por más de dos minutos. Aquí es necesario añadir otro elemento más. Marina Abramovic posee un carisma excepcional, un don de la naturaleza que pocos tienen en el mundo. De su cuerpo emerge una energía que subyuga a los demás. Para ponerse frente a ella y sostener la mirada se requiere una fuerza interior excepcional. En efecto, muchos de los participantes en el experimento se quebraban al cabo de un rato, se conmovían y una gran parte se echaba a llorar. Un golpe de teatro fuera de lo común fue el momento en que Marina vio sentarse frente a ella a un envejecido Ulay. Es el único momento de la performance en la que ella se descompone, se sobresalta y se conmueve. Ulay murió pocos años después, a los 76 años, la misma edad que Marina tiene ahora.

Otro gran performer es el artista italiano Maurizio Cattelan. Originario del Véneto, Cattelan desembarcó en Nueva York sin un céntimo en el bolsillo, una gana desbordante de comerse el mundo, una capacidad de seducción semejante a la de Marina Abramovic, y un ingenio desconcertante. Cuenta la leyenda que se coló en la inauguración de una muestra de pintura, y logró deslumbrar, con su plática, a la dueña de una de las galerías más exclusivas del lugar. Llegó al punto que la señora le ofreció su local para exhibir las presuntas obras de Cattelan. En verdad, no había pintado ni esculpido ni construido nada. Tampoco se preocupó gran cosa. Para el día de la inauguración, Cattelan no tenía nada que exhibir. Su solución fue genial: en la puerta de la galería, puso un cartel que decía: “Cerrado por obras”. Los cultos y los exquisitos de Nueva York celebraron con favor la ocurrencia: había nacido una estrella del arte conceptual.

Cattelan está en la frontera entre la performance y la instalación. Una de sus obras más conocidas fue una instalación/performance en la plaza 24 de mayo de Milán, lugar de gran circulación de vehículos. Hay, allí, un robusto y antiguo árbol que se eleva por varios metros con su frondosa copa de sombra generosa. Pues bien, nuestro artista tuvo la ocurrencia de colgar, de muchas de sus ramas, una buena cantidad de muñecos, que parecían niños estrangulados por los lazos que amarraban sus cuellos, y que los hacían mecerse al viento, como hojas mortales de las ramas en donde estaban colgados. Puede imaginarse el horror de los automovilistas cuando, en la mañana, mientras se dirigían al trabajo, vieron el horrendo espectáculo. Más divertido y más revelador de cuánto los italianos respetan el arte, es el monumento a la Bolsa de Milán. Los capitalistas más ricos del país encargaron a Cattelan la ejecución de esa escultura. Cattelan esculpió una gran mano, con un dedo medio erecto, como en el clásico insulto entre automovilistas. Son solo algunos ejemplos del ingenio del artista italiano, cuyas obras cuestan millones de dólares.

Lo más curioso de todo es que nadie sabe definir la performance. Es la clásica categoría de objetos que todo el mundo sabe qué son, pero que nadie es capaz de definir. Para calmar un poco la conciencia, la mayoría de estudiosos están de acuerdo en definirlo como “concepto controversial”, es decir, algo que puede ser todo y también lo contrario de todo. Efímera o permanente; procaz o refinada; popular o culta; artística o antiartística; bella o deliberadamente fea; la performance es un éxito y un fracaso. Y un performer puede ser pobre hasta las raíces o millonario sin remedio. Quizá la performance tenga algo que ver con la vida.

Publicado originalmente en Dante Liano blog

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