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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Édgar Gutiérrez

Los políticos del siglo XX solían formarse desde las asociaciones estudiantiles y se pulían con estudios superiores en universidades del extranjero. Perseguían un modelo de sociedad y luchaban por materializarlo ejerciendo el poder político desde el Estado. Eran políticos e intelectuales, ideológicos y programáticos.

Hace alrededor de medio siglo debatían política democrática Alberto Fuentes Mohr, Manuel Colom, Adolfo Mijangos, René de León, Francisco Villagrán Kramer, Jorge Skinner-Klée, Alejandro Maldonado, Jorge Torres Ocampo y tantos más. A las juventudes de los partidos los llevaban al Pleno del Congreso para que aprendiesen de los estadistas.

No eran tiempos de democracia, pero la política estaba poblada de demócratas y republicanos que entendían el valor de las normas y las instituciones. Eran tiempos de violencia política ejercida por los poderes fácticos en el paranoico contexto de la Guerra Fría. Cuatro de quienes cité en el párrafo anterior fueron asesinados tras operativos militares y paramilitares para silenciar su inteligencia y erudición.

Después llegó otra enorme ola de exilios, ejecuciones sumarias por doquier y tres fraudes electorales sucesivos (1974, 1978 y 1982). La clase política y la dirigencia social fue ahogada en sangre. A partir de 1984 Estados Unidos decidió una política bipartita para Centroamérica inspirada por Kissinger. La apuesta por la democracia liberal se fue ajustando durante la siguiente década.

Para entonces, sin embargo, apenas quedaban los supervivientes de aquellos demócratas y republicanos. Y de inmediato cayeron bajo el acecho de los grandes capitales que erosionaron sus gobiernos legítimos durante tres décadas. A partir de Otto Pérez y con los dos presidentes que le sucedieron, se detuvo el asedio. Pero en el ínterin otras aguas habían corrido bajo el puente.

Tres nuevos actores se posicionaron en el paisaje político: capitales emergentes, narcos y jubilados del Estado (militares y civiles) integrantes de redes ilícitas. Los primeros comenzaron a arrebatar contratos públicos y el control de las ramificaciones del sistema de justicia. Los segundos incursionaron agresivamente en la política (abrumador financiamiento electoral, enraizamiento en el poder municipal y posicionamiento en el Congreso, más influencia creciente en el gobierno central y las instancias judiciales). Los terceros fueron inhábiles en el mercado y la mayoría fracasó, hasta que entendieron que su capital era político y, como al burro que le suena la flauta, súbitamente ganaron con Jimmy Morales y repitieron con Giammattei.

Ahora, constituidos plenamente como redes de corrupción y crimen -y con una parte del sector privado tradicional de su lado o tolerándolos- se aprestan para el asalto del siglo: las elecciones generales. Tras la captura de todos los órganos de control, arrancaron en febrero con el fraude de ley (triquiñuelas para dejar fuera del proceso a candidatos incómodos): Thelma Cabrera, Jordán Rodas y Roberto Arzú. Las encuestas contratadas por el sector privado son consistentes. Si las votaciones fueran ahora, Zury Ríos y Thelma Cabrera pasarían a la segunda vuelta. La ciudadanía tendría el chance de elegir, no solo de votar.

El Tribunal Electoral se encarga del trabajo sucio: niega la inscripción a los incómodos y, sin sonrojo, da luz verde a los prominentes miembros de las redes de corrupción y el crimen organizado. Además, está a disposición de más de 200 alcaldes y consejos de desarrollo todo el gasto público para “invertir” en clientelismo, libre de auditorías.

Aún así, del plato a la boca suele caerse la sopa. Como en otras ocasiones, puede ocurrir una traición, pues acá también aplica: “el rey ha muerto, viva el rey”. En cuyo caso el escenario de descenso al caos no puede descartarse. La violencia política está apenas contenida por un acuerdo entre mafias que así protege sus intereses estratégicos. Pero tienen líderes díscolos que pueden salirse de control. Por ejemplo, tirar el tablero por desconfianzas e inconformidad en la distribución del próximo gran botín, o temor a persecuciones.

Después de medio siglo, ¿Dónde estamos? El retrato hablado de los “políticos” que, cual filibusteros, se adueñaron y saquean el barco de la democracia, es este: el candidato que sienta a la mesa al contratista desenfunda el arma y exclama: “Estamos en campaña y el 30 por ciento de comisión no basta…” A esas reuniones llevan a sus hijos para que aprendan el negocio.

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