La noche del 17 de noviembre de 2022 falleció Gilberto Morales Trujillo, quien militó durante prácticamente los 36 años de guerra interna en diversas organizaciones revolucionarias. En la entrega anterior compartimos algunos fragmentos de entrevistas realizadas con él durante 2012, en los que nos narra pasajes de su infancia y juventud, finalizando con un primer exilio en Chile, a principios de los años 70.
Por Rolando Orantes
Yo llegué a Chile pocos días antes del primer aniversario del triunfo de Allende. Y entonces: “vamos, vamos”, tomando vinito “vamos”. “Pues vamos”. Y vos vas de aquí, donde un libro como les platicaba era suficiente para que te metieran preso y, bueno, todo aquí subrepticio y cuando llego al estadio veo venir un millón de gentes, mano [acortamiento de hermano], con pancartas, con las fotos de Carlos Marx, de Engels, de Lenin, y empiezo a sentir como que me asfixio (ríe). Sí. Me conmovió terriblemente. Y ya adentro era una cosa impresionante, y cuando llega Allende a hablar pues era el paroxismo. Eso yo no lo había visto.
Ahí en Chile es donde he visto yo movilizaciones, las más grandes que he visto. Dos millones de gentes por ejemplo en la calle a veces. Y la situación revolucionaria, cómo se describe una situación revolucionaria cuya característica fundamental es que las instituciones empiezan a perder sentido, empiezan a ponerse en cuestión. Es decir esas instituciones viejas ya no sirven, entonces hay que buscar nuevas. Y la vivís entre la gente, vas en una camioneta [autobús del transporte urbano] y de repente uno habla y otro y se paran a discutir y a romperse la madre, es decir, la población partida, ya sólo listas para el enfrentamiento. Lo que se hubiera dado si no hubiera habido la línea pacifista de Allende y del Partido Comunista.
Como cae Allende y empieza la persecución, entonces, a uno de los que vivían en el apartamento conmigo, que era más viejo que nosotros, pero continuamente estaba hablando de sus actos heroicos y su experiencia revolucionaria, pues se lo llevaron al tambo por eso.
Nosotros esperamos que pasara el primer… Después del golpe hay un toque de queda. Cuando dan luz verde, cuando levantan para salir a la calle, lo que hicimos fue salir corriendo a sentarnos a un parque. Cuando regresamos habían caído en la casa y se habían llevado nuestras cosas.
Tan avisados estábamos que yo había sacado mi pasaporte y mi pisto [dinero], que era lo fundamental. Entonces a este lo metieron al bote, pero también tenía sus libros. En ese momentito los libros no les interesaban tanto, sino las personas, entonces agarré sus libros y les quité la pasta y metí los míos de marxismo en sus pastas de novelas y cosas así y los mandé para Guatemala.
Fueron a parar finalmente también a un pozo.
Sí, porque tener un libro era terriblemente peligroso. Parece chiste y, lo dice mucha gente de los que vivimos aquella época, pero es cierto: un libro era suficiente para que te llevaran preso. Y hubo el caso de un compañero que no tenía nada que ver, que le catearon su casa y le encontraron el Álgebra de Baldor. Baldor es originalmente cubano, y la primera edición no es esa donde está Osama Bin Laden sino que era un libro gris, así, grueso, y decía editado en Cuba. Y entonces, es decir, “es cubano, es subversivo”, entonces podía correr riesgo.
Mientras estaba allá mi preocupación fundamental era echar la mano en lo que pudiera a los chilenos que conocí, y luego salir de Chile sin tener que recurrir al apoyo de ninguna institución. Mucho menos, lo cual me parecía a mí totalmente despreciable, aprovecharme de mi condición de extranjero para irme a Europa. Mucha gente se fue oportunistamente. Algunos chilenos que no eran de izquierda se metían a las embajadas para viajar.
Yo logro conectarme con mi familia y me mandan un pasaje, un pasaje aéreo. Obvio, yo no podía salir por mis pistolas, porque voy ahí y me agarran en el aeropuerto. Entonces me comuniqué con ACNUR [Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados], les dije miren, tengo mi pasaje y estoy libre de cualquier cosa, tengo mi pasaporte y todo; lo único que quiero es que uno de ustedes me acompañe al aeropuerto. Y cabal, me acompañó y ya me vine en el avión.
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Gianni Minà es un periodista italiano de izquierda que le pidió a Fidel Castro una entrevista, y él no se la negó porque era Gianni Minà, el jefe de la RAI, Radio y Televisión Italiana. Y se la da y le dice “pero no tengo tiempo para darte la entrevista. Lo que podés hacer es venirte un día conmigo, pasás conmigo el día y yo trabajo y ahí vamos platicando”. Y hace un libro de la entrevista de Fidel Castro de ese día, es como de este pelo, y al final termina Fidel Castro con un hilo de voz, como a las cuatro de la mañana, ya cansadísimo, contándole cómo él fue a buscar a Pinar del Río a Guevara, porque Guevara ya se estaba entrenando para irse a Bolivia, a decirle que no jodiera, que no se fuera, que ahí estaba su revolución, que qué hacía con irse. Pero empecinado el otro se fue, a otro lugar donde no conocía ni madres, y creía que con su sola presencia y su voluntad iba a transformar, iba a lograr la revolución.
Primero llega y se mete en una situación política que no entiende, de la izquierda y plantea como condición que Monge, que era el secretario general del Partido Comunista, le entregara todo el poder. ¿A cuenta de qué?, si el otro es un extranjero, no tiene nada que ver con…
La revolución es un proceso social que tiene mucho parecido con el desarrollo natural. Si vos violentás las condiciones propias de ese país, la pervertís. Entonces no hay nada más aleccionador que por ejemplo una película de Sanjinés, el director boliviano. En un tiempo tuve alguna… El Choco [Leonel Luna, miembro de la Dirección Nacional Ejecutiva de las FAR en la década de los 70, fallecido el 16 de enero de 2011] tenía un montón de películas de Sanjinés. Pues los mineros están preparando una huelga y la van a definir, porque también la hacen clandestinamente, en la noche más larga y más fría de la montaña, que es la noche de San Juan; yo creo que así se llama la película. Y mientras ellos están entre chupando y toda la cosa, celebrando la noche, que es una tradición, están organizándose, el Che está muriendo en Ñancahuazú.
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Todos vieron la posibilidad de viajar, es decir, todos los países se abrieron para recibir a los que estábamos en Chile. Los que éramos estudiantes, el Consejo Superior Universitario Centroamericano mandó la oferta pues, pegaban carteles en las facultades, de que si éramos centroamericanos nos conectáramos con el CSUCA para viajar a estudiar a la Universidad de Göttingen, que es la universidad de la socialdemocracia alemana. Y es que lo que sucede es que en el CSUCA estaban dos fuentes de financiamiento en pugna: la socialdemocracia europea, y alemana concretamente, y la fundación Rockefeller.
Pero yo tengo una terrible cólera y congoja por lo que había pasado, entonces dije “huevos, yo regreso a Guatemala”. Y regresé a Guatemala, me contacté con el PGT. Yo venía a eso, a conectarme con alguien y lo que tenía cerca era el Partido. Entonces fui a buscar a Santiago López, conocía su bufete y pocos días después ya estaba en la frontera, en el Regional de Costa Grande del PGT.
El Partido Guatemalteco del Trabajo es un partido de corrientes, siempre fue un partido de corrientes. Muy al principio, incluso antes del III Congreso, después del II Congreso, había gentes de dirección, de cuadros medios y de base que estaban por la lucha armada. Otros, si no por la lucha armada, por ejercer la violencia. Y había otros que en ese momentito eran los que tenían más poder, que estaban por la lucha reformista digamos: crecer a nivel sindical, a nivel de otros sectores populares, participar en elecciones, etcétera.
Es en el III Congreso donde oficialmente se aceptan los métodos violentos, pero no directamente la lucha armada. Hay gente, por ejemplo Carlos Valle, que era miembro del Comité Central, que él ya por sus pistolas venía dándole entrenamiento a compañeros. De hecho los primeros cursos o actividades, porque no eran cursos, de formación militar que recibió Manzana, Pablo Monsanto, los recibió de Carlos Valle. Me contaba Manzana que salían de noche, con mochila, con botas, y caminaban sobre la vía del tren hasta San Agustín Acasaguastlán. Allí tenían reuniones, hablaban con los compañeros y al otro día tiraban con Garand. Era toda una formación militar. Ese era Carlos Valle.
Juan Che, Joaquín Noval, tuvo una gran importancia en el surgimiento de la Comisión Militar del PGT. Su gran formador es Joaquín Noval, a quien toda la gente de la Comil le tenía un gran reconocimiento. Tenía mucha presencia en una zona que era la Costa Grande, que se ocupaba del aparato de frontera, ¿no?, entrar y sacar gente, cosas, etcétera.
Al regresar de Chile lo primero, lo que tenía yo más cercano, era el PGT, pues conocía gentes del PGT y dónde ubicarlos. Llegué aquí y como al tercer día fui a buscar a Santiago López Aguilar. Santiago había sido mi maestro en la secundaria y pues en la secundaria nos dimos cuenta que los dos éramos militantes. Lo fui a buscar y me conectó con Juan Che y de una vez con la Comisión Militar me fui a la frontera.
Interesantísimo porque pues ahí andábamos con patrullas, armados, caminábamos entre los ranchos. Y a mí me entraba pánico, decía: “nos van a ver”. “No, no importa, véngase”. Me llevaban al rancho, donde nos iban a dar agua y cafecito. Era gente… era un trabajo bien hecho del PGT ahí.
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Antes de los años ochenta, cuando un revolucionario era capturado sabía indefectiblemente que iba a morir y también que iba a pasar por la tortura. Más bien sabía que iba a morir bajo tortura, eso era infalible. Entonces esa misma fatalidad de no salir vivos te reforzaba y mucha gente venía y no se quebraba y moría sin decir nada. Pero en la Argentina estos habían estudiado la posibilidad de debilitar esa postura ante los capturados y, entonces, de entrada lo que te ofrecían era: “te respetamos la vida mano, no tengás pena, no vas a morir, vamos a apoyar a tu familia”, que realmente lo hacían. “Eso sí, colaborá con nosotros porque si no te lleva la chingada”. Y te llevaban a ver a uno que estaba súper morongueado, porque no quería hablar y a otro que estaba a toda madre porque había hablado. Y si este otro era un jefe y venía a convencerte de que colaboraras, entonces, eso quebraba moralmente a la persona y paraba trabajando. Es lo que yo le llamo traición inducida.
Pues eh… había dos, adentro de esa concepción, que no por ser una concepción oficial la aceptaban todos, sino que creaban sus propias fobias. El entonces jefe de la Brigada de Operación de Reacciones Especiales de la policía, BROE [Batallón de Reacción y Operaciones Especiales], un pisado de apellido Cifuentes.
Cano.
Cifuentes Cano, exactamente, nos mandaba… Cuando caía en una casa, dejaba cartas para Manuel y para mí, donde nos decía que aquí el que colaboraba vivía, pero que Juan José y Manuel ni mierda, aunque colaboraran los iba a hacer picadillo, así textualmente. Es decir, la llevaba contra nosotros en lo personal. Porque ni modo, los capturados hablaban: “¿Quiénes eran los de la dirección? Pues fulano y mengano”, los últimos dos que íbamos quedando.