Mariana Palencia: fuimos dos niñas que crecimos juntas en un mundo muy distinto al de muchas personas

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Créditos: Ruda.
Tiempo de lectura: 7 minutos

Por Mariana Palencia

Mi nombre es Mariana Palencia y les contaré la vida de mi hermana menor Kimberly Mishel Palencia y la mía. Fuimos dos niñas que crecimos juntas en un mundo muy distinto al de muchas personas.

Mi hogar siempre fue la casa de mis abuelos de parte paterna porque mi mamá se fue, y nos dejó estando muy pequeñas a cargo de mi abuela. Mi hermana mayor tenía 8 años, la menor 3 años y yo tenía entre 5 y 6 años de edad. Desde entonces recuerdo que fue mi tío Mario, quien se hizo cargo de nosotras. Él nos dio estudios, alimentos, ropa, zapatos, calcetas y todo lo que necesitábamos.

La escuela quedaba cerca de la casa de mis abuelos, mi hermana pequeña estudiaba en las mañanas y mi hermana grande y yo por la tarde. Cuando mi tío se iba a trabajar, mi abuela Valeria nos cuidaba, nos hacía de comer y nos alistaba . Para ese entonces mi papá no trabajaba mucho –bueno, de vez en cuando- solo para la bebida. Mi padre es alcohólico y cuando tomaba le teníamos mucho miedo porque estando ebrio le daba por pegarnos de la nada, decía que nos parecíamos más a mi mamá que a él, porque era blanco y nosotras morenitas claras. A pesar de ello tomamos la decisión de quererlo, aunque no supiéramos si nos quería.

Debido a ello, compartimos más con mi tío Mario, él nos quería mucho. Nos decía que éramos sus princesas y que nada malo nos pasaría mientras él estuviera con nosotras. Nos sacaba a comer todos los días jueves, que era el día en el que descansaba. Para ese entonces, mucha gente le decía por qué nos cuidaba, que no éramos sus hijas y que no era su responsabilidad.

Él nos enseñó a leer y escribir, nos enseñó a contar con granitos de maíz. Gracias a él pudimos leer y escribir con mis hermanas. Aprendimos muchas cosas buenas a su lado y vivimos muy felices. A mi hermanita grande le decía flaca, a mi hermanita pequeña le decía frijolito blanco y a mí frijolito negro, todo parecía estar bien hasta el día que murió.

Mi tío llegaba de trabajar a las 9 de la noche, aunque ese día lo llamaron y no contestaba. Como a las 10 de la noche nosotras estábamos acostadas, cuando escuchamos que tocaron la puerta y mi abuela salió. Me levanté despacio para ver quién era: la persona en la puerta le dijo a mi abuela que a unas cuadras había una casa donde un hombre (que aparentemente era mi tío) se había suicidado. Muy asustada volví a mi cama mientras mi abuela nos dejaba con mi hermana grande. Nosotras no supimos qué había pasado hasta que unas horas después apareció mi abuela llorando y nos contó que mi tío había fallecido. Mis hermanas y yo empezamos a llorar y en ese momento todo nuestro mundo se vino abajo.

La policía dijo que él se ahorcó, pero nosotras sabemos que no fue así, él fue asesinado por un supuesto amigo, quien le robó todo su dinero, pero este país es tan corrupto que quedó así y ya nadie investigó nada. Nosotras sufrimos mucho su muerte ya que era todo para nosotras. Cuando llegó su velación nosotras lo vimos en su caja; era como una pesadilla pues sabíamos que ya nada sería igual.

Vimos a mi abuela destrozada ya que era su hijo único, pues aunque mi papá y mi tío habían crecido como hermanos, en realidad eran primos. Mi abuela verdadera había muerto cuando mi papá era pequeño. Después de enterrado mi tío, nosotras nos sentíamos muy solas por su ausencia y sin saber que nos esperaba un infierno horrible, no solo en la casa sino también en la calle.

Mi abuela entró en depresión y nos culpaba porque creía que éramos las causantes de la muerte de mi tío. Toda la gente le decía que nos echara a la calle, que no éramos nada de ella. A partir de entonces, mi abuela con su dolor nos empezó a tratar mal y a pegar. Mi hermana grande se fue de la casa a vivir con una señora que le ofreció trabajo y le dio donde vivir. Nos quedamos solas mi hermanita y yo.

Todavía seguíamos estudiando pero ya nada era igual; yo planchaba mi uniforme y el de mi hermanita. A veces comíamos y a veces no. Mi hermana estudiaba en la mañana mientras yo me quedaba sola haciendo oficio porque si no lo hacía me iban a pegar en la tarde. Los días que no estudiábamos, íbamos a vender tamalitos de chipilín un día, elotes cocidos otro día y güisquiles cocidos al siguiente. Salíamos juntas a vender y vendíamos todos los días. Cuando terminábamos, nos poníamos a jugar y nos olvidábamos de todo lo que nos pasaba.

Poco después empezamos a dormir en el suelo sin sábanas, solo con lo que traíamos puesto. Nos abrazábamos y dormíamos en la cocina; hacía mucho frío en las noches pero no podíamos hacer nada. Yo me quitaba mi suéter y dejaba que mi hermana se lo pusiera en sus pies para no sentir frío, pero eso nos duraba poco…a las 5:00 nos caía agua fría que nos tiraba mi abuela para que nos levantáramos a hacer oficio. Nuestra ropa la lavábamos con agua de la lluvia en el suelo y nuestro jabón era una piedra pues no nos quedaba de otra.

Con mi hermana inventábamos juegos para no sentirnos tristes: imaginábamos que éramos princesas atrapadas por una bruja y teníamos que escapar. Todo lo tomábamos como juego, pues aunque dolía nuestra realidad, yo era más grande que ella y sentía mucha responsabilidad.

Cuando comíamos lo hacíamos en una bolsa. También nos daba café en una bolsa. No teníamos que quejarnos, solo aceptar las cosas como eran. Si mi abuela salía nos daba miedo ya que nos quedábamos con llave. Cuando eso pasaba era en el patio donde nos dejaba y nos poníamos a jugar. En ese entonces todo lo que nos pasaba era rutina, siempre, todos los días era lo mismo. Los días eran tan largos que sentíamos que eran eternos.

Éramos dos niñas en una pesadilla. Yo pensaba: ¿por qué la gente era tan cruel con nosotras? Si solo éramos niñas que necesitábamos amor, sentir el calor de una familia. Casi toda la gente nos despreciaba…nos decían que nadie nos quería y que por eso mi mamá nos abandonó y pues ¿qué les puedo decir? Mi papá perdido en el alcohol, todos los días tomando y no le importábamos, se quedaba en la calle bien bolo. En ocasiones teníamos que irlo a traer. También nos llevó varias veces a la cantina, sólo decía que nos sentáramos y él empezaba a tomar. La señora de la cantina ya nos conocía y nos regalaba dulces. No recuerdo su nombre pero nos caía bien. Ella le decía a mi papá que no nos llevara, que algo malo nos podía pasar, pero a mi papá no le importó, era más su amor al vicio.

Pasaban meses, días y horas, y todo seguía igual en una rutina que no cambiaba, pero eso no fue todo. Nos venía lo peor y sin saber qué iba a suceder. Mi papá nos comenzó a agredir y a pegar de la nada. Nadie le decía nada; le teníamos miedo. Cuando sabíamos que estaba en la casa, tenía que estar limpio y teníamos que hacerle su comida bien hecha, si no nos la tiraba en la cara y nos decía que éramos inútiles.

En una ocasión yo estaba estudiando y al salir de la escuela vi a mi hermanita afuera y me dijo que mi papá le había pegado. Le dije que me esperara en un callejón y que iba a ir a la casa y me fui. Llegando a casa mi papá me pegó y no fue con cincho, fue a puras patadas y puños. Yo salí corriendo a la calle…corrí y corrí sin ver para atrás y fui al lugar donde estaba mi hermana, la abracé y lloré. Pensábamos entrar cuando mi papá estuviera dormido pero no fue así, esa noche nos tocó dormir en la calle y taparnos con cartones para no sentir frío. No dormí cuidando a mi hermanita porque ella sí estaba dormida. Llegamos en la mañana y mi papá se había ido disque a trabajar. Mi abuela abrió la puerta y mi hermana se alistó para la escuela.

¿A quién le podíamos contar todo esto que nos pasaba? ¡A nadie! Me tocaba ser fuerte al lado de mi hermana. Cuando me tocaba irme a estudiar me daba mucha preocupación porque se quedaba mi hermana sola. Ya ni me concentraba en la escuela, nomás tocaban el timbre salía luego para llegar a casa.

Luego un día mi hermana se fue a estudiar y me quedé yo. Mi papá como siempre bolo. Ese día se cayó por bolo y se abrió la ceja, se levantó y pidió que le limpiara. Mi abuela estaba lavando su maíz porque estaba vendiendo tortillas y me dijo: ¡Limpiale a tu papá que yo estoy ocupada! Jalé un banco y se sentó: le dije “papá, cierre el ojo” (gracias a Dios estoy viva) pues que le cae alcohol en el ojo, me agarró de mi blusa, me encerró en el cuarto, y sin mentir, me agarró casi media hora en el cuarto pegándome, me somataba la cabeza en el suelo y pared. Mi cuerpo ya no aguantaba más, era patada tras patada; me arrancó el pelo, yo no podía levantarme del suelo, todo me dolía. Cuando se cansó, salió y se sentó de nuevo en el banco. Como pude me levanté mi blusa que estaba rota. Jale una blusa y me la metí debajo de la otra blusa. Salí e inventé que tocaban la puerta. Mi abuela parada dijo que no era cierto, yo insistía que sí y empecé a caminar hacia la puerta, la abrí y salí corriendo lejos de la casa.

Me puse la blusa encima, me sentía mal, me dolía todo, ya iba llegando la hora que mi hermanita iba a salir de la escuela. Pasaron las horas y mi hermanita me fue a buscar en el mismo callejón. Yo sabía que ella llegaría y esperé…cuando la vi me abrazó, me preguntó si estaba bien. Le dije que sí y me contó que mi papá llegó a la escuela bien contento y que le compró un helado (como cosa rara).

Cuando iban entrando a la casa la pateó y por allá reviró el helado. Le dijo que me fuera a buscar y me llevara a la casa. Nos sentamos pensando qué hacer y se nos ocurrió buscar a la hija más grande de mi mamá que vivía en Villalobos 1, era media hermana de nosotras. Caminamos y fuimos hasta allá. Nos abrió y estuvimos un rato ahí pero no podía hacer nada en la noche. Regresamos a la casa y nos tocó quedarnos en la calle otro día con frío pero estábamos juntas y era lo que importaba.

Al día siguiente no teníamos que estudiar y ella tenía mucha hambre, yo también, pero no teníamos dinero, mucho menos quién nos diera comida. Había un lugar que se llama Cenma. Caminamos y nos fuimos ahí…era un mercado pero no íbamos a comprar, fuimos a revisar cada uno de los toneles de basura a ver si encontrábamos algo que comer. Seguimos buscando y nada. Llegamos al último galpón y era de fruta y pues ahí estaba nuestra comida: una sandía. Una parte no servía pero la otra sí y eso comimos. También comimos unas naranjas y unas mandarinas. Ya sabíamos dónde comer sin tener que pagar. Muchas veces fuimos a ese lugar. Muchas veces dormimos en la calle, solas. Solo nos teníamos una a la otra. La gente era muy cruel con nosotras por el simple hecho que no teníamos mamá, solo un papá borracho y a la única persona que le importamos se había ido al cielo.

Publicado originalmente en RUDA.

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