El sacerdote Stanley Francis Rother llegó al municipio de Santiago Atitlán, en junio de 1968, y fue asesinado por un escuadrón de la muerte del Ejército, el 28 de julio de 1981, durante el periodo más cruento del conflicto armado interno en Guatemala. Cuatro décadas después, cientos de pobladores salieron a las calles del municipio, para recordar su vida y el trabajo que realizó desde la Iglesia católica en defensa de la población maya Tz’utujil.
La gente local asegura que el cura fue asesinado por defender a la población durante la guerra y por estar al lado de los más pobres; y de acuerdo a la Iglesia católica la causa de su muerte fue el odio del Ejército a su fe. Por su cercanía y carisma con la población le empezaron a llamar Apla´s en Tz’utujil, que significa Francisco en español.
Por Diego Petzey
La mañana del 28 de julio, la población de Santiago Atitlán, Sololá, se reunió en la plaza frente a la Iglesia católica, para acompañar la procesión de una imagen y un relicario del sacerdote Apla’as. El relicario consistía en un frasco de vidrio que contiene restos de la sangre del cura, según los católicos, los restos o fragmentos del cuerpo de los santos después de su muerte son considerados reliquias de primer grado.
La procesión fue acompañada por algunas niñas y niños, quienes portaban carteles con frases del sacerdote y también fotografías de la presencia militar en ese municipio en tiempos de la guerra; mientras avanzaba el recorrido, varias familias enteras salieron de sus casas para observar la actividad y algunas se sumaron.
Esta actividad finalizó con una misa en la iglesia que está en el centro de Santiago Atitlán para conmemorar el nombre y la vida del cura originario de Estados Unidos. El sacerdote Francis Rother fue reconocido, por el papa Francisco, quien firmó el decreto donde lo reconoció como mártir por el odio a su fe, en 2015; dos años más tarde, el 23 de septiembre, fue beatificado en una misa celebrada en el estado de Oklahoma, en una celebración a la que asistieron más de 20 mil personas procedentes de distintos lugares.
Las cartas que motivaron el asesinato del cura Apla’s
Un año antes de su asesinato, el sacerdote escribió más de 20 cartas enviadas a sus superiores, algunos amigos y familiares, donde narraba el trabajo que hacía con el pueblo Tz’utujil de Santiago Atitlán. En las mismas relataba los secuestros y asesinatos de personas de ese municipio.
En una de sus cartas escribió que, cuatro días después de haber llegado, el Ejército en un destacamento militar, desapareció a varios dirigentes comunitarios, y que esa violencia alarmó a la población.
También escribió que él había sido incluido varias veces en “listas” que comisionados militares y el mismo Ejército circulaba en el pueblo. Los nombres de las personas que aparecían en esos listados, días o semanas después, desaparecían o eran asesinados, por esa razón, las comunidades del pueblo de Santiago Atitlán empezaron a nombrarlas como “listas de la muerte”.
En las cartas que Apla’s escribía, algunas a mano y otras valiéndose de una máquina de escribir, se detalla que la primera vez que llegó el Ejército de Guatemala a Santiago Atitlán, fue durante la fiesta patronal del pueblo, en julio de 1980. En octubre de ese mismo año, los soldados se establecieron en un destacamento, sin ninguna autorización, que era propiedad de la Iglesia católica. Algunos vecinos recuerdan que el sacerdote llegó a reclamar al Ejército por ocupar el lugar y les dijo que su presencia causaba temor en la población.
Conforme pasaban las semanas varios catequistas fueron secuestrados y algunos eran perseguidos por la labor cristiana que realizaban en las comunidades. Siete meses antes de su asesinato, el sacerdote escribió una de sus célebres frases: “El Pastor no debe huir”, en respuesta a la denuncia de una persona, que decía que el cura estadounidense defendía a la gente que formaba parte de la subversión. Sin embargo, eran acusaciones falsas, con las cuales buscaban expulsarlo del municipio; la frase se convertiría después de su muerte como un sello personal de su trabajo y entrega hacía el pueblo Tz’utujil.
El mismo sacerdote, relató el 5 de enero, de 1981, en otra carta, que había sido testigo del secuestro de uno de los catequistas frente a la casa parroquial. “Un grupo de hombres habían subido a la fuerza a un catequista en un carro de color blanco, delante de este iba un jeep militar y era seguido por una ambulancia militar”, escribió.
Según el manuscrito, el catequista fue secuestrado el 3 de enero y se llamaba Diego Quic Ajuchan, de 30 años, él era padre de tres hijos. Quic, al igual que el sacerdote Francis Rother, había sido incluido en una “lista de la muerte” y como medida de protección optó por quedarse a dormir en la casa parroquial, pero al salir fue desaparecido. Hasta esa fecha habían sido secuestradas 11 personas, en su mayoría catequistas, provocando que ocho mujeres se quedaran viudas y 32 niños sin sus padres.
En ese entonces, la persecución y el peligro en contra de la población aumentaba. La primera masacre cometida por el Ejército ocurrió el 7 de enero de ese mismo año, en donde fueron asesinadas 16 personas en la finca San Isidro Chacayá. Días después el cura viajó a su país natal para resguardarse. Durante su estadía sus superiores y amigos le recomendaron no regresar a Guatemala, sin embargo, retornó en abril de ese año a Santiago Atitlán, indicando que el motivo de su regreso era porque, mientras él estaba a salvo su pueblo estaba siendo perseguido y asesinado.
Su corazón y legado quedaron en Atitlán
Isabel Mesía, originaria del cantón Panaj, dijo durante la procesión que se realizó este año, que sigue recordando el amanecer de aquel 28 de julio de 1981. Recordó que fue un día triste para la población, “la gente murmuraba desde temprano que había ocurrido un asesinato”, dijo. Según Mesía, la población lloraba en sus casas a escondidas, tenían miedo y terror por los asesinatos que cometía el Ejército en contra de los catequistas y dirigentes de ese pueblo.
Mesía, de 81 años, dijo que a pesar del peligro que representaba la concentración de la gente, un grupo de personas llegó a la plaza de la Iglesia católica, para confirmar que el padre Apla’s había sido asesinado. Raymond Bailey, un miembro de la embajada de Estados Unidos en Guatemala, en aquel entonces, llegó al lugar y confirmó el asesinato.
Francisco Bocel Cumes, quien era el guardián de la casa parroquial, el día que ocurrió el asesinato, recordó que a media noche, tres hombres altos, que hablaban español de manera fluida, llegaron a la casa parroquial en busca del sacerdote. Ellos iban con pistolas, recuerda Bocel, a quien lo amenazaron de muerte sino delataba donde se encontraba Apla’s.
Con esa amenaza dirigió a los hombres a la habitación donde se ubicaba el cura, tocó la puerta y dijo: “Padre, le buscan”, segundos después, abrió la puerta y apareció el padre Apla’s. Luego Francisco Bocel se dirigió a las gradas que conducen al segundo nivel de la casa parroquial y desde ahí oyó gritar al padre decir: “mátenme aquí”.
Según Bocel el padre luchó por su vida y hubo una pelea que duró unos dos minutos entre el sacerdote y los tres perpetradores, después de ese momento, escuchó el primer disparo que le habría causado la muerte, después un segundo disparo, que dejó un profundo silencio en el lugar, y solamente fue interrumpido por el sonido de las botas de los tres hombres mientras huían del lugar.
El pueblo Tz’utujil quería que el cuerpo del sacerdote fuera enterrado en el pueblo, pero llegaron a un acuerdo con su familia para que algunas partes de su cuerpo fueran enterradas en Santiago Atitlán. Durante la autopsia el corazón del sacerdote fue extraído de su cuerpo y junto a un frasco que contenía su sangre y la gaza utilizada, quedaron enterrados en el interior de la Iglesia católica del municipio y el resto fue enterrado en su ciudad natal de Oklahoma.
Tras el asesinato, unas 14 mil personas de Oklahoma firmaron una petición donde solicitaban al presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan y a su secretario de Estado, que exigiera al gobierno de Guatemala una investigación exhaustiva sobre el asesinato y como medida de presión el gobierno estadounidense impuso una “advertencia turística” a Guatemala suspendiendo las visitas de turistas de ese país al territorio guatemalteco.
Una respuesta a esta presión, llegó menos de un mes después del asesinato, el Gobierno de Guatemala capturó a tres hombres Tz’utujil en Santiago Atitlán, diciendo que habían asesinado a su propio párroco en un intento por querer robar en la casa parroquial. La captura de estos no fue aceptada por la población, tampoco por las autoridades eclesiales, puesto que no coincidían con las características descritas por el testigo de los hechos.
La prensa y el crimen del cura
Días después del asesinato de Francis Rother, el periódico Los Ángeles Times, publicó una entrevista que dio el sacerdote a ese medio un mes antes de su asesinato. “Me he dado cuenta que estoy en la lista de los que serán asesinados. Hablé más de la cuenta cuando estuve en Oklahoma y algo de ello llegó a Guatemala”, comentó en aquel entonces.
Huw Richardson, un laico dominicano que actualmente vive en San Francisco, California, dijo que el relato publicado por el periódico se refiere a una predicación, durante una misa, que dio el sacerdote a inicios de 1981, donde relataba los crímenes que se estaba cometiendo en contra de la población indígena en Guatemala y que este discurso habría provocado que al final de la misa una persona le dijera que lo iba a denunciar ante el gobierno y al arzobispado, porque lo consideraba un traidor a los intereses políticos de Estados Unidos
Según Richardson, esta persona habría enviado dos cartas detallando una larga lista de agravios y críticas en contra del padre, acusándolo de ayudar una revolución socialista que pretendía derrocar al gobierno de Guatemala. La primera carta se habría enviado al arzobispo y la última sin firma se a la embajada de Guatemala en Washington D.C.
La población actual de Santiago Atitlán, recordó durante la procesión que varios sacerdotes y catequistas católicos fueron perseguidos y asesinados durante la guerra, porque defendían la dignidad del ser humano y se pusieron del lado de los pobres y de los marginados. La vida y el trabajo realizado por el sacerdote confirma que defendía la dignidad de los Tz’utujil antes que la política, la economía y los intereses gubernamentales, describieron.
El padre Francis o Apla´s, en Tz’utujil, nació en una granja en donde conoció el proceso de la agricultura, tenía 33 años cuando llegó al municipio de Sololá en junio de 1968, como misionero de la Misión Católica de Oklahoma -Micatokla-. En su estadía en las tierras de Guatemala documentó y describió a sus superiores y amistades en Estados Unidos, las extremas condiciones de vida que parecía la población de ese pueblo.
Un año después de su llegada a Sololá, escribió: “uno no puedo vivir en Santiago Atitlán sin encontrarse frecuentemente con la muerte”, al referirse a la muerte de unas 500 personas, causada por una epidemia de sarampión, así como de cientos de niños que se encontraban con desnutrición crónica. “La tasa de mortalidad de la niñez aumentaba cada año y los agricultores solamente les pagaban de 25 a 70 centavos por un día duro de trabajo forzado en las fincas de la Costa Sur”.
Como respuesta a esas condiciones, el sacerdote y la misión Micatokla, comenzaron a organizar a la población por medio de cooperativas. Los primeros proyectos que construyeron fueron una clínica médica, posteriormente un hospital comunitario, además, crearon un espacio al que llamaron “Casa bonita”, donde servían alimentación a la niñez con desnutrición. También habilitaron una granja social, crearon una radio comunitaria y una pequeña escuela para la niñez.
Diego Petzey Toj, un catequista de 77 años de edad, relata que durante los 13 años que el padre estuvo en el municipio, aprendió hablar el idioma Tz’utujil, y con el apoyo de varios catequistas de la localidad tradujeron la biblia al idioma maya natal. También escribieron en conjunto un libro llamado “Oraciones de mi pueblo”, siempre en el mismo idioma. Según Petzey Toj, el padre Apla’s, hablaba fluido el idioma maya y “la mayor parte del tiempo se comunicaba y predicaba en Tz’utujil a la población”, recordó.