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Créditos: Juan M. Rosales
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Juan Calles

Han pasado cuarenta años desde que Pedrina López de Paz con tan solo doce años, presenció el secuestro de su padre y madre antes de que dos patrulleros de defensa civil, Gabriel Cuxum Alvarado y Francisco Cuxum, la violaran. Empezó, entonces, un camino de dolor y tristeza para Pedrina, que durante décadas soportó las consecuencias físicas y emocionales que aquello le provocó.

En Rabinal, Baja Verapaz, según el Informe del Esclarecimiento Histórico y el proyecto interdiocesano de recuperación de la memoria histórica, Remhi, se registraron la mayor cantidad de crímenes de lesa humanidad. En Rabinal, como afirma la sentencia emitida por el tribunal de mayor riesgo A, donde ayer culminó un largo proceso judicial por la violación y abusos a Pedrina y otras mujeres, se usó la violencia sexual como arma de guerra de forma sistemática y continuada.

En el 2011 Pedrina y otras 35 mujeres Achi decidieron contar su verdad y buscaron apoyo jurídico para denunciar a sus abusarores, los ex patrulleros de autodefensa civil; en el 2018 se realizan las primeras capturas, el 21 de junio de 2019 los ex patrulleros fueron absueltos por la jueza Claudette Domínguez, porque no dio credibilidad a los testimonios de las mujeres Achi, ellas la acusaron de racismo, querella que se encuentra estancada. El 24 de enero de 2022 el Tribunal de Mayor Riesgo A ha declarado como culpables a cinco expatrulleros y los ha condenado a 30 años de prisión.

Mujeres Achi: triunfo de la dignidad contra la impunidad

El 24 de enero, la sala de audiencias del tribunal lucía abarrotada La tensa calma de las señoras Achi, abogadas querellantes y Ministerio Público (MP) contrastaba con la hiperactividad de los periodistas, ávidos de información y fotografías. A pesar de las medidas por pandemia, nos amontonamos frente al estrado para escuchar a los jueces que leerían la sentencia.

“La violencia sexual fue parte de la guerra”

“Existía la intención de controlar a la población física y psicológicamente, para ello el Ejército de Guatemala usó a las Patrullas de Autodefensa Civil, PAC, para lograrlo”, dice en una parte de la sentencia leída la tarde del 24 de enero en la sala de audiencias.

La sentencia recoge los testimonios de las víctimas y los testigos, fue necesario escuchar de nuevo los hechos dantescos que sufrieron las mujeres Achi, sin embargo, era necesario que los jueces mencionaran estos actos criminales para sustentar la sentencia.

“Al escuchar estas declaraciones de las víctimas, notamos que son totalmente coherentes, expresando la forma en la que sus esposos fueron desaparecidos, como también fueron violadas, obligadas a hacer tortillas para alimentar a los soldados sin recibir ningún salario, además de haber sido estigmatizadas por la comunidad, así como sufrir las secuelas físicas y psicológicas provocadas por la violencia sexual de la cual fueron objeto”, leía el juez mientras el ambiente se tornaba denso.

Mientras el juez hablaba desde su prisión en el cuartel Mariscal Zavala, los acusados de brazos cruzados, recostaban la cabeza sobre la pared, sin ninguna emoción aparente. Veían y escuchaban la sentencia vía internet desde una pantalla. Desde la sala de audiencias la lucía azul y fría. En las afueras, familiares de los acusados entonaban cantos evangélicos y leían versículos de la biblia; en sus carteles se leían frases en apoyo a sus parientes, acusados y sentenciados por crímenes de lesa humanidad.

Mientras avanzaba la lectura de la sentencia, la actitud de las mujeres Achi, presentes en la sala, se notaba más nerviosa y ansiosa, jugaban con sus dedos, movían los pies y evitaban ver hacia las cámaras de los periodistas.

En un momento, el juez tomó aire para reiniciar la lectura que había pausado por unos segundos: “Quedando demostrado en el presente juicio a través de las declaraciones de las víctimas y testigos que efectivamente fueron objeto de violaciones sexuales, esclavitud sexual, esclavitud y servidumbre doméstica, así como de tratos degradantes y humillantes, incluso la quema de sus viviendas, circunstancias que se comprueban con los peritajes antes relacionados que confirman que existió violación del convenio de Ginebra. Al atacar a población civil de tal forma, los acusados encuadran su conducta en lo que establece el artículo 378 del código penal guatemalteco que regula el ilícito contra los deberes de la humanidad, establecemos que deben imponérseles la pena correspondiente en calidad de autores”, sentenció el juez

El silencio llegó en ese momento. Las mujeres Achi, respiraron profundo y los clics de las docenas de cámaras inundaron la sala de audiencias.

Al no poder sumarse años de condena por cada víctima, porque así lo ordena el propio artículo 378 del código penal, se sentenció a los cinco acusados, Benvenuto y Bernardo Ruiz Aquino, Damián, Gabriel y Francisco Cuxum Alvarado, a 30 años de prisión por delitos contra los deberes de la humanidad; además Gabriel Cuxum Alvarado fue condenado, adicionalmente, por alteración de documentos para ocultar su identidad y evitar enfrentar la justicia.

“El tipo penal ya contiene dentro de sus elementos de violación a deberes humanitarios y actos inhumanos contra la población civil, por su propia estructura impide fraccionar el delito y multiplicarlo por el número de víctimas para efectos de la pena, por lo que nos vemos impedidos de aplicar la pena como lo solicitó el MP y las instituciones querellantes, por lo que imponemos a los acusados la pena de 30 años de prisión por el ilícito de delitos contra los deberes de humanidad” concluyó el juez.

 

Algunas mujeres ocultaron el rostro en las mascarillas y sus perrajes, pero en silencio, con humildad, celebraban su osadía y su triunfo ante un sistema de justicia que pocas veces les ha tratado con dignidad. En silencio, las mujeres Achi celebraban que 40 años después, lograban obtener justicia por los abusos de los que fueron víctimas.

Ahí estaba Pedrina López de Paz, quien hoy, con 51 años, puede celebrar con la niña que fue, que sus abusadores fueron condenados, que a su dolor y su angustia hoy las compensa la tan añorada justicia.

“Me siento contenta”, dijo con sus ojos llenos de lágrimas, mientras los micrófonos y cámaras invadían su espacio, luego, caminando lento, salió de la sala de audiencias, se encontró con otra de las mujeres víctimas y se fundieron en un abrazo que quedó registrado como el final de un camino largo y cansado.

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