Por Jaime Quintana Guerrero Y Moisés Quintana Gurrero
“Nuestro sueño de destino es México. En los Estados Unidos ya no te dan papeles. Aquí estamos más cerca y es más tranquilo que en Haití”, explica Reginald, migrante haitiano que junto con su familia y algunos amigos recorrió más de 7 mil kilómetros a pie y en autobuses desde Chile hasta México.
Los ves cada día en la calle, trabajando en las cocinas económicas que se encuentran en el metro Universidad, preguntando y pidiendo trabajo en las cercanías de la colonia de Santo Domingo, Coyoacán (barrio que cumple 50 años de su invasión). Una comunidad de haitianos del país más pobre de América, en una colonia tomada y construida por migrantes pobres del México de los años 70.
A este variopinto de personas de distintas partes del país, ahora se suma este pequeño grupo de cerca de 20 ciudadanos haitianos que encontró cobijo entre los habitantes de la colonia popular, mientras espera respuestas a sus solicitudes de asilo al gobierno mexicano.
Salimos a buscar algo mejor
En 2004, en la República de Haití se vivió un golpe de Estado contra el presidente legítimo Jean-Bertran Aristide. El 5 de febrero de ese año, en la ciudad de Gonaïves, inició la revuelta contra una democracia incipiente, crisis política que obligó a migrar y buscar refugio a cientos de haitianos contrarios al nuevo régimen.
“Yo salí en 2004, ya que la situación en Haití era muy fuerte. Nadie podía caminar por las calles, existía mucha violencia. Y ahora la situación está más complicada”, expone Reginald, que cuando salió, hace 17 años, estudiaba la secundaria en Gonaïves.
“Todo el mundo sabe que en Haití tenemos problemas: pobreza, inseguridad y una fuerte crisis política, es por ello que tenemos que dejar nuestro país. No es fácil, pero no tenemos otra opción. Salimos a buscar algo mejor, salimos a trabajar porque en mi país no existe el trabajo, existe mucha miseria”, expone Fabienne, de 35 años, que viajó de Chile a México en avión. Ella estudió enfermería fuera de su país, regresó y nunca encontró trabajo, hasta que migró a Chile, donde vivió durante cinco años. Ahora se encuentra buscando su destino en México.
Siete mil kilómetros sin descanso de Chile a México
La migración haitiana se organiza en caravana porque en ella encuentra solidaridad y fuerza. Pero también sucede de manera individual, como el caso de Fabienne, que viajó en un vuelo de Chile a México, o bien en familia.
Reginald, de 37 años, su esposa Edelene, de 32 años, y su niña Sophonie, de un año y ocho meses, viajaron a través de once países hasta llegar a México. Salieron de Haití a República Dominicana, migraron a Chile y nuevamente partieron con destino a Perú, y luego Ecuador; pasaron por Colombia y Panamá por la selva del Darién (o Tapón del Darién, que para Reginald y su esposa fue lo más terrible por las violaciones y asesinatos que vieron en dicha región); cruzaron Centroamérica desde Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala, y llegaron a México.
Después de las revueltas y golpes de Estado en Haití, Reginald, el joven haitiano, viajó a República Dominicana, donde trabajó cuatro años, pero debido a la discriminación y persecución contra los haitianos se trasladó a Chile.
En Chile, cuenta, durante en el gobierno de Michelle Bachelet muchos haitianos encontraron condiciones para trabajar y hacer una vida bajo algunos permisos para su estancia migratoria, sin embargo, con los cambios de gobierno, muchos personas que se encontraban en Chile tuvieron que migrar nuevamente.
“Es complicado estar en Chile. Duré un año y medio para que me dieran un permiso temporal, después que se venció ya no pude tener un documento, y lo único que me dieron fue una multa. Sin documento no se puede trabajar. No hay comida y tengo familia. Comenzaba también la discriminación, nos gritaban ‘vete a tu país’, y las políticas laborales no eran las mismas. El trabajo de los chilenos tenía un precio y el nuestro otro. Yo trabajaba más y me pagaban menos”, denuncia Reginald.
Dejamos Chile, nos fuimos para México caminando
“Fue un haitiano el que salió primero. Después nos animamos y decidimos migrar a México. Hicimos una reunión, compartimos el plan y dijimos ‘dejamos Chile, nos vamos para México’”, narra Reginald, quien cuenta cómo salieron rumbo a Perú y tardaron cinco días en cruzar el país.
“Nadie nos molestó, sabían que sólo estábamos de paso. En Ecuador, cruzamos a pie y en autobús. Nos trataron mal pero nos dejaron pasar, sabían cómo estaba nuestro país. Llegamos a Colombia. Ahí no nos dejan pasar, nos tratan mal, nos mienten y quitan parte del dinero. Cruzar Colombia nos llevó varias semanas caminando. Cruzamos el mar, tardamos una semana en caminar una montaña en la que no había nada, ni un pajarito. Sólo gente que cruza y personas que roban, muchas historias de asesinados por balazo o apuñalados. A ese lugar al que llegamos es el Parque Nacional del Darién”.
Desde hace años, el llamado Tapón del Darién ha sido uno de los escenarios más temibles para las personas que buscan cruzar Panamá y Colombia. La biodiversidad de la selva y las especies salvajes que allí se encuentran no son la única amenaza para los migrantes, sino también los robos, violaciones, asesinatos y la presencia del narcotráfico y grupos delincuenciales que se dedican al tráfico de personas.
Sin poder evitar este paso, cuenta Reginald, fue que llegaron a la frontera con Panamá a pie. Pagaron para pasar el río y llegaron a un primer “campamento”, donde tenían que pagar para llegar al segundo. “Aquí es donde violaban a las niñas. Después teníamos que pagar para llegar al tercero, en Panamá. Tienes que pagar por todo durante tres días”.
Durante el viaje la familia de Reginald se encontró con haitianos, cubanos, venezolanos y africanos. La marcha continuó por Costa Rica durante toda una noche hasta llegar a Nicaragua, donde pagaron 150 dólares por persona “para que no tengas ningún problema, duramos dos días de viaje”. “Llegamos a Honduras, pero Migración nos regresó a Nicaragua porque se les olvidó ponernos en un registro. Pudimos solucionarlo y sin problemas cruzamos Honduras, y después atravesamos Guatemala por los pueblos”.
En el grupo de migrantes había ocho personas, pero tres caminaban más rápido y llegaron a México antes. La familia de Reginald, por el contrario, caminaba despacio. En República de Guatemala, cuentan, se tiene que cruzar de noche, porque la policía guatemalteca, si sabe que eres migrante, te quita el dinero. “De Guatemala a México cruzamos en las llantas por los pueblos y selva, le pagamos a una que nos cruzara y que nos ayudara a buscar un sitio cómodo para descansar. Ya en Tapachula, Chiapas, se complicó todo”.
El día 26 de agosto Reginald y su familia buscaron una cita para entrar a México, pero los rechazaron junto con todas las demás personas que estaban allí. “Yo necesito un documento. Fueron siete mil kilómetros de camino. Ahora necesito un trabajo para mantener a mi familia. Por suerte pudimos llegar a la Ciudad de México”, reconoce el joven haitiano.
En la Ciudad de México, él, su esposa y su pequeña hija viven en un hotel. “Es caro y muy difícil. Ahora vivimos en Santo Domingo, Coyoacán”. Organizados pagan una renta y están a la espera de que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (CONAR) los reconozca como refugiados por violencia.
“No sabemos qué va pasar si no nos dan una respuesta. Yo llegué el 26 de agosto y algunos ya se fueron a Estados Unidos. Por allá no dan trabajo. Yo quiero vivir aquí a México, es mi lugar de destino”, dice el joven.
Reginald y Edelene cruzaron la “boca del infierno”, el tapón del Darién, las zonas más peligrosas de su recorrido. Caminaban, viajaban de noche y día, con poca gente hablaban. Ahora y con esperanza, en medio de la faena que es sobrevivir, esperan y se cobijan en la solidaridad de Santo Domingo, un barrio pobre de migrantes en la Ciudad de México.
Publicado originalmente en:
https://desinformemonos.org/de-la-republica-de-haiti-a-la-colonia-santo-domingo/