Recuerdos con mi abuela Tumín Xhimon

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Créditos: Simón Antonio Ramón
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Simón Antonio Ramón

Tantas cosas podría decir de mi abuela, pero a veces el ánimo no da para mucho. Muchos de ustedes la conocieron y confirmarán algunas anécdotas que compartiré.

Mi médica

A lo lejos recuerdo, ella estaba en la cocina, -mi abuela Tumin Xhimon-, y yo corría en el patio, por un descuido tropecé y de lejos escuché:

-Ek’an k’al xuyuyoq yuj tol sab’il ay maqtxel chach jeqoni (seguí corriendo porque tenes de gratis quien te cure).

Al paso de los días tuvo que curarme las fracturas que provocaron aquella caída. Porque según me contó ella, muchos años después, siempre fuí el más enfermo de la familia. Los dolores de estómago o de otra parte del cuerpo eran por no hacer caso o por no estar quieto, aunque las enfermedades las viví desde el tercer día de nacido.

Mi nombre y bisabuelo

Mi papá me llamó Simón, porque entre bromas ella le dijo a él que le gustaría que le diera un tocayo a su padre, Xhimon Maltxh (Simón Baltazar). Eso ocurrió aproximadamente a mediados de enero de 1991, mi papá había regresado a la casa tres meses después que yo nací. Mi papá le dio la sorpresa, ya era tocayo de mi bisabuelo. Había una atención casi especial porque me enfermaba frecuentemente y ella siempre estuvo atenta. 

Éramos inseparables

En una ocasión, mi papá llevó a cosechar café, a la finca donde trabajaba, a mi mamá y a mis tres hermanas María,  Tumin – su tocaya- y Axul –, la tocaya de mi abuela paterna que murió en 2004-, al despertarme comencé a llorar, entonces la abuela llamó a mis hermanas y me decía: “ya van a contestar”. Pasó el tiempo y de alguna manera asimilé las cosas, ya no lloraba. Cuando íbamos a traer leña, me cargaba de ida y de regreso iba siempre adelante para que no me pasara nada. Un par de veces me dejó con las vecinas para que no fuera a traer leña con ella. No recuerdo sus razones, quizá de regreso pasaría a visitar a alguna paciente.

Fue comadrona por más de 50 años. Cuando iba atender a alguna paciente me llevaba, no nos separábamos, aunque mi mamá y mis hermanas estuvieran en la casa. La separación parcial ocurrió cuando inicié la escuela; se marcó más cuando estudie el nivel básico.

De la guerra y su primera hija

De pequeño recuerdo sus llantos por la tía Francisca y su yerno Mateo, que se fueron al refugio desde la guerra y que no los volvió a ver, tampoco a sus dos nietas (Concepción a quien le llamaba Concep y su tocaya Tumin) y dos nietos (Palin y Domingo) de esa parte de la familia solo volvió a ver a su nieto Palin – Bernabé- en 2006.

La poca comunicación con ellos fue a través de casetes. Cuando los escuchamos, quien hablaba no llevaba ni dos o tres minutos de hablar y rompía en llanto, les pasaba lo mismo a mi mamá y a la abuela. Les sucedía lo mismo cuando grababan. Esos casetes los escuchamos muchas veces, incluso los vecinos nos acompañaban para escucharlos.

Entre 1996 y 1997, llegaron esos casetes cuando nos visitó un familiar que se llama Pablo acompañado de otro señor de quien no recuerdo el nombre. Esa vez me mandaron a comprar de 25 centavos de pan con don Palin, papá de Reina esposa de Daniel Pedro (QEPD). Ese día nos tocó mis hermanas y a mí dos a cada uno. Llegaron fotos, cartas, postales y casetes. De mi abuela y mi mamá no recuerdo si hubo fotos pero si casetes. Una de las voces que se grabó en los casetes fue de Palin, que vino a vernos en 2006 en el que decía:

-Tol oq hon lowoq tol oq juk’a xhi naq hin mam (Vamos a comer, vamos a tomar, vamos a alimentarnos bien, dice mi papá).

Cuando se retoma la comunicación en 2006, vino otro señor con más cartas y fotos. Esta vez no hubo casetes, un par de veces ella habló con su hija Palik -Francisca-. Después de esas llamadas a larga distancia, que no duraban mucho, se rompía en llanto. Después ya no hubo comunicación, llamamos varias veces pero no lo logramos.

La separación y las despedidas

Siempre nos cuidaba, siempre nos cuidó a mí mamá y a todos sus nietos. El 2 de enero de 2008, durante la madrugada cuando viajaría a la ciudad de Guatemala para vivir, entre llantos me decía:

-K’am chin a b’eqkanoq (No me dejes sola).

Entre llanto nos despedimos. Cuando regresé y después con mi hermana a Santa Eulalia, al despedirnos de estadías cortas o largas nos decía:

-Toqtom wal qin ilchaj e yuj yet qex jay juneloqxa, may xam hin kami (Tal vez cuando regresen la próxima ya no me encuentren, ya estaré muerta).

Nos despedíamos con un abrazo y llanto, por su puesto.

Esto no ocurrió el año pasado cuando la visité, me reconoció hasta a los tres días de haber llegado. Cuando me preguntaba quién era y le respondía, se ría y me comentaba de lo que creía que yo le decía, ella estaba segura que lo que escuchaba no era lo que estaba diciendo.

Pues sí, las próxima vez que regresemos a Santa Eulalia ya no estará, no habrá a quién decirle:

-¿Tzet yaq’on ha k’ul chikay, watx’ k’almi? (¿cómo estás abuela, todo bien?).

Ya no habrá tampoco esa interpelación de su parte:

-¿Tom xex jayi, jayeb’ qex ayjoq ek’oq? (¿vinieron, cuántos días van a estar?)

Ya no habrá preguntas y respuestas tan significativas que cada vez que nos encontramos lo decíamos porque ya sé fue.

El último aviso

Aún avisó, en un sueño que me despertó abruptamente en la mañana de este domingo 18 de abril, encontré las llamadas perdidas y antes de devolverlas presentí un aire extraño como preparándome para esa respuesta que me dieron, la abuela murió.

A los 101 años de su vida, nos dejó la abuela Tumin Xhimon.

¡Pero no!…, tu misión no está acabada,

Que ni es la nada el punto en que nacemos,

Ni el punto en que morimos es la nada.

Círculo es la existencia, y mal hacemos

Cuando al querer medirla le asignamos

La cuna y el sepulcro por extremos.

-Manuel Acuña-.

Si fuera papel donde ahora escribo ya no se podría leer, por la chilladera que llevo, me entró en los ojos un: abuela te voy a extrañar. Esto es un solo hasta pronto, xa jil ko b’a chikay.

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