Por Dante Liano
Gracias por haber abierto los ojos, hoy, y comprobar que la vida está en mí.
Gracias por la respiración, natural e inconsciente.
Gracias por los sueños de la noche, que me revelan deseos y temores.
Gracias por escuchar y ser escuchado.
Gracias por el sabor del café, por el dulce pan que lo acompaña.
Gracias por el canto de los pájaros que anuncian la madrugada.
Gracias por el silencio de la noche, que precede a los gorjeos.
Gracias por la magnolia en el centro del patio, donde se posan las aves.
Gracias por el sonido del tren en la estación lejana, que el viento trae a veces.
Gracias por los aviones que aterrizan en el aeropuerto más cercano: cada uno sueña un viaje.
Gracias por la primavera, tibia e inquieta.
Gracias por el corazón que late sin que uno repare en ello.
Gracias por los pulmones limpios y el aire que los llena.
Gracias por haber dormido bajo un techo.
Gracias porque sé que hoy voy a desayunar, comer y cenar.
Gracias por las sábanas, las mantas, las almohadas.
Gracias por el sueño que llega de inmediato y prosigue implacable por la noche.
Gracias por el trabajo que hice ayer, y su satisfacción.
Gracias porque tengo instrumentos de trabajo.
Gracias por el agua y por el vino, y porque siempre hay agua y siempre hay vino.
Gracias por la salud y porque, cuando falta, hay medicinas que hacen invisible la enfermedad.
Gracias por ver con los oídos, escuchar con el tacto, tocar con los ojos, oler el natural perfume de las cosas.
Gracias por la rabia, todavía intacta, todavía furiosa, todavía intransigente, contra las injusticias y las desigualdades.
Gracias porque los años no han extinguido los ideales.
Gracias por los conciertos para piano de Mozart.
Gracias por las sonatas de Beethoven.
Gracias por la Sinfonía número 9 y su simple y hermosa inspiración: el canto a la alegría.
Gracias por los tangos y los boleros, por el melodrama y la cursilería.
Gracias por el baile, ese rito místico de unión con el mundo.
Gracias por tener la mente limpia, transparente, moldeable.
Gracias por las ideas, que siempre creo mías y en realidad son recuerdos.
Gracias por la poesía, que crea nuevos mundos.
Gracias por la poesía, que hace, del idioma, música.
Gracias por la poesía, que me revela sentimientos no expresados.
Gracias por la poesía de algunos poetas que surgen espontáneos cuando menos lo espero.
Gracias por saber leer y escribir.
Gracias por mi padre, severo y honesto, por su amor silencioso y protector.
Gracias por mi madre, volcánica y espléndida, por su amor excesivo y oprimente.
Gracias por mis hermanas vivas, cuyo coraje y gana de vivir admiro y amo.
Gracias por mi hermana muerta, que luchó contra el Mal y fue vencida, pero luchó.
Gracias por mi hermano y sus matemáticas, poesía para él y para mí enigma.
Gracias por la existencia de las mujeres, sin ellas no habría vida.
Gracias por la playa de Santa María en donde reposa la felicidad del cuerpo.
Gracias por el amor.
Gracias por las caricias.
Gracias por la comprensión y por el perdón, por la protección y por el cuidado.
Gracias por la gente que me quiere.
Gracias por la gente que no me quiere.
Gracias por que nunca terminaría de agradecer, pues hay demasiadas cosas en el mundo para dar gracias, y la primera es la primera: haber abierto los ojos y comprobar que estoy vivo.
Nota publicada originalmente en: