Por Dante Liano
Allá por los años 60 del siglo XX, cuando la pobreza de una familia no consentía la compra periódica de libros, existía la encomiable y comercial iniciativa de vender colecciones de obras maestras a plazos. De este modo, las familias de la clase media podían obtener una cierta cultura con el mismo sistema con se compraban la primera lavadora, la primera televisión, el primer aparato estéreo. Una de las mejores compilaciones fue la llamada “Clásicos Jackson” que iba de las tragedias griegas a las conversaciones de Goethe con Eckermann, pasando por Quevedo y Garcilaso. Tan variada antología contaba con instructivos prólogos, que explicaban al presunto ignorante lector lo que iba a leer, si pasaba del prólogo. A veces, el prólogo lograba superar a la obra, como el de Borges al reaccionario libro On heroes, hero-worship and the heroic in history, en donde el escritor argentino liquida a Carlyle declarándolo un pensador fascista. Menos polémico y más explicativo, el prólogo a la Divina Comedia logra fascinar e invitar a la lectura de Dante Alighieri. Borges solía declarar que había aprendido el italiano solo para leer la obra del “Divino Poeta”. Si se reflexiona un momento, se concluye que de nada sirve aprender el italiano contemporáneo, pues la lectura del Alighieri resulta ardua si no se consulta constantemente la glosa a pié de página. A menos que Borges no haya aprendido el italiano de la Comedia, inútil para conversar en el italiano de hoy.
Resulta curioso que las denominadas “grandes obras de la literatura” no nacieron con esa vocación monumental. Cervantes quería escribir una cómica parodia de las novelas de caballería y solo cuando ya estaba montado en ese Rocinante literario se dio cuenta de las posibilidades de su pluma. Shakespeare, de quien poco conocemos, probablemente pensaba en divertir a sus espectadores de The Globe, mientras saqueaba el Novellino italiano y la sangrienta historia de la monarquía inglesa. Dante Alighieri, confinado en el exilio por la agitada política florentina de la época, probablemente quiso vengarse de sus enemigos, mandándolos a un infierno que se le convirtió en una representación del género humano.
El primer gran mérito de la Comedia está en la intuición lingüística del poeta. En su época, quien quería escribir una obra culta lo debía hacer en latín. Siguiendo a sus maestros del dolce stil nuovo, Dante quiso escribir su obra en el lenguaje del vulgo florentino. Cierto, hay una serie de poetas que, precedentemente, usaron esa variante del toscano para sus composiciones. Pero la construcción de una obra tan ambiciosa, tan larga y con una demostración de virtuosismos superlativos fue idea genial. Con la Divina Comedia, Dante Alighieri da al italiano su estatuto de lengua literaria, y, por tanto, lengua nacional. Desde la época de los grandes clásicos latinos, nadie, en Italia, había construido un monumento literario semejante.
El segundo mérito de la Comedia reside en que se le escapó de las manos a su autor. Cuando pensó en el infierno, pensó en sus enemigos y los imaginó padeciendo las diferentes penas que cada círculo regalaba. Con el tiempo, personas perfectamente reconocibles y recordadas en su época han perdido la referencia inmediata y se han convertido en una suerte de representantes de la humanidad y de sus vicios. No nos interesa fulano de tal ni su castigo: nos interesa vernos en el espejo de sus pecados y reconocernos en esa fotografía insaciable del género humano. Somos lo que somos en la comedia: envidiosos, egoístas, avaros, lujuriosos, malvados, traidores, murmuradores y si alguna virtud tenemos, la escondemos, para no parecer bobos. Nuestra actitud de lectores es la misma de Dante: no la inquisitoria o calvinista condena de las debilidades humanas, sino la compasión, la piedad, la comprensión. Aquella actitud empática que quisiéramos se nos otorgara cada vez que fallamos. Dante anticipa al humanismo en lo que tiene de más profundo y mejor: la identificación y la solidaridad.
El tercer mérito son los temas que toca, que son los de siempre que se habla de mujeres y hombres: el amor, el dolor y sus pasiones. Sigo a Borges cuando declara su admiración por el Canto V del Infierno, en donde se nos muestra el amor entre Francesca de Rímini y su cuñado Paolo Malatesta: una pasión que parece escrita en el destino de los dos adúlteros y que se cifra en el momento irrefrenable del descubrimiento de esa pasión: la bocca mi baciò tutto tremante…Admirables y autobiográficas sus descripciones del destierro: “¡oh, cuán arduo es escalar la subida de la calle extranjera!” y “¡cómo sabe de sal el pan ajeno!”. Quien lo vivió, lo sabe. O el inconcebible y desgarrador castigo de Ugolino, murado en una torre junto con sus hijos. El desgarrador final de Ugolino está en una frase enigmática: “Más que el amor, pudo el ayuno”. ¿Mató a sus hijos? ¿O, cosa impensable, los devoró?
Este año se cumplen 700 del nacimiento de Dante Alighieri. Parece increíble pensar que escribió hace tanto tiempo. Sus verdades sobre el género humano siguen vigentes, y su virtuosismo poético con una lengua considerada vulgar se repite en frases que los italianos saben de memoria: Amor, che a nulla amato amar perdona, “el amor, que enamora a quien es amado”, no solamente enuncia una verdad humana, sino que, en la lengua italiana realiza un prodigio: repetir tres veces la palabra amor en tres diferentes derivaciones sin que se sienta el artificio. Antes bien, suena natural. Esto es arte. Lo demás es silencio.
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