Por Miguel Ángel Albizures
El próximo diecinueve de julio se cumplirá un año de la partida de la amiga y compañera de luchas Julia Esquivel, quien dejó un grato recuerdo de entrega por los más necesitados y por la transformación del país, pero también su claro ejemplo para los y las religiosas de este país que creen con solo rezando se puede cambiar el mundo. Ella estuvo en las marchas y protestas, allá donde los trabajadores tenían problemas laborales para contribuir en la denuncia de las injusticias. Jamás fue una aliada del poder económico o político, pues su entrega fue con quienes sufren la injusticia, la discriminación o el racismo, con aquellos sectores que el Estado mantiene olvidados, no solo en épocas normales, sino en crisis como la que hoy padecemos.
Si Julia aún viviera, no sería raro que la viéramos exigiendo al gobiernos cuentas por la utilización de los recursos o denunciando la grave situación que viven los médicos y enfermeras, así como la caótica situación de los hospitales y tratando de contribuir con quienes hoy han sacado las banderas blancas, ante la ausencia creciente del Estado para resolver sus necesidades después de ser suspendidos o despedidos de su trabajo, muchos de ellos sin las prestaciones de ley, pues hoy en día hasta el pago del Bono 14 pretenden embolsarse “los pobrecitos” empresarios, ya no digamos de los finqueros que ni siquiera el salario mínimo pagan.
A estas alturas ya estuviera Julita gritándole sus verdades a los diputados, quizá apostada frente al Congreso para decirles corruptos o hubiera ido frente al Ministerio de Trabajo a gritarle al ministro que era un servil de los empresarios y que su obligación es garantizar los derechos de los trabajadores y no pisotearlos. Qué preguntas no hubiera lanzado al Presidente para saber que se ha hecho con los miles de millones de quetzales, si ni siquiera se le paga salarios a los médicos, ni se han equipado como debe ser los hospitales, sin duda hubiera estado junto a ellos, solidariamente sintiendo su dolor y apoyándoles en su lucha, como lo hizo siempre con los trabajadores, con los campesinos, con los desheredados de la tierra.
Julita, fue una de las primeras religiosas que abrazó la Teología de la Liberación, fue teóloga, poeta y escritora comprometida con su tiempo y no solo nos dejó el ejemplo de su vida, sino también sus poemas y libros que son un mensaje al compromiso, a rebelarnos contra las injusticias, a denunciar los abusos de poder y por supuesto a quienes hoy forman parte del pacto de corruptos que mientras Guatemala se desangra, ellos engrosan sus cuentas. Compartimos una parte de su poema, dedicado a las mujeres valientes de Guatemala:
“Yo no soy una poseída. Yo no soy una posesa, yo no soy una loca poseída por una idea fija. Yo soy sólo una mujer con un corazón humano.Yo soy una rebelde frente a la fría y calculada corrección del funcionario… Ese ser enmarcado siempre entre los límites de “lo correcto” “lo objetivo” y “lo prudente” de un balance siempre neutral. Ese que evita correr riesgos en aras de su cargo y de su prestigio. Yo soy poseedora (no posesa) de esa normalidad de mujer que rechaza y rechazará siempre el desorden constituido por los machos, todos ellos generales en potencia. Por todos esos que ponen la ley por encima de la vida; la institución, por encima de la humanidad, el proyecto personal por encima de la verdad, el miedo por encima del amor, la ambición por encima de la humildad. Pero tengo que admitirlo, para los obsesionados por esos criterios, yo soy una brasa encendida por el fuego de un gran amor.“
https://elperiodico.com.gt/opinion/2020/07/16/julia-esquivel-en-el-recuerdo/