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La crisis en Venezuela ¿el inicio de una nueva etapa para América Latina?

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Créditos: lajornadadeoriente.com.mx
Tiempo de lectura: 5 minutos

22 de abril del 2019

El 16 de abril concluyó la XII reunión del Grupo de Lima. Los representantes de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú firmaron una declaración bastante beligerante. Además de reiterar su caracterización de ilegítimo al gobierno de Maduro, lo acusaron de ser causante de la crisis humanitaria y de serias violaciones a los derechos humanos. Desde Santiago de Chile le pidieron a la ONU, la OEA y a la Corte Internacional que intensifiquen sus medidas en contra del gobierno. También condenaron la “injerencia” extranjera en Venezuela y reclamaron a los gobiernos de Rusia, China, Turquía y Cuba “el impacto negativo que su apoyo al régimen ilegítimo de Maduro causa a nuestra región”.

La posición del Grupo de Lima no resulta inexplicable. Son los representantes de la derecha latinoamericana. Creen que, firmando declaraciones, confiscando recursos y dando refugio y voz a los opositores podrán destruir al gobierno que fue soporte de buena parte de las transformaciones iniciadas en 2005 con el levantamiento contra el ALCA. Pero el verdadero juego está en otras canchas. Es un enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia por la nueva definición de zonas de influencia.

El “nuevo gobierno” venezolano y la reacción rusa

Las prácticas intervencionistas de Estados Unidos contra Venezuela abarcan ya veinte años. Los de los gobiernos de Bush hijo, Barack Obama y lo que va de la actual administración. Intentos de golpe de Estado, sanciones y bloqueo económico y fuerte financiamiento a los grupos opositores en el país y el extranjero no han podido derrocar a los gobiernos de la “revolución socialista del siglo XXI”.  Aunque sí han logrado crear una crisis humanitaria, solo comparable en el continente con los costos materiales y humanos de más de medio siglo de bloqueo a Cuba.

Foto: lajornadadeoriente.com.mx

La más reciente embestida de Estados Unidos inició el 23 de marzo cuando Juan Guaidó se autoproclamó presidente de Venezuela. El congresista exigió la renuncia de Nicolás Maduro. De inmediato los países miembros del Grupo de Lima y de Estados Unidos reconocieron al nuevo gobierno. Este último movimiento no dejó dudas sobre el origen y patrocinio de la iniciativa.

Pero la respuesta fue contundente. Vladímir Putin envió ese mismo día un avión de pasajeros Ilyushin II-62 con 99 militares rusos y un avión de carga Antonov An-124 con 35 toneladas de material militar. Esto se sumaba a los dos aviones de combate con capacidad nuclear entregados a Venezuela en diciembre del año pasado. Esto marcó claramente el grado del compromiso ruso y el tamaño del obstáculo que deberá salvar Trump al tratar de implementar su política en aquel país.

Ante el desafío Washington reaccionó declarando la vigencia de la Doctrina Monroe. El 29 de marzo Jonh Bolton, asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, declaró que su gobierno consideraba la actitud rusa como “una amenaza directa a la paz internacional y la seguridad en la región” y que los Estados Unidos estaban preparados para defender sus intereses en América Latina. Dejando en claro que su actuación no tiene nada que ver con la crisis humanitaria que ellos provocaron ni con la democracia.

El escalamiento de las escaramuzas

El siguiente golpe ruso contra Estados Unidos ocurrió en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. El 10 de abril el embajador Vasili Nebenzia acusó a Washington de haber creado de manera artificial una crisis en Venezuela. “Por un lado les agarra por el cuello con sanciones y restricciones y por otro lado expropian sus recursos y bloquea los activos en bancos occidentales de los venezolanos”, aseguró tras afirmar que el país sudamericano no es una amenaza para la paz y seguridad mundial.

Un día después, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, inició una gira por Perú, Chile, Paraguay y Colombia. El objetivo era pedirle al Grupo de Lima para que dieran en su XII reunión una respuesta fuerte a la actividad de Vladímir Putin, que al mismo tiempo legitimara la postura estadounidense. Por ello, el día 12 de abril el funcionario de Washington acusó infantilmente a Rusia, China y Cuba de ser “hipócritas” al denunciar el intervencionismo de su gobierno y advirtió que estos países no respetan las reglas y propagan el desorden. Acusación que repitieron tal cual los representantes latinoamericanos.

La inmediata respuesta rusa fue contundente. El 14 de abril el viceministro de Relaciones Exteriores, Oleg Syromólotov, afirmó que los apagones que han afectado a Venezuela han sido productos de ataques cibernéticos ocasionados con “equipos fabricados en un país occidental”. Y que su país estaba brindando el apoyo necesario al gobierno de Maduro para combatir dichos ataques. Por otro lado, tres aviones rusos cruzaron el Atlántico llevando más pertrechos militares.

Los militares rusos, encabezados por Vasily Tonkoshkurov, subcomandante de las tropas terrestres rusas, y el ex agente de la KGB, Igor Sechin, actual directivo de la petrolera Rosneft, se han posicionado en el terreno fortaleciendo las defensas venezolanas y protegiendo los intereses moscovitas en las áreas estratégicas venezolanas.

En respuesta, el 17 de abril la cadena CNN reportó que el Consejo de Seguridad de los Estados Unidos planea acciones militares contra Rusia en represalia por sus actividades en América Latina. Seguramente, en los próximos días continuarán las escaramuzas.

La nueva etapa latinoamericana

El expansionismo ruso no ha encontrado en Estados Unidos un contendiente de nivel durante la última década. El ejército moscovita derrotó ampliamente la estrategia de la OTAN en Siria, manteniendo en el poder a Bashar Al-Asad. El apoyo militar brindado fue tan importante que ahora el presidente sirio ha declarado que tiene el derecho de recuperar el Golán de las manos de Israel. El respaldo de Vladimir Putin a diversos gobiernos en Medio Oriente tiene a Estados Unidos y sus aliados, hasta ahora, a la defensiva. El caso de Venezuela no debe de ser leído en otra tesitura. La reacción inmediata de Moscú ante la embestida estadounidense que tiene como cabeza de turco a Guaidó y sus posteriores escalamientos son, más que una guerra de declaraciones, un duelo de pulso entre las dos potencias.

Un escenario remoto es un enfrentamiento directo con una posible consecuencia nuclear. Uno más probable es, como en la crisis de los mísiles de 1962, que Estados Unidos y Rusia declaren una detente que se transforme en una coexistencia pacífica dentro de un nuevo orden internacional. Uno en el cual Washington acepte lo que es una realidad desde hace varios años, que ya no es la superpotencia que rige los destinos del mundo y que debe de compartir los recursos con Rusia y China. Sería el prolegómeno para una lenta e inevitable destrucción del imperialismo estadounidense. Lo mismo le sucedió antes a España y después a Inglaterra. Historia est magistra.

De suceder lo anterior estaríamos presenciando el inicio de una nueva etapa en la historia de América Latina. Una donde el hegemón ya no es Estados Unidos y en el cual cada uno de los países que integran la región obtendrían una independencia, restringida aún, pero sin parangón desde su nacimiento como naciones.

Algunos, como los integrantes del Grupo de Lima, se sumarán al carro de los derrotados de esta historia. Nuevas elecciones en esos países podrían cambiar el escenario o no. Los aliados de Venezuela -Cuba, Bolivia y Nicaragua, sobre todo- pronto refrendarán acogerse a la nueva realidad geopolítica. La incógnita son aquellos países que se han resistido a la política de Trump al respecto -México y Uruguay- y aquellos que están en etapa de transición de gobierno -El Salvador-. Mantenerse en la neutralidad puede traer bastantes dividendos y serios peligros.

Fuente: http://www.lajornadadeoriente.com.mx/tlaxcala/la-crisis-en-venezuela-el-inicio-de-una-nueva-etapa-para-america-latina/

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