Por Wendy Sucely López Ramírez*
27 de noviembre de 2018
El congreso Formas contemporáneas de producción del racismo contra los pueblos indígenas, se realizó en la Ciudad de Guatemala, el 27 y 28 de agosto, organizado por el Movimiento de Mujeres Indígenas Tz´ununija´, aportó conocimientos que nos ayuden como guatemaltecos y pueblos indígenas a vivir en una sociedad sin racismo y discriminación.
Durante mucho tiempo el racismo ha sido y es la fuente de despojo de todo aquello que por derecho nos pertenece. El racismo mata, empobrece y es un problema histórico-social que arrasa y hace desaparecer nuestra dignidad como pueblos indígenas. Es deber de todos, como ciudadanos, pueblos indígenas, luchar porque se nos respete, para que nuestros derechos humanos y para que el Estado proporcione las condiciones necesarias para vivir en un ambiente digno y libre de racismo.
Como mujer y joven Xinka, quiero analizar una de las ponencias en el Congreso, la de Blanca Azucena Pacheco, titulada “Racismo, indigeneidad: procesos históricos que han llevado a la casi desaparición del pueblo Xinka”.
Azucena Pacheco plantea que el pueblo Xinca ha sufrido todos los intentos de desaparición (como reza el título de la ponencia: “la casi desaparición”). Ella expone tres elementos. En el primer elemento plantea que la historia del sur oriente de Guatemala es excluida de las narrativas dominantes de la historia guatemalteca, a pesar de la documentación del pueblo xinka hecha por los españoles desde el siglo XVI. Investigaciones arqueológicas revelan que estas tierras fueron habitadas desde 1,300 años a.C. Hasta los Acuerdos de Paz, el Estado guatemalteco crea el Consejo del Pueblo Xinca.
En el segundo elemento, plantea que la región oriental es imaginada propia del ladino campesino. Los pueblos indígenas que viven en esta región son invisibilizados y su existencia es negada. Una de las formas de hacerlo es a través de los censos, el llamado etnocidio estadístico. En 1950 se muestra que en el municipio de Jalapa se reportaban 54% de la población indígena; en 1981 se reporta un 15%; en 2002, 8.45%.
En un tercer elemento, Blanca Azucena Pacheco plantea el proceso de ladinización forzada en diferentes generaciones de la historia desde la colonia, y el genocidio en la década de1980.
Un parteaguas entre la teoría y la realidad
La mayor parte de la información brindada por Blanca Azucena en su exposición corresponde a una realidad latente dentro del pueblo xinka. Sin embargo, faltó actualizar en su ponencia, información sobre las luchas que se tienen de distintas maneras desde el crecimiento de la identidad con el territorio: las luchas por la defensa de la tierra, la vida, el agua.
Hizo falta mencionar que además de Jalapa, otros departamentos forman parte del pueblo xinka. Al afirmar la “casi desaparición del pueblo xinka”, debilita y anula nuestras luchas y nuestro esfuerzo por mantener viva nuestra identidad y por garantizar nuestros derechos como pueblos indígenas. El pueblo xinka, con una historia milenaria, radicado en los municipios de Jutiapa, Jalapa y Santa Rosa, a raíz de los procesos de colonización, ha sido considerado como un pueblo débil y vulnerable.
Después de 1575, el proceso de extinción de la población xinka se aceleró, principalmente por su desplazamiento a otros lugares y su castellanización gradual. La población xinka disminuyó severamente para fines del siglo XVI, proceso lamentable que continuó en el siglo XVII dados los malos tratos, trabajos forzados y vejaciones que recibieron por parte de sus encomenderos. Las mismas autoridades religiosas y algunos españoles denunciaron estos hechos en cartas dirigidas a los reyes de España. En el siglo XIX, la región del suroriente de Guatemala se vio convulsionada por una serie de batallas y contiendas políticas entre liberales y conservadores que conllevó el arribo de personas de otras regiones y que hizo que varios vecinos de Santa Rosa, Jalapa y Jutiapa se integraran a las milicias. Estos dos fenómenos ocasionaron mestizaje biológico y cultural en la región, lo cual puede explicar, en parte, la pérdida y transformación de las culturas indígenas, en cuanto a la cultura xinka.
En la actualidad, el idioma xinka, cuyo origen no se remonta a los antiguos mayas, está en franca desaparición, pues lo hablan apenas entre 100 y 250 personas. La región xinka comprende: Santa Rosa (Chiquimulilla, Santa María Ixhuatán, Guazacapán, Jumaytepeque, Taxisco, San Juan Tecuaco, Sinacantán, aldea Los Esclavos y residentes en las orillas del río Los Esclavos); Jutiapa (Yupiltepeque, Comapa, parte del pueblo de San Cristóbal Jutiapa, Atescatempa y Quesada); Jalapa (parte de la montaña de Santa María Xalapán, Santiago Mataquescuintla y San Carlos Alzatate). Cabe mencionar que algunos autores consideran que, probablemente había xinkas en lo que hoy es Sansare y Sanarate (El Progreso). Otros creen que en Mataquescuintla hubo población ch’orti’. También es pertinente indicar que algunas personas de Jutiapa, particularmente de Comapa, se consideran a sí mismas como pipiles.
Según estudios recientes, el idioma xinka es hablado en siete municipios y una aldea de Santa Rosa y Jutiapa. En 1991 se mencionaba que sólo tenía 250 hablantes, pero en 1997 se decía que eran 297. Para ese último año, se mencionaba que en Guazacapán, Santa Rosa, sólo lo hablaban 5 ó 6 abuelos, la mayoría de más de 80 años. Actualmente, con el apoyo de instituciones como la Comisión Presidencial contra la Racismo y la Discriminación CODISRA y el Ministerio de Educación, se está llevando a cabo un proceso de rehabilitación del idioma, en grupos de docentes que transmitirán el idioma a sus estudiantes para rescatar la identidad del pueblo xinka.
Lucha y resistencia entre ayer y hoy
Una de las características principales del pueblo xinka, es su régimen comunal de tenencia de la tierra. En la década de 1960 hubo un auge de la limpieza colectiva de los mojones del común. Esta se hacía cuando las autoridades convocaban mediante el toque del pito y el tambor; al escucharlos en la madrugada, los pobladores se dirigían a los mojones, donde trabajaban todo el día.
Cuando los abuelos hablan de la cultura xinka, se refieren a una identidad perdida en la historia del despojo y el etnocidio. Se refieren a un pasado lejano en el que la posesión de la tierra permitía la conservación de la cultura, el idioma, el traje y las formas tradicionales de organización social. El racismo, la discriminación y la represión de sus rasgos identitarios más evidentes, les obligaron a asimilarse —aunque aparencialmente— a la sociedad dominante. Se perdió el hilo conductor del tejido social y cultural de los xinkas, pero no se perdió la memoria que constituye el punto de partida para los procesos actuales de reestructuración identitaria.
Tal es el caso de Quesada, un pueblo ubicado en el departamento de Jutiapa, donde quienes habitamos allí hemos alzado la voz, hemos exigido el respeto a nuestro derecho como pueblo indígena y hemos empezado una lucha contra el despojo de nuestras tierras.
Sólo queda decir que fue una experiencia agradable participar en este congreso sobre racismo. Tenemos la responsabilidad de transformar esta sociedad racista en una sociedad justa, con iguales oportunidades para todos.
Me hubiera gustado escuchar una ponencia sobre la cultura xinka, con datos actualizados de las luchas que llevamos por la defensa de nuestras tierras y recursos naturales. La ponencia de Blanca Azucena Pacheco y el congreso me estimulan a investigar y adquirir nuevos conocimientos.
* Participante en el diplomado “Marco Histórico Político de Pueblos Indígenas Racismo y Discriminación/Movimiento de Mujeres indígenas Tz´ununija´”.