Por: Javier Payeras
Muy desdichado es ser alguien distinto a la mayoría. Una mayoría que exige una militancia ciega en el conformismo. Conformismo bien planificado y heredado por los padres, que a su vez, también fueron formados dentro de esa normalidad. Seguridad es: trabajo, familia y religión. Sin más ni más. Escenas de una obra de teatro en la que se afianza la seguridad del guatemalteco. El futuro descansa en los “hombres”, entiéndase en el asalariado medianamente responsable que trabaja para dejar algún bien que heredar.
Recuerdo que durante mi adolescencia, aquellos que no encajaban en el esquema del macho-predecible era clasificado -por ciertas características- en tres tipos:
A. Hueco: No pagar por sexo. No hablar de carros ni de fútbol. Vestirse de modo distinto. Mostrar los sentimientos sin estar borracho. No saber pelear. Ser un estudiante sobresaliente. Ser apático a las películas de Rápido y furioso. Evitar orinar en la calle y escupir en público.
B. Comunista: Leer. Estar a favor de mejorar el salario mínimo. Preocuparse un poco por el medio ambiente. Asistir a la Universidad de San Carlos. Aprender otro idioma que no sea el inglés. Decir que los primeros en salir al espacio fueron los rusos. Interesarse en la política no-partidista. No ser racista. Opinar que las mujeres tienen derechos.
C. Mariguano: Estudiar filosofía, literatura, matemática, historia o antropología. Tener cierto interés por escribir, hacer películas o hacer música. Escuchar rock, jazz o música experimental. Tener el cabello largo o la barba. Hacer una conversación de las cosas que no le interesan al promedio de las personas (arte, ciencia, historia o política). Pensar que los desfiles de septiembre son patéticos.
Tomando en cuenta todo esto no debe parecernos extraño que durante tantos años hayamos sido gobernados por productos de este molde masculino guatemalteco, ¿será que nos ha funcionado?