Por: Jesús González Pazos / Mugarik Gabe
Entre los pueblos tupí-guaraní, que se extienden por gran parte de América del Sur y principalmente en los estados de Bolivia, Brasil, Paraguay y Argentina, existe el mito de la Tierra sin Mal. Habla de un territorio que puede entenderse como del más allá, pero que también se puede encontrar en el más acá, en el tiempo y espacio físico de los vivos. Así, estos pueblos persiguen constantemente la búsqueda de esa tierra y el mito explica las constantes migraciones de éstos a lo largo de su historia.
Algunos pensarán inmediatamente que la Tierra sin Mal podría ser también el paraíso cristiano, pero como ya hemos dicho, entre los tupí-guaraní la creencia es que ese mundo también puede encontrarse en el tiempo de la vida y no solo después de la muerte. No es el premio a una existencia de sacrificio como enseña la doctrina cristiana, sino un futuro alcanzable y deseable para la sociedad actual.
Es sin duda un mito, pero podría ser igualmente un anhelo para todos los pueblos de la tierra. De esta tierra castigada en los inicios del siglo XXI por guerras, injusticias, insultantes desigualdades y muertes sin sentido. Pensar, por ejemplo, una Tierra sin Mal para el pueblo palestino que hoy sufre en su propio territorio el genocidio a manos del estado judío mientras la comunidad internacional, especialmente la llamada occidental, la que se considera cuna de la civilización, de la democracia y de los derechos humanos, mira para otro lado. Una Europa errática, dividida e hipócrita que balbucea palabras huecas que piden a Israel contención en el uso de la fuerza; sarcasmo evidente si no fuera por los cientos de hombres y mujeres palestinos asesinados en las últimas semanas sin contención alguna. Igualmente, y por extensión y cercanía para la práctica totalidad de la región, donde el intervencionismo ciego de occidente, en especial desde la llamada primera guerra del golfo, no ha traído sino sufrimiento, muerte y desolación para pueblos como el afgano, iraquí, sirio o libio. Naciones destruidas que se han convertido en estados fallidos donde hoy las milicias, la corrupción y los intereses económicos priman en la vida de sus poblaciones obligándolas a mal vivir o, si les es posible, a iniciar el horrible camino de la emigración que luego choca con los muros europeos (además del racismo y xenofobia) o con la fosa común en que esa Europa ha convertido el mar Mediterráneo.
Una Tierra sin Mal será para el pueblo saharaui la vuelta a sus territorios de donde se vio obligado a salir tras la entrega a Marruecos de los mismos por parte de la antigua metrópoli española en los últimos estertores del dictador. Una tierra sin mal que ni tan siquiera pueden disfrutar aquellos miles de saharauis que no pudieron o no quisieron salir de su territorio y hoy sufren el hostigamiento y represión brutal de la nueva colonia que supone la monarquía alauita, mientras Europa disfruta y explota el rico banco de pesca sahariano o los fosfatos de Fos Bucraa en ese Sahara ocupado.
Pero sin salir aún del continente africano podemos también aludir a ese mito que buscarían la práctica totalidad de los pueblos de África, si consiguiesen que los intereses geoestratégicos y económicos de las antiguas colonias europeas desaparecieran. Tras siglos de explotación esclavista y colonial y cuando estos pueblos consiguieron las independencias a mediados del siglo XX, éstas se convirtieron en duros espejismos. Salieron las administraciones políticas y militares coloniales y fueron inundados por los intereses económicos de las transnacionales europeas que han convertido el llamado continente negro en un erial de explotación, muerte y destrucción a mayor gloria de los renovados intereses neocoloniales. Y cuando esta pérdida de esperanza de vida digna se hace triste realidad, miles y miles de personas buscan la Tierra sin Mal en la vieja Europa; y encuentran concertinas, vallas y muros, miseria, violaciones o expulsiones en caliente de esa hipotética Tierra sin Mal.
Por otra parte, de forma similar ocurre en el continente americano cuando millones de hombres y mujeres se aventuran a arriesgar su vida en la búsqueda de esa promesa de Tierra sin Mal caminando hacia el lejano norte. Atraviesan países y regiones intentando llegar a los Estados Unidos y encuentran mafias, trata de personas, extorsiones, violaciones, asesinatos mientras hacen el duro camino hasta alcanzar lo que hoy ya quiere ser un nuevo muro de separación del norte enriquecido con la América Latina empobrecida expuesta a su vez a los mercados y a la explotación sistemática de la naturaleza y de sus recursos naturales allí conservados. Porque lo que no quieren reconocer las transnacionales y oligarquías locales en América Latina es que son precisamente los territorios de los pueblos indígenas y campesinos los que mayoritariamente son expoliados y explotados en sus recursos naturales a cambio solo de un mayor empobrecimiento y violación continua de los derechos colectivos de quienes durante miles de años supieron manejar esos espacios sin mayores agresiones a la naturaleza, sintiéndose no dueños de la misma, sino parte de ella.
Y aunque ya hemos citado a la vieja Europa como responsable de muchas de las desgracias que ocurren en otros continentes, y como ingrata anfitriona que cierra la puerta a quienes por ello se vieron obligados a abandonar su tierra, también podemos hablar de ella respecto a sus naturales. Europa es recorrida en los últimos años por las pulsiones y medidas más férreas del neoliberalismo que no generan sino precariedad, empobrecimiento y eliminación de derechos laborales, sociales y políticos de sus propios pueblos. La excusa de la crisis económica ha servido a las élites económicas y políticas tradicionales europeas para acabar con gran parte del estado de derechos adquiridos en estos ámbitos, consecuencia de décadas de luchas. Igualmente, les ha servido a estas mismas élites para pujar al alza por actitudes xenófobas y racistas que persiguen alentar las tendencias de extrema derecha hasta el paroxismo. Y así, parafraseando las primeras palabras del Manifiesto Comunista se podría decir que el viejo continente vuelve a estar en grave riesgo de que un fantasma lo recorra, pero ahora será nuevamente el fascismo, y la Tierra sin Mal que un día pretendió ser se convierta muy al contrario en la tierra del mal.
Pero tras este breve repaso igual la imposibilidad que hoy pareciera extenderse por el mundo para encontrar ese mito buscado no es tal y éste reside en elementos mucho más alcanzables, no utópicos, con la determinación de las grandes mayorías. Quizás empezando por entender que uno de los mayores problemas para encontrar la Tierra sin Mal que enfrenta la humanidad no es la lucha contra la pobreza sino contra la extrema concentración de la riqueza y de la ambición sin límite y a cualquier precio que se encuentra en cada vez menos manos. Estas segundas serían la causa de la primera y si las erradicáramos estaríamos dando un paso de gigante para lograr ese objetivo de que todos y todas alcanzáramos el buen vivir en una verdadera Tierra sin Mal.
Utópico dirán muchos, iluso comentarán otros, catastrofista quizás los terceros pero nosotros y nosotras podríamos responder que incontestablemente urgente.