Por: Ana Cristina Alvarado
Martes 3 de abril, 10 minutos para las ocho de la mañana. A la izquierda ocupando pocos asientos se encuentran los familiares de los acusados; a la derecha, un grupo más grande, en su mayoría miembros de Organizaciones de Derechos Humanos. Busco lugar en el lado derecho lo más al frente que puedo y tomo asiento sintiendo la tranquilidad que genera saber que en la sala hay más personas apoyando a la familia Molina Theissen que a los acusados. Hoy los asientos que ocupan las hermanas y la madre de Marco Antonio se encuentran vacíos.
Esta es la segunda audiencia del caso Molina Theissen a la que tengo oportunidad de asistir. Llego justo segundos antes que inicie y respiro aliviada al ver que los acusados ya se encuentran presentes en la carceleta de la sala. En ese instante recuerdo la anterior audiencia en la que estuve presente el 27 de marzo. En aquella ocasión inició sin los acusados. Esa vez había ocupado un asiento en la orilla. Aún no olvido el estremecimiento de mi cuerpo cuando en un momento en el que estaba absorta escuchando el peritaje de la antropóloga Claudia Eugenia Rivera con lo mirada en mis anotaciones, mis ojos captaron los pies de uno de los acusados. En segundos había pasado de la concentración a un bombardeo de emociones. Al ser identificado por el juez confirmé que se trataba de Lucas García. La sensación incómoda de haberlo tenido tan cerca había desencadenado una mezcla de miedo, enojo e indignación haciendo que la frase “el único hogar de los genocidas es la cárcel” retumbara en mi cabeza y adquiriera mucho más sentido.
En aquella ocasión tras ese suceso tardé mucho en recuperar la atención porque en mi cabeza desfilaban una y otra vez los crímenes de los acusados. En esta audiencia a penas les presto atención, me concentro en el peritaje de Marco Tulio Álvarez Bobadilla quien trabajó 4 años en la Dirección de Archivos de la Paz de la Sepaz. Entre lo expuesto acerca de la niñez desaparecida afirma que 5 mil niños y niñas fueron víctimas de este delito de lesa humanidad y que considera existe un subregistro de casos que no han sido denunciados por temor. Expone que estas desapariciones ocurrieron en venganza por acciones de sus familiares, con intención de ser interrogados o para ser dados en adopción de manera ilegal.
Mientras escucho reafirmo el pensamiento que surgió en mi cabeza al escuchar los peritajes del 27 de marzo: asistir a una audiencia es una oportunidad de aprender de expertos en diferentes áreas ya que brindan información actualizada y detallada del trabajo que efectúan y de sus investigaciones. En la anterior audiencia recibimos una cátedra sobre el proceso que lleva a cabo la Fundación de Antropología Forense en la búsqueda de personas desaparecidas y conocimos las dificultades que afrontan por la falta de información sobre el paradero de los restos y la falta de recursos ya que cada prueba de ADN en hueso tiene un costo de 300 dólares.
En ambas audiencias a las que asistí las preguntas realizadas por los Querellantes Adhesivos y Fiscales del Ministerio Público aclararon dudas y generaron más datos de interés. En ambas audiencias también, el clima de absoluto interés y atención se quiebra con las primeras intervenciones de la defensa. Se sienten entre quienes observamos sensaciones generalizadas, contenidas, pero perceptibles. Rechazo, ante las preguntas inoportunas o hechas con agresividad. Impaciencia, ante preguntas e intervenciones que carecen de sentido. Risas contenidas, ante errores evidentes. En la audiencia del 27 de marzo la impaciencia se generó cuando el abogado defensor de Lucas García explicaba a la perito Mishel Marie Stephenson con una maestría en Genética, cómo debía tomarse una prueba de ADN, explicación que finalizó cuando el juez le hizo ver que ella era la experta en el tema. En esta ocasión la impaciencia se produjo por la intervención del abogado defensor de Gordillo Martínez quien más que efectuar preguntas compartió su experiencia durante el Conflicto Armado y rechazó a quienes según él buscan retroceder al pasado. Su intervención se detuvo después que el juez llamara su atención repetidas veces por no formular preguntas.
Al retirarse Álvarez Bobadilla se otorga un receso de 45 minutos que se extiende por más de tres horas recordándome lo largo y engorroso que resulta el camino de la justicia y recordándome que la impaciencia que me genera esa espera es ínfima al lado de las décadas que la familia Molina Theissen ha tenido que esperar a través de una continua lucha para llegar a esta fase. Al regresar presentan el testimonio de Emma Guadalupe tomado como anticipo de prueba a través de una videoconferencia el 14 de marzo de 2011 en Costa Rica, país donde residía en ese entonces a los 50 años. En su testimonio relata los hechos ocurridos desde sus primeros años de militancia hasta su exilio en México. Detenida e ingresada a un reformatorio en 1976 a los 14 años, su testimonio deja ver la fuerza, convicción y valentía que la llevó desde muy temprana edad a involucrarse en movimientos estudiantiles, en las Fuerzas Armadas Rebeldes y la Juventud Patriótica del Trabajo.
Esa valentía se hace más evidente conforme avanza su relato y describe cómo las condiciones de su detención a los 21 años en la base de Quetzaltenango van empeorando a causa de su resistencia a revelar información sobre sus compañeros del JPT aumentando las torturas y violaciones. Es hasta el momento en que recuerda la desesperación y el fuerte dolor de estómago que sentía por la falta de alimento en el noveno día de su detención, que su voz se quiebra. En los minutos que transcurren mientras ella llora y recupera la calma dirijo mi atención a los acusados, noto que no soy la única que lo hace. Si hay en ellos señales de arrepentimiento o de estar conmovidos, no las percibo. Uno de ellos suelta un poco de su tensión golpeando un dedo contra la reja. Cuando Emma Molina se recupera continúa el relato incluyendo ahora, de forma más detallada lo que sentía en cada momento. La sala escucha en completo silencio. Resulta imposible no sentir parte de la angustia que transmite al traer al presente los recuerdos de los momentos que vivió al escapar y a la vez admirar la fuerza y la valentía que tuvo al hacerlo.
Al finalizar su testimonio la información se amplía con las respuestas que brinda a las preguntas formuladas por el Ministerio Público. La defensa no hace preguntas porque se declara en protesta. La fiscalía presenta y da lectura a fragmentos del testimonio de un testigo que confirma varios hechos relatados por Emma Molina. Este es el último medio de prueba presentado ese día y la audiencia se suspende hasta el 9 de abril. Me retiro pensando en lo presenciado. Hay diversas cuestiones en la vida que solo se comprenden a través de la experiencia. Esta, pienso mientras bajo los 13 niveles de la Torre de Tribunales, es una de esas cuestiones. Asistir a una audiencia es una oportunidad no solo para aprender de los peritajes presentados por expertos, permite entender de mejor manera el funcionamiento del sistema judicial. Sin embargo, más allá de ese aprendizaje, es sobre todo un ejercicio de empatía para comprender las dificultades que enfrentan quienes perseveran en alcanzar justicia, para escuchar a quienes se han atrevido a hablar. Es una muestra de solidaridad desde el momento en que con nuestra presencia un asiento del lado derecho deja de estar vacío mostrando que acompañamos su lucha.