Texto: Carlos René García Escobar
A José Luis de León Díaz, como era su nombre de pila, no lo tenemos físicamente desde hace treinta años cuando desapareció de este mundo porque unos sicarios del Escuadrón de la muerte se lo llevaron secuestrado una tarde del 15 de mayo de 1984. Había nacido un 19 de agosto del año 1939 en la cabecera del municipio de San Juan del Obispo del departamento de Sacatepéquez. Transcurre y desarrolla sus años infantiles en dicho pueblo y posteriormente se gradúa de maestro de educación primaria en el Instituto Nacional para Varones Antonio Larrazábal de Antigua Guatemala.
Es cuando inicia su labor magisterial por muchas zonas rurales del país entre el occidente de Guatemala y la Costa Sur. Al momento de su desaparición forzada impartía clases en una escuela urbana de la zona 8 de la ciudad capital en donde, con sus alumnos del 5º. de primaria, elaboró un taller de poesía que tendría su luz pública en la revista Chiquirín de Prensa Libre. Tuvo también la oportunidad a instancias del poeta y novelista Marco Antonio Flores de impartir docencia universitaria en la Escuela de Psicología de la Usac, de 1976 a 1978.
Su obra literaria oscila entre la poesía, el cuento y la novela con suprema calidad en tales géneros. Su conciencia revolucionaria de izquierda se refleja en todos sus escritos con la luz de un pleno conocimiento de la realidad guatemalteca por haberla conocido en muchos lugares del país y desde su nacimiento. Nunca abandonó su esperanza de ver resueltos los asuntos de la pobreza, la miseria de su pueblo oprimido por la oligarquía de todos los tiempos. Hacia esas problemáticas de sus tiempos y lugares se enfocó su visión de poeta revolucionario como lo describe su Poema viejo de su libro Poemas del volcán de Agua.
El poema viejo
Hace años pensé escribirles un poema a los cipreses,
pero, fundamentalmente,
a estos que forman la alameda.
El motivo del poema
no era porque fueran árboles
sino porque, según yo, se parecían a los hombres.
En ese tiempo,
recuerdo que subía a ese cerro y miraba la alameda.
Sabía que en sus ramas había nidos y pájaros
e insólitas parásitas floreciendo.
Pero no era eso lo que me atraía
sino el verlos en fila.
Y pensaba: parecen soldados que vuelven de una
batalla,
derrotados,
o enfermos que vagan sin encontrar un hospital
para sus males,
o esclavos que retornan del trabajo encadenados,
o poetas decadentes
o filósofos idealistas
o estudiantes militarizados
o ancianos sin asilo.
Y es que hay que verlos
con las ramas como brazos fracturados
y con ese color de poesía triste
para encontrarle justificación a lo que escribo.
Olvidaba, sin embargo, o mejor dicho, no veía
que algunos tienen ramas crispadas
como oradores de masas
o
como enormes espartacos vegetales.
Pero pasó el tiempo
y no es sino ahora
que puedo escribir este poema.
Es decir que estamos ante una voz de poeta del pueblo, del pueblo que en la estructura social representa a los sin voz, pero que en su voz de poeta se fortalecen y reclaman a todos los vientos su reivindicación universal. Encuentro sus libros anteriores a El tiempo principia en Xibalbá influidos por las lecturas de Asturias y de César Vallejo, no podía ser de otra manera si fue el mismo Luis de Lión quien me indujo a leer a Vallejo. Con el tiempo nos hicimos muy amigos y con su franqueza inalterable también me permitió trabajar junto con él algunos de sus escritos, ya fuera en su casa o en la mía. A ese efecto recuerdo muy bien su cuento Tarzán de los monos escrito con su conocimiento del cine universal hollywoodense y nos reíamos a gusto con sus recuerdos humorísticos. Porque así era Luis, un escritor con la carcajada más franca que he conocido. Un amigo irrepetible.
Muchas gracias.
Colonia La florida, 20 de septiembre de 2014.
A 34 años, cuatro meses y cinco días de su partida definitiva.