Créditos: Francisco Rodas
Tiempo de lectura: 2 minutos

Por: Francisco Rodas

Parte I

Después de atravesarme varias veces la piscinita que compré en el mercado El Guarda, me fui a ver la procesión del Santo Entierro. Parado en una esquina, caí en la cuenta que, en la proa y en la popa de esta solemne embarcación, le acompañaban San Chévere, San Shuco, San Algodón, las Santas Vuvuzelas y las Santas Granizadas.

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Parte II

Para la próxima semana zángana, además de la crema bloqueadora, lleve máscara de gases.

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Parte III

A la piscinita que compré en el mercado El Guarda se le abrió un hoyo, y el domingo amaneció sin nada de agua. Creo que este desastre fue un aviso que la fiesta de verano había terminado.

Así que, para subirme el ánimo, me fui a disfrutar de la procesión del Cristo de la Resurrección. En este último evento cuaresmal, desaparecen las imágenes sangrantes y los fondos musicales que parten el corazón.

Todo es júbilo por la resurrección del inmortal, y hasta se oye la canción “a mí me gustan las pupusas”. Pero mi felicidad se enfocó en ver que, la férrea ley de que los músicos de estas bandas fueran sólo hombres se rompió.

Les dejó, lo que a mi parecer es, una fotografía histórica. Se trata de la primera dama que rompe el hechizo masculino. Ella estudió en el Conservatorio y sin temblarle la mano leyó la partitura y entonó “Maricumbia”.

(Francisco se lo dedica a El Cachetón Alfonso).

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