Cada 1 de noviembre, los cementerios se llenan de colores, música y vida. Quienes visitan a sus difuntos en el cementerio de Sayaxché, Petén, lo hacen para recordar a quienes tuvieron que partir.
Por Elmer Ponce
Los cementerios que suelen asociarse con el dolor, son también sitios de encuentro, memoria y amor. De una lápida a otra, se observan diversas escenas. Si bien el sufrimiento no se ha ido del todo, en algunos casos trasciende a la resignación.
Algunas historias de difuntos y ancestros
Dentro de estas paredes, se escucha de tiempo en tiempo las historias de familiares que visitan las tumbas. Algunas son más dolorosas que otras. Y es este aspecto el que pone en perspectiva la fragilidad de la vida.
Este es el caso de María Orbelina Corado Olivares de Córdova, quien visita cada año, en el cementerio a su pequeña hija, quien murió hace 26 años, cuando apenas era una bebé.
Y es el amor lo que la mueve a visitar la tumba de su hija. A solas, platica con ella y le cuenta su vida.
Este día, como parte de la tradición, elabora el “atol shuco”, los bollitos y el dulce de calabaza para compartir con toda la familia.
Al cementerio de Sayaxché también llega Celso Mario García. Él es residente del Barrio la Esperanza. Este 1 de noviembre, visitó la tumba de su esposa, quien falleció hace 9 años.
Pese al tiempo, la recuerda con alegría y nostalgia. Dice que la compañía de su nueva pareja que le ayudó a sobrellevar la perdida de su esposa, pero también la desaparición de su hija mayor en Sanarate, El Progreso.
Hasta el momento, desconocen su paradero y cuenta que lo más difícil es cuando llegan estas fechas, sin poder saber si existe una tumba en la cual pueda llorarla.
Ambos entrevistados consideran es importante recordar a todos aquellos seres queridos y transmitir estas costumbres y tradiciones a los hijos y nietos, para que no olviden a sus ancestros.