Créditos: Estuardo de Paz
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Por Stener Ekern*

A dos meses de las elecciones de 2023 en Guatemala no dejan de impresionar las amplias protestas, manifestaciones y acciones colectivas lideradas por las autoridades indígenas de este país. Sorprenden por su magnitud y por su mensaje en defensa de la democracia institucional, sin referencia a ningún proyecto o programa político en particular. Es una movilización popular, extensa y profunda, que sobrepasa por mucho las protestas de 2015 que lograron la destitución del presidente Pérez Molina. El llamado “levantamiento de los bastones” se enfoca en el fundamento moral de la política de un país democrático: las reglas del juego, los valores y los procedimientos. Ni las personas de los candidatos, ni sus palabras y tampoco sus promesas, que en todo caso son transitorias. Ahí, en los aspectos institucionales reside la moral de un sistema que pretende articular el proyecto político de toda una unidad política, que en este caso es el pueblo guatemalteco.

Desde que inicié mi trabajo antropológico en San Miguel Totonicapán, en el año de 2,000, guiado por mi curiosidad por la milenaria tradición maya y en particular sus tradiciones de autogobierno en un contexto postcolonial y modernizador, he ido observando la palpable brecha entre la sociedad rural, tradicional y pequeña, maya, por un lado, y por el otro, la sociedad urbana y moderna que domina el ámbito nacional.

Luego de varios años en el campo, he compartido la vida de los k’iche’ a nivel local en los cantones de Totonicapán y he participado en todas las actividades de los 48 Cantones, su órgano de autogobierno, la otrora alcaldía indígena de este municipio. Como es sabido, desde la independencia en 1821, las llamadas alcaldías indígenas son instancias que ejercen el poder político a nivel local en Guatemala al lado del gobierno municipal que forma parte del sistema nacional. Ahora participan más de 30 de estas alcaldías en este levantamiento.

Los 48 Cantones

En términos resumidos, en Totonicapán Los 48 Cantones consisten, primero, de unas 1,000 personas elegidas en asambleas generales cantonales (hay un equipo o “corporación” de aproximadamente 20 personas en cada cantón). Son parte de familias que se turnan para mantener la infraestructura social, política y física de su comunidad en tareas que van desde el guardabosque y el fontanero (manteniendo los sistemas de agua potable) hasta el secretario y el alcalde. Son cargos anuales, denominados como su patán, o “carga sagrada” (en Totonicapán se usa el término k’axkol, o “sufrimiento”), este conjunto de autoridades con sus varas (batones de mando) es el gobierno local.

Segundo, en el nivel municipal, los 48 Cantones consiste en representantes individuales de cada cantón, unidos en cinco asociaciones conforme su tarea en la comunidad, presidido por la de la asociación de los alcaldes. Esta asociación de los 48 alcaldes y su junta directiva constituye la cara visible de Los 48 Cantones.

Cumpliendo regularmente con todas las obligaciones en este gran sistema de gobierno, los habitantes de Totonicapán se vuelven hijos de la comunidad, es decir mayas k’iche’. Además, sirviendo juntos, de esta manera la sociedad construye la comunidad y la legitimidad política de sus gobernantes, siendo sus servidores.

Esta legitimidad no existe en el sistema político nacional que consiste en elecciones generales para presidente de la república, congresistas y alcalde municipal cada cuatro años, pues en este caso se tratan de ejercicios impersonales que involucran temas distantes y abstractos. Contemplando los contrastes entre estos dos distintos sistemas políticos, he venido planteando la idea de que los mayas guatemaltecos viven en un mundo doble, o en un sistema dual.

Ciudadanos de dos mundos

Los habitantes k’iche’ en Totonicapán son ciudadanos de dos distintos sistemas de gobierno que, aunque se traslapan, también se contradicen. En el primero, llamémoslo el sistema maya, los ciudadanos aprenden a ser mayas a través de la constante participación en un sistema comunitario y colectivo. Se turnan en asumir todas las tareas del gobierno, y luego de haber cumplido su patán en plena visibilidad de sus conciudadanos mayas, los ancianos -o sea, los más experimentados y equilibrados- llegan a formar la élite política de su cantón o comunidad. Esta manera de hacer gobierno, con carne y sudor propio, en forma no remunerada, contrasta fuertemente con la forma de gobierno de la sociedad nacional guatemalteca.

Los k’iche’ de Totonicapán también son conciudadanos de la sociedad nacional, y votan para la Presidencia y el Congreso de la República, pero en forma de listas formadas por grupos de políticos. El contraste entre dos muy distintas maneras de postularse para hacer gobierno se ve muy bien. En la primera, en los cantones todos los participantes se miran y se miden y aprenden a valorar tales prácticas políticas como expresiones de la buena moral, necesario para defender la comunidad, y darle al bien común un sentido sagrado.

 

En el otro, los candidatos son desconocidos, y puesto que trabajan en contextos poco conocidos—por no decir escondidos—muy difíciles de evaluar. Este es un punto fundamental: la falta de transparencia en sus operaciones y de oportunidades para ocasionar críticas informadas sobre la actuación de los políticos que gobiernan este ámbito. Así, para un ciudadano cantonal es casi imposible hacer una apreciación moral de los candidatos en los procesos de elección para el gobierno nacional. En la elección cantonal se puede hacer una comparación constante y formarse una opinión de las alternativas políticas. En los eventos nacionales, se pierde la conexión moral entre la acción política y los valores fundamentales desde los cuales las elecciones deben emanar.

 La corrupción y el clientelismo

En la ausencia un nexo entre la moral y la política, crece la extensa corrupción que tanto aflige la política guatemalteca a nivel nacional. El gran auge en la participación en las manifestaciones y protestas desde 2015 hasta 2023 se explica al darse cuenta de cómo los eventos, de 2015, surgieron “de la calle” mientras que los de este año surgen “de la comunidad”. Además de la indignación política provocada, en 2015, por la actuación de un político corrupto y sus redes criminales, los de este año se nutren de una indignación fundamental por la falta de respeto por un legítimo proceso electoral y la enorme capacidad organizativa de un gobierno basado en el quehacer cotidiano del ciudadano común. O sea, de ningún clientelismo ni ninguna ideología en particular.

Viviendo en los cantones de Totonicapán y siguiendo de cerca el trabajo la institución maya que son Los 48 Cantones, además de entender Guatemala como unidades políticas superpuestas, uno va apreciando la distancia social y moral entre los mayas de las comunidades y los hispanohablantes de la sociedad nacional.

En muchos sentidos, el primer grupo vive fuera del Estado, no sólo por ser pobre y por encontrarse en los márgenes de la sociedad cuyo centro es la administración estatal. Se puede observar como “nosotros en la comunidad nos gobernamos en nuestra manera, los hispanohablantes lo hacen de su modo, en su mundo”. En la medida que existen traslapes, “habrá que aprovechar” y darle el voto “a quien ofrece más. En las aguas lodosas entre dos mundos se nutre la inmoralidad y los inmorales.

El voto se vuelve un objeto negociable en un mercado sin regulación alguna, sin el nexo fundamental y sagrado que caracteriza a la opinión que se forma en la vida cotidiana y en la asamblea comunal. Al servicio de estos votantes marginados, con sus votos efímeros, surgen los politiqueros, los corruptos, denominados así no sin razón. Para el votante que vive entre mundos opuestos, más vale un puente en la carretera local que una lejana y abstracta justicia. Hasta ahora.

El futuro

Durante los últimos 30 años, por medio de los procesos generales de modernización, la integración social a través de un sistema educativo nacional, el consumismo y las atracciones de la cultura popular difundida por los medios masivos de comunicación, además de una guerra civil y un proceso de paz, la brecha entre la comunidad maya y la nación hispanohablante se ha vuelto cada vez menos totalizadora.

En las recientes elecciones nacionales hemos visto un paulatino crecimiento de un segmento maya en el electorado nacional. Sus votos provienen de la llamada “Guatemala rururbana”, de los sectores profesionales y comerciales, y no de los cantones más lejanos, campesinos y por eso, supuestamente, más “auténticamente” maya. En Totonicapán, y por todo el país, los ciudadanos maya se percatan de la importancia de lo nacional en su vida cotidiana en el cantón o en las urbanizaciones. Y se asustan por la falta de seriedad y moral que están observando al conocer la “política de los corruptos”.

Las organizaciones antes denominadas alcaldías indígenas, de las cuales los 48 Cantones posiblemente es el más destacado, como se ha expresado en su liderazgo en los eventos de 2023 que aquí exploramos, no surgen ahora por casualidad como protagonistas en las protestas contra un intento por desvalorizar el proceso electoral nacional y desacralizar los votos. Los que hasta ahora se encontraban marginados de las votaciones nacionales, rápidamente se están volviendo sus más arduos defensores. Gracias a la legitimidad que gozan las autoridades comunales en su ámbito tradicional, y a su capacidad organizativa, Guatemala está a punto de renovarse como una democracia, revitalizando el nexo vital entre moral y política.

* Antropólogo, profesor emérito de la Universidad de Oslo, Noruega

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