Créditos: Estuardo de Paz
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Diego Vásquez Monterroso*

Desde el 2 de octubre de este año asistimos a algo poco común en la historia de Guatemala: un levantamiento generalizado de la población. Es común en la retórica progresista y de los movimientos sociales argumentar que Guatemala se trata de un pueblo en resistencia, que es posible trazar sus resistencias en múltiples lugares y momentos, pero la verdad es que se trata de resistencias de sectores, comunidades y que a la vez buscan objetivos puntuales.

Esto no significa que no sean válidos (que sí lo son, y mucho), sino que el asumir que las poblaciones en Guatemala viven en perpetua resistencia tiende a anular la noción misma de resistencia (que implica, en contextos autoritarios, la negociación, ceder, ganar un poco, y no solo resistir sin cambios), e impide comprender los alcances de algo como lo que sucede ahora.

En nuestra historia es posible encontrar paralelismos con lo que sucede ahora, pero son muy pocos -los dedos de una mano son suficientes- y aun así hay otros elementos que escapan totalmente a cualquier comparación histórica. Haciendo una revisión histórica rápida, lo actual tendría paralelismos con los siguientes sucesos:

  • el levantamiento generalizado de comunidades y barrios, así como de movimientos revolucionarios, entre 1978 y 1981;
  • la Rebelión de La Montaña y su alianza con las grandes comunidades mayas del altiplano, sucedido entre 1837 y 1840, y;
  • 3) la Guerra Kaqchikel (1524-1530) y su continuación más reducida entre 1535 y 1540, que organizó a casi la totalidad de las poblaciones mayas del altiplano en contra de los españoles y sus aliados centromexicanos, un fenómeno que tuvo su clímax entre 1527 y 1529.

Es necesario aclarar que estos no han sido los únicos levantamientos populares que han existido en Guatemala, por ejemplo, a nivel mucho más urbano (pero con pequeñas réplicas y repercusiones a nivel nacional) están la Revolución de 1944, la Semana Trágica de 1920 y la Revolución de 1871, así como la larga guerra civil entre 1954/60 a 1996 (del cual forma parte el numeral 1). Lo que acá busco explicar, o comparar, son los momentos particulares de movimiento, sus alcances específicos y cómo estuvieron integrados. Y en ese sentido, es probable que únicamente los tres mencionados entren en ese patrón.

El levantamiento revolucionario 

El primer momento, el mejor conocido por especialistas de ese período y por muchas personas aún vivas, incluyendo varias que participan en las actuales jornadas de movilización, implicó la masificación y radicalización del movimiento revolucionario armado y sus contrapartes civiles, que comenzaron a conjuntar intereses con otras demandas más específicas y locales.

Esto se había agravado a partir del terremoto de febrero de 1976, pero también por la respuesta autoritaria y violenta del Estado y sus aliados a buena parte de demandas que un Estado más estratégico y menos contrainsurgente, hubiera mediado para evitar su radicalización. Todo ello, junto a factores internacionales como el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, provocaron que hacia 1980 se considerara inminente la victoria de las guerrillas.

La compilación de trabajos de varios autores hecha por Manolo Vela Castañeda hace unos años es una buena introducción para entender el grado de movilización popular que había. Eran comunes los cierres de carreteras, el sabotaje de industrias, las manifestaciones y huelgas masivas (la de los cañeros de la Costa Sur entre las más heroicas y famosas), incluso la declaratoria de «zonas liberadas» al control estatal, y la incapacidad del Estado de reaccionar. Esta reacción solo vino a través del exterminio masivo e indiscriminado -porque incluyó militantes pero también inocentes usados como ejemplo de castigo social- provocando el aislamiento internacional del país pero también el triunfo militar del ala más dura del ejército, las élites y el Estado.

La Rebelión de La Montaña

El segundo ejemplo de comparación ha sido caricaturizado como «atraso», «ignorancia», y otros epítetos similares, pero acá explico por qué se estableció esa narrativa en el futuro post-1871. Como explican Ralph Lee Woodward (y otros después de él) lo sucedido entre 1837 y 1840 retrasó varias décadas el advenimiento del liberalismo más radical, la pérdida de tierras comunales y la destrucción de las sociedades indígenas, una pausa de casi medio siglo que permitió a estas últimas encarar de mucha mejor manera la inminente «modernidad regresiva» -como le llama Ramón González Ponciano- de los segundos liberales a partir de 1871.

Autores como Ralph Lee Woodward, Greg Grandin, Arturo Taracena Arriola, Jorge González Alzate, Juan Carlos Sarazúa o la misma González-Izás han detallado este proceso: el primer liberalismo buscaba quebrar con las estructuras de «atraso» en el país, que ellos veían centradas en la Iglesia católica y los pueblos indígenas, aunque en el fondo la codicia sobre las ricas y extensas tierras comunales, y su mano de obra eran el núcleo de este proceso. La epidemia de cólera de 1837 provocó un alzamiento generalizado en «La Montaña», un área al suroriente de la Nueva Guatemala, que se prolongaba hasta Jalapa y Santa Rosa, llena de poblaciones xinka, poqomam, y de «castas» que se habían mezclado de muy diversas formas entre sí y que además habían creado todo un sector de pequeños y medianos propietarios que, a diferencia de aquellos de Los Altos, estaban armados y entrenados militarmente, por haber formado parte de las milicias del Estado en las distintas guerras federales.

Este grupo eventualmente tomó la Nueva Guatemala a inicios de febrero de 1838, dando lugar a la famosa frase del «bosque en movimiento» que John Lloyd Stephens arguye que le compartió un diplomático británico, impresionado por el enorme ejército comandado por un joven ladino llamado Rafael Carrera, que estaba a su vez apoyado por antiguas familias de pequeños y medianos propietarios de La Montaña.

Bajo el argumento de la restauración del catolicismo, se dio la restitución de las Leyes de Indias (coloniales, pero que daban amplios márgenes de autonomía -territorial, económica, cultural, legal- tutelada por el Estado a los pueblos indígenas), aunque no se recuperó -por ser el motivo de buena parte de las rebeliones previas- el tributo o contribución directa, algo que sí sucedió en otros lugares de América Latina.

Además, este movimiento se centró pronto en la recuperación del recién independizado Estado de Los Altos, algo que sucedió en 1840 y que, además de finiquitar el experimento federal centroamericano (con el apoyo masivo de los pueblos mayas del altiplano occidental), sirvió para crear una amplia alianza entre castas, xinkas y mayas del altiplano, en un fenómeno que durante 1840 y de forma menor en 1848 se convirtió en una inversión de las jerarquías que provenían de la Colonia y que los criollos y ladinos republicanos querían mantener. Por eso estos últimos temían su propio exterminio, un argumento que desde entonces (con más fuerza) han seguido utilizando para justificar atacar a indígenas, campesinos y grupos subalternos cuando éstos reclaman sus derechos.

No se llegó a eso, pero sí se comenzó a construir una especie de modernidad en cámara lenta, negociada, que -en palabras de René Reeves-  buscaba proteger las tierras indígenas y sus sistemas legales mientras favorecía la modernización agrícola de las élites. Esto permitió que durante el largo mandato directo e indirecto de Carrera, se mantuviera firme la alianza con los pueblos indígenas, donde se restituyeron y retitularon muchas tierras comunales, e incluso se eliminaron las alcaldías mixtas o solo de ladinos, en beneficio de los indígenas. Este proceso no estuvo exento de contradicciones, pero ha sido lo más cercano al pluralismo jurídico, Estado plurinacional o Estado federal o confederado por el que se aboga ahora. Junto a ello, Carrera abogó por la centralidad de la Nueva Guatemala como eje político de todo el país, de una manera tal que incluso los liberales quetzaltecos de 1871 no cuestionaron. De allí que los liberales posteriores a 1871 se dedicaron a explicar esa parte de la historia como un retorno al oscurantismo colonial, comandada por ignorantes y fanáticos religiosos que fueron finalmente derrotados por el «progreso».

A pesar de que la época liberal terminó en 1944, la impronta de su modernidad sigue siendo la base del presente Estado y buena parte de la cultura política actual, de allí que muchos progresistas reniegan de lo logrado en la época de Carrera y su experimento de Estado-de-naciones y modernidad lenta. Un experimento que, junto a la habilidad política y militar de Carrera, le permitió estar en el poder hasta su muerte en 1865, y a su proyecto hasta 1871, cuando los herederos del Estado de Los Altos (un proyecto centrado en criollos y ladinos, con una visión de los indígenas como inferiores, con ricas tierras y sujetos a mano de obra barata) finalmente tomaron la Nueva Guatemala y todo el Estado nacional.

La Guerra Kaqchikel

Para encontrar otro paralelo tenemos que viajar hasta el siglo XVI, en especial a los primeros años de la invasión europea. Éste es el tercer caso mencionado arriba. A diferencia de la narrativa dominante de la historiografía oficial o criolla guatemalteca, el proceso de «conquista» del altiplano central y occidental tomó no unos meses sino cerca de dos décadas, entre 1524 y 1540. Esto se debió a varios factores, pero quizás los más importantes oscilan entre la avaricia y violencia del proyecto colonial encabezado por Pedro de Alvarado -por demás muy impulsivo y que le llevó a provocar muchos problemas en el proceso militar mismo- y la capacidad militar y comunitaria kaqchikel, entonces el poder militar dominante en la región.

Después de una temprana alianza y ante los requerimientos de Alvarado, los kaqchikeles comenzaron su  lab’äl o «guerra» a finales de 1524 (no «rebelión» o yujuj, que solo sucede cuando un subordinado se opone a su superior; en este caso era guerra porque se rompió la alianza con un igual), un fenómeno que llegó a su clímax entre 1527 y 1529, que vació casi totalmente de españoles y sus aliados centromexicanos toda la región, y que obligó a llamar a las fuerzas de Jorge de Alvarado a intervenir, un evento detallado en el Lienzo de Quauhquechollan y descrito a detalle por autores como Florine Asselbergs, Ruud van Akkeren y Laura Matthew. Una intervención que controló pero no venció a los kaqchikeles y sus aliados, pero que llevó la situación a un punto muerto en 1530, cuando se acordó una tregua que tiempo después Alvarado traicionó.

La muerte de B’eleje’ K’at -uno de los dos gobernantes principales kaqchikeles- lavando oro en 1532, indignó y encendió los ánimos de muchos, tal y como sabemos por la Crónica Xajil  o Memorial de Sololá, (en la versión de Judith Maxwell y Robert Hill, la mejor hasta el momento) pero no fue sino hasta 1535 cuando se iniciaron las hostilidades otra vez, ahora de nuevo con el liderazgo de Kaji’ Imox, uno de los antiguos gobernantes kaqchikeles de Iximche’ y de Kiyawit -o 9 en Náhuatl- Kawoq, un nuevo líder k’iche’, quienes fueron apresados y ahorcados en 1540.

Esta guerra de cerca de 16 años movilizó a todo el altiplano central y occidental, y logró recuperar sus territorios por cerca de 3 años, pero el equilibrio de fuerzas y la traición de los españoles acabó con ello. Aun así, dio un respiro a los procesos de destrucción comunitaria tempranos vistos en otras partes de Mesoamérica, y unos pocos años después, el final de la esclavitud indígena y el reconocimiento de que los altiplanos no tenían metales preciosos en demasía abrió un largo período colonial donde tanto el sistema mismo como las condiciones particulares permitieron amplios márgenes de autonomía a las comunidades indígenas, aunque sujetas a tributos y abusos recurrentes, que aumentaron a partir del siglo XVIII.

Octubre de 2023 desde nuestra historia

¿Qué relación tienen estos levantamientos con lo que sucede actualmente? Aunque ninguno es equiparable a otro, es evidente que en todos fue necesaria una amplia movilización de las comunidades indígenas en todo el territorio de la gobernación / provincia / república para realmente comenzar a hablar de un levantamiento masivo.

Un elemento clave de todo esto es la toma de las ciudades principales: Quetzaltenango, la Nueva Guatemala, Antigua Guatemala, Chimaltenango, Sololá, lugares estratégicos antes y ahora, que fueron tomados -o desde donde surgió el levantamiento-  y que fueron determinantes en el éxito final de los mismos. En el caso de la Guerra Kaqchikel, incluso la toma de ciudades no fue garantía, y en la guerra civil ello no llegó a suceder en ninguna ciudad de importancia.

Otro elemento clave es la pluralidad del movimiento, dado que en los tres mencionados implicó no solo la movilización indígena, sino también de las castas, de los ladinos e incluso de sectores descontentos de las élites criollas o extranjeras, que dieron la puntada final a los levantamientos. Esto último es importante, dado que solamente en el caso de La Montaña y su alianza con el altiplano occidental es evidente una movilización masiva de los pequeños propietarios y manufactureros indígenas, un elemento clave que blindó aún más -por el aporte económico y de negociación política- a este movimiento.

Hoy sucede lo mismo: es la región k’iche’ occidental -la que agrupa a las poblaciones mayas económicamente más prósperas y políticamente mejor organizadas- y sus aliados, la que dirige el movimiento, junto a su contraparte xinka, históricamente un equivalente igualmente rico (aunque menos conocido como tal) al oriente.

Los k’iche’ occidentales aprendieron rápidamente a negociar con los sistemas colonial y republicano, a pesar de la idea de «perpetua resistencia». Greg Grandin -en su trabajo sobre Quetzaltenango pero sobre todo en el que hizo sobre Cantel – ha demostrado que esto fue algo mucho más complejo, donde incluso «se invitó al Estado a entrar» como un actor de poder más. Pero esto no significa que no hayan buscado, cuantas veces fuera necesario, manifestar su descontento, movilizarse y bloquear la economía cuando lo consideraron necesario. Poco se ha dicho de cómo han ayudado a construir parte de lo que es Guatemala hoy, y me refiero a sus propuestas más vanguardistas como el Movimiento Maya (que surgió allí), el revival de la espiritualidad maya, o cómo se protegieron como región en los años más violentos de la última guerra civil. En cierta manera son la anticipación de uno de los futuros de Guatemala.

Lo que sí se puede considerar novedoso es, no tanto la alianza con los movimientos urbanos ladinos de la Nueva Guatemala y otros lugares, sino el acatamiento de éstos a las directrices de las autoridades indígenas, como se vio especialmente durante la noche del pasado 11 de octubre, y en las despedidas a algunas autoridades al pasar por varias zonas de la capital. Esto sí es totalmente insólito y anómalo -históricamente hablando- y un equivalente parcial sería el del momento de la creación del movimiento en La Montaña, aunque al desconocerse mucho de los detalles internos no es posible hacer una equivalencia total.

Repito: ES TOTALMENTE NOVEDOSO. Como sea, esto es quizás el elemento temporalmente más justo con la realidad del presente, mucho más diversa y plural en la Nueva Guatemala y en muchos lugares ya, donde el acceso más rápido a la información y las mejores comunicaciones pueden permitir algo así. En parte pareciera que el largo camino de las castas y ladinos de construir su identidad alrededor del Estado nacional guatemalteco ha llegado a un punto generalizado -no sé si mayoritario, es complicado verlo ahora- de crisis, donde las alternativas son las comunidades indígenas mayas y xinkas.

Siempre lo han sido.

Es probable que los lectores encuentren otras similitudes, detalles y demás en otros casos o en estos mismos que he señalado acá. Mi intención comparativa no es reducir lo actual a tres ejemplos puntuales, sino mostrar a través de esta comparación que las posibilidades, éxitos y fracasos de los grandes levantamientos dependen tanto de condiciones de su propia época, como también de otras, que a la vez pueden servir de lecciones y de consejos para imaginar los futuros posibles.

Al final, lo que está en juego en este momento son diferentes formas de pensar y vivir el futuro, desde los más plurales, democráticos, horizontales, dignos y abiertos, hasta los más cerrados, violentos y autoritarios. Ventanas de oportunidad así solo se presentan pocas veces, a veces ninguna, en la vida promedio de una persona, por lo que entenderlas y asumir un papel crítico y comprensivo con ellas es necesario.

Las antiguas autoridades k’iche’s de Totonicapán le dijeron alguna vez al investigador Stener Ekern «los ancianos siempre tienen razón» para referirse al hecho de que los líderes ya fallecidos ya habían imaginado las diferentes sendas por las cuales se podía organizar la sociedad.

1524-1540 y 1837-1840 lo confirman, ¿y 2023?

Arqueólogo y estudiante doctoral de Geografía en la Universidad de Edimburgo, Escocia, Reino Unido. Ha investigado por más de una década las formas de organización social, la historia, la cultura y la organización territorial de diversas comunidades mayas de Guatemala, todo ello en una perspectiva histórica que privilegia el tiempo largo. Además ha sido perito en procesos judiciales de defensa de comunidades indígenas y presos políticos. Próximamente se publicará su última investigación, Heterarquía y amaq’: organización social entre los K’iche’ occidentales (siglos XV-XXI) por parte de la Universidad Rafael Landívar y Sophos.

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