Créditos: Juan José Guillén / Prensa Comunitaria – Fotografía: Facebook Bernardo Arévalo.
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Por Sergio Tischler Visquerra

Tienen miedo. No solamente es la corrupción, el cinismo, la degradación moral, el desprecio, el odio de clase de las élites oligárquicas, cuya expresión política más visible es el “pacto de corruptos”. Hay algo más profundo: también tienen miedo. Miedo a que la historia democrática interrumpida en 1954 pueda levantar cabeza en la figura de Bernardo Arévalo, hijo de ex-presidente Juan José Arévalo.

Bernardo Arévalo llega a la Ciudad de Quetzaltenango en el primer día de su campaña de cara a la segunda vuelta electoral. Foto: Movimiento Semilla RRSS.

En junio de 1944, un amplio movimiento popular depuso al dictador Jorge Ubico. Sus efectos políticos fueron más allá de la renuncia del dictador de turno; de hecho, pusieron en crisis toda la estructura de poder de las dictaduras liberales, las que habían sido la forma política de la oligarquía cafetalera. El movimiento popular desbordó esas estructuras y abrió un espacio de autodeterminación política inédito en la historia del país. Como parte de ese proceso, surgió la candidatura a la presidencia del país del Dr. Juan José Arévalo, en aquel entonces un prestigioso (y autoexiliado) profesor universitario en Argentina.

Desde los primeros días de la campaña electoral se hizo evidente que Arévalo iba a arrasar en las urnas. La estructura de poder del ubiquismo reaccionó organizando un golpe de Estado para impedir las elecciones. La esperanza de un cambio estaba en vilo. Se produjo entonces, el levantamiento militar del 20 de octubre. El hecho habla de cómo el desbordamiento de las estructuras de poder dominantes por parte del movimiento popular había dado lugar a una crisis dentro del ejército, cuya expresión más conspicua fue el levantamiento encabezado por oficiales jóvenes, entre los cuales destacó el entonces capitán Jacobo Árbenz Guzmán. Con esto, la forma política y el aparato estatal del poder oligárquico tradicional habían entrado en un quiebre irreversible, y del proceso democrático en marcha surgirían nuevas instituciones que representarían hitos fundamentales en la historia de las reivindicaciones populares en el país.

Crédito: Diario El Imparcial, diciembre de 1944. Trabajo Hemerográfico: Prensa Comunitaria.

Arévalo ganó la presidencia por un amplio margen. En las elecciones de 1944, sacó 256,514 votos, mientras su más cercano competidor, Adrián Recinos, apenas logró 20,550. Durante su administración, se promulgó el Código del Trabajo, se creó el IGSS, se aprobó la Ley de Fomento Industrial, entre otras reformas. Uno de sus principales esfuerzos fue el de la educación pública. Como demócrata y pedagogo estaba convencido en la necesidad de una profunda reforma de la educación, que a la par de fomentar el desarrollo técnico y científico, tuviera un fuerte contenido ético y moral. De hecho, la idea de democracia de Arévalo se fundaba en la necesidad de desarrollar una ciudadanía robusta, para la cual era necesaria una educación que fomentara el desarrollo de la libertad fundada en el respeto mutuo y la capacidad de crítica de los ciudadanos. Esta ciudadanía robusta no podía verse sino como un proceso de profundización democrática, que implicaba la autoorganización de las clases trabajadoras, de allí que el Código del Trabajo fuera pieza clave en su desarrollo.

Bernardo Arévalo en caravana en el territorio de Ixcán durante su campaña de cara a la segunda vuelta electoral. Foto: Movimiento Semilla RRSS.

Este proceso quedó roto en 1954, y desde que la revolución democrática fue quebrada por el golpe de Estado y la intervención norteamericana, la democracia se pervirtió en Guatemala. Se convirtió en una forma legaloide de vestir un sistema corrupto y represivo, destinado a garantizar los intereses de la oligarquía y del capital, cuya reproducción en los tiempos actuales está ligada al narcotráfico.

Se puede entender entonces por qué el sueño de Arévalo es una pesadilla para el poder hegemónico. No solamente tienen miedo de que un probable gobierno encabezado por su hijo frene la descomposición política y social que ese poder genera para beneficiar a unos cuantos, sino que por esas grietas que se abren en la historia de la dominación se puedan filtrar los aires de una primavera. El antagonismo tiene memoria: para el poder es un reflejo contra todo cambio que puede venir desde abajo; para nosotros, la memoria está forjada de resistencias donde la esperanza de un cambio no se ha apagado.

Puebla, julio 2023.

Sobre el autor*

Sergio Tischler Visquerra nació en Guatemala. Es licenciado en Historia y doctor en Estudios Latinoamericanos. Es investigador-profesor asociado en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México.

 

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