Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Dante Liano

La serie de televisión The White Lotus no ignora los variados trucos clásicos de la narración. Sabemos que tales trucos vienen desde la antigüedad. Si uno quiere contar una historia, puede poner a sus protagonistas en viaje, seguro de que cualquier viaje, hasta el mísero y tremolante trayecto en autobús de casa a la oficina, trae consigo aventuras y relatos para contar. Nuestros rutinarios viajes cotidianos poseen una modesta épica. En América Latina, uno puede ser asaltado por delincuentes armados que hacen una colecta de móviles, “el móvil o la vida”, sin saber que, para muchos, el móvil es la vida. He sabido de algún ladrón cascarrabias, el cual, al ver la pobreza del móvil de algún aterrorizado pasajero, lo increpa: “¡No sea miserable, cómprese uno mejor!” y, después de haber metido la mano a la bolsa, le regala alguno, lujoso, de otro pasajero. Grandes obras literarias usan el truco del viaje. Otras, en cambio, se valen del “evento inesperado”: en una situación de aparente normalidad, se introduce un suceso que cambia la vida de todos los personajes. Ejemplo de siempre es el de Gregorio Samsa, que, agobiado por su rutina de empleado y burócrata, una mañana se despierta convertido en un monstruoso insecto. O el de Aureliano Buendía, cuya reacción al abuso de un prepotente inicia 32 guerras civiles, que, lo sabemos, perdió todas.

Otra de las estratagemas favoritas de la narración clásica es el de encerrar a los personajes en un espacio infranqueable, y derivar de ese encierro una serie de líos, enamoramientos, simpatías, antipatías, odios y animadversiones que constituirán la trama del relato. Ejemplos muy claros de tal recurso son varias obras de Agatha Christie. La ratonera(The Mousetrap) duró incontables años en escena, y Asesinato en el Orient Express es considerado un clásico de la literatura noir. The White Lotus utiliza este recurso. Obviamente, quien lo utiliza es Mark White, inventor, escritor y director de tal serie. Si a eso añadimos un crimen o un presunto crimen, la receta de la adicción por parte del público está lograda.

Un grupo de empleados, en formación casi militar, recibe con una sonrisa panorámica a los clientes del White Lotus, un resort de super lujo en Hawái.  El director y administrador del hotel, Armond, incita a sus empleados hawaianos para que sean lo más serviles y condescendientes con los visitantes, que piensan pasar una semana de relax en ese paraíso tropical (hay que subrayar la fotografía de la serie, que muestra los mejores rincones del lugar, con espléndidos crepúsculos y desconcertantes auroras; igual mérito lo tiene la música de fondo, también hawaiana, indispensable acompañamiento para las aventuras que esperan a los turistas). Solo que, una vez instalados en sus habitaciones, los clientes comienzan a presentar problemas.

El primero es el de la atribución de una habitación equivocada a una pareja de recién casados, que piensan pasar la luna de miel en esos días. La miel se pone ligeramente agria cuando Shane, un joven escalador egocéntrico y presuntuoso, descubre que le han dado un cuarto de calidad ligeramente inferior al que había reservado. Comienza entonces una guerra sin cuartel contra el administrador, quien, en efecto reconoce la equivocación, pero no la puede sanar porque ya le ha concedido el cuarto a una pareja alemana. El incidente sirve para desvelar la naturaleza maniacal y prepotente de Shane, y sirve, sobre todo, a su esposa, para descubrir que está casada con una máquina de éxito, una de esas personas que no se detienen ante nada para imponer su voluntad. Además, Shane es machista, violento y cerrado. Tal descubrimiento abre una grieta insanable en la relación, y los va a llevar al borde del divorcio. Armond hace de todo para tapar el error, pero la voluntad de Shane los conduce al abismo de la violencia.

Por su parte, Armond no tiene la serenidad ni la capacidad de administrar un lugar de esa categoría. En el pasado, ha sido alcohólico y ha abusado de las drogas. Le convendría más un convento que un hotel lleno de tentaciones para llevar a cabo su rehabilitación. Cuando las dificultades comienzan a aumentar, Armond cede y reincide con el abuso de alcohol y drogas.

Otro personaje diseccionado sin piedad es el de Tania, una rica señora, náufraga de matrimonios y agobiada por la reciente muerte de la madre. La finalidad de Tania, en ese viaje, es obedecer la voluntad de su difunta madre: esparcir las cenizas en el océano. Con una gran debilidad psicológica, Tania busca afecto por todas partes, y cree encontrarlo en las sesiones de masajes de la fisioterapista del hotel, Belinda. Naturalmente, lo de Belinda no es afecto, sino profesionalidad. Nada que hacer: Tania establece una relación de amistad con la masajista, la invita a cena todas las noches y, al final, le ofrece financiar una Spa en la cual Belinda será la jefa. Belinda se ilusiona al punto de elaborar un proyecto de Spa y está por obtener la ayuda de Belinda cuando interviene un factor inesperado. Vecino de habitación de la rica señora es un tal Greg, del cual se sabe poco, excepto que tiene una enfermedad que lo llevará a la tumba. Greg y Tanya se enredan amorosamente, y a la facultosa turista se le olvida Belinda. La cual se queda con un puño de moscas en la mano. La alegoría es transparente: los ricos usan a los pobres mientras le sirven, para luego tirarlos a la basura sin contemplaciones cuando encuentran otro juguete.

La serie se concentra largamente en las complejas relaciones de una familia burguesa clásica. Está compuesta por Mark, un empresario lleno de disturbios emocionales reprimidos; Nicole, la clásica mujer de éxito en un mundo de tiburones; Olivia, una joven que finge rebeldía pero que se comporta con el cinismo y la crueldad de sus padres y Quinn, un adolescente que no sabe lo que quiere y que se deja maltratar por su egocéntrica hermana. Completa el cuadro Paula, amiga del corazón de Olivia, invitada para la ocasión. Con gran sabiduría narrativa, seguimos la evolución de los personajes, pintados con crueldad y sin titubeos, en el ejercicio del cinismo y la soberbia del dinero. La situación precipita por dos variaciones de la rutina: Paula olvida en la playa una bolsa repleta de droga (las chicas hacen uso abundante de marihuana, anfetaminas, ketamina y otros fármacos) y también Paula tiene una relación amorosa con un camarero del hotel. Cuando están a punto de irse, Paula convence al camarero para que se robe las joyas que están en la caja fuerte de la habitación. El muchacho es sorprendido, durante el robo, por Nicole y Mark, luchan contra él y el chico logra huir, no sin haber golpeado a Mark. El incidente sirve para que la pareja, cuya relación sufre un deterioro de aridez e insoportabilidad, reanude sus relaciones. Y revela, de nuevo, cómo los ricos usan a los pobres para sus propias finalidades. Una vez que los han usado, los descartan.

Como un retrato feroz, cínico y sin piedad de la burguesía norteamericana, la serie es insuperable. Una especie de recorrido, a la Balzac, de los defectos y vicios de la clase dominante. Una objeción se puede plantear: las narraciones no funcionan como mecanismos de denuncia social. Dicho mejor: no funcionan sólo como mecanismos de denuncia social. La finalidad de una narración es relatar una buena historia y que esa historia sea verosímil. The White Lotus falla en ese aspecto. Considero que puede ser considerada como una narración mal construida. No es verosímil que un muchacho que ya efectuó el check in para entrar a un avión, se escape del aeropuerto y que el avión despegue igualmente, sobre todo si toda su familia está a bordo. No es verosímil que un hombre mate a una persona y que al día siguiente esté en el aeropuerto, libre y sin cargos, dispuesto a dejar el lugar. No es verosímil que una persona sea dada por muerta y que aparezca, de pronto, sin un rasguño como una resurrección inexplicable. No es verosímil que una persona sea cómplice de un robo y que la policía no la investigue. Tantas fallas narrativas destruyen el relato. Debemos recordar una cuestión sustancial: un relato debe ser verosímil. Si no lo es, no hay relato. Y nos quedamos con la denuncia, que, aunque refinadamente realizada, resulta banal: la clase dominante es cínica, brutal, ávida y usa a los dominados para satisfacer sus apetitos. Eso ya lo sabemos. Necesitamos, en cambio, buenos relatos.

Publicado originalmente en Dante Liano blog

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