Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Edgar Gutiérrez Girón

Pedro Castillo, presidente y dictador fallido

Perú es el ejemplo de los alcances de la ruina de la política en el hemisferio. Pedro Castillo anunció el miércoles 7 su golpe de Estado y una hora más tarde su propia guardia personal lo condujo a la comisaría en vez de a la embajada de México en Lima donde se asilaría.

Escribió Marx en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que la historia se repite como tragedia y después como comedia. Un miércoles también, pero del 17 de abril de 2019, otro expresidente de Perú, Alan García, se suicidó cuando iba a ser arrestado por un caso de soborno relacionado con la constructora Odebrecht.

El suicidio político de Pedro Castillo no tuvo drama. Mientras le temblaban las manos, transmitió un discurso en el que anunciaba el cierre del Congreso y un toque de queda, pero en las calles no estaba respaldándolo el pueblo que lo votó.

El alto mando militar emitió una nota escueta advirtiendo que no respaldaba al presidente, y el Congreso, que había intentado sustituirlo en dos ocasiones -sin lograr la mayoría calificada- adelantó su sesión y finalmente lo destituyó, acusándolo de rebelión. Su partido también lo desconoció.

Pedro Castillo encarna “la política del desaliento y el desaliento con la política”.

Insospechadamente, hace año y medio un maestro rural, hijo de campesinos semiesclavos de los Andes, ganó la Presidencia, postulado por un partido de izquierdas. Fue el resultado del hartazgo del pueblo ante un sistema escandalosamente corrupto. Las poderosas fuerzas conservadoras entraron en pánico.

Pero después de la transmisión de TV en vivo de una reunión de gabinete en la que el presidente durante más de 70 minutos no dio ninguna orientación a su equipo -es más, nunca habló- quedó claro que carecía de la capacidad mínima para gobernar.

Al principio integró un equipo sólido, con personalidades de prestigio que, sin embargo, renunciaron porque no había rumbo ni proyecto. En 18 meses desfilaron en su gobierno medio centenar de ministros y seis gabinetes enteros.

El problema es que el fracaso de Pedro Castillo no es el éxito de los poderosos grupos conservadores. En cuatro años Perú ha tenido seis presidentes. Fujimori, el dictador que sí tuvo éxito en 1992 al dar el golpe de Estado (que Serrano quiso emular unos meses después) dejó una Constitución, según la cual el Congreso puede declarar la vacancia de la Presidencia de la República “por incapacidad moral o física”. Al propio Fujimori le fue aplicada esa cláusula en el 2000.

La “incapacidad moral” aludía en el siglo XIX a la incapacidad mental del gobernante; ahora es un concepto que en política tiene aplicaciones discrecionales. A pesar de esa peligrosa arma en manos del Congreso -que por lo regular concita más rechazo popular que el propio mandatario- Perú no tiene un régimen parlamentario, pues el presidente es electo directamente por los votos de la ciudadanía.

Pedro Castillo acompaña en la misma cárcel a Fujimori, mientras los peruanos siguen debatiendo sobre su democracia secuestrada, aunque, a diferencia de nosotros, poseen un sistema independiente de justicia.

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