Por Dante Liano
¿Puede decirse de una serie de televisión que provoca ese extraño sentimiento llamado “tristeza”? Quizá no sea la palabra precisa, pero la visión de Esterno notte, del director italiano Marco Bellocchio, da lugar a una serie de sentimientos desconcertados y, tal vez, ese desconcierto, al no encontrar categoría, pueda aludir a la melancólica constatación de la dificultad de comprender la conducta de los seres humanos. Todos sabemos que la serie, en 6 episodios, evoca el secuestro y asesinato de Aldo Moro, en 1978, Presidente del partido italiano Democracia Cristiana. Evoca, porque como bien se ha señalado, no se trata de una reconstrucción histórica o documental, sino de una investigación sobre el mal y sus consecuencias.
Comencemos desde el principio. Marco Bellocchio es uno de los principales directores italianos contemporáneos Su primera película, I pugni in tasca, es una superación del neorrealismo para acentuar lo grotesco de las relaciones familiares: un ataque feroz y sin concesiones a la institución considerada el núcleo de la sociedad. Muy influido por el psicoanálisis, Bellocchio trata de escudriñar los movimientos profundos del alma de lo seres humanos: los infiernos disimulados por apariencia de virtud o de simple normalidad. Dicho de otro modo: para el director italiano, el cine no es solamente un momento de diversión, sino un medio para alcanzar el arte: esa representación estética de la realidad, que no es realidad, pero que nos muestra lo que la realidad oculta.
Quiero decir con esto que Esterno notte no es la acostumbrada serie de televisión para pasar el rato, con acción, o la localización de un serial killer, o el esclarecimiento de un asesinato, o una comedia brillante. Esterno notte no nos apasiona por esos acostumbrados motivos. Nos apasiona porque cumple con una de esas raras funciones del arte: es un espejo en donde vemos, en los otros, aquello que nos pertenece: fuerzas y debilidades de los seres humanos.
La serie de Bellocchio está perfectamente estructurada y admirablemente escrita. El capítulo inicial y el final son dos broches: uno abre y el otro cierra la historia. Desde el punto de vista narrativo, una construcción impecable. El primer episodio describe la personalidad de Aldo Moro y el factor desencadenante de su tragedia. En efecto, Moro creía que se habían dado las condiciones para hacer ingresar al Partido Comunista italiano (el segundo más fuerte en el mundo después del soviético) dentro de las decisiones de poder italianas. Su propuesta era la condensación y esencia de la política de los demócrata-cristianos: la mediación, el negociado, el trámite. Esa brillante idea fue su sentencia de muerte. El capítulo final nos muestra el desenlace: la condena y ejecución efectuada por un grupúsculo de exaltados.
Los episodios centrales resultan extraordinarios en su análisis del alma humana. Cada capítulo está concentrado en un personaje: el ministro de gobernación, el Papa, la esposa, una de los miembros del grupo de secuestradores. Bellocchio no cae en la facilidad de atribuir a cada uno un vicio o una virtud, sino que vicios y virtudes corren y se entrelazan en cada personaje. Emerge, por ejemplo, una de las características de la práctica política: la deslealtad y la cobardía. El ministro de gobernación es un pupilo del secuestrado, y, en teoría, debería agotar todos los esfuerzos para liberarlo. En cambio, se ahoga en un mar de contradicciones que, de hecho, lo paralizan. Se considera leal a su maestro, pero cuando la mayoría de los políticos italianos (incluso los comunistas) ciegamente optan por la razón de estado y por la actitud de no negociar con los secuestradores, el ministro se adecúa a la opinión de la mayoría. Seguramente, se plantea una duda consistente: ¿el Estado es un ente superior a los ciudadanos, de manera que la muerte de uno de ellos se puede justificar con tal de salvar al Estado? ¿O el Estado es una creación humana al servicio de los ciudadanos, por lo cual la vida de un ciudadano vale más que la sobrevivencia del Estado?
La cobardía de los políticos recorre todos los episodios. Es una cobardía dictada por el poder: me salvo a mí mismo y que se hundan los demás. Todo lo contrario de lo que debería ser la actitud de un político, servidor de los otros. En algunos casos, la cobardía se vuelve pusilanimidad. Actúa más la iglesia católica, presidida por un Papa oscilante, que quiere pagar un rescate a toda costa, pero que no encuentra interlocutores para ello.
Una figura espléndida es la de la esposa de Moro, Eleonora, crucificada en su dolor y perfectamente consciente de la traición de los compañeros de su marido. Su lucha para salvarlo es agónica, digna, recta y desesperada. Comprende perfectamente que a los colegas de Moro no les conviene que sobreviva. Y no obstante, lucha hasta el fin para salvarlo, teniendo en sus manos las redes de una familia desconcertada y adolorida. La actuación de Margarita Buy alcanza los límites de la perfección. Igualmente, Fabrizio Gifuni es un Aldo Moro cuya adherencia al personaje es casi inquietante; Toni Servillo, en el papel de Papa Pio XII; Fausto Russo Alesi, en el papel del Ministro de Gobernación
Para finalizar, una protagonista no humana de la serie es la rigidez ideológica. Nada peor que cruzarse en el camino de los sacerdotes de lo que Lukács llamaba “el idealismo abstracto”. Gente que por identificarse con determinadas ideas llega a oscurecer la realidad, para modelarla sobre esas ideas. Víctimas y verdugos de la ideología son los jóvenes secuestradores. Su tragedia consiste en no dudar. En no ver los matices. En no darse cuenta de que el pueblo al que pretenden salvar no se reconoce en ellos. También es ideológica la reacción de los políticos. La idea de Estado y la idea de poder resulta superior a la solidaridad humana con el secuestrado. Con tal de defender al Estado, no dudan en sacrificar a su colega, a su amigo, a su maestro y líder. Por la ideología, todo lo que es humano resulta ajeno.
La gran lección de Bellocchio es que todavía el cine puede ser un instrumento artístico de indagación de pasiones, ideas, sentimientos y conductas. Todo aquello que, en sangre y vísceras, compone nuestra pobre cualidad humana. Uno se indigna, se identifica, condena, maldice y aprueba o desaprueba, como delante de las obras de Esquilo, Sófocles, Calderón o Shakespeare. Porque está delante del gran teatro del mundo.
Publicado desde Dante Liano Blog