Dos comadronas de Totonicapán comparten su historia de cómo empezaron a ayudar en los partos de las mujeres y el rol que cumplen en la salud de las personas de sus comunidades.
Por Imelda Tax y Paolina Albani
Emigia Catarina Álvarez Sim, de 64 años, y Julia Francisca Pu Chaclan, de 70, son dos comadronas originarias de Totonicapán con más de 40 años de experiencia. Juntas han ayudado a traer al mundo a más de mil niños y niñas, manteniendo viva una tradición ancestral. Además, son cuidadoras y curanderas reconocidas en sus comunidades.
Julia empezó a trabajar como comadrona allá por 1975. Para esa época tenía 22 años y ya había parido a su segundo hijo. Un sueño muy lúcido le planteó que su camino era el de ser comadrona.
“Soñé a un varón que me acompañaba por la calle y no me dejaba. También soñé un río ancho que tenía que atravesar, pero no me caía. Una ancianita me esperaba del otro lado y cuando logré cruzar, me llevó a una montaña donde había un árbol grande y gordo. La ancianita me dijo que atendiera a una señora cuyo bebé iba a nacer. Ahí me desperté y a mi alrededor no había nada. Le conté a una anciana de mi comunidad del sueño y ella interpretó que mi don era el de ser comadrona”, contó.
De ahí en adelante, el destino de Julia estaría sellado. Cada mes, sin falta, ha asistido al centro de salud de su comunidad para continuar capacitándose en esta ocupación que ha descrito como “un don de Dios”. Su abuela, tía y prima también son comadronas.
Pronto aprendió a amarrar el ombligo, a detectar cuando a las mujeres se les sube la presión o cuando los niños vienen atravesados. También aprendió a calcular cuánto les falta a las mujeres para tener a sus hijos e hijas y algunos métodos para restaurar la salud corporal luego del parto.
No tardó demasiado en ser conocida por su oficio y la gente la empezó a buscar para ayudar a los niños a nacer. A través de los años, Julia ha reflexionado que ser comadrona es mucho más que lo que se ve a simple vista. Ser comadrona es un don para ayudar a las personas.
A lo largo de su vida, ha atendido a cerca de 500 nacimientos. Las veces que se ha topado con complicaciones en el trabajo de parto, ha acompañado a las mujeres al hospital y dijo que, a la fecha, ningún niño o niña ha fallecido bajo su cuidado.
El día del parto es una especie de fiesta. Las familias se juntan, en ocasiones, solo la suegra y la madre de la persona que traerá una nueva vida. Llevan aperitivos mientras esperan el alumbramiento. Antes del parto, a la madre se le lleva a la wacha (baños termales) en un cargador y los hombres se turnan para sostenerla. Cuando ya nació la niña o niño, amarra el estómago de la madre con una faja para que el vientre regrese a su lugar y, antes, quemaban la placenta, pero esta práctica se perdió.
Las comadronas también se encargan de las madres postparto, que incluyen baños en temazcales, que son baños muy calientes con hierbas para que puedan dar de amamantar y fortalezcan sus huesos y los de los bebés para que “salgan bien macizos”.
Cuando Julia no atiende partos se dedica a ser ama de casa y a curar el “ojo de lombrices” que es cuando se le baja la mollera al recién nacido y lo regresan a su lugar jalando agua con la boca.
Ser comadrona es una señal de Dios
Emigia, quien vive en el cantón Poxlajuj, habló en español y K’iche’. Dijo que empezó a ser comadrona cuando estaba por cumplir 23 años, todo por una señal de Dios.
“Es un don que Dios me dio. Los médicos son estudiados… a mí nadie me enseñó. Si uno tiene vicio o algo que no le deja en paz a uno se le dice que es porque tenés un don”, expresa Emigia, quien ha recibido capacitaciones del centro de salud para actualizarse, como también lo ha hecho Julia.
Pese a que tiene más de 42 años de ser comadrona, no olvida el primer bebé que trajo al mundo. Fue un niño y llegó por medio de parto normal que no presentó complicaciones. Desde entonces, ha visto nacer a muchos niños, calcula unos 300. Entre ellos, varios gemelos.
¿Ha tenido alguna complicación en algún parto?
Gracias a Dios, todo ha salido bien. Yo le digo a mis pacientes que se relajen, que todo va a salir bien y que se tranquilicen.
A partir de 2020, cuando inició la pandemia mundial por la COVID-19, sus servicios como comadrona fueron mucho más demandados “pues a las mamás les daba miedo ir al hospital y que les hicieran el hisopado”, comentó.
Y es que parir con ayuda de una comadrona genera mucha más confianza en las personas. Emigia explicó que eso se debe a que están en sus casas, rodeadas por su familia, que les atienden bien.
Y eso, inevitablemente, incrementa la seguridad en que todo saldrá bien en el parto.
El nacimiento de una niña o niño no es un proceso sencillo. Requiere de mucha paciencia. El trabajo de parto puede tardar de 22 a 24 horas. En ese transcurso, Emigia se ocupa de verificar que las madres no tengan fiebre, hemorragia o sangrado, y claro, que los bebés “no vengan atravesados”.
Esta comadrona también es curandera general de grandes y pequeños. Entre sus especialidades está curar el mal de ojo, el empacho, las infecciones, la mala hora, además, sabe cómo curar una zafadura de hueso.
Ni siquiera le edad ha detenido a Julia y Emigia de ayudar a traer vidas a este mundo. A pesar de que ya son de la tercera edad, ellas continúan desempeñando su rol comunitario de sanar y así lo seguirán haciendo, aseguraron.
Un oficio que está en el olvido
De acuerdo al Banco Mundial, las comadronas son fundamentales en el sistema de salud, porque entre otras cosas, promueven la lactancia materna, “una práctica clave para la salud y nutrición en las primeras etapas de los bebés”, para el desarrollo físico y cognitivo. Un punto clave en un país con altos grados de desnutrición que retrasan el desarrollo de la niñez. Al menos la mitad de todos los menores de cinco años padecen algún grado de desnutrición y casi seis de 10 niños son indígenas.
Además, acompañan a las madres desde las primeras etapas del embarazo, las aconsejan sobre prácticas saludables a través de conocimiento de la medicina tradicional, y proveen atención y cuidado durante el parto.
El Congreso ha lanzado en 15 años, al menos, cuatro iniciativas para decretar el Día Nacional de la Comadrona. Finalmente, en mayo de 2022, aprobó el “Día Nacional de la Comadrona Guatemalteca Iyom y/o Rati´t Ak´al”, el 19 de mayo de cada año, mediante el decreto 22-2022.
Pero los esfuerzos por ayudar a mantener y dignificar esta práctica son dispersos, pese a la importancia que tienen. En julio de este año, el Congreso aprobó Q70 millones de su presupuesto para dar un aporte económico de Q3 mil a 650 parteras de Quetzaltenango.
Esas 650 comadronas son apenas el 3.2% del total de parteras que existen y están registradas ante el sistema de salud. Actualmente, hay más de 20 mil 300 comadronas a nivel nacional.