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Así es la vida con dos mamás lesbianas y un papá heterosexual

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Créditos: Carlos Sebastián.
Tiempo de lectura: 11 minutos

Por Javier Estrada Tobar

Las familias diversas siempre han existido, pero dan los primeros pasos para ser visibles y reconocidas en Guatemala.

Carmen va todos los días al colegio, le gusta practicar deportes, cuando está de vacaciones toma trabajos temporales y ya tuvo su primer novio. Tiene 15 años y aspira a viajar, estudiar en la universidad para ser una profesional y conseguir un buen trabajo. Su vida es muy parecida a la de sus compañeras, pero detrás de su crianza están sus dos mamás, que son lesbianas, y su papá, que es heterosexual.

Juntos conforman una de las muchas familias diversas que existen en Guatemala y que a la vez es una de las pocas que no temen a mostrarse abiertamente queer y contar su historia. Carmen, de hecho, es su nombre real. Y esta historia es sobre cómo se enfrentan a la ignorancia y el odio en una sociedad mayoritariamente conservadora que margina a quienes son ‘diferentes’.

Carmen llegó acompañada de sus dos mamás y su papá el primer día de clases en la primaria en un colegio de clase media alta de la zona 11 capitalina. Cuando creció, en una clase, se dibujó a sí misma junto a tres adultos cuando la maestra le pidió ilustrar a su familia. Y hace poco, en una fiesta para celebrar sus 15 años, los 4, ella, sus dos mamás y su papá, festejaron junto con sus amigos. Desde que tiene uso de razón, lo ‘normal’ es tener una familia diversa que la cuida y la quiere.

—Lo que nunca me va a faltar es amor y yo lo tengo multiplicado por tres, dice Carmen, una adolescente sonriente y alegre, que se emociona cuando habla de su familia.

Claudia Rosales, de 43 años, es la mamá biológica de Carmen y vive con su pareja, Amarilis Barrios, de 49, la otra mamá. Al mismo tiempo, Claudia está casada con Wilber Asencio, de 41 años, que no es el padre biológico de Carmen, pero la reconoció como su hija y la quiere como tal; él vive en otra casa, pero también es parte de la familia.

Los tres adultos, dice Claudia, se consideran feministas y creen en la masculinidad responsable. Además, son activistas en organizaciones que trabajan por los derechos de las mujeres, la comunidad trans y la salud sexual y reproductiva. Así se definen como una familia diversa, apartada del esquema de familia tradicional integrada por el papá, la mamá y los hijos.

Para Carmen su familia es especial: Claudia decidió tenerla, así que fue una hija deseada y amada desde antes de nacer; Wilber aplica sus conocimientos de ‘crianza con ternura’ y desde siempre se ha sentido querida por Amarilis, con quien tiene una relación muy cercana.

Pero afuera de su hogar las cosas son diferentes. La burbuja de aceptación y amor se acaba en la puerta de su casa.

En la casa de Claudia, Amarilis, Wilber y Carmen la vida transcurre con normalidad. Aseguran que han creado un clima de amor y de apoyo.

Una invitación “al infierno”

En medio de una entrevista, Carmen cambia la sonrisa por un semblante serio, respira profundo y hace una breve pausa cuando se le pregunta por el odio hacia la comunidad LGBTIQ en Guatemala. No esconde su incomodidad al recordar las malas experiencias porque sabe que es difícil ser parte de una familia diversa.

—Me han mandado al infierno varias veces. Y lo mismo les pasa a mis papás, que han recibido invitaciones al infierno todo el tiempo. Hasta mi mejor amiga me dijo que me fuera al diablo cuando le conté cómo es mi familia.

A Claudia Rosales siempre le preocupó la interacción de su hija con otras niñas y niños de su edad. Una de las primeras alertas llegó cuando la llamaron de la guardería, porque su hija dijo que no sabía si se iba a casar con una mujer o con un hombre cuando fuese adulta. Es una anécdota que ahora les provoca risas, pero tiempo atrás generó tensiones.

Situaciones así siguieron mientras la niña se convertía en adolescente. Cuando su mejor amiga, una adolescente que creció en una familia evangélica, la rechazó por tener una familia diversa, Carmen recibió un golpe duro. Y como ese recibió muchos otros comentarios hirientes. Pero también ha aprendido a resistirlos y a responder.

—Con mis compañeros de estudio ha sido fuerte. En el caso de mi mejor amiga, pasó por un proceso largo para conocerme y aceptarme, y también para aceptar a mi familia. Aunque con otros compañeros no fue igual.

Claudia, Amarilis y Wilber asienten cuando Carmen cuenta su historia. Los tres, de una u otra forma, también han sido discriminados o señalados por la forma de vida que eligieron, pero están dispuestos a asumir las consecuencias.

Wilber Asencio dice que una vez su mamá le preguntó si era gay y le respondió que no, pero que sí sentía atracción por las ‘chicas trans’ y eso le provocó roces. También ha recibido comentarios ofensivos de compañeros de trabajo que le increpan sobre por qué su esposa es lesbiana y vive con otra mujer. Con eso, le sugieren su ‘mujer lo engaña con otra mujer’.

—Son luchas que ya no voy a pelear—, dice.

Claudia Rosales y Amarilis Barrios también han sentido el rechazo de sus propias familias, que no están del todo de acuerdo con su preferencia sexual. La familia de Claudia no acepta a la familia diversa y en el caso de Amarilis, cada vez hay más apertura, pero no totalmente.

—El rechazo de las familias hacia la diversidad, la discriminación y la exclusión son complicados pero eso mismo hace unirnos más en nuestra familia diversa, que es nuestro círculo de apoyo mutuo—, comenta Claudia Rosales.

Wilber es ateo, Claudia cree en la espiritualidad maya, Amarilis es católica y Carmen está en la fase de descubrir su fe. Cada uno respalda sus creencias.

Escapando al radar del odio

Claudia Rosales está ocupada en su trabajo en una organización que apoya la igualdad de género, pero se toma unos minutos para responder una llamada de este periodista. Contesta el celular con emoción y habla rápido:

—Ya sé por qué me llamás. Con mucho gusto voy a presentarte a mi familia y vamos a darte la entrevista. Y no hay problema con mostrar nuestros nombres y rostros, porque estamos muy orgullosas de quiénes somos y del amor que une a nuestra familia—, así accedió a quedar en un café de la zona 1 para hablar con Nómada.

En Guatemala hay un grupo cada vez más grande de familias diversas, compuestas por gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, y heterosexuales poliamorosos, que se reúnen para conversar, compartir sus experiencias y acompañarse entre sí. Son visibles todos los días y en todas partes. Pero al mismo tiempo son invisibles frente a la ley y los sectores más conservadores, que niegan su existencia o piensan que no deberían existir.

—Nosotras estamos muy orgullosas de nuestra familia, pero no queremos que nuestra hija esté expuesta a una situación donde sea vulnerable—, comentó una mujer lesbiana junto a su pareja, en una reunión para hablar sobre este reportaje.

Fueron ellas quienes compartieron el contacto de Claudia, quien accedió a conceder una entrevista.

No se trata de personas viviendo en la clandestinidad. Todo lo contrario. Las familias diversas están en sus hogares, oficinas, escuelas y colegios, en los supermercados, cines, bancos, parques y en todos los espacios públicos y privados, como cualquier otra familia.

La violencia contra la comunidad LGBTIQ en Guatemala los obliga a no ser tan notorios y evitar hablar abiertamente sobre su estilo de vida.

El Ministerio Público recibió 83 denuncias por agresiones contra personas de la diversidad sexual entre el 1 de enero y el 17 de julio de 2018; la mayoría fueron por amenazas, discriminación y agresiones leves.  Marco Tulio Escobar Orrego, fiscal contra la Discriminación, cree que la mayoría de casos de ataques o discriminación contra la comunidad LGBTIQ quedan fueran del sistema de justicia por falta de denuncias.

—Hay muchísimos casos de agresiones no registrados y por eso justamente tenemos que alentar a la comunidad LGBTIQ para que denuncie, para acabar con la impunidad—, apunta el fiscal Escobar.

En el caso de las familias diversas, deben hacer frente a los prejuicios y la desinformación. Las preocupaciones más comunes están orientadas a que las lesbianas y los gays son enfermos mentales, que las lesbianas son menos maternas que las heterosexuales, y que las relaciones de lesbianas y hombres gay con sus parejas sexuales dejan poco tiempo para sus relaciones con sus hijos.

—Muchos se preocupan por los niños y las niñas de las familias diversas; creen que van a crecer con algún tipo de problema emocional, que van a ser conflictivos o estarán confundidos. Están equivocados. La crianza con amor y la educación son lo que define el desarrollo del niño—, comenta Wilber.

De hecho, no hay estudios o investigaciones serias que demuestren que los hijos e hijas de parejas homosexuales tienen más posibilidades de ser homosexuales que quienes son hijos e hijas de parejas heterosexuales, de hombres y mujeres. Todo lo contrario; la evidencia científica demuestra que la orientación sexual de los padres no tiene una influencia mayor en la identidad de los hijos y un estudio de la Universidad de Kentucky es el más contundente al respecto.

Esto coincide con la postura de la Asociación Americana de Psicología (APA, de Estados Unidos), que se basa en investigaciones científicas para afirmar que los padres homosexuales y las lesbianas son tan propensos como los padres heterosexuales a brindar un ambiente de apoyo y saludable para sus hijos.

La evidencia estadounidense, en donde es legal el matrimonio homosexual desde antes del 2004 en estados liberales y es legal que adopten niños desde la década de 1990, también sugiere que los hijos de padres lesbianas y homosexuales tienen relaciones sociales funcionales con sus pares y adultos, señala la APA.

Aunque las leyes no favorecen su modelo de familia, consideran que con su historia permitan que más familias así no se sientan solas.

La diversidad es normal

Lo diverso no quita lo espiritual. En esta familia la diversidad también son personas de fe. Las preferencias sexuales o la flexibilidad en la definición del género no limitan que cada persona viva la espiritualidad a su manera. Ni siquiera porque las personas más conservadoras que los rodean los manden al infierno por ser una familia diversa.

Amarilis Barrios se define como católica, Claudia Rosales se aproxima más a la espiritualidad maya y Carmen está buscando su camino en la fe. El único ateo en la familia es Wilber Asencio.

Aunque la iglesia católica y las iglesias evangélicas limiten los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTIQ, Amarilis Barrios piensa que las decisiones de las instituciones religiosas no son un impedimento para el ejercicio de su fe.

—Soy católica y por supuesto que voy a la iglesia, me gustan las procesiones, hago los rituales de alfombras. Sé que soy otra hija de Dios, pero no tengo que seguir el patrón escrito por los hombres en la biblia—, argumenta.

Wilber Asencio explica que su familia diversa es como muchas otras. Y cree que tiene más similitudes que diferencias si se la compara con la familia tradicional.

—También discutimos y nos reconciliamos, a veces somos desordenados con nuestras cosas en la casa, pero también ordenamos; tenemos problemas y los resolvemos; nos reímos y lloramos; comemos juntos a veces, y otras hacemos planes independientes. Tenemos tantos problemas y logros como otras familias—, lo ejemplifica Claudia Rosales.

La clave, a criterio de Carmen, es entender y ‘abrazar’ las diferencias en la sociedad.

—Yo entendí que en la diversidad hay también mucho amor y respeto. Y eso mismo espero que haya amor y respeto de la sociedad para mi familia, que es como cualquier otra familia guatemalteca—, añade.

La adolescente entiende que la diversidad es normal:

—Vamos al mercado, cocinamos juntos, salimos a pasear los fines de semana. Y también tenemos que cumplir con rutinas de estudio y trabajo, llegamos tarde a algunas actividades. Somos como todos y al mismo tiempo somos únicos—, dice.

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Familia: Más que un marido y una mujer

Claudia Rosales decidió ser mamá a los 27 años. Los médicos le dijeron que, por una condición de salud, atrasar la maternidad podría exponerla a un embarazo de alto riesgo. Y fue así que nació Carmen en 2003.

Pero no fue el padre biológico quien reconoció a Carmen como su hija, sino Wilber, a quien Claudia había conocido 4 años antes y con quien había tenido un noviazgo. Para entonces, Wilber ya sabía que Claudia era lesbiana pero eso no era un obstáculo para tener una relación de pareja.

Cinco años después, Claudia Rosales conoció a Amarilis Barrios, con quien se estableció como pareja. Y al mismo tiempo mantuvo el vínculo con Wilber. Juntos, los tres, con Carmen, configuraron su propio modelo de familia.

Según Amarilis Barrios, un problema es que las leyes solo reconocen a la familia tradicional y no tiene respuestas o salidas legales para las familias diversas, en cuanto a los beneficios de la seguridad social, los procesos de herencias o la toma de decisiones en momentos de crisis. Y eso las ha obligado a buscar estrategias que aseguren el bienestar de sus hijos.

Antes de vivir con Claudia Rosales, Amarilis Barrios tuvo una relación de 12 años con otra mujer y crió a dos hijos de su expareja, quienes ahora son jóvenes y los considera sus hijos, pero legalmente no tiene ese reconocimiento.

—La acompañé a los controles con el pediatra, a los ultrasonidos, y hasta fui a ver el parto. También participé en el primer día de clases de mi hijo y ahora mantenemos la comunicación—, recuerda Amarilis.

Claudia Rosales tiene un plan por si algún día llega a faltarle a Carmen. Wilber, su esposo, tendría la tutela de su hija. Y Amarilis tendría a su cargo las cuentas bancarias y el manejo de los ahorros para asegurar el bienestar de la joven.

Los tres adultos trabajan como una red de apoyo mutuo, o como una familia más. Siempre están pendientes entre sí, de su salud, del trabajo y de los problemas que se les presenten. Claudia Rosales cree que lo mejor es que Carmen permanezca siempre cerca de su familia diversa, porque se le dificultaría mucho adaptarse a un grupo tradicional, como el de sus propios padres.

Sin respuestas para la diversidad

La falta de reconocimiento legal a las familias diversas tiene consecuencias serias para el desarrollo de sus integrantes, dice Sandra Morán, la primera diputada que se declaró abiertamente como lesbiana.

La diputada Morán intentó cabildear una iniciativa para que en la legislación nacional se reconozca las uniones de hecho entre personas del mismo sexo. El objetivo, según la congresista, era garantizar el derecho a las herencias, a la seguridad social y a la protección mutua entre las parejas. Al final, la oposición de los grupos conservadores y el estancamiento de la agenda con la llegada al poder legislativo del Pacto de Corruptos desincentivó que se discutieran estas ideas.

—La sociedad, las familias y las personas evolucionamos, pero nuestras leyes siguen respondiendo a las necesidades de la década de 1960, cuando se creó el Código Civil—, dice la diputada.

Un ejemplo de cómo la falta de reconocimiento a las familias diversas la cuenta Fernando Meneses, guatemalteco, que tiene una relación de 22 años con Kevin Cole, estadounidense. La pareja, de 46 y 54 años, se conoció en 1996 y desde entonces han construido un hogar juntos. Pero en sus documentos personales se consigna que son ‘solteros’.

—En los últimos cuatro años hemos tramitado la residencia guatemalteca de Kevin. Y ha sido muy complicado porque frente a la ley no hay un vínculo legal entre nosotros. Conocemos el caso de una pareja heterosexual a la que solo le llevó un año tramitar la residencia porque están casados.

—¿Acaso no es una desventaja?—, se pregunta Fernando Meneses.

Explica que la falta de un reconocimiento para las familias diversas se traduce en una negación de derechos. Y eso so viola los principios de la Constitución que, entre otros aspectos, garantiza la protección de las personas, así como la libertad e igualdad en dignidad y derechos.

En enero de 2018, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) recomendó a los países de América Latina “adecuar sus legislaciones para dar vía libre a ese derecho” del matrimonio igualitario.

“Es necesario que los estados garanticen el acceso a todas las figuras ya existentes en los ordenamientos jurídicos internos, incluyendo el derecho al matrimonio, para asegurar la protección de todos los derechos de las familias conformadas por parejas del mismo sexo, sin discriminación con respecto a las que están constituidas con parejas heterosexuales», continuó la Corte.

Luis Barrueto, presidente de Visibles, un movimiento guatemalteco que trabaja por la inclusión de la diversidad sexual en la sociedad, considera que el reconocimiento al matrimonio igualitario y a las familias diversas es una deuda pendiente de los Estados en un asunto básico de justicia y equidad.

—Esta recomendación de la CIDH es fundamental porque establece un precedente sobre el cual, los estados americanos, incluyendo el de Guatemala, deben actuar para reconocer los derechos básicos de las familias diversas—, explicó.

Para Fernando Meneses, la negación del derecho al matrimonio a las parejas del mismo sexo tiene implicaciones más allá de lo legal. Es algo más profundo que hiere al tejido social y afecta a todas las personas, heterosexuales y homosexuales.

—Tenemos que defender el amor, el respeto y la ternura en todas sus manifestaciones. No importa si se trata de familias tradicionales o diversas, todos tenemos derecho a ser felices y a cuidar de las personas que amamos. Por eso defendemos el matrimonio igualitario—, concluyó Meneses.

Via Nómada

Prensa Comunitaria hace visible el trabajo de siete periodistas que abordan el fenómeno de la violencia contra la mujer. Con la finalidad de apoyar la amplificación de está temática, compartiremos 24 piezas periodísticas publicadas en el medio digital Nómada.

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