Fátima tiene 23 años y dos hijos. El más grande ronda los 9 años y la pequeña los 5 . Su casa está ubicada en una de las aldeas más pobres del occidente guatemalteco. Entre la tierra y las piedras del patio los niños corretean mientras Fátima recuerda su primer embarazo.
Por Kimberly López
—Estás embarazada, vas a tener un bebé—, dijo el médico a la niña sentada frente a él. La niña hizo silencio y solo sintió la mirada de asombro de su madre, quien la había llevado para revisarle unas náuseas y vómitos incontrolables.
—Vamos a llegar a la casa y me vas a explicar bien lo que pasó—, dijo su mamá.
Durante el camino a casa la mente de Fátima estalló en pensamientos. No quería ser mamá. No, cuando ella todavía se consideraba una niña. No, cuando ni siquiera entendía cómo es que un bebé crecía en su interior, ni cómo pasó, ni cómo fue posible. En su cabeza de niña solo se le ocurrió mentir, ocultarle a su mamá el episodio que había vivido semanas atrás.
Hace rato que Fátima no habla de eso. Con sus 23 años y las batallas personales que ha ganado se anima a abrirse a las confesiones. En los días de su niñez pasaba las tardes vistiendo muñecas y darles biberón de juguete. Su madre trabajaba para conseguir la comida para Fátima y sus hermanos. *
Un día un hombre se acercó a la casa. Llevaba comida, ropa y juguetes. Se fue ganando la confianza de la familia. Puso especial atención en Fátima. Le dio una beca de estudios y era amable con ella. Se ganó el título de “papá”.
Aprovechó un viaje a la Ciudad de Guatemala para llevarse a Fátima. “La llevaré a una capacitación de jóvenes”, dijo para convencer a la mamá. El trayecto es largo y sirvió para que el “benefactor” tuviera tiempo a solas con la niña.. En ese viaje la llevó a una habitación, la tocó, la desnudó a la fuerza y abusó de ella. Fátima recuerda cómo su ropa interior quedó manchada y su vida marcada. Prometió guardar silencio.
Esta es la historia de Fátima y de cómo se convirtió en madre. Pero también es la historia de Guatemala y de miles de niñas, de un país en el que muchas veces ser madre no es una elección, sino una imposición que trunca los sueños y el proyecto de vida de las niñas y las adolescentes.
Niñas madres
En Guatemala, la maternidad llega a todas las esquinas del país: áreas rurales y urbanas. Según la última Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil (ENSMI), las mujeres que viven en el área rural tienen 4 hijos, en promedio. Las que viven en el área urbana, de 2 a 3.
Estos números colocan al país como el de mayor fecundidad en toda América Latina, de acuerdo con un informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). “Es normal” en Guatemala que al cumplir los 20 años una mujer ya haya tenido un embarazo. También “es normal” que muchas de las madres sean aún adolescentes.
Según datos estadísticos de la ENSMI, recopilados entre 2014 y 2015, una quinta parte del total de adolescentes de 15 a 19 años ya eran madres o estaban embarazadas al momento de realizar esa encuesta. Sin embargo, el 29% de esos embarazos no estaban contemplados en sus planes de vida.
Decir que un embarazo es “no planeado” puede tener muchas interpretaciones. Pudo ser, por ejemplo, el caso de una chica que sostuvo relaciones sexuales con su novio, sin que alguno de los dos utilizara protección.
Pero el embarazo de Fátima no solo no fue planeado, no fue deseado, tampoco fue a partir de un acto consentido, ni siquiera de un acto comprendido.
—No podía creer cuando el médico me dijo que iba a tener un hijo, ¡cómo iba a ser yo mamá de un niño! ¡yo era una niña!—, cuenta Fátima. Desde la seguridad del hogar que formó, ahora puede hablar con más calma de lo que le ocurrió.
Así como ella, otras niñas menores de 14 años han sufrido de violencia sexual y han quedado embarazadas. La UNFPA contabiliza los casos a nivel mundial y uno de sus informes realizado en 2013, detalla que 2 millones de los 7.3 millones de partos de adolescentes menores de 18 años que ocurren al año (en países en desarrollo) son partos de niñas menores de 15 años.
A lo largo de los años, estas cifras han mostrado una reducción en varios lugares del mundo, excepto en América Latina y el Caribe. En esta parte del planeta los números suben y seguirán subiendo hasta el año 2030, según las estimaciones de la UNFPA.
Hasta este punto, Fátima ha contado su historia con varios detalles, ha tenido que revivir el momento en que fue abusada y el día en que tuvo que asumir las consecuencias de una violación. La conversación para este reportaje ha durado una hora y media. En ese tiempo, dos niñas guatemaltecas ya han sido víctimas de violencia sexual.
Junto con su hermana, Fátima pasó la mayor parte de su niñez en un albergue del Estado. Su mamá, una mujer soltera, con ingresos limitados y con cuatro hijos, trabajaba todo el día. Fue ahí en donde hizo sus primeras amigas, en donde aprendió sus primeros juegos y en donde lo conoció a él, un señor muy respetado, “muy estudiado” y aparentemente, buena persona.
A él todos lo conocían, lo trataban con respeto, lo veían con cierta admiración. Además, tenía fama de dadivoso y generalmente estaba presente en eventos que impulsaban alguna buena causa.
“Licenciado”, así le decía la madre de Fátima. Ella estaba muy agradecida porque tomó un especial cariño por la niña.
—Decía que me veía potencial, que yo era capaz de muchas cosas y que por eso me iba a apoyar para que yo siguiera estudiando—, recuerda Fátima.
Así fue. Libros, mensualidades, uniformes, cartulinas, crayones, todo lo pagaba él. Ayudaba en todo, la visitaba con frecuencia, supervisaba su rendimiento académico. Fue así como se ganó el cariño de Fátima, la gratitud de su familia y adjetivo de “papá”.
No pedía nada a cambio pero, de vez en cuando, Fátima tenía que llegar a su oficina a ordenar un poco su escritorio y limpiar su lugar de trabajo. De vez en cuando, se acercaba a ella y le tocaba las manos, los brazos, las piernas.
—¿Por qué me hace esto?—, le preguntaba Fátima.
—Tú me diste permiso. Cuando tenías 9 años me dijiste que algún día ibas a ser mi novia—, le respondía.
Así fue, hasta que un día se la llevó a la Ciudad, la violó y la amenazó para que no lo acusara de nada.
En Guatemala, cada 46 minutos se comete violencia sexual contra una niña y cada día se registran cinco embarazos de niñas menores de 14 años.
La idea de “ser mamá” no cabía en la mente de Fátima. Ni su cuerpo, ni su mente estaban listos para enfrentar un cambio tan radical. La realidad del país es que muchas niñas, en situaciones similares a las de ella, son obligadas a continuar con la gestación por diversas razones.
Una de ellas es la prohibición legal de interrumpir un embarazo, la desinformación y la existencia de legislación que perpetúa los estereotipos de género y la ausencia de protocolos para actuar en casos donde el aborto puede salvar la vida de una niña.
Si detener el embarazo no es una opción, lo que les resta a las niñas es asumir las consecuencias que una gestación forzada traerá a su cuerpo, su salud mental, su pleno desarrollo y su proyecto de vida. A los 13 años, Fátima no lograba digerir todo eso, no tenía claro cómo asumir todos esos cambios. Sabía una cosa: tenía miedo, mucha rabia y nada de ganas de convertirse en madre. Su hijo nació cuando ella tenía 14 años. *
Una persona cercana a su familia sugirió una clínica en caso de que Fátima “no quisiera tener a su bebé”.
—¿M’ija, qué vas a hacer?—, le preguntó su mamá.
—No sé, no sé. Lo que yo quiero es morirme—, respondió Fátima.
Abortar es un delito (y un pecado)
El año pasado, el Observatorio en Salud Sexual y Reproductiva (OSAR) tuvo conocimiento de 2 mil 153 embarazos en niñas de 10 a 13 años en todo el país. En 2017, fueron 1 mil 488. Para todas ellas, interrumpir su embarazo no fue una opción, ni legal, ni segura.
Por razones políticas, sociales y religiosas, la posibilidad de un aborto en Guatemala genera molestia y resistencia de parte de grupos conservadores y ultra-conservadores. El código penal solamente hace una excepción y permite practicar abortos terapéuticos pero en casos extremos, en donde el riesgo de muerto es elevado para la madre. Al menos dos médicos deben dar su consentimiento.
Desde el poder del Organismo Legislativo, varios diputados se han opuesto a la idea de permitir el aborto como una opción para las niñas y mujeres que enfrentan un embarazo no deseado.
Mientras tanto, en las calles también varios grupos religiosos y conservadores han salido a manifestar para exigir que no sea aprobada una normativa de ese tipo, bajo la consigna: “No al aborto, sí a la vida”.
Sandra Morán, diputada del Congreso, abiertamente declarada feminista y defensora de los derechos de la comunidad LGTBIQ, hizo el intento de promover la aprobación de una ley que le diera a las niñas y adolescentes la opción de elegir la interrupción de un embarazo producto de cualquier tipo de violencia sexual.
La iniciativa 5376 o de Ley para la protección integral, acceso a la justicia, reparación digna y transformadora para las niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual, explotación y trata de personas se encontró con una muro impenetrable de posturas extremadamente conservadoras que se atrevieron a argumentar que esta ley iba a ser utilizada como una excusa a “la curiosidad” de las niñas.
—Yo estoy a favor de esa iniciativa. En primer lugar, tú no pides ser madre, en muchas ocasiones no tienes la capacidad física, mental ni económica para tener un hijo—, dice Fátima.
Hace algunos meses, el máximo líder de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, dio una de sus tradicionales audiencias, frente a cientos de personas, en Roma:
“¿Es justo eliminar una vida humana para resolver un problema? ¿Qué piensan? ¿Es justo o no? ¿Es justo contratar a un sicario para resolver un problema? No se puede, no está bien matar a un ser humano, no importa lo pequeño que sea, para resolver un problema”, decía y dejaba clara la postura de los católicos ante el aborto.
No matarás, es el quinto mandamiento de la iglesia cristiana y, desde la postura religiosa, abortar es matar. Por lo tanto, es pecado.
Fátima creció en un hogar que ella califica como “muy católico”.
Al enterarse de la forma en que su hija quedó embarazada, su mamá dudó de la veracidad de esa historia. Era un relato tan crudo y, para ella, difícil de entender.
—¿Por qué me decís mentiras? ¿Cómo se te ocurre algo así, si él es como tu papá?—, le reclamaba.
Con el tiempo, decidió creerle y apoyarla en la decisión que ella tomara, estuviera o no de acuerdo. Le dio la libertad de elegir sobre su embarazo, decidir si continuaría o prefería interrumpirlo. Sin embargo, la religión de Fátima influyó mucho en ella.
—¿Cómo me iba a echar un pecado encima? Eso es lo que pasa con muchas niñas, que me han dicho: «Yo no aborto porque mi religión, mi mamá, el pastor no me lo permite, pero, ¿acaso el pastor se va hacer cargo de eso?»—, dice, sobre sus conversaciones con otras niñas madres.
Fátima no abortó. Continuó con su embarazo y al cumplir 14 años ya era madre biológica de un niño. Sin embargo, tuvo la opción de no asumir una maternidad a la fuerza.
El caso de Fátima es una excepción porque pudo elegir no criar a su hijo y hacer el esfuerzo de continuar con el rumbo natural de su vida, para vivir una adolescencia sin complicaciones, seguir estudiando y salir adelante.
Otras niñas no pueden elegir.
—Otras niñas tienen 10 años y ya son madres. ¡Cómo una niña va ser responsable de otro niño! Las mentes no están en la capacidad de asumir esa responsabilidad. Esa es una decisión propia, nadie te puede obligar a tener un hijo si no quieres. El sistema actual nos obliga a hacernos cargo de algo que no tuvimos la culpa de asumir y además de todo, el Estado no te garantiza que en el momento del parto vas a estar bien. Otras se quedan (fallecen) en el parto—, reclama.
Lo que dice Fátima es muy cierto. Ella no abortó, pero si lo hubiera intentado tendría que haber sido en la clandestinidad, en condiciones peligrosas y, posiblemente, con complicaciones que pusieran su vida en peligro.
Un estudio elaborado en el 2006, Embarazo no planeado y aborto inseguro en Guatemala: causas y consecuencias, explica que aunque la clandestinidad impide una medición precisa para los abortos, se calcula que cada año ocurren unos 65 mil abortos inducidos.
En su mayoría, estos se realizan por comadronas tradicionales o por personas no profesionales. Es por eso que existe un riesgo tan alto de sufrir complicaciones durante la interrupción. Alrededor de unas 22 mil mujeres en Guatemala reciben tratamiento en instituciones de salud debido a complicaciones de aborto inducido.
Abortar es un riesgo para la salud de las niñas y las mujeres. Seguir con el embarazo y tener hijos, también lo es, cuando se trata de una niña, cuyo cuerpo aún no está preparado para un proceso tan complejo como un parto. Según el Ministerio de Salud Pública, en los últimos diez años murieron 1 mil 471 niñas ingresadas a instituciones de salud pública por algún tipo de aborto.
Quienes también están en riesgo de morir son los recién nacidos. Las cifras de mortalidad en recién nacidos de madres menores de 15 años suman 363 casos desde el 2009 al 2017.
Embarazos de alto riesgo
“Vidas robadas” es el nombre de un estudio que resume los efectos de un embarazo forzado en 20 niñas menores de 14 años. Ese documento destaca que las niñas y adolescentes que dan a luz tienen el riesgo de la desproporción céfalo pélvica, o sea, su parto se complica porque la cabeza o el cuerpo del recién nacido son tan grandes que no logran pasar a través del pelvis de las niñas.
Tumores placentarios, embarazos ectópicos (fuera del útero), embarazos múltiples y complicaciones derivadas del parto, entre otras, son las consecuencias que puede enfrentar el cuerpo de una niña.
—Una niña, entre más joven sea, tiene mayor riesgo obstétrico porque puede tener complicaciones asociadas al embarazo y todos estos riesgos están poco documentados a nivel médico, poco porque en teoría las niñas, no deberían estar embarazadas—, explica Rossana Cifuentes, médica y especialista en salud reproductiva.
El cuerpo de una mujer está plenamente listo para un embarazo a partir de los 18 años y hasta los 35. Es el rango de edad en el que se considera que el organismo alcanza un desarrollo físico ideal para asumir la maternidad. En cambio, a los 14 años se considera una situación que pone en riesgo la vida de la madre.
En vista de que el aborto no es una vía legal, el protocolo del Ministerio de Salud de atención a niñas embarazadas recomienda que los partos se realicen por cesárea. Este procedimiento no garantiza que no exista riesgo, pero es menos peligroso que un parto natural.
—La cesárea es el mal menor, el parto normal provoca rasgaduras que dejan secuelas de por vida. Con ese procedimiento se evitan riesgos pero hay otros, es que en realidad una niña no debería vivir un parto, nunca—, dice la especialista.
En el 2014, el Ministerio de Salud estableció una guía para atención integral y diferenciada a niñas menores de 14 años, con embarazo. La normativa ilustra toda una ruta que, en teoría, debería cumplir todo el personal de salud ante un caso de estos.
Notificar a la Procuraduría General de la Nación y al Ministerio Público , iniciar un control prenatal, atención obstétrica, atención post-aborto, atención del parto, realizar un embarazo vía cesárea, realizar consejería sobre la lactancia, seguimiento psicológico, nutritivo y de trabajo social, consejería en métodos anticonceptivos… todo esto es lo que debería recibir una niña, de parte del sistema nacional de salud.
La guía, además, establece otros indicadores para que la atención sea ideal: “llámela por su nombre, escucharla con atención, hablar en lenguaje sencillo, no ser paternalista, respétela y apóyela, no emitir juicios de valor”.
También hay un instructivo para atender casos de violencia sexual en niñas. Si una niña llega a alguna unidad de atención antes las 72 horas de haber sido agredida, debería recibir un kit para la prevención de embarazo y para las infecciones de transmisión sexual. El problema es que, por la naturaleza del abuso del que son víctimas, son atendidas hasta que están por dar a luz.
—Como muchas son abusadas por un familiar, conviven con el agresor, no son hechos únicos sino que es una violencia crónica que puede ser desde cinco o seis años antes—, explica Cifuentes.
La realidad se aleja mucho del modelo que dibuja ese documento guía. Rachel de Morales, autoridad del Programa Nacional de Salud Reproductiva, lamenta que a pesar de los esfuerzos por crear normativas, en muchos casos esos documentos se queden en papel, archivados y sin ser puestos en práctica.
—Sospechamos que muchos de estos documento están en las áreas de salud y no han sido usados—, indica.
Ese protocolo no le es nada familiar a Fátima. No tiene un recuerdo agradable de la atención que recibió de parte del sistema público.
—En el hospital el doctor me trató muy mal. Una vez que me atendieron, el doctor me dijo que me iba a hacer el tacto. A mí me dolía demasiado y trataba de que el doctor no me tocara. Yo me movía mucho porque me dolía, entonces empezó a decirme que ‘para abrir las piernas sí era buena’—, relata.
Por esa razón, prefirió recurrir a una atención privada, aunque eso implicó un esfuerzo económico mayor para su familia. Así Fátima evadió los maltratos durante sus controles prenatales, pero aunque buscó una atención más especializada, no evitó las complicaciones durante su parto.
La cesárea se complicó. Durante la cirugía su presión bajó demasiado y estuvo en riesgo de muerte. Se salvó ella y el niño, pero desde entonces Fátima tiene problemas de la presión y usa medicamento para controlarlo.
La médica Cifuentes critica uno de los pasos que incluye esta guía de atención: obligar a las niñas a tener contacto con el recién nacido y a dar lactancia.
—Imagina que la niña ha vivido todo un proceso traumático y además de todo eso, es forzada a dar de mamar, cuando son niñas que no tienen mamas y que no están preparadas para lactar. La lactancia es un acto que requiere aceptación del niño y preparación psicológica. Obligar a una niña a dar de mamar es algo que está fuera de protocolo porque podría considerarse como tortura, una violación a sus derechos porque no se le trata como niña, sino como a una madre que debe aceptar a un hijo que no deseó—, explica.
Cuando su hijo nació, Fátima no pudo quererlo, no quiso verlo y rechazó la opción de ser madre. Ese rol lo asumió la abuela y ella pudo continuar con su adolescencia, o mejor dicho, pudo dedicarse a reconstruir su vida y replantear el proyecto de vida que le arrebataron.
—Mi mamá fue la que se hizo cargo de él, vive con ella, yo no podía tener contacto con él. Me costó un año acercarme un poco y hasta la fecha él no está conmigo. Ahora lo veo de otra manera aunque a veces no puedo evitar sentir rencor. Yo sé que él no tiene la culpa, lo entiendo, pero sí me ha costado mucho esa parte de poder aceptarlo como mío y no como parte de lo que me pasó—, reconoce luego de varios años de esfuerzos para comprender cómo asumir un rol impuesto.
Se cierran las puertas de los centros educativos
En Guatemala, una niña o una adolescente que no estudia tiene más probabilidades de quedar embarazada a una corta edad. Según la ENSMI, aquellas que no tienen ningún nivel de educación alcanzan casi tres veces más el número de hijas o hijos en comparación con aquellas que alcanzan el nivel superior de educación. Además, el porcentaje de embarazos durante la adolescencia ha sido casi cinco veces mayor, en personas sin estudios que en aquellas con estudios universitarios.
Por otro lado, una niña que sí estudia pero queda embarazada, probablemente no pueda continuar estudiando.
Leer el informe elaborado por la UNFPA, Maternidad en la niñez: Enfrentar el reto del embarazo en adolescentes, ayuda a entender la cantidad de beneficios sociales que impactan a las niñas que completan sus estudios, frente a aquellas que no lo hacen, sin importar si se trata de mujeres que viven en países no desarrollados o altamente desarrollados, los efectos de no estudiar son igual de devastadores.
Fátima también lo tiene claro porque luego de ser víctima de violencia sexual y quedar embarazada estuvo a punto de no continuar con sus estudios. En ese entonces le correspondía empezar el nivel diversificado.
Por poco, se suma a esas más de 900 estudiantes que abandonan los centros educativos por un embarazo. Pero no porque ella no quisiera seguir estudiando, sino porque el instituto público no admitía la inscripción de una niña, además madre, que no estuviera casada.
—No me permitían que entrara a estudiar porque tenía que estar casada. En ningún lado me aceptaban porque no estaba casada. Es que su hija no puede estar acá, tiene que estar casada para poder estudiar acá, le decían a mi mamá—, recuerda.
La UNFPA reconoce que resulta muy difícil desenmarañar la relación causal entre embarazos en adolescentes y abandono temprano de la escuela. Es posible que las niñas embarazadas hayan abandonado la escuela antes del embarazo o que nunca hayan ido a la escuela. Sin embargo, es una realidad a nivel Latinoamericano que muchas de las niñas y adolescentes que se convierten en madres interrumpen su educación formal.
Algunas por circunstancias individuales, como matrimonio infantil o presiones de la familia o de su comunidad. Otras porque las escuelas prohíben la asistencia de niñas embarazadas o les prohíben que regresen después de tener a su bebé.
El caso de Guatemala es alarmante. Desde hace tres años el Ministerio de Educación contabiliza los casos de las niñas que no vuelven a los salones porque se convierten en madres, en madres de niños que tampoco pisarán las aulas, cuando estén en edad de hacerlo.
OXFAM realizó un estudio que fue presentado en marzo de este año. Se titula Entre el suelo y el cielo y explica de qué forma la desigualdad compromete ámbitos tan variados como la salud, educación, seguridad, empleo, riqueza y participación política.
El documento revela que es determinante el nivel educativo de la madre para predecir el nivel educativo de los hijos y el éxito que tendrán en su etapa de aprendizaje. Por ejemplo, los estudiantes con madres con posgrado alcanzan el logro educativo 4 veces más frecuentemente en lectura y 15 veces más en matemática, que estudiantes con madres sin educación básica.
En 2018, 934 niñas en todo el país quedaron embarazadas y dejaron un pupitre vacío en las escuelas o institutos nacionales. La deserción se concreta principalmente en el ciclo básico. El departamento de Guatemala encabeza el listado pues solo el año pasado dejó ir a 197 estudiantes.
Aunque la mayoría de las niñas y adolescentes cursaba los básicos o su carrera de diversificado cuando se enteraron de que serían madres, 14 niñas que cursaban el nivel preprimario también se suman a esas estadísticas. 14 niñas que apenas empezaban a escribir y leer.
Héctor Canto, el viceministro de Educación, reconoce que aunque existen esfuerzos institucionales para que las niñas continúen en el sistema educativo, se logra muy poco la continuidad.
—La prioridad para ellas ya es otra—, dice el funcionario de Educación.
Una herida que nunca sana
Para sobreponerse de la violencia sexual y asumir física y mentalmente un embarazo no deseado, Fátima y su mamá tuvieron que pedir ayuda. Al poco tiempo de recibir el diagnóstico del embarazo y de conocer el nombre del agresor, tocaron las puertas de Mujeres Transformando el Mundo (MTM), una asociación dedicada al litigio de casos y atención integral a niñas y mujeres sobrevivientes de violencia sexual. Fue hasta entonces cuando ella denunció a su agresor ante el Ministerio Público y empezó a reconocerse como una víctima y una sobreviviente de violencia sexual.
—El trauma de una niña que ha sido víctima de algo así puede manifestarse en crisis nerviosa, memorias recurrentes del hecho, sumado a eso es difícil enfrentarse a la forma en que la sociedad culpabiliza a la víctima y no al agresor, son relegadas socialmente—, explica Brenda Rosales, quien ha dado seguimiento a diversos casos de violencia sexual y que forma parte del equipo de MTM.
Las secuelas que una niña o una adolescente tiene que enfrentar no son solamente físicas. También hay heridas difíciles de curar, que vulneran la autoestima, el amor propio y el deseo de vivir. De hecho, cuenta la psicóloga que ha tenido contacto con cientos de casos de niñas víctimas de esta violencia, que el deseo de morir y los intentos de suicidio son reacciones frecuentes.
El día en que Fátima fue agredida tenía puesto un vestido.
—Yo llegué al punto de culparme por lo que había sucedido, de pensar que había sido mi culpa por vestirme de esa forma, tal vez yo lo provoqué, tal vez fue mi culpa—, pensamientos así la atormentaron durante mucho tiempo.
Hay muchos mitos construidos socialmente: que las mujeres son las que provocan la violencia, que las niñas son mentirosas, que las madres son responsables de lo que pasó.
—Realmente, la única persona responsable es el agresor, pero eso es algo que requiere todo un proceso entender, especialmente cuando la familia, los amigos, los conocidos, todos intentan culpar a la niña—, dice Rosales.
Una de las etapas más importantes para sobreponerse de una violación o de cualquier tipo de violencia, es identificarse como una víctima, como una sobreviviente y entender que esos actos merecen justicia.
Según los registros que constan en el Ministerio Público, no pasa un día, no pasa ni una hora, sin que una mujer denuncie un caso de violación. Desde el año 2000 hasta ahora, casi 100 mil mujeres han sido víctimas de una violación.
Los datos reflejan que con el paso del tiempo, más mujeres están dispuestas a denunciar este tipo de violencia. El aumento de denuncias, por un lado, demuestran el valor que están teniendo muchas para denunciar a sus agresores, pero por otro, deja en evidencia la ineficiencia de las entidades de investigación para dar seguimiento a los miles de expedientes que abren cada año. En general, estos casos siguen en impunidad.
OSAR calcula que el 98% de los casos de violencia sexual contra niñas permanece en la impunidad.
Por más de 10 años Fátima ha estado esperando justicia, un castigo para su agresor. En el 2010, el Organismo Judicial autorizó la orden de captura contra el hombre que abusó de ella. Han pasado nueve años y él sigue libre.
—Incluso lo he visto dos veces. En 2015, lo vi en una heladería y salió corriendo. Otra vez lo vi en una venta de reparación de celulares—, recuerda.
El agresor, incluso, renovó su documento de identificación DPI hace cuatro años y lo hizo sin ningún problema.
Fátima dice con frustración:
—Se supone que el Registro Nacional de Personas tenía que tirar una alerta, él sigue libre, sigue viviendo su vida como si nada, después de arruinarme la mía.
Alcanzar justicia es algo que acelera el proceso de recuperación de las mujeres, lograr justicia es el anhelo de muchas, pero también es algo que muy pocas logran, bajo el concepto de justicia penal.
Ante la falta de capacidad del sistema de justicia, para garantizar castigo para los miles de agresores sexuales que han sido denunciados, Fátima y otras mujeres con historias similares han tenido que asumir “la justicia” desde otra perspectiva, una justicia menos tangible y más íntima. Una justicia alternativa que funciona para su proceso de resiliencia.
—Trabajamos la justicia como el hecho de recuperar su proyecto de vida, o como la certeza de que sus agresores aunque estén libres, viven huyendo, no están bien, no tienen paz—, dice Brenda Rosales, quien se ha encargado de inculcar este concepto alternativo de justicia.
La experiencia de Rosales es amplia, cuando se trata de ayudar a niñas y adolescentes a retomar su proyecto de vida, a entender su valor como personas y a reconocerse como sobrevivientes de un acto de abuso. Ella explica que en casos de violencia sexual lo ideal, para evitar la impunidad y para dar paz a las niñas, es lograr una sentencia, un castigo a los victimarios.
Sin embargo, debido a la falta de certeza jurídica y de instituciones lo suficientemente capaces de garantizar justicia, muchas niñas y adolescentes que ahora son mujeres, hacen justicia con sus propias manos, añade Rosales.
¿De qué forma? Hacen justicia a través de ellas, se dan una segunda oportunidad, reconocen su valor y deciden empoderarse para trazarse nuevas metas, seguir estudiando, formar una familia, dejan de culparse por lo sucedido, se integran en redes de apoyo, se capacitan en temas de derechos humanos, deciden dedicar su vida a apoyar a otras mujeres… cada una elige un camino distinto.
—Es otra manera de sentir que hacen justicia, retoman su proyecto de vida—, dice Brenda.
***
—Nena, juegue con su hermanito, no se peleen—, grita Fátima a sus hijos que juegan en el patio.
Los niños son hermanos pero no viven juntos. La nena sabe que su hermanito vive con la abuela, pero los visita constantemente y es bien recibido.
Fátima tiene ahora tiene 23 años. Poco a poco se ha acercado a su hijo, ha podido quererlo y verlo sin asociarlo con la experiencia que marcó su niñez.
La niña se convirtió en una mujer, se enamoró, decidió ser madre, está a punto de concluir su carrera universitaria, es maestra y le sobran motivos para seguir adelante.
Una cosa le hace falta: justicia.
—Ahora el nene va cumplir nueve años y no he podido lograr justicia. Quizá si no se hace justicia aquí, Dios la va a hacer, me dice mi mamá. Yo solo le pido a Dios que me permita ver a ese hombre encerrado por lo que me hizo—, concluye.
***
Para este reportaje se utilizó el nombre Fátima, para proteger la identidad de quien cuenta su testimonio. También se omitió el nombre real del violador y de la comunidad para no afectar las investigaciones. Su caso es llevado ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU en representación de miles de niñas de Guatemala.
Este reportaje hace parte de #NiñasNoMadres, la primera conversación regional sobre el impacto del embarazo forzado infantil en América Latina, una alianza entre GK y Wambra (Ecuador), Mutante (Colombia), Ojo Público (Perú), Nómada (Guatemala) y Managua Furiosa (Nicaragua).
* Por errores de edición, se consignaron mal algunos datos y fueron corregidos. Disculpas a los lectores.
via Nómada
Prensa Comunitaria hace visible el trabajo de siete periodistas que abordan el fenómeno de la violencia contra la mujer. Con la finalidad de apoyar la amplificación de está temática, compartiremos 24 piezas periodísticas publicadas en el medio digital Nómada.