Por Sara Ainhoa De Ceano-Vivas Núñez
Hay controles de seguridad cada pocos cientos de metros en la carretera. Los puestos de control de los Aşayis —fuerzas de seguridad interna— revisan la documentación de los coches que pasan. Están alerta, sobre todo desde que decenas de miembros del Estado Islámico huyeron de las prisiones y campos de refugiados ayudados por los ataques de Turquía sobre la región. Las células durmientes del Estado Islámico nunca se desvanecieron, pero antes de la invasión del ejército turco estaban más controladas. Ahora casi cada día hay explosiones en Haseke, ciudad al sur de Rojava; y con las decenas de miles de desplazados que han llegado de las ciudades y pueblos colindantes con la frontera con Turquía, la ciudad es un hervidero de caras desconocidas.
Han pasado 16 días de la guerra que las potencias internacionales y regionales han orquestado contra la región conocida como Rojava(Kurdistán Oeste), oficialmente nombrada como la Autoadministración del Norte y Este de Siria. Las administraciones turca y estadounidense han decidido que la democracia surgida durante el conflicto de Siria en ese territorio de 750 km2 no es el sistema que les conviene para Oriente Próximo, y que la guerra debe continuar. El punto de partida es asegurar que sus intereses geoestratégicos y económicos queden consolidados. “Nosotros decidiremos qué hacer [con el petróleo] en el futuro”, afirmó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, mientras anunciaba la permanencia de un contingente de 400 soldados estadounidenses en los pozos petrolíferos de Der Ez Zor y la estratégica zona de al-Tanf, al este y al sureste de Siria.
Miembros yihadistas, que antes combatían en los grupos de al-Nusra —antigua al-Qaeda en Siria— y el Estado Islámico, ahora lucen los uniformes facilitados por el ejército turco. Estos grupos graban en vídeo y difunden por internet cómo expolian a la población, destruyen las propiedades y asesinan cruelmente. La atroz tortura y homicidio cometido contra la copresidenta del Partido del Futuro, Hevrin Khalef, y la mutilación del cuerpo de la combatiente de las YPJ Amara Rênas han conmocionado al país. Son una muestra de la cultura del odio hacia las mujeres, que ya tuvo sus antecedentes en la guerra de Afrin.
A través de internet se difunden los crímenes cometidos por el ejército turco. Diversos medios de comunicación han publicado fotografías que muestran quemaduras anormales en cuerpos de jóvenes y niños. Los doctores de los hospitales de Qamishlo y Haseke confiesan que nunca habían visto nada parecido. La Autoadministración de Rojava afirma que se ha hecho uso de fósforo blanco como arma de guerra contra civiles y actualmente una comisión internacional está haciendo los análisis oportunos para confirmar dicha declaración. La copresidenta de la Autoadministración del Norte y Este de Siria, Ilham Ahmed, presentó las fotografías de los cuerpos abrasados en el Congreso estadounidense el pasado 23 de octubre. Calificó la operación del régimen de Tayyip Erdogan como una limpieza étnica y denunció la falacia del alto al fuego acordada entre Turquía y EE UU: “Los están matando, secuestrando, confiscando sus propiedades, quemando sus árboles”, dijo Ilham Ahmed.
En estas dos semanas, el ejército turco y sus aliados yihadistas —a los que parte de la prensa y la comunidad internacional se empeñan en seguir llamándolos Ejército Libre Sirio— han asesinado a más de 200 civiles y herido a más de 600. Al menos 300.000 personas han sido desplazadas de sus hogares. 85.000 niños y niñas han sido forzados a detener sus estudios y más de 5.000 profesores se han quedado sin trabajo. En el caso de la ciudad de Haseke, 50 escuelas han sido puestas a disposición de los desplazados para darles refugio.
La estación de agua de Alok, que daba servicio a medio millón de personas, fue intencionadamente dañada. Abro el grifo y el agua sale con un tono verdoso. Miles de personas en la ciudad de Haseke están consumiendo agua no potable debido a la escasez. Hay cortes eléctricos de tanto en tanto, y a veces cierran la red de internet, y entonces nuestra conexión con el mundo termina.
DE REPENTE, LA REVOLUCIÓN
Rojava se extiende por el oeste hasta la región de Manbij y hacía el sur hasta el desierto de Der Ez Zor. En este territorio conviven desde hace cientos de años múltiples grupos religiosos y étnicos: árabes, kurdos, siriacos, asirios, turcomanos, ezidis, chechenos, circasianos y armenios. Bajo los diferentes imperios y regímenes no todos los pueblos y confesiones han tenido siempre el derecho de expresar su identidad libremente. El proyecto democrático, ecológico y de liberación de las mujeres nacido en estas comunidades a partir del año 2011 tiene como uno de sus pilares esenciales el respeto por la pluralidad nacional y el impulso para la expresión multicultural y religiosa.
En estos años, Rojava se ha convertido en un proyecto más democrático y respetuoso que muchos Estados europeos. Cada institución está presidida por una copresidencia. Esta debe estar forma obligatoriamente por un hombre y una mujer de diferente etnia. Cada organismo tiene una cuota de género del 50% y una cuota para minorías étnicas. Las mujeres están en el centro de la revolución. Lideran los espacios políticos y públicos. Ocupan las calles, las instituciones y los medios de comunicación. Tienen su propia fuerza militar autónoma, las conocidas YPJ. Para quien conozca Oriente Medio se percibe un gran contraste con otros países de la región. Las mujeres se organizan en un sistema paralelo autónomo, toman la palabra y aplican sus propias decisiones estratégicas en favor de las mujeres. La organización popular en las calles está controlada por ellas.
La organización democrática de Rojava se basa en las comunas, asambleas barriales y de pueblos, donde las personas se autoorganizan y deciden sobre sus propias vidas, tratando de hacer política desde la base.
Leyla tiene cinco hijas y un hijo. Su marido la abandonó para casarse por segunda vez con otra mujer. Ella ahora es responsable de la comuna de su barrio. Atiende seis días a la semana a todas las personas que se acercan al local de la comuna. Les ayuda a organizar las necesidades básicas de agua, gas y electricidad. Organiza reuniones para promover la democracia y autoorganización entre sus vecinas. Leyla y sus compañeras promueven visitas a vecinas enfermas, familias con mártires de la guerra o familias pobres. Trata de asegurarse que nadie quede olvidado. Que la solidaridad entre los residentes del barrio llegue a cada casa.
Leyla, como el resto de sus compañeras, no cobra nada por este trabajo. Ella subsiste con el salario de dos de sus hijos. Una hija que está en las fuerzas Aşayis y un hijo que es combatiente de las YPG. Leyla trabaja para su comunidad porque considera que la verdadera forma de organización de la sociedad es la cooperación, no el individualismo ni la competitividad.
La guerra contra el Estado Islámico se ha cobrado la vida de más de 11.000 combatientes. Una gran mayoría de ellos eran kurdos. Decenas de miles han quedado mutilados o son portadores de dolencias crónicas. Fawsya tiene dos hijos mártires en la guerra. Uno falleció en Raqqa, el otro en Afrin. La sala de estar de su casa es un mausoleo en recuerdo a sus dos hijos. Grandes pósteres con sus fotos decoran las paredes. En una esquina, cuelgan de tres árboles de plástico decenas de pequeños retratos de otros mártires, hombres y mujeres caídos en esta larga y penosa guerra.
Estos retratos se reparte durante los entierros. Fawsya los conserva todos. “No voy a permitir que ninguno de ellos quede en el olvido”, dice con determinación, “aunque tenga que llenar la sala de estos pequeños árboles”. Para muchos políticos los muertos son números, pero para las familias en Rojava, cada padre, hija, marido y compañera fallecida, es un dolor indescriptible que no puede ser superado nunca. Fawsya explica: “Te acostumbras al dolor. Te haces a él. Pero no se va. Este dolor nunca se supera”.
EL TABLERO INTERNACIONAL
Los planes de las potencias internacionales para Siria vienen de lejos. En esta complicada guerra, los kurdos eran una carta que solo era conveniente mientras el Estado Islámico avanzaba sobre la región. Ya en 2018, cuando la operación conjunta de las Fuerzas Democráticas Sirias y el ejército estadounidense llegaba a su fin, Rusia dio luz verde a la invasión del ejército turco al cantón de Afrin, al oeste de Rojava. Aquella guerra, que duró tres meses, se cobró cientos de vidas y generó miles de refugiados.
En el barrio donde me encuentro hay muchos desplazados de Afrin. Lo han perdido todo y saben que mientras su tierra esté bajo el control turco no podrán volver a sus hogares. A día de hoy los secuestros y extorsiones a la población en Afrin continúan. Desde que se consolidó la ocupación, un grupo indeterminado de desplazados de Afrin ha huido por goteo, trasladándose a otras zonas de Siria o marchándose a Europa, por miedo a la represión.
Cuando comenzó la invasión, el pasado 9 de octubre, las familias hacían repetidamente dos preguntas: “¿Por qué la comunidad internacional nos ha abandonado de nuevo?” y “¿van a bombardearnos aquí también?”. Hay miedo entre la población, especialmente a los bombardeos aéreos. En todas parte se repite la misma frase: “No queremos nada, ni armas ni tropas, solo queremos que no puedan bombardearnos”. Y es que las fuerzas de defensa de las YPG e YPJ han demostrado ser efectivos combatientes sobre el terreno. Pero la desigualdad de fuerzas se hace visible cuando las tropas pelean con kalashnikov contra aviones de combate de la OTAN.
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Fuente: https://desinformemonos.org/rojava-la-guerra-contra-la-utopia/