Nota editorial: buena parte del país sabe ya quién rayos es Mario Tut Ical. Esas noticias nunca pasan desapercibidas; titulares exaltantes esperados por coleccionistas de novedades cargadas de lugares comunes “tristemente célebres”. En suma, las desgracias individuales nunca son individuales, aunque parezca lo contrario. Los feminicidios —como es el caso— son un continuum, un índice, una biopsia de ese cáncer haciendo metástasis en el grueso de la sociedad, que, aunque tal vez no vuelvan a manifestarse con la saña del asesinato de Alejandra Icó Chub a manos del iracundo conviviente, seguirán apareciendo como el pan de todas las mesas de nuestra patriótica miseria.
Por eso, desde Prensa Comunitaria compartimos este breve texto de Patricia Cortés, esperando que eso más profundo que hay detrás no se olvide fácilmente en la marea de los graves sucesos nacionales que nos sobrepasan sin tregua:
Más de una vez en mi infancia escuché esa frase, en canciones, en rancheras, en radionovelas, en telenovelas, en novelas de folletín.
Era aceptable y hasta “admirable” que un hombre “defendiera su honor” asesinando a la mujer “mala e infiel” que le había “desgraciado la vida” al tener un amante o pretender “irse y dejarlo”.
Hace algunos años vi de cerca uno de esos casos y aún no logro comprender ¿qué es lo que acaba en la vida de un hombre cuando una mujer decide no seguir acompañándolo o deja de amarlo?
Una tras otra, las historias que nos cuentan recrean el sufrimiento de un hombre cuando “su honor es mancillado”. Cómo olvidar ese pasaje donde El Gabo narra la historia de una mujer que se dejó pintar por el amante “esta cuca es mía” en el vientre y al olvidar bañarse el esposo se da cuenta de la travesura y la degüella. No podía sino ser una afrenta a su honor el dejarla viva.
Nos hace tanto daño el machismo, la religión, la cultura en la cual la familia nuclear es el ideal –pero casi ningún hombre la respeta— y donde las mujeres somos sólo accesorios para lucir y “pertener” a alguien con derecho a degollarnos si osamos salirnos del molde. Sea cual sea la afrenta a la dignidad, el asesinato nunca debe ser la respuesta.
Más de una mujer ha dicho en este tema “deberían matarlos y castrarlos”, pero casi ninguna está dispuesta a educar a sus hijos, a enseñarles que si ella ya no los quiere no se van a morir, a hacerles ver que no todas las relaciones duran para siempre, a que vean a las mujeres como compañeras y no como premios.
Mi autor favorito sigue siendo García Márquez. Es hora de que pongamos en las manos de los niños menos fantasías hollywoodenses y más autoras (y autores) que hablen de sexo, infidelidades, oprobios cotidianos, deslices, etc. O sea, que hablen de todas las cosas que —con mucha seguridad— les van a suceder en la vida real.
Es un reto.
Patricia Cortés