Por Luis Ovalle
En la selva petenera los combatientes revolucionarios portaron cualquier tipo de arma para defenderse o atacar al enemigo, desde viejas y desvencijadas carabinas m1, rifles 22, escopetas, algunas subametralladoras, pistolas o revólveres, con percutores hechizos, reparadas una y otra vez, hasta machetes oxidados, con poco o nada de filo.
Esas viejas y oxidadas armas eran las más peligrosas de manipular, pero las compañeras y compañeros las hacían responder en el momento oportuno, más por voluntad y mística del revolucionario, que por la calidad de fuego. Muchas veces fallaban, es cierto y provocaban, en el mejor de los casos, una huída a tiempo.
Pero el coraje y la entrega de aquellos valerosos guerrilleros no tenían límites. Y aunque casi nunca faltaba un arma para la batalla, podía agotarse la dotación de tiros, humedecerse la pólvora por el clima de la zona o incluso que un tiro se atorara en el cañón y por la celeridad del momento no diera tiempo a baquetearlo.
Podían faltar las armas o acabarse los tiros, pero los combatientes, en esas agrestes selvas siempre llevaban al cinto o en la espalda un machete aunque fuera medianamente afilado.
Un día después de haberse incorporado a la guerrilla y preparado mínimamente como miliciano, fue necesario que René participara en una emboscada y estuviera en el grupo de asalto. Para que cumpliera con esta difícil empresa le asignaron un machete. Uno de sus hermanos llevaba con sigo una vieja escopeta 410, con cañón de aluminio y un clavo como percutor. Era la que usaban para cacería en su casa. Todo estaba listo para aquella heroica acción… ¡verdaderamente heroica! con las peores armas y machetes mal afilados, pero con una voluntad inquebrantable de triunfar.
La emboscada se logró a medias ¡y qué bueno que fue así!, porque con la detonación de una primera mina el enemigo ya no avanzó hacia el punto de recuperación. Con una risa nerviosa René recuerda aquel momento, en el que seguramente habría perdido la vida de haber intentado recuperar en aquellas condiciones.
René sobrevivió a esa difícil prueba de fuego, con la hidalguía y serenidad de un joven campesino, convertido en guerrillero, que intentaba incidir en los cambios que requería el país. Pudo morir en aquella empresa, pero no fue así. Por sus manos pasarían muchas armas años después, automáticas o semiautomáticas, incluso de alto poder de fuego, durante su participación internacionalista, pero antes recibió “como premio” a su valor, la escopeta 410, que lo acompañó durante algún tiempo.
Pero así como la 410 hubo otras armas, dignas de recordar, como “la Chabela”, una escopeta de metro y medio, o un rifle 22 que tenía todas sus partes amarradas con alambre. Los compañeros se emocionan al recordarlo: — “¡Lo bueno que era de 30 tiros…!” “Uno en recámara y 29 en la bolsa”; una subametralladora Thompson conocida como “La Cubeta”, que había que limpiar a diario porque oxidaba a morir.
Un rifle con similares características fue asignado al compañero Pascual, con el agravante de no tener guardamontes, lo que lo llevó a enfrentar una difícil experiencia.
Durante una comisión rutinaria, en una pequeña patrulla, el rifle se le enredó en un bejuco cuando intentaba pasar por una charralera, con tan mala suerte que se escapó un tiro e hirió al compañero de adelante. El corazón le volvió al cuerpo cuando vio que la herida era leve.
A su regreso Pascual recibió dos sanciones, también leves: encargarse de las curaciones del compañero y hacerle un guardamonte al rifle. Pascual recordó que en un viejo campamento, a unas tres horas de camino había quedado un viejo pocillo de aluminio, el que fue a traer, tomando todas las precauciones del caso. Unos días después el viejo rifle lucía un útil guardamontes.
Como esas hubo otras: una subametralladora 22 de fabricación mexicana, con forma de garlopa de carpintería, a la que apodaron “Cepillo”, una escopeta llamada “La Panchita” y otra, automática, conocida como “La Juanita”; los primeros fusiles Galil recuperados tenían bípode y recibieron el nombre de “los grillos”.
En selvas, montañas o llanuras, en condiciones de lucha irregular, los combatientes guerrilleros utilizaron las armas que tenían a su alcance para resguardar la vida. En las ciudades, en cambio, fue necesario hacer uso de métodos conspirativos y armarse de coraje para pasar desapercibidos frente a las fuerzas represivas y agentes encubiertos.
Tanto unos como otros lucharon por un único objetivo, construir un mejor país.