Por Jimena Castañeda
Mi abuela me dijo una vez, “ya no recuerdo lo que es vivir sin dolor”.
El dolor posiblemente sea, de las experiencias humanas, la más permanente a lo largo de nuestras vidas. Se experimenta desde el momento en que nacemos y lo viviremos a lo largo de la vida hasta llegada nuestra muerte. El dolor físico acompaña y nos recuerda en varias ocasiones la fragilidad de nuestro cuerpo.
Actualmente se toman en cuenta cargas de orden psicológico y emocional en cuanto el dolor y su padecimiento, por ejemplo para la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) dolor es una “experiencia sensorial y emocional asociada a una lesión real o potencial”. El dolor se verá como un fenómeno de múltiples dimensiones en donde actúan factores físicos, orgánicos, sociales, culturales, etc.
Hay variados tratados sobre el dolor y el sufrimiento, el duelo y el dolor, sobre como sobreponernos, más recientemente se utiliza la palabra resiliencia como proceso para llevar el dolor, yo me pregunto, ¿qué hacemos cuando el dolor es colectivo?, ¿qué solución le damos a una sociedad envuelta por un manto de dolor?.
Ayer al ver una foto que circulaba en redes sociales, en donde se veían 172 cajas con flores blancas sobre ellas, rumbo a San Juan Comalapa para su inhumación, me pregunté precisamente como podía quitarme esas ganas de llorar que tengo aplastando el pecho, me di cuenta que llevo esa sensación de opresión acompañada por la necesidad de expulsar lágrimas a chorros, desde hace mucho.
Quise empezar esta pequeña columna de opinión, hablando del dolor en general, pues eso nos familiariza, nos une como humanos, es una experiencia de la que ninguno está exento y de la cual, considero, Guatemala está infestada.
Guatemala es una sociedad doliente y sangrante todo el tiempo, desde la época en que la espada blanca comenzó a traspasar la piel morena, pasando por los azotes y abusos en las fincas del café liberal, el banano imperialista, hasta la tierra arrasada por las botas lustradas y una actualidad absolutamente devastadora a la que la oligarquía local y sus lacayos nos ha conducido.
Una sensación de ahogo me invade constantemente, al leer un libro, al ver una noticia.
Cómo sobrellevar la vida en un territorio que se ha regado de la sangre de sus hijos, cómo lograr levantarse cada día sin aceptar ser el muerto viviente que el sistema del mundo actual, pretende que seamos, cómo tomar aire hasta llenar los pulmones sin que la fatiga y la abrumadora niebla de la realidad te golpee tan fuerte que no logres levantarte del suelo.
Hace unas semanas viendo lo que ocurría con el volcán de Fuego y la situación de las personas que perecieron a sus faldas, hace un año con las niñas quemadas por el Estado, por la niña arrasada y mutilada por las llantas de un auto, hace unas horas por la mujer asesinada frente a la estación de policía, hace unos años por cada chofer asesinado, hace unos años por cada aldea aplastada, por los niños golpeados hasta morir, por las mujeres violadas, por los hombres torturados, por los jóvenes y jovencitas desaparecidas, por todos, por todas, por nosotros, hemos de llorar hasta quedarnos sin aliento.
Sí, rechazo contundentemente el ser una conformista, no acepto la indiferencia y la enajenación como formas de vida, niego encerrarme en una burbuja haciéndome una cómplice observante de la devastación y sí, me opongo rotundamente al olvido como mecanismo de defensa e injusticia; ¿cómo entonces lograr vivir aquí, en esta tierra del dolor?
Me quedé pensando y sintiendo, analizando de forma introspectiva primero para luego generar una posible respuesta. He escuchado mucho últimamente, el término resiliencia para referirse a la capacidad de resistir y sobreponerse de situaciones difíciles que enfrentan las personas, sin embargo me parece una palabra blanda, floja, algo en ella no me gusta, considero que no logra enmarcar ni sostener mi respuesta.
Ante el cómo lograr vivir en un espacio doliente como la sociedad guatemalteca, giré mi mirada y observé, en silencio la respuesta llegó, llegó vestida de colores vibrantes en los tejidos de las mujeres de Sepur Zarco, llegó con gafas, una mirada serena y el rostro serio de la familia Molina Theissen, fue acercándose en las páginas amarillentas del Diario Militar y el trabajo de los cientos de profesionales que ponen a disposición de la justicia sus conocimientos, fue aproximándose en el saco rojo de Jacinto de Paz y en los rostros de todos quienes testificaron en el juicio por genocidio en Guatemala, se presentó en el rostro de cada familiar que constantemente busca a un desaparecido, se ha encaminado hacia la conciencia de todo aquel que quiera ver, oír y sentir.
En esta tierra del dolor se ha forjado un torbellino que da la respuesta, esta es fortaleza y dignidad.