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Créditos: Paula Peñacoba
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por: Paula Peñacoba  @pocajontas0

Tomado de: Público

 Yayo Herrero, directora de FUHEM y activista de Ecologistas en Acción, Lolita Chávez, lideresa feminista comunitaria del pueblo maya K’iché, y Marusia López, de la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos, reflexionan sobre la integración de las reivindicaciones feministas en la lucha por los derechos ecoterritoriales de los pueblos indígenas.

En el corazón de los movimientos ecoterritoriales e indigenistas, hay mujeres que no sólo luchan por proteger sus medios de vida, sino que se ven obligadas a defender sus propios cuerpos de un mundo que los utiliza como campo de batalla. Son mujeres que, en palabras de Yayo Herrero, directora de FUHEM, “ven que los procesos de defensa de la tierra están directamente conectados con vivir vidas que merezca la pena vivir” y para las que esta reivindicación de la vida es, en muchas ocasiones, indivisible de la reivindicación de la soberanía sobre su propio cuerpo.

 “¿Dónde está la paz si en la cama me quitan la paz?”: así resume su trinchera diaria Lolita Chávez, lideresa feminista comunitaria del pueblo maya guatemalteco K’iché, que ha compartido con la activista ecofeminista Yayo Herrero y la integrante de la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos Marusia López la mesa de debate Abordaje feminista sobre la defensa del territorio y de los cuerpos de las mujeres en contextos de conflictividad social, durante el Seminario Internacional Criminalización de la defensa de los Derechos Humanos en América Latina y Europa, en el centro cultural La Corrala (Madrid).

Lolita denuncia que la violencia machista no es exclusiva de las sociedades occidentales, sino que también está presente en los pueblos originarios. El patriarcado persiste también dentro de los movimientos defensores de estos pueblos, donde las mujeres feministas son a veces consideradas traidoras a la causa indigenista, como expone la lideresa guatemalteca. “No vale que dando nosotras la fuerza y la energía en la cama nos estén pegando los mismos que dicen que son nuestros compañeros defensores”, protesta Lolita. “¿Dónde está la lealtad?”, reclama.

Lejos de dedicarse únicamente a esta lucha colectiva, estas mujeres han tenido que asumir, muchas veces en solitario, los cuidados de las personas que les rodean. La tarea cotidiana de “sostener la vida” que, “dentro de un sistema que estructuralmente la ataca”, es , a ojos de Yayo Herrero, “un estado tremendamente violento”.

Criminalización diferenciada

“La criminalización de las defensoras de la tierra es tremenda y cuando son mujeres además se marca con otros tintes: se las llama feminazis, se las insulta con todo tipo de calificativos que de alguna manera caen en todos los estereotipos de lo que es la imagen de una mujer autónoma en un mundo que desvaloriza esa fuerza”, explica la activista de Ecologistas en Acción Yayo Herrero. También Lolita Chávez coincide en hablar de una “criminalización diferenciada”: “A mí me dicen bochinchera, guerrillera, patarrajada, bruja, prostituta, machorra”, admite.

La defensa de los derechos de los pueblos indígenas pasa por negar el modelo económico hegemónico, que persigue explotar los recursos naturales de los territorios que ocupan para asegurar su crecimiento. A menudo, sus demandas chocan frontalmente con los intereses de los poderes económicos dominantes, lo que hace a sus activistas objeto de ataques constantes. En el caso de las mujeres, esta represión va acompañada de otras formas de violencia estructural, ligada a “la concepción patriarcal de sus cuerpos como un espacio de propiedad”, profundiza Yayo.

La voz de Lolita Chávez ilustra más claramente este fenómeno: “Al año están asesinando seiscientas mujeres aproximadamente en Guatemala. Están naciendo mil niños y niñas al día. ¿Qué está pasando con nuestros cuerpos? ¿Qué está pasado con nuestras vidas? ¿Qué está pasando con nuestra expresión?”, interpela.

“Liberar nuestros cuerpos es analizar los poderes que actúan sobre ellos”, señala Lolita, para quien es responsabilidad del feminismo comunitario deconstruir todo tipo de conocimiento hasta asegurarse que no hay dentro de él ningún elemento que perpetúe la violencia contra las mujeres, desde la filosofía hasta la sexualidad. “Yo no conocía el clítoris y había ido a la universidad. Conocer el clítoris es estratégicamente político para nosotras”, afirma.

Feminismo que sana

“Gracias al feminismo me di cuenta de que había violencias que no estaba reconociendo y que me estaban matando y fue el feminismo el que me permitió reconocer, sanar y defenderme de esas violencias”, cuentan a Marusia López, encargada del área de Poder y Protección para Mujeres Activistas de la organización mexicana Asociadas por lo Justo, muchas de sus compañeras.

“Las mujeres juegan un rol fundamental en la defensa de la vida, por el rol histórico que se les ha asignado”, apunta Marusia. Por esta razón, colocarlas en el centro de movimientos que defienden precisamente las vidas que ellas tradicionalmente se han ocupado de mantener es, para la activista, “un tema de justicia histórica, de reconocer y devolver la voz a quienes por siglos han sido minimizadas, excluidas, marginalizadas”.

“Si algo ha puesto sobre la mesa de debate el movimiento feminista ha sido la idea de cómo se ha conformado una noción de sujeto que es falsa”, incide Yayo Herrero, “un sujeto abstracto que se cree que puede flotar por encima del territorio, que cree que puede vivir fuera de su cuerpo y que desde luego no se siente para nada responsable del cuidado de los cuerpos de otras personas”.

Para Marusia, el reparto de los cuidados es “una de las piedras angulares del feminismo”. “Si en las comunidades, los movimientos y las familias no se reparte de manera equitativa y responsable los cuidados, eso tiene un impacto en la salud de las mujeres, en su vida y en el fortalecimiento de los movimientos”, alerta.

http://www.publico.es/sociedad/reivindicacion-feminista-pueblos-indigenas.html

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