Texto y fotografía: Sergio Valdés Pedroni
En estos tiempos de simulacros, urge el diálogo franco. El país entero requiere de sensatez, generosidad política y dignidad para las mayorías despojadas durante siglos. Foros, libros, obras, películas, críticas que apunten a construir consensos, no a exacerbar las diferencias.
Cada individuo y cada generación tiene su propia sabiduría, sus secretos, sus hallazgos. Cabe entonces sumar entre posiciones y generaciones distintas.
En el interior de la casa de Carlos Guzmán-Böckler aparece la figura del Che como utopía de la justicia y unidad mundial. Luce hermoso en lo alto y su conciencia permanece como acicate contra la indiferencia. No obstante, la pretensión de homogeneizar a la humanidad -o a una determinada sociedad- bajo una o dos ideologías cerradas, carece de sentido y porvenir. Tanto las derechas como la mayoría de las izquierdas latinoamericanas -salvo honradas y honrosas excepciones- se han anquilosado en un discurso y una práctica intolerante, que mira hacia el vacío. Guzmán-Böckler lo tenía claro desde hace mucho.