Por: Manuel Díaz Olalla, médico y cooperante
El pasado 26 de mayo, el Contingente Internacional para el Enfrentamiento de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve de Cuba recibió el premio de salud pública que entrega la Organización Mundial de la Salud (OMS), “en reconocimiento a la destacada labor solidaria en materia de salud de la Mayor de las Antillas”. Coincidiendo, además, con el reciente fallecimiento del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, y en el contexto del debate que tan luctuoso suceso ha reavivado sobre logros e insuficiencias de su obra en estos últimos 57 años, se han señalado entre los primeros y desde diversos ámbitos los indiscutibles resultados de su sistema sanitario que ha situado la salud de la población de ese país al nivel de los más desarrollados del mundo. Con tal motivo y para hacer justicia al encomiable trabajo de Cuba en este campo se hace este breve repaso a esta excelente historia de compromiso con los pueblos olvidados del mundo.
No por conocidos debemos obviar datos tan elocuentes como que la población cubana tiene una tasa de mortalidad infantil de las más bajas del mundo (menos de 5 niños menores de un año por cada mil nacidos vivos al año, 2015), una esperanza de vida al nacer de las más altas (rondando los 80 años), una cuadro epidemiológico de morbilidad y mortalidad propio de un país de alto nivel de desarrollo, o que Cuba ostente títulos tales como Mejor país de Las Américas para que las mujeres se conviertan en madres (Save The Children, 2013) y Único país de América Latina que ha erradicado la lacra de la desnutrición infantil (UNICEF, 2012), por mucho que el falso mito de “la Cuba del hambre” se haya instalado muy eficazmente en el subconsciente colectivo gracias a los “medios de desinformación” occidentales, cuyos ímprobos esfuerzos en convencernos de ello fueran merecedores de causas más nobles y veraces.
Tomado de: Actualidad Humanitaria
Si bien la salud de la población no es el resultado único de la actividad del sistema sanitario, es evidente que el hecho de que Cuba sea uno de los países del mundo con mayor número de profesionales de la salud por habitante (90 enfermeras y 70 médicos por diez mil habitantes en 2014) tiene que ver con ello. Contrastan estas contundentes cifras con las de Europa y América Latina ese mismo año, pues sus ratios de médicos por habitante, por ejemplo, fueron de 33 y de 20,8, respectivamente, siempre por diez mil habitantes. Se lo paga Cuba, a pesar de la enorme sangría que supone el injusto bloqueo norteamericano, porque esa es la filosofía que inspira su sistema político, dedicando, como hace, un 10,57% del PIB a la salud (2015) muy por encima de países como EEUU, Alemania, Francia y España, pues nuestro país, tras los drásticos y también injustos recortes de estos últimos años cuantifica ese esfuerzo en tan solo un 6,29%. Cuestión de prioridades.
Al triunfo de la Revolución había en Cuba 6.000 médicos, de los que más de la mitad abandonó el país en los años posteriores. Se convirtió, por ello, la salud, junto con la alfabetización y la reforma agraria, en los objetivos prioritarios de Fidel en esos convulsos años. En la actualidad hay en Cuba 90.000 médicos, muchos de ellos en misiones en el exterior como más adelante se comentará, pudiendo refrendar, a la luz de los resultados, que Cuba es el país en desarrollo con las inversiones en salud más costo/eficientes del mundo. Es el resultado, al parecer imaginado en sus orígenes por el carismático líder, de un sistema de salud público, gratuito, de cobertura universal, cuyo eje es la atención primaria de salud y en que el abordaje comunitario de los problemas de salud de la población y las actividades preventivas son prioritarias sobre las labores asistenciales.
La biotecnología y el desarrollo de nuevos fármacos es otro de los aspectos más destacables de lo acontecido en el ámbito de la salud en la nación caribeña en este periodo, hasta convertirse en auténtica vanguardia mundial. En 1985 desarrolló la primera y única, hasta ahora, vacuna contra la meningitis B, experimentando grandes avances también en terapias para la hepatitis B, el pié diabético, el vitíligo y la psoriasis. En los últimos años su industria biotecnológica ha desarrollado vacunas contra el cáncer de pulmón y el VIH/SIDA, que se prueban con éxito en varios países, incluido EEUU, siendo también el primer país del mundo en eliminar la transmisión materno-fetal de esta última enfermedad. No en vano, Margaret Chang, Directora de la OMS, declaró que el sistema sanitario cubano es un ejemplo a seguir por su capacidad, su sostenibilidad y su solidaridad, enfatizando además su enorme vocación de ayuda internacional.
Como dice el conocido ensayista canadiense John Kirk, profesor de la Dalhousie University de Halifax, el internacionalismo médico cubano ha salvado millones de vidas en todo el mundo, aunque de esta solidaridad sin precedentes apenas haya registros en los medios de comunicación occidentales. Cuba ha desplegado desde el inicio del periodo revolucionario una intensa labor de apoyo a la salud y al desarrollo de los sistemas sanitarios de muchos países del mundo. “Un ejército de batas blancas” denominó Fidel a los trabajadores de salud cubanos, mientras salían los primeros 55 de ellos rumbo a Argelia en Mayo de 1963, con el objeto de reforzar y reorganizar el debilitado sistema de salud de aquél país. Desde entonces Cuba ha enviado más de 300.00 profesionales a 158 países con ese mismo objetivo. No en vano, tras el fallecimiento del Comandante, Argelia decretó 7 días de luto oficial, causando la noticia de su pérdida gran conmoción, además de en Cuba, en muchos países de América, África y Asia que han sido beneficiados por esa actividad solidaria.
En la actualidad Cuba está presente de forma continuada en 67 países con la sanidad pública deteriorada, contando para ello con 55.000 profesionales desplazados, de los que aproximadamente la mitad desarrolla su misión en Venezuela. La labor que realizan es “a largo plazo” y será difícil que algún cooperante español con cierto bagaje no haya vivido la experiencia de conocerlos o trabajar con ellos en los lugares más recónditos, allí donde viven las poblaciones más pobres y abandonadas de este mundo. En este ámbito se deben destacar programas de gran impacto puestos en marcha por la cooperación cubana, como la llamada “Misión Milagro”, iniciada en Venezuela en 2004 y extendida después a otros 35 países, gracias a la cual más de 3,5 millones de personas han recuperado la vista tras ser operadas gratuitamente de cataratas u otras enfermedades oftálmicas por los médicos cubanos. En los últimos años, el programa de ayuda médica solicitado por Brasil para satisfacer las necesidades de la población más desatendida del noreste del país, contó con más de 11.000 médicos y enfermeras cubanos, además de otros de distintas nacionalidades.
En el ámbito de las emergencias Cuba es, también, un ejemplo para todos los países del mundo. Desde que desplazara por vez primera a sus médicos y enfermeras a atender a los heridos y lesionados en el terremoto de Valdivia, Chile, en 1960, ha desarrollado una intensa actividad de atención humanitaria, siendo muy conocidas sus actuaciones de ayuda a las poblaciones afectadas, entre otras, por los huracanes Mitch y Georges en Centro-América (1998), por el terremoto de Cahemira, Pakistán, en 2005, o, más recientemente por el terremoto de Haití (2010) y la epidemia de fiebre por virus Ébola en África Occidental. La vocación de permanencia con la población vulnerable de todos los rincones del mundo es tan robusta que cuando tembló la tierra en Puerto Príncipe en enero de 2010, ya había médicos cubanos en Haití (hay allí unos 400 de forma permanente desde 1998) y cuando ya habían partido casi todos los cooperantes que llegaron en el desembarco internacional de la ayuda, diez meses después del desastre natural, y se declaró la epidemia de cólera que diezmó a los supervivientes, las brigadas médicas cubanas seguían allí, atendiendo a los enfermos prácticamente con la única compañía de Médicos Sin Fronteras. Cuba fue el país que más ayuda material y más recursos humanos puso en el terreno (146 profesionales de la salud) en la terrible epidemia de fiebre por virus Ébola desatada en Sierra Leona, Liberia y Guinea Conakry entre 2014 y 2016, y el trabajo de los profesionales cubanos de la famosa y premiada Brigada Henry Revee, alguno de los cuales continúa en la actualidad brindando su ayuda en aquélla región, mereció la admiración y el aplauso de la comunidad médica internacional, de las Naciones Unidas y hasta de algún destacado miembro del gobierno de Obama.
Pero la piedra angular de este sistema de salud es la educación de los profesionales. La formación de su personal de salud está impregnada de la idea de la solidaridad con los pueblos de países con pocos recursos. Los estudios de medicina o enfermería, como todos los universitarios, son gratuitos en aquél país. Para cursarlos sólo cuenta la capacidad y el esfuerzo. En este ámbito, ante la acuciante necesidad de profesionales en los países en desarrollo y pensando también en que algún día pudieran ser el relevo de los internacionalistas desplazados, Cuba abrió en 1999 la Escuela Latinoamericana de Medicina para formar gratuitamente como profesionales de la salud a jóvenes de las capas sociales más deprimidas de los países en desarrollo. Desde entonces se han licenciado 25.000 médicos de 80 países, extendiendo ya su actividad a algunos de ellos, como es el caso de Venezuela donde se han formado 20.000 más. Cuba corre con todos los gastos de esos alumnos durante toda su formación dándose la circunstancia de que ha licenciado también a algún centenar de jóvenes de EEUU. No hay que olvidar que en el país del norte el desembolso medio para cursar los 6 años de la licenciatura de medicina ronda los 120.000 $, por lo que quienes se licencian en Cuba sin gasto alguno provienen de familias sin recursos de ese país y adquieren el compromiso, no vinculante, de trabajar a su regreso para la población norteamericana más necesitada durante al menos 2 años.
Existen dos grandes formas de concebir la sanidad pública y cada uno de sus componentes. La primera es, lamentablemente, la más extendida en todo el mundo e implica verla tan sólo como un servicio condicionado al poder adquisitivo del público demandante. La segunda, en cambio, concibe la salud como un derecho que debe ser garantizado permanentemente por el Estado. El ejercicio de este derecho implica la provisión incondicional y universal de servicios por su parte. En dicho esquema, la iniciativa privada como proveedora de servicios sanitarios, con evidente interés de lucro en relación a los problemas de salud de las personas, no tiene cabida y está plenamente descartada. En esta concepción se forman los profesionales de la salud cubanos y por ello chocan con la realidad del mundo cuando salen de su país en sus misiones internacionalistas. Sin duda por ello la llegada de médicos y enfermeras cubanos a algunos países ha despertado no poca hostilidad en las capas sociales favorecidas, sectarias y muchas veces abiertamente racistas, en especial entre los propios profesionales de la salud. Es el caso de Venezuela o Brasil. No es de extrañar: la presencia de los cooperantes cubanos pone en evidencia los intereses comerciales que muchas veces les mueven, su falta de profesionalidad y su profundo desinterés por las poblaciones más necesitadas de sus países.
Escribió el sociólogo y politólogo brasileño Emir Sader que una parte de la élite médica y de la población más acomodada de su país se mofaba de las médicas cubanas cuando llegaron a trabajar allí hace unos años porque, decían, se parecían a sus empleadas domésticas. Es la evidencia de lo poco acostumbrados que están a que la gente humilde pueda cursar estudios universitarios y, en lugar de orientar su vida profesional al lucro personal, se dedique a ayudar a los más necesitados.
Hijas e hijos del pueblo, en fin, dedicados a cuidar al pueblo, los profesionales cubanos de la salud son tan dignos de admiración y de respeto como lo es el esfuerzo titánico de su país por llevar su ayuda a los rincones de mundo donde más la necesitan.
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Cuba y la salud de los pueblos olvidados: un ejemplo de solidaridad