Mario Álvarez Capir nació en 1958. Según cuenta su familia le encantaba la música, todo el tiempo estaba cantando guitarra en mano, igual que su padre Felipe Álvarez Tepaz. La mitad de esta familia, que fue muy activa en el desarrollo de San Martín, fue desaparecida en apenas dos años. Los que aún viven tienen la esperanza poder reunirles a todos.
Texto y fotografías: Lucía Ixchíu
El 7 de octubre de 2016 fueron enterrados en San Martín Jilotepeque los restos de Mario Álvarez Capir. “Debemos ir a cubrirlo. Irán tú y Fernando”, me avisaron por un mensaje. Sería un velorio, después una misa y luego al cementerio para enterrar sus restos.
La historia de este país está llena de sangre, ausencias, violencia y fosas clandestinas. En unas fosas ubicadas en Estancia de la Virgen, en este municipio, fueron encontrados los restos de Mario Álvarez el 17 de julio del 2010. Había sido desaparecido por el ejército de Guatemala el 28 de noviembre de 1981 cuando tenía 23 años de edad. Ahora, la Fundación de Antropología Forense de Guatemala –FAFG-, los devolvía a la familia después de todo el proceso de reconocimiento, y ésta ya podía enterrarlo en paz. Por fin.
Hacer una pregunta trae muchas respuestas inesperadas. Averiguar y preguntar sobre la historia de Mario, reveló la historia de la familia Álvarez Capir y la persecución que sufrieron durante la guerra. Ixmucané, sobrina de Mario, fue quien abrió la puerta para dejarme entrar a esta historia de miedo y dolor, pero también de mucha esperanza, música y unidad familiar.
La familia Álvarez Tapir y su servicio a la comunidad
Felipe Álvarez y Antolina Capir fueron un matrimonio lleno de compromiso por el fortalecimiento comunitario y sobre todo de fomentar una familia llena de amor y unidad entre sus hijos. Procrearon 10 niñas y niñas que crecieron en una familia con un profundo compromiso al amor al prójimo, pues Felipe Álvarez Tepaz, aunque sólo cursó el primer año de primaria, era una persona muy inteligente, agricultor de profesión pero dedicado en tiempo completo a la iglesia católica. Además, tocaba la guitarra y era compositor, desde niño expreso su habilidad por la música.
Antolina era la matriarca de ese familia aseguran sus hijos y nietos, quienes cuentan cómo juntos los dos hacían la dupla perfecta para poder llevar adelante ese hogar comprometido con el cambio social, con los derechos de los pueblos indígenas y la iglesia católica. Según cuentan familiares, mientras Felipe iba a las comunidades lejanas de San Martin Jilotepeque a impartir catecismo y fortalecimiento comunitario, Antolina se encargaba de sus 10 hijos a quienes inculcó el respeto a los demás y el amor a la vida.
Por su liderazgo, Felipe Álvarez llenaba el perfil para representar al pueblo en un puesto de elección popular y el partido político Democracia Cristiana en una asamblea le propuso ser candidato a alcalde para el periodo 1974 al 1976. Con mucho compromiso él aceptó y al realizarse las votaciones, todas las aldeas, caseríos y cantones de San Martín le apoyaron convirtiéndolo en el segundo Alcalde indígena de San Martin Jilotepeque y de los primeros en todo el país.
Felipe Álvarez tenía claro la importancia de la educación para las comunidades y junto con su hijo José Jorge Álvarez Capir hablaban y se preocupaban del fortalecimiento e implantación de escuelas en las aldeas. José Jorge luchó por la educación rural e incluso construyó junto a la comunidad la primera escuela del lugar conocido como la Estancia de la Virgen. Su hija Ixmucané recuerda decir a su padre: “La única forma en la que nosotros los indígenas vamos a salir adelante, es con la educación”.
La incomodidad de algunas de las familias ladinas de San Martín Jilotepeque no se hizo esperar, toda la familia Álvarez Capir recuerda las expresiones de odio y racismo expresadas al referirse a todos ellos, quienes a partir de la candidatura de Felipe, no volvieron a tener paz nunca más, “Indio mierda”, “te vas a arrepentir de haber ganado”, “qué triste que un indio sea nuestro alcalde”.
Por hablar de sus derechos fueron desaparecidos
Después del primer periodo de alcaldía de Felipe Álvarez, las comunidades pidieron continuar y volvió a reelegirse, pero comentan pobladores que para esa elección hubo un fraude. Sin perder las esperanzas de poder seguir sirviendo a sus pueblos, vuelve a postularse para el periodo del 80 al 82 y su victoria fue absoluta.
En esos años la guerra en Guatemala era cada vez más dura y el genocidio estaba justo por efectuarse, siendo alcalde Felipe fue el mayor opositor a la construcción del destacamento militar en San Martín Jilotepeque: Sus hijos recuerdan que decía “si dejamos que pongan acá un destacamento, van a masacrarnos, como están pasando en Quiche”.
Felipe jamás imagino que él y toda su familia sería marcada, perseguida y reprimida de la forma brutal en que lo vivieron, y pasó justo todo lo que predijo: las aldeas y cantones en San Martín Jilotepeque fueron masacradas, familias completas desaparecidas, tierra arrasada y todas las practicas comunes del ejército de Guatemala para operar en el territorio.
Primero vinieron por Felipe el 11 de noviembre del 1981 a eso de las 7 de la noche. Era alcalde de San Martín y tenía 64 años, vinieron de noche hombres armados con pasamontañas. Así contaba la tía Maruca, que fue testigo de todo, los paramilitares le dispararon a todo lo que se les puso en el camino incluyendo a Ester y Ángela Álvarez Capir, hijas de Felipe y Antolina.
“A mi papá se lo llevaron junto con mi hermano Rosalío que era el más pequeño de nosotros, tenía 21 años -cuenta Isidoro, el hijo mayor, que ahora tiene 77 años- nunca más volvimos a verlos. Mi mama salió a buscarlos hasta el cansancio, policía, bomberos, hospitales, cárceles, cuarteles, destacamentos. Al menos sus hijas Ester y Ángela sobrevivieron al ataque armado y eso para ella era un poco de paz, pero sin duda no sabíamos que los que estaba por venirse era una persecución a toda nuestra familia”.
Ya estaban amenazados de muerte, todas y todos los Álvarez Capir. Después de varios meses el mercado de Chimaltenango fue rodeado por miles de militares, y Ester Álvarez fue testigo de cómo el 28 de agosto de 1981 el ejército de Guatemala acribilló a golpes y balas a José Jorge Álvarez Capir, el maestro de La Estancia. Un golpe más para Antolina Capir.
Pero tres meses más tarde seguía sin terminar toda esa pesadilla. El 29 de noviembre de 1981 el ejército de Guatemala hizo un llamado obligatorio a las rondas de patrulleros donde todos los hombres de las familias se tenían que hacer presentes. Mario Álvarez Capir, de 23 años -cuyos restos fueron encontrados en una fosa clandestina en Estancia de la Virgen- se presentó a patrullar, pues él era un oficial de Marina, sin imaginarse que sería sacado de las filas y llevado al destacamento, donde nunca más lo vieron salir.
Quince días más tarde, el 13 de diciembre de 1981, Mateo Álvarez Capir acudió al llamado que el ejército hizo a la población de San Martín Jilotepeque por medio de un helicóptero, diciendo que era obligatoria la presencia de los hombres del pueblo para presentarse en la plaza central. Desde entonces no se ha sabido de él. Cecilia Candelaria Tomás, su viuda, nos lo cuenta y afirma que después de encontrar los restos de Mario, tienen toda la esperanza en encontrar los restos de Mateo, y que hasta no ver los restos de él, no puede darlo por muerto.
Cada uno de estos golpes a la familia Álvarez Capir fueron mortales para Antolina, quien desde que se llevaron a su marido perdió el apetito, lo que le generó todo tipo de problemas gástricos que se convirtieron en cáncer y murió en 1983. Desde entonces los Álvarez no fueron nunca más los mismos.
La esperanza del reencuentro
Después de contarme esto, un gran silencio invadió la sala. El recordar ese pasado tan tortuoso sin duda se hace doloroso, el recordar es volver a vivir, algo que se quisiera olvidar. Isidoro, Norberto, Hilaria y Ángela son los cuatro hermanos que quedan de los diez Álvarez Capir, y junto a Ixmucané, la hija de José Jorge, fueron quienes recordaron la historia de su familia.
Afirman que aún son asediados por llevar el apellido. Ixmucané me cuenta cómo su tía Ester -que murió de cáncer en el 2014- también fue secuestrada y por motivos que desconoce fue puesta en libertad. “A mi familia se los llevo la guerra” –decía, pues ella fue testigo de cómo se llevaron a su padre y hermanos.
El día en que se enteraron que habían encontrado los restos de Mario regresó un poco de esa tan anhelada paz para los Álvarez Capir, incluso Ixmucané nos cuenta cómo eso permitió morir en paz a su tía Maruca que falleció hace apenas una semana.
Al escucharlos hablar, recuerdo toda la certeza de sus palabras. “Aún hay esperanza –decían- aún podemos encontrarlos a todos, por primera vez después de tantos años vamos a poder ir el 1 de noviembre a dejar flores a un familiar nuestro y eso nos llena de alegría y esperanza”.
La música no hizo falta
Antes de salir de la casa donde se estaba llevando a cabo el velatorio, Ángela Álvarez abrió la caja donde se encontraban los restos de su hermano y narró a sus sobrinos y demás familiares qué era lo que había ocurrido con el cuerpo de su hermano. Nos permitieron fotografiarlo e Isidoro pidió que documentáramos todo, que había que contar la historia de su familia para que esto no volviera a repetirse.
Al llegar al Calvario de San Martín Jilotepeque, donde fue ofrecida la misa, las paredes del lugar temblaban por los cantos de Valdemar, hijo de Mateo Álvarez, quien con su guitarra en mano y junto a más miembros de la iglesia y su familia cantaba para despedir a su tío. En esa iglesia la nueva generación de la Álvarez Capir, se preparaban para enterrar al primero de sus seis familiares desaparecidos.
De camino al cementerio, los cantos de Valdemar nos acompañaban nuevamente, por las veredas de tierra caminábamos mientras las voces de esperanza se multiplicaban. Una profunda paz inundo el lugar. “Vamos a encontrarlos a todos y los tendremos con nosotros nuevamente, ésa es la sensación que no deja el hallazgo de mi tío Mario” dice Ixmucané.