Créditos: Regina Pérez
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En el desierto de Sonora, a pocos metros del muro que separa Estados Unidos de México, a 24 kilómetros de la comunidad fronteriza de Sásabe, hay un pequeño campamento donde voluntarios estadounidenses de la organización humanitaria “Samaritanos” atienden a cientos de migrantes que cruzan la frontera para entregarse a la Patrulla Fronteriza de Tucson, Arizona.

Ahí les ofrecen comida y agua, un lugar donde puedan descansar antes de continuar su viaje, incluso señal de Wifi para que puedan comunicarse con sus familiares en su país de origen para avisar que lograron cruzar la frontera.

Por Regina Pérez

Una mañana de sábado Peter Husby y Christy Stewart se dirigen hacia un campamento instalado cerca de la localidad fronteriza de Sásabe, en Tucson, Arizona, a pocos metros del muro que divide a México con Estados Unidos. El primer lugar que personas que han migrado por cientos de kilómetros encuentran antes de entregarse a la Patrulla Fronteriza.

Husby y Stewart son voluntarios de la organización humanitaria “Samaritanos”. En el trayecto hacia el campamento van colocando botellas de agua en distintos puntos de la ruta que atraviesa una parte del desierto de Sonora, esa área que abarca unos 260 mil kilómetros cuadrados, donde consideran que pasarán migrantes que necesitarán hidratarse debido a las altas temperaturas del lugar.

Christy explica que hay dos tipos de personas que migran. Están las que tienen la intención de pedir asilo y que vienen con el plan de entregarse y esperar por la Patrulla Fronteriza; y los que quieren cruzar la frontera sin ser detectados, normalmente porque saben que no tienen un buen caso de asilo o han sido deportados anteriormente. A estos últimos los Samaritanos les dejan agua y comida en los caminos que se dirigen al norte para que no mueran.

El desierto de Sonora es uno de los territorios más letales que comparten los estados de Baja California y Sonora, en México; y Arizona y California, en Estados Unidos. En 2001, al menos 2,986 personas han perdido la vida en su intento por llegar al territorio estadounidense, según datos de Humane Borders (Fronteras Compasivas), otra organización humanitaria que coloca tanques de agua en el desierto para que los migrantes que pasen por el lugar puedan llenar sus botellas.

Tanque de Humane Borders en el desierto de Sonora. La bandera indica a migrantes que ahí pueden encontrar agua. Foto de Regina Pérez

El auto en el que Peter y Christy se movilizan está abastecido con botellas de agua, galletas y pastillas contra la gripe, un padecimiento que afecta a quienes migran por las temperaturas extremas del desierto, calor en el día y frío por la noche. En el verano las temperaturas pueden alcanzar los 40° C (104 grados Fahrenheit) incluso alcanza los 48° C (118 grados Fahrenheit).

Para llegar al campamento se toma la carretera estatal de Arizona 286 y luego se internan por un camino de terracería, al lado del muro. En el trayecto, se detienen un momento y muestran algunas cruces al lado del camino colocados por el artista Álvaro Enciso y otros voluntarios de Tucson que marcan el lugar donde han encontrado migrantes fallecidos. Muchos nunca logran ser identificados.

Una cruz en el desierto de Arizona muestra el lugar donde falleció un migrante. Foto de Regina Pérez

Antes de llegar al campamento se cruzaron con dos migrantes que vienen caminando por la carretera de terracería. Peter y Christy detuvieron el automóvil y les ofrecieron agua, galletas y pastillas para la gripe. Los migrantes son dos adultos jóvenes originarios que salieron de Chimaltenango, Guatemala, a principios de febrero, según relataron. La razón principal: la falta de trabajo.

Cada uno salió por su cuenta y la ruta migratorio se encargó de reunirlos al llegar a México. Desde entonces se han acompañado, porque, además, ninguno logró pagar el viaje con un “coyote”, que cobra unos 15 000 US dólares (120 000 quetzales). El dinero no les alcanza para eso. Llevan caminando y haciendo autostop por más de 40 días.

Migrantes han caminado por más de 40 días, su fin es entregarse a la Patrulla Fronteriza. Foto de Regina Pérez

Los voluntarios les preguntaron si encontraron el campamento y ellos responden que sí. Los guatemaltecos llegaron la noche anterior, pero no había nadie. Ahí comieron, descansaron y recuperaron fuerza. Luego preguntan a cuántos kilómetros queda la Patrulla fronteriza y Peter y Christy les indican que ya no está muy lejos.

Ellos prefieren seguir su camino y no esperar a que llegue la Patrulla Fronteriza, que podría ser por la tarde y se dirigen hacia el centro de detención, ubicado a unos 25 kilómetros, para ser procesados. Para ellos caminar unos kilómetros más puede no significar mucho, en contraste con los cientos de kilómetros que dejaron atrás.

Cientos de migrantes salen de sus países, recorren cientos de kilómetros para llegar a la frontera de México con Estados Unidos, en ese lugar se entregan a la Patrulla Fronteriza, una forma habitual para quienes piden asilo a las autoridades estadounidenses.

Los guatemaltecos ponen sus esperanzas “en manos de Dios”, tanto si son admitidos para asilo como si son deportados. De ser admitida su solicitud este sería el último tramo de este largo viaje o el primero de otro que les permita una mejor vida.

Comida y Wifi para los migrantes

A pocos metros del muro entre México y Estados Unidos está el campamento en el que apoya la organización Samaritanos. En esas instalaciones llegaron varios grupos de personas, hay ecuatorianos, guatemaltecos, mexicanos y del continente de África. Al llegar, lo primero que hacen las personas voluntarias es ofrecer agua, comida y un lugar para descansar en las carpas.

En ese lugar hay una estufa donde pueden preparar tortillas con queso y frijoles y latas de carne, entre otros víveres. También hay agua caliente para sopas instantáneas y café. En las carpas tienen la opción de descansar y de hacer llamadas a sus familiares.

“¿Cuál de estos frijoles crees que les gustarán más?”, pregunta Jim Kissile, mientras muestra dos latas de frijoles, negros y colorados. Kissile, es un ingeniero originario de Portsmouth, New Hampshire, que apoya preparando comida en una estufa que funciona con un cilindro de gas propano.

Preparación de frijoles en el campamento. Foto de Regina Pérez

Al lado de una carpa descansan varios migrantes, mientras comen tortillas con queso o se preparan una sopa. Ese día, un voluntario llegó con su camioneta equipada con Wifi, que permite a las y los migrantes comunicarse de inmediato con sus familiares para avisarles que ya se encuentran en territorio norteamericano. Muchos de ellos traen celulares y comparten el dispositivo con quienes no cuentan con uno.

Cuando llega un grupo, Christy los recibe sonriendo e inmediatamente dice “Bienvenidos”. Un gesto muy diferente al que el gobierno de Estados Unidos emprende contra ellos. Durante la administración del presidente Donald Trump a inicios del 2020 se implementó la política migratoria Título 42 que restringía el derecho de pedir asilo y expulsó a 2.8 millones de personas de la frontera.

El estado de Texas, por su parte, impulsó la ley SB4 que penaliza el ingreso de los migrantes y convierte en delito estatal su entrada.

A esa realidad, se suman el rol de grupos de personas en Estados Unidos que fomentan el discurso de odio contra los migrantes. Los mismos voluntarios están expuestos, incluso en el mismo campamento, porque quienes los integran llegan a intimidar a quienes por la violencia o la pobreza han tenido que huir de sus países.

Este lugar fue instalado apenas en diciembre de 2023, por la organización humanitaria, No More Deaths, (No más muertes) como una respuesta a la necesidad de miles de migrantes que llegaban a este punto y se quedaban a la intemperie, esperando ser recogidos por la Patrulla Fronteriza y ser llevados a un centro de detención. Durante este mes la temperatura puede llegar a ser muy baja y además llueve todos los días.

En 2023, los Samaritanos realizaron 318 viajes humanitarios al desierto, llevando agua y provisiones para dejarlos en puntos estratégicos y distribuyeron 4, 138 galones de agua, según datos en su página web. Su trabajo se basa principalmente en las donaciones que recibe.

Nicholas Matthews, de 23 años, uno de los voluntarios con Samaritanos, dice que, en diciembre de 2023, llegaron a este lugar y vieron a más de 300 personas provenientes de todas partes del mundo, de África y también de países como Siria.

“En la Navidad estaban esos grupos acá y la migra no venía a recogerlos, las personas pasaban la noche acá, dormían en el campo, pasaban varios días, conocí niños que tenían que dormir acá en las noches”, narró.

Los fines de semana Matthews acompaña a otros voluntarios para regalar comida y agua, ver si tienen necesidades médicas y si han sido atendidos por Migración.

El voluntario dijo que la narrativa que existe actualmente de ver a los migrantes como una amenaza se debe a las elecciones que habrá en Estados Unidos en noviembre de este año. “Algunos medios quieren generar una crisis que no existe, la crisis existe para estos migrantes que tienen que dormir acá, esperar, pero para el país no existe, yo vivo en Tucson, esta noche yo voy a regresar, dormir tranquilo, la vida es normal, no está pasando nada fuera de lo normal”, señaló.

El muro, a pocos metros del campamento. Foto de Regina Pérez

“Mi país tiene una gran deuda con Latinoamérica”

Peter es originario de Montana, un estado al norte de Estados Unidos fronterizo con Canadá. Durante tres meses al año se refugia en Arizona, porque la temperatura es más alta en comparación a las bajas temperaturas en Montana. Es un biólogo especializado en vida silvestre pero ya está retirado.

Pertenece a la comunidad de cuáqueros que no tienen un credo religioso. “Los cuáqueros nos oponemos a la guerra y creemos que existe algo de Dios en cada uno de nosotros, no importa en quien”, indicó, aclarando que hay diferentes tipos, entre ellos los evangélicos. Los que no pertenecen a este grupo no tienen un credo o tratan de convertir a la gente, “solo creemos en la paz y en un estilo de vida simple”, agregó.

Peter relató que desde los años 80 se sintió enojado por como su país trató a El Salvador y otros países durante la guerra. En 2010 y en 2013 tuvo dos grandes cirugías, una de corazón abierto, razón por la cual se tuvo que mudar de manera temporal a un estado donde pudiera caminar afuera sin caerse en el hielo como en Montana. Así fue como llegó a Arizona.

“Y luego encontré a los Samaritanos y fue una manera perfecta de hacer trabajo humanitario y estar afuera, caminando” señaló. “Y siento que mi país tiene una gran deuda con Latinoamérica por las cosas que hemos hecho ahí por muchas décadas”, agregó. Estados Unidos le gusta verse como un faro de la democracia, pero somos muy imperialistas con lo que hemos hecho por todo el mundo, particularmente en Centroamérica, indicó.

Christy Stewart es originaria de California. Recordó que fue influida por su papá, que es ingeniero, desde que era niña quien, aunque no era religioso un día abrió una biblia y le dijo que eso era la religión pura, que cuida a los huérfanos y da la bienvenida a los refugiados.

Así es como ella a lo largo de su vida se ha dedicado a labor humanitaria, trabajando en países como República Dominicana, México, en refugios de Vietnam, Somalia y Sudán, “siempre ha sido nuestra pasión en la familia”.

A Stewart le rompe el corazón, dijo, cuando lee noticias en los medios de comunicación y se habla mentiras sobre los migrantes, “que son ladrones, que están llevando drogas, que van a matarnos”.

Mientras que para Kissile, el ingeniero que preparaba los frijoles en el campamento, los días que tomó de vacaciones los uso para apoyar por tres semanas el campamento. “Quiero entender el problema, que está distorsionado en las noticias, o es frustración o es distorsión en los medios de comunicación”, señaló.

Kissile comentó que cada día se presentan diferentes escenarios y situaciones y que le encanta viajar con la hermana Judy Bourg, una religiosa veterana que dirige a los voluntarios de Samaritanos en el campamento. “Ella trata muy bien a los migrantes que buscan asilo, así que solo la sigo porque no hablo español, entonces solo entrego las barras de dulces”, bromea. Cuando nadie más está disponible se pone a limpiar y a hacer otras tareas.

Frijoles que Kissile preparaba en el campamento. Foto de Regina Pérez

“Los migrantes vienen de muchos países y personalmente no entiendo las historias por las que han pasado, pero diré que los guatemaltecos son los más amables de todos, en mi primer día me estaban abrazando, son muy cálidos y estoy muy contento que Judy estuvo ahí para recibirlos porque no puedo hablar español, solo dándoles agua y comida”, indicó.

Todos vienen acá por una mejor vida y usualmente escapan de situaciones difíciles, así que los ayudamos y los preparamos para lo que podrían experimentar en sus entrevistas con Migración, señaló.

¿Qué ocurre con los migrantes tras entregarse a la Patrulla Fronteriza?

Después de llegar hasta la frontera se entregan a la Patrulla Fronteriza. Ellos procesarán y evaluarán su caso, los migrantes pueden quedarse en el centro de detención por dos o tres días donde son entrevistados y a menudo reciben malos tratos. Si les permiten el ingreso les entregan un pase, pero los dejan en la calle.

Ahí es donde entra la labor de Casa Alitas, un centro de refugio ubicado en la ciudad de Tucson donde pueden pasar una noche mientras otros voluntarios o trabajadores los apoyan comprando un boleto de avión, pagado por sus familiares, para que puedan moverse a otro estado, ya que Tucson es una ciudad de paso.

Casa Alitas, un centro de refugio en Tucson donde migrantes pueden pasar la noche. Foto de Regina Pérez

Sebastián Quinac, un activista guatemalteco de la Alianza Indígena sin Fronteras que trabaja en Casa Alitas, señaló que ha platicado con algunos migrantes que dejan pasar. Una de las preguntas que les realizan los agentes de la Patrulla Fronteriza es si tienen miedo de regresar a su país, explicó.

“Lo que están dando es un pase, un papelito. El miedo que tiene la mayoría es, ¿qué voy a decir cuando llego ahí? (al Estado a donde van a viajar). Porque en el papel dice ‘al llegar a su destino llame a Migración para avisar que ya llegó’. Dentro de los 2 meses llama otra vez Migración para la entrevista. Ahí es cuando mucha gente no quiere pedir asilo”, explicó.

La pregunta que les hacen, según el activista, es “¿por qué viniste a este país?”. Algunos dicen porque no hay trabajo. “Ya todo depende de la decisión de migración”, dijo sobre si les dejan pasar o no.

Y agregó que a veces les dice a los migrantes “la patrulla o el oficial creo que amaneció de buen humor por eso te dio esto (el pase) si está enojado lo siento, usted no tiene, se va”.

En la actualidad, indicó, ha bajado el número de migrantes que llegan diariamente al centro, ahora son unas 400 a 600 personas diarias, pero esta cifra alcanzaba hasta los 1500 por día.

Según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, del 12 de mayo de 2023 al 3 de abril de 2024 han expulsado a 660,000 personas, la gran mayoría de ellos cruzaron la frontera sur.

Solo en marzo de 2024 registraron más de 189,372 encuentros a lo largo de la frontera sur, tanto en los puertos de entrada como de personas que se presentaron a dichos puntos. “Aquellos que no tengan una base legal para permanecer en el país serán removidos”, advierte en un comunicado fechado el 12 de abril de 2024.

El voluntario Nicholas Matthews sostuvo que la migración no es nueva. Como originario de Tucson viaja siempre hacia México. “Esta es una zona fronteriza, siempre ha sido así, hace 200 años fue México, ahora es Estados Unidos y pues es la realidad, siempre han pasado personas acá, lo único que es nuevo es que se están presentando para pedir asilo”, indicó.

“Es obvio que yo soy blanco, no soy indígena, mis antepasados también migraron acá, en cualquier momento de la historia va a haber migrantes, no es una novedad”, sentenció.

“Quiero que mi país los reconozca como seres humanos”

Al contrario de los grupos radicales que dificultan su trabajo y los atacan, los Samaritanos no solo ofrecen agua, comida y atienden a los migrantes, sino que también les dan una sensación de confianza, de que ya no están en peligro. “Bienvenidos” es una de las frases con las que Stewart recibe a una familia mexicana que acaba de llegar al campamento.

Antes de entregarse a la Patrulla Fronteriza migrantes dejan zapatos y ropa en el camino. Foto de Regina Pérez

El único deseo de Christy es que su país vea los migrantes como seres humanos. “Con todo mi ser quiero que este país reconozca que son humanos. Han pasado, por tanto, han hecho tantos sacrificios, dejado todo”, expresó.

Ese día Christy se dedicó a doblar sábanas en una de las carpas colocadas y acomodando las cosas de la estancia de una familia a la que recibió. “Me dio tanto gozo poder decirles, siéntese, bienvenidos, y siempre dicen lo mismo, ‘no estoy en peligro’ y cuando hablan con su familia dicen ‘estoy bien’ porque han vivido terror por tanto tiempo, el camino es horrible”, indicó.

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