Por Diego Petzey y Nelton Rivera
Sierra Madre. Noroccidente de Guatemala. Departamento de Quiché. En los 80, los habitantes de Trapichitos, una de las 54 aldeas del pueblo Ixil del municipio de Nebaj, le tenían miedo al fuego, que era uno de los instrumentos de devastación más usados por el ejército guatemalteco. Casi cuatro décadas después, quienes sobrevivieron aquella guerra conocieron un miedo nuevo, el que viene con el agua. Nebaj es una palabra en idioma Ixil, que significa “lugar en dónde nace el agua”.
En la pequeña escuela de educación primaria de Xeucalvitz, la aldea vecina de Trapichitos, aún cuelga el cartucho de obús que no explotó hace 38 años durante una de muchas incursiones del ejército. El metal frío se usa de campana para las actividades de los niños en la escuela. El obús cuelga como viejo testigo del horror del fuego.
La aldea de Trapichitos está incrustada desde tiempos inmemoriales en la parte alta de la montaña, rodeada por extensos bosques y ríos. A finales del año pasado, con Eta y Iota, el agua y su fuerza destructiva volvieron a llevar el terror a esta tierra. Así como el fuego llegó en la década de los 80s, el agua arrasó en 2020.
Con las tormentas, las gentes de Trapichitos tuvieron que salir de sus casas únicamente con lo que tenían puesto, algunas familias perdieron sus casas y otras más perdieron sus tierras cultivadas. Entre el lodo y los escombros iban sus alimentos. Ni los árboles más fuertes soportaron la fuerza del agua. De nuevo la tierra fue arrasada. “Trapichitos, Sumalito, Nebaj – Las rutas de Dios” se lee en el bus extraurbano que viaja para esta región.
Aquí, la destrucción y el horror no son vecinos nuevos. Estas montañas, hogar ancestral de los Ixiles, vieron todo el horror de un genocidio hace 40 años. Trapichitos fue una de las aldeas duramente golpeadas por la represión del ejército durante la guerra en Guatemala (1960-1996). La aldea fue destruida por los militares en el mes de octubre de 1982.
Miguel Guzaro Sánchez, un Ixil vecino de Trapichitos, atestiguó en su idioma materno durante el juicio histórico por el Genocidio Ixil en 2013, por el que la justicia guatemalteca condenó en primera instancia al general golpista José Efraín Ríos Montt. En su testimonio, Guzaro Sánchez narró uno de tantos episodios de horror y fuego que vivieron en esos años.
Miguel tenía 25 años en octubre de 1982, cuando llegó el ejército. Recuerda que ese día -1 de octubre- llegaron muchos soldados y él y otras personas decidieron esconderse en la montaña. Su suegro, Sebastián Cobo Rivera, fue uno de los hombres detenidos; lo sacaron por la fuerza de su casa y luego fue asesinado por el ejército en la parte alta de la comunidad. El cuerpo de Sebastián estuvo tirado durante 10 días en medio de la montaña hasta que sus familiares lograron regresar a buscarlo. Ese día también enterraron a su suegra, Ana Ramírez, a Catarina Rivera y a otras personas más de la comunidad.
“A algunos los mataban con cuchillos, a otros con disparos; quemaron las casas, cortaron la milpa y perdieron sus cosas. También mataron a varios niños, algunos tenían 5 años, unas 10 casas fueron quemadas”, relató Miguel.
Quienes lograron salvar la vida ese día tuvieron que salir de la comunidad. Detrás de ellos corrían los militares como perros de caza. El ejército, no satisfecho, volvía a la comunidad constantemente.
En mayo de 2006, la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG) inició una investigación sobre el asesinato y desaparición de los vecinos de la aldea. Así fue como se exhumó el cuerpo de Sebastián Rivera Cobo.
Miguel cuenta que, en la guerra, tenían que permanecer escondidos en la montaña porque el ejército regresaba cada 10 días. El objetivo de los militares, dice, era asesinarlos a todos. A pesar de los años que han pasado, Miguel aún tiene susto, miedo y enfermedad en su cuerpo por todo lo vivido. Pero nada impidió que su voz se escuchara fuerte en la sala principal de la Corte Suprema de Justicia, frente al Tribunal de Mayor Riesgo, cuando declaró frente a Ríos Montt y José Mauricio Rodríguez Sánchez, otro general exjefe de la inteligencia militar (G2) en 1982 a quien las víctimas buscan sea condenado ocho años después de la sentencia que lo absolvió.
El fuego
Jacinto de Paz Solís es una de las autoridades Maya Ixil de la alcaldía Indígena, uno de los principales como le llaman los Ixil a sus autoridades. A los 62 años tiene a su cargo el centro de salud. Atiende a unas 500 personas que viven actualmente en Trapichitos y a otras que llegan de las comunidades vecinas. Como en otras muchas aldeas, aquí viven más mujeres que hombres. Jacinto tiene una explicación.
Dice este principal Ixil que durante los años de la guerra muchos de los hombres fueron perseguidos, asesinados o desaparecidos. El tejido social fue roto por la violencia, por el fuego y el terror. Muchas de las madres quedaron viudas, otras perdieron a sus hijos y muchos niños quedaron sin sus padres. El Tribunal de Mayor Riesgo B, presidido por la jueza Yasmmín Barrios Aguilar, determinó que en menos de un año, entre 1982 y 1983, el Estado y sus fuerzas de seguridad asesinaron a unos mil 771 ixiles con la intención de exterminarlos.
En Trapichitos hubo una masacre en octubre de 1982. A pesar de que la aldea tenía un cementerio comunitario, a los muertos de esa matanza tuvieron que dejarlos en la montaña. Buscaron un lugar en donde enterrarlos al que pudieran regresar después: con el acoso intenso del ejército no podían llevarlos al cementerio, tampoco velarlos, prepararlos, hacerles un rezo o enterrarlos según sus costumbres.
“Pero eso ya fue, ya lo sacaron de ahí, ya los llevaron al cementerio. Ya hicieron la exhumación. Por eso yo pienso que desde ahí ha venido el número de mujeres viudas digamos y hay unos huérfanos que también fueron masacrados sus padres”, cuenta Jacinto.
Quienes lograron sobrevivir en las montañas lo hicieron de forma colectiva, así nacieron las Comunidades de Población en Resistencia (CPR). Otras personas fueron desplazadas al territorio mexicano y sobrevivieron en los campamentos de desplazados; fueron regresando poco a poco a partir de 1994, cuando el Estado las reconoció como población civil desarraigada, dos años antes de la firma de la paz. Los miedos del fuego y del genocidio aun están frescos en la memoria de estas gentes.
“Cuando entra el ejército en la comunidad ya no hay ninguno. Ellos comenzaban a prender fuego a las viviendas y de una vez se terminaban todo; había gallinas; había muchos animales domésticos, los llevaban y los mataban así. Cuando se iban nosotros regresamos a nuestro lugar, pero ya solo había pura ceniza: ya no hay nada, ya no tenemos todas las cosas y de una vez lo terminó… el fuego lo quemó todo”, relata.
Jacinto tenía 22 años cuando el ejército llegó a Trapichitos en el 82. El general José Efraín Ríos Montt cumplía siete meses en el poder luego de dar un golpe de Estado. Ya estaba en marcha el genocidio contra el pueblo Ixil. Todos sabían que si llegaban los militares debían salir inmediatamente de la comunidad y esconderse. La montaña les servía de refugio: “En esos momentos sí el ejército lo encontraba a uno, lo asesinaba”.
Con la presencia del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) en el Quiché, los hombres y mujeres Maya Ixil de algunas comunidades se integraron a la guerrilla, otros formaron parte de las Fuerzas Irregulares Locales (FIL); Jacinto fue uno de ellos. Con las FIL cada comunidad buscó la autodefensa frente a las ofensivas del ejército.
Pueblos y Tierras de Guerra, una publicación que recoge testimonios de aquellos días, dice que con su política de tierra arrasada en el territorio Ixil, los militares guatemaltecos lanzaban bombardeos constantes sobre las aldeas, con helicópteros y aviones de combate; cortaron los cultivos y los árboles frutales y mataron a los animales. Todo eso vivieron en Trapichitos. Los cercos y las ofensivas del ejército se repitieron hasta el 87.
De lo aprendido, una de las estrategias de protección fue instalar postas alrededor de la comunidad. Una posta se integraba con dos hombres que se ubicaban a una distancia prudente desde dónde podían monitorear el movimiento del ejército rumbo a Trapichitos; al percibir algo, daban aviso para que la gente pudiera salir y refugiarse lejos de los soldados. Jacinto tuvo esa responsabilidad muchas veces; incluso lo nombraron responsable de la aldea.
“En la posta dos hombres tienen que ir a velar en la entrada. Si bajaba el ejército, por ejemplo, ya venían a dar señas, gritaban… eso era señal de que los soldados ya venían”. Con el aviso todos salían a esconderse a la montaña.
A sus 62 años, Jacinto recuerda que en la aldea no tenían armas para protegerse. Cuando el ejército llegaba por la parte baja de la comunidad, salían inmediatamente montaña arriba. Si la llegada era por la cumbre, huían montaña abajo.
“Sí, tuve miedo, digamos que uno no está feliz. Solo estamos pensando a ver si vamos a vivir o vamos a morir. No sabemos qué día vendrá el ejército… solo a eso nos dedicamos, a controlar, porque si no lo controlamos pues fácilmente el ejército termina matando a toda la población”.
Huyendo del fuego, Jacinto perdió a su familia varias veces. Salió sin comida. Corrió sin nada. El miedo lo acompañó siempre. Sobre sus cabezas escuchaba el estallido de las bombas. La tierra temblaba. Con el destacamento militar en la Aldea Sumal Chiquito, a pocos kilómetros de Trapichitos, los oficiales hacían cálculos sobre ángulos, coordenadas, trayectoria y el viento para disparar en su artillería: los obuses M-56 y M-101 llovían sobre la montaña.
Miles de testimonios como el de Jacinto dan cuenta de cómo los militares aplicaron la política de tierra arrasada y fuego en cada rincón del Quiché y otras zonas del país de forma simultánea. Dos informes de la verdad dan cuenta de todo esto, uno fue el Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), que le costó la vida a monseñor Juan José Gerardi Conedera en abril de 1998, el otro es el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH).
Con la llegada de las tormentas Eta y Iota, el miedo volvió a recorrer el cuerpo de Jacinto. A diferencia de la guerra, esta vez los de Trapichitos solo podían esperar reunidos mientras, por las noches, escuchaban como la tierra retumbaba. No se movían hacia ningún lugar. No podían ir a la cumbre porque se podía desplomar por el agua, tampoco podían ir a la parte baja por los derrumbes y la crecida del río.
“En esos años (de la guerra) sentía que ya no podíamos sobrevivir. Con las tormentas tuve los mismos sentimientos, de continuar las lluvias y el agua bajando creí que se iba a derrumbar, quizás la aldea completa”. Fuego y agua. Dos miedos diferentes que en realidad son uno mismo; el miedo a morir.
El agua
Trapichitos está ubicada a 350 kilómetros de la ciudad capital. Enclavada en el corazón del territorio Maya Ixil, la comunidad ha pasado por sucesos de abandono, violencia estructural y genocidio perpetrado por el Estado de Guatemala. En 2020, las lluvias y derrumbes que llegaron con las tormentas Eta y Iota la dejaron incomunicada durante 45 días. Sin la intervención del Estado, toda la comunidad trabajó para remover los escombros de la carretera que comunica Trapichitos con cinco comunidades de la región. Durante ocho días y ocho noches la gente solo pudo observar cómo surgían nuevos derrumbes y, desde lo alto de la montaña, sin ninguna forma de comunicarse, solo podían ver a las comunidades a la distancia, azotadas por las lluvias.
“Yo derramaba lágrimas, porque pensaba que la lluvia ya no se iba a quitar. Estaba fuerte. Fuerte”.
Jacinto tiene a su cargo el centro de salud de Trapichitos. Después de la guerra logró formarse como enfermero y 25 años después es uno de los principales Ixil en la alcaldía indígena. Dos responsabilidades importantes, como todas las que ha tenido desde joven.
El cargo como principal en la alcaldía indígena Ixil hizo que se trasladara a vivir al centro de Nebaj, pero aún viaja seguido a Trapichitos para dirigir y atender el puesto de salud. Con las lluvias durante las dos tormentas fue imposible moverse a Nebaj. Los deslaves a lo largo de la carretera -unos 17 kilómetros de terracería- provocaron muchos daños; en algunos lugares los deslaves fueron devastadores, borraron por completo la carretera. Ninguna persona podía entrar o salir de la región: por 45 largos días Trapichitos y otras comunidades de la microrregión VI quedaron aisladas del mundo por completo.
“Estuve aquí 45 días encerrado y llegó el momento que no había agua (potable) para la gente”, recuerda Jacinto.
Sentado en un sillón de madera, en el corredor de la casa de dos ambientes grandes, techos de lámina, paredes de madera y el piso rojo, Jacinto cuenta que perdió un terreno de 30 cuerdas -unos 200 metros cuadrados-. Con un movimiento de la mano señala la parte alta de la montaña: ahí perdió otro terreno de 20 cuerdas -178 metros cuadrados-. Las lluvias convirtieron en barrancos de barro las tierras donde Jacinto y su familia cultivaban milpa y café.
“Habemos como quince familias que nos quedamos ya sin terreno, no tenemos donde cultivar, ya no tenemos a donde ir a traer leña, no digamos para ir a buscar algo para comer. A la mayoría de la población de aquí se les destruyó toda la producción, la de maíz y frijol, porque de eso vive la gente. Muchas familias ya no tienen suficiente alimento para mantenerse y cuidar a sus hijos. Muchos se sostienen con la producción de café, otros con cardamomo y ahora ya no tienen de donde sacar dinero para comprar sus alimentos”, lista Jacinto los despojos que dejaron las tormentas.
Con la llegada de la segunda tormenta, los de Trapichitos decidieron juntar a todas las familias en el centro de la comunidad y habilitaron la escuela primaria como albergue para todos. Se organizaron en varios grupos para salir a recorrer la comunidad mientras llovía; una de las tareas era la de observar los derrumbes y si se perdían otras casas. En el silencio de la noche, todos escuchaban como la tierra retumbaba.
“Es la primera vez en la historia de mi vida… Tengo 62 años y nunca he pasado por este tiempo de perjuicios; ha llovido un día, dos días nada más, pero ocho días y ocho noches de lluvia ya no se podía. Donde se derrumbó mi terreno allá arriba, pues ahí nací yo, ahí crecí, ahí vivieron mi papá y mi mamá, ahí en ese lugar, ahí tenían su casa… Nos pasamos a vivir acá y se quedó eso abandonado, pues yo estoy pensando: si hubiera seguido viviendo ahí de plano ya no estuviera ahorita en ese lugar que se derrumbó”, reflexiona Jacinto.
Llegar a Trapichitos no es una tarea fácil: hay que recorrer varios kilómetros de terracería; en algunos tramos de lodo, pequeños riachuelos son la señal por donde recorrió la fuerza del agua. Incluso para los vehículos 4×4, el camino en montaña y el lodo ponen a prueba cualquier motor diésel de los carros que recorren estas brechas.
Ningún funcionario público o institución ha llegado a Trapichitos; nadie ha puesto un pie durante o después de las tormentas. Son solo Jacinto y las autoridades Ixiles quienes saben cuáles son los daños que han sufrido las comunidades. Han pasado siete meses desde Eta y Iota y el invierno ha llegado de nuevo. Si las lluvias son tan abundantes como el año pasado, la única opción de los que aquí viven será huir, como en la guerra.
Por ahora, la comunidad sigue ocupándose en intentar reponerse de los graves daños de noviembre pasado: casas dañadas y destruidas, deslaves, pérdida de cultivos. En la comunidad vecina, en Xeukalvitz, cinco familias perdieron sus casas e incluso fallecieron varias personas.
Aquí no hay Estado
Jacinto cuenta que al puente sobre el río Xacbal lo destruyó la fuerza de la corriente: el agua se desbordó y el puente quedó sumergido entre las piedras, la arena y el lodo. Sin ese puente no se puede pasar al otro lado, hacia la comunidad Sumalito, y con el camino cortado no se puede llegar a Nebaj.
Trapichitos forma parte de la Microrregión VI de Nebaj, una de las diez que tiene el municipio. Cada microrregión debe facilitar la planificación y ejecución de los fondos municipales como forma de ordenamiento territorial. Eso en el papel.
Con la emergencia, las autoridades de varias comunidades, como la de Trapichitos, acudieron a solicitar apoyo a la municipalidad de Nebaj. La respuesta del alcalde Virgilio Gerónimo Bernal Guzmán y su concejo municipal fue pobre: casi nada llegó a las comunidades, que quedaron abandonadas. El 2 de diciembre, las autoridades comunitarias hicieron una manifestación frente al edificio municipal para exigir que se liberara la carretera de los derrumbes; no fueron atendidas y la demanda no tuvo respuesta.
La poca ayuda humanitaria que recibieron las familias llegó a través de iniciativas promovidas por las autoridades de la Alcaldía Indígena desde Nebaj, a la que se sumaron los jóvenes, las iglesias y quienes con sus propios medios recolectaron y movieron la ayuda.
La noticia de los daños de las tormentas llegó a los oídos de los migrantes Ixil en los Estados Unidos, donde hicieron una colecta de dinero que llegó a través de las remesas.
Por un mes y medio, Trapichitos y otras comunidades cercanas quedaron incomunicadas entre sí y con el resto del mundo. Remover los derrumbes sobre la carretera fue trabajo de la misma gente: organizaron grupos de trabajo que con palas y piochas fueron retirando los escombros, tierra y árboles. Para los deslaves más graves contrataron maquinaria pesada, en parte con el dinero que llegó de Estados Unidos.
Los representantes de los Consejos Comunitarios de Desarrollo (COCODE) de segundo nivel fueron delegados en una comisión para gestionar la contratación de la maquinaria. Salieron a Nebaj a pie; caminaron 16 horas de ida y vuelta, bajo la lluvia y abriéndose paso entre el lodo.
El viaje no fue en vano. Con el apoyo de las cooperativas locales, algunos comercios e iglesias contrataron maquinaria por 37 días. Las máquinas eran necesarias para remover los escombros a lo largo de 36 kilómetros de la única carretera que une a Trapichitos con el centro del municipio de Nebaj y el resto del país.
El alquiler de una máquina a una empresa local costó entre Q600 a Q800 por cada hora (entre 80 y 105 US$). Por lo general, los contratos son de 10 o 12 horas al día. Remover toneladas de lodo y roca les tomó 37 días de trabajo, con lo que, según los cálculos de los comunitarios, la inversión total estuvo cerca de los US$38 mil dólares. Fueron los guatemaltecos migrantes quienes asumieron el gasto: la municipalidad de Nebaj se desentendió por completo.
La inversión se dividió en dos etapas. Durante la primera, una máquina trabajó por diez días para romper las piedras que bloqueaban el paso. Para la segunda se necesitó otra máquina que trabajó durante los 27 días siguientes para remover toneladas de tierra que cayeron.
Las máquinas alquiladas, sin embargo, no fueron suficientes para realizar todo el trabajo. Los Ixiles de estas comunidades trabajaron durante todos estos días, herramientas en mano, golpe tras golpe para ayudar a habilitar el paso. Finalmente fueron necesarios Q425 mil (unos 60 mil US$) para habilitar la carretera, según afirmó el Ixil Juan Santiago Gallego, miembro de la COCODE de primer y segundo nivel en la microrregión IV.
¿Y el dinero público?
El Congreso de la República aprobó el 11 de noviembre el estado de calamidad, destinó más de Q450 millones (59.2 millones de US$) para la atención humanitaria a damnificados por las dos tormentas.
Cinco meses después, el 27 de abril, el gabinete de reconstrucción, integrado por siete ministerios, tres secretarías y dirigido por Giammattei, informó que en diciembre de 2020 se habían gastado Q389 millones en la “respuesta temprana” a la emergencia provocada por Eta y Iota y que para la reconstrucción serían necesarios Q2 mil 300 millones más.
A esta cantidad se sumó el Fondo Central de Respuesta a Emergencia (CERF) de las Naciones Unidas (ONU), que aportó Q2 millones 522 mil 190 para la atención de comunidades en Izabal y Alta Verapaz. La embajada de los Estados Unidos, por su lado, anunció que para la primera quincena de noviembre de 2020 entregaron 17 millones US$ en ayuda a Guatemala, Honduras y Nicaragua, a través de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID).
Nada de ese dinero llegó a comunidades como Trapichitos u otras de Nebaj.
Las respuestas de la alcaldía de Nebaj no fueron alentadoras. En un informe del 5 de mayo de 2021 dicen: “No se ha podido dar una respuesta oportuna a las familias y poblaciones en cuanto al auxilio por las tormentas”. La razón, dijeron estas autoridades, es que el 100 % de la infraestructura vial y de las carreteras fue destruida. Es decir, la lógica de la municipalidad de Nebaj es que porque la destrucción fue total, ellos no pueden ayudar.
Las autoridades municipales han asegurado que los deslaves y derrumbes dañaron los 232 kilómetros de caminos que se encuentran en Nebaj. Pero siete meses después del paso de las tormentas, la municipalidad no ha podido cuantificar estos daños de forma oficial. El abandono es tal que ninguno de estos tramos o carreteras de terracería en el municipio están registrados en la Dirección General de Caminos del Ministerio de Comunicación y Vivienda. Las carreteras que las gentes de Nebaj usan a diario no existen para el Estado guatemalteco.
Las carreteras no son el único problema. 42 sistemas de agua para consumo humano de diferentes comunidades fueron destruidos por los desbordamientos de los ríos, derrumbes o deslaves, según la municipalidad. Recuperar los nacimientos implica hacer estudios que aún no existen. La alcaldía de Nebaj no incluyó en el presupuesto municipal el dinero para cubrir el costo de cada uno de los estudios. El cálculo oficial es que harán falta unos Q2 millones 203 mil para reparar los nacimientos.
La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED) estableció que 103 viviendas de Nebaj sufrieron daños severos, hubo 242 con daños moderados y 196 con daños leves. La municipalidad pretende entregar a cada familia Q2 mil 500 (unos 330 US$) para la reconstrucción de casas. Estiman que son necesarios Q74 millones para esto, con lo que cubrirán a unas 29 mil familias. La municipalidad estima que Q330 millones son los necesarios para la reconstrucción.
En un segundo documento, recibido a mediados de mayo del 2021, la municipalidad señaló que 37 mil 691 personas fueron afectadas y 2 mil 705 resultaron gravemente damnificadas, en 78 de las 106 comunidades de Nebaj. El informe describe que les apoyaron con granos básicos y otros víveres (maíz, frijol, arroz, azúcar, sal, jabón y aceite).
En la memoria de labores de la Municipalidad del año pasado, el almacén documentó la entrega de 1 mil 131 raciones de alimentos a personas damnificadas por las tormentas de comunidades rurales y 100 raciones en el centro del municipio. 12 vuelos de helicóptero fueron necesarios para entregar las raciones. Más allá de lo escrito en ese reporte, poco. Y los comunitarios no terminan de creerse los números.
“Digamos que el Gobierno municipal no se ha pronunciado, no ha hablado nada… Si va a mejorar el camino, va a reconstruir los puentes o va a ayudar a las familias afectadas. No se ha pronunciado, pero en las noticias, cuando el alcalde hace conferencia de prensa, dice que ha gastado mucho dinero por este lado”, expresó Jacinto. Trapichitos y otras comunidades no recibieron ningún tipo de ayuda económica, víveres y, ni hablar de apoyo a la reconstrucción, insiste.
Mientras, la crisis económica arrecia en Trapichitos. Quienes lograron sembrar maíz deben esperar cuatro meses para que crezca la milpa. Con el café, cardamomo y otros productos, deberán esperar hasta tres años para que puedan cosechar, consumir o vender de nuevo.
“Estos casos son muy tristes, todo es muy lamentable, no encontramos palabras para expresar nuestros sentimientos verdad. No estoy culpando a nadie, no estoy culpando al gobierno, ni al gobierno municipal. No tienen la culpa por esto que pasó, este es un fenómeno natural, pero también ellos son los administradores de nuestro pueblo, ellos tienen que velar por el pueblo. No solo que ellos estén viviendo en el pueblo, comiendo bien, vestidos bien y nunca vienen a ver la necesidad de nuestro pueblo, verdad.”
Para personas como Jacinto la municipalidad tiene otras prioridades: repara carreteras en dónde no es necesario después del desastre, especialmente si son lugares cercanos al centro del Nebaj; en comunidades más golpeadas las carreteras siguen sin mantenimiento de la municipalidad.
Los dólares del sueño americano que sustituyen al Estado
Sin el dinero que enviaron los migrantes Ixil en los Estados Unidos a través de las remesas, Trapichitos y otras comunidades estarían aisladas. Fueron esos dólares los que rehabilitaron la carretera.
Jacinto relata que unos 67 ixiles de Trapichitos migraron a los Estados Unidos. Quiché es una ruta migratoria importante. Entre Santa Cruz del Quiché y Nebaj, en la radio se escuchan las promociones de los coyotes que promocionan sus viajes al norte. “Hay personas que emigraron hace más de 15 años, otros hace diez años y otros recientemente”, cuenta Jacinto.
Solo de Nebaj han migrado 5 mil 092 personas -3 mil 611 son hombres y 1 mil 481 son mujeres Ixil-, según el censo de salud realizado en 2019 por los Centro de Atención Permanente (CAP) y la agencia USAID. Para esta agencia de los EEUU, municipios como Nebaj forman parte del Corredor Económico, que incluye a Quetzaltenango, Totonicapán y Quiché. Este último departamento es uno de los tres con mayor cantidad de niños que migran a los EEUU, con un 60.5% del total, de los cuales el 13% fueron deportados, según un dato registrado por la Procuraduría General de la Nación (PGN).
Jacinto relata que la mayoría de la población emigró para buscar “una superación”. Las remesas que mandan se han convertido en terrenos, construcción de casa, pago de estudios para hijos, entre otras inversiones. En Trapichitos, sin embargo, no se observan construcciones de casas modernas, de dos o tres niveles tipo residencias, como ocurre en lugares como Huehuetenango, San Marcos y el centro de Quiché. Jacinto afirma que los migrantes de la comunidad prefieren comprar terrenos en el centro de Nebaj y ahí es donde construyen sus viviendas.
Durante la guerra, muchas personas emigraron y se desplazaron a otros territorios, a Ixcán y México. Jacinto relata que estas personas tardaron mucho tiempo en regresar a la comunidad y algunos ya no retornaron nunca. Con la represión en los 80, el ejército los forzó a buscar otros lugares. Jacinto, por ejemplo, tiene a varios de sus hijos en los EEUU. Uno de los estudios de 2018 sobre el problema migratorio Ixil concluye que las bases de la migración para este pueblo indígena tiene como origen las secuelas de la guerra. Durante la pandemia de COVID-19, Guatemala recibió en marzo de 2021 unos Q9 mil 900 millones en remesas, la cifra más alta de los últimos años, informó el Banco de Guatemala. Por la pandemia y por la destrucción de las tormentas los migrantes aumentaron los envíos.
La migración del pueblo Ixil a los Estados Unidos no ha sido fácil y ha estado fuertemente marcada por extorsiones y abusos de los coyotes en la ruta migratoria. Las mujeres Ixil estan expuestas a convertirse en víctimas de violencia sexual y trata. La desaparición también forma parte de la lista de riesgos que corren. Para 2017, el cobro de los coyotes por el viaje era de unos Q75 mil por persona (unos 10 mil US$).
Siete meses después de las tormentas, la vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris visitó Guatemala. Su frase más destacada fue “No vengan a Estados Unidos. Seguiremos aplicando la ley y reforzando las fronteras… si llegan [ilegalmente] serán enviados de vuelta”. Lapidaria.
La salud llegó a Trapichitos gracias a la insistencia comunitaria
Desde niño, Jacinto tuvo inquietud por la salud. Recuerda que en la comunidad aprendió a poner inyecciones desde muy joven. Fue a los 15 años que aprendió el oficio. Consiguió que, en 1974, le compraran un equipo para inyectar que costó Q20 (unos Q1 mil en el valor actual de la moneda) Cuando el ejército comenzó con las masacres, en la época de la dictadura del general Romeo Lucas García en 1981, Jacinto no pudo dedicarse más a la salud comunitaria.
Con la firma de la paz en 1996, decidió continuar con sus estudios y terminó la educación primaria. Estudió en una escuela nocturna en Nebaj, donde completó el nivel medio. Comenzó a trabajar con niños luego de una especialización. Ese año en Nebaj abrieron un curso de enfermería; Jacinto no lo dudó: consiguió una beca del Ministerio de Salud, de la que recibía Q400 al mes para pagar sus estudios. Luego, el Estado lo contrató.
Fue nombrado directivo de uno de los comités de la comunidad a finales del 2000. Luego, tomó parte en la gestión del puesto de salud para Trapichitos. Jacinto viajó a la Ciudad de Guatemala, llenó la papelería y dio todas las vueltas para que el Ministerio de Salud les aprobara la construcción del único puesto de salud.
Como no existía la carretera comunitaria, los materiales para la construcción los llevaron hasta la comunidad de Sumalito, del otro lado del río Xacbal, a 1 hora y 20 minutos de distancia en carro. Con el dinero extra que logró gestionar con la cooperación, Jacinto pudo pagar varios jornales de trabajo de la gente para cargar todos los materiales cuesta arriba.
“Imagínese Q3 o Q4 quetzales pagamos por la traída de un block, la gente cargaba cuatro blocks de allá para acá y como cuatro blocks equivalen a un quintal, algunos sacaron más que un día de jornal… Quienes tenían alguna mula podían cargar más materiales, incluso los niños se metieron a traer materiales hasta la comunidad”, recuerda. La construcción del puesto de salud duró seis meses. Se inauguró en 2002 y desde entonces Jacinto ha sido el director.
Jacinto tiene un tono de voz suave y cuando habla lo hace con un ritmo lento. Su mirada es profunda; resalta por encima de la mascarilla quirúrgica que lleva puesta. Es alto, unos 1.70 metros. Tiene los brazos y las manos grandes. Manos ásperas como de las personas que trabajan la tierra. Es padre de ocho hijos, dos de los cuales emigraron hacia Estados Unidos hace diez años.
“Vivo solo en mi casa ahora, estoy en mi hora de almuerzo por eso los puedo atender, soy parte de la alcaldía indígena y soy el que atiende el puesto de salud de Trapichitos”, se presenta Jacinto al principio de la plática.
Cuando habla de los efectos y daños que causaron las tormentas Eta y Iota, no se refiere únicamente a la comunidad, también habla de otras dos comunidades cercanas: Xeukalvitz y Sumalito. Además de organizar a los vecinos durante las tormentas, el trabajo de Jacinto también incluyó atender la salud mental. “Animamos a las familias, los visitamos y siempre hablamos con la familia; el alcalde comunitario y el comité también siempre hablaban entre la gente cuando estaban albergados, realizaban oraciones colectivas, pedían a Dios”.
Una llamada presidencial…
Jacinto cuenta que desde lo alto en donde están se ven las otras comunidades. Si voltean la mirada al norte ven a Xeucalvitz, al sur está Sumalito. También pueden ver a la comunidad de Vaschocola’. Por los daños de la tormenta Iota, todas estas comunidades quedaron completamente incomunicadas. Por cuatro días perdieron la señal de la telefonía celular y, como en esta región no hay energía eléctrica, no sabían cómo se encontraba la gente en otros lados. Lo único que podían hacer era ver desde lo alto que las otras comunidades seguían en su lugar; que las lluvias no se las habían llevado.
Con los derrumbes y sin puentes, las familias comenzaron a tener problemas por la escasez de alimentos. El hambre empezó a rondar. Desde Nebaj, distintas organizaciones sociales, iglesias y personas particulares organizaron una colecta de víveres para la ayuda humanitaria. Jacinto recuerda que un par de veces llegó el helicóptero a dejar alimentos, especialmente para los niños.
Del alcalde Bernal Guzmán y del Gobierno central de Guatemala, insiste Jacinto, no recibieron nada. Pasada el agua, Jacinto y las gentes de las comunidades se enteraron de que la ayuda que llegó en helicópteros había sido enviada de Colombia y El Salvador”. En su relato, asegura que él tuvo la oportunidad de agradecer personalmente a Nayib Bukele, el presidente salvadoreño. “Tuve la oportunidad de hablar con el presidente del Salvador cuando entró el helicóptero; llamaron los señores que traían el helicóptero. El gobierno quería hablar con uno de los líderes y yo estaba ahí, me enlazaron y aproveché a darle las gracias a él”, dice.
Al aterrizar el helicóptero, entregaron varias cajas de víveres. Luego, uno de los tripulantes se acercó a Jacinto. “Quieren hablarle por el teléfono”, le dijeron. Del otro lado de la línea le preguntaron quién era él y qué cargo tenía en la comunidad.
Luego de responder, Jacinto preguntó con quién hablaba. Le respondieron: “Soy el presidente de El Salvador”. “Él nos animaba a seguir adelante. Nos tomaron fotos y nos dijeron que las llevarían al presidente de ese país. Muchas familias se quedaron, no tenían sal, no tenían jabón. Faltaban muchas cosas de primera necesidad de la población, las tiendas ya no tenían nada”, dice Jacinto
Varios minutos después de descargar, el helicóptero despegó. Luego de muchos años, los sobrevuelos de helicópteros fueron diferentes; las aeronaves llevaban comida y no les dejaban caer balas ni bombas.
La herencia milenaria y la depredación
Antes de la guerra. Antes de la lluvia. El pueblo Ixil se asentó entre el Pacífico y el Atlántico hace seis milenios, según la historiografía. Para el 250 AC ya habían abierto rutas comerciales. Y 500 años después llegaron al corazón de la Sierra de los Cuchumatanes, cerca de los ríos principales. Así lo cuentan los principales ixiles en un texto llamado “Cuatro Rumbos y una historia de resistencia”.
Trapichitos, nombrada así por la existencia de trapiches para el procesamiento de caña de azúcar en épocas coloniales, está a 42 kilómetros de la cabecera municipal de Nebaj, en Quiché, tierra Ixil. Los registros históricos relatan que los españoles llegaron a Nebaj en 1529; luego de varios años de guerras, la resistencia Ixil y de otros pueblos fue diezmada. La resistencia de los ixiles los llevó a refugiarse en los montes o montañas, lejos del alcance del control militar de la corona, los españoles incendiaron sus viviendas o chozas, una estrategia que fue repetida por el ejército guatemalteco cuatro siglos después.
Una de las principales luchas del pueblo Ixil, desde la firma de la paz en 1996 hasta ahora, ha sido detener la construcción de tres proyectos de centrales hidroeléctricas. Miguel De León Ceto, uno de los principales alcaldes Ixil, afirma que en el lugar en donde las empresas iban a construir los túneles y canales para desviar los ríos en dirección a la casa de máquinas es donde ocurrió uno de los derrumbes más grandes durante las tormentas.
Comunidades como Xeucalvitz, Trapichitos, Sumalito y Vaschocolaj están en el área de incidencia de estas tres hidroeléctricas. Se trata de Vega 1, Vega 2 y Las Brisas, las primeras dos al inicio fueron propiedad de la transnacional italiana ENEL, luego fueron adquiridas por el grupo Hermanos Casado de España y la tercera es propiedad de Grupo Finco de Guatemala, en asociación con el Grupo Terra de Honduras. Se trata de un negocio de 310.75 MWH de producción nacional de energía para el mercado internacional.
Autoridades como De León Ceto consideran que de no haberse detenido estos proyectos los desastres habrían sido de mayores dimensiones.
Las autoridades ixiles acudieron a la Corte de Constitucionalidad (CC) en 2011 para denunciar al Ministerio de Energía y Minas (MEM) por la autorización de estos proyectos sin el consentimiento del pueblo Ixil. En 2015, la CC resolvió a favor de los ixiles y ordenó la consulta. La resolución incluye a las 175 comunidades que son propietarias de todo el territorio. A pesar que la corte limitó a seis meses el tiempo para realizar la consulta, las autoridades del MEM y las empresas bloquearon la comunicación. La consulta se suspendió.
La tala ilegal también ha afectado a esta región boscosa. Entre 2015 y 2017, según los vecinos, podían verse desfiles de camiones que salían de la montaña: 30 vehículos diarios con madera. Para la autoridad Ixil, la tala ha significado un mayor daño a la tierra.
Desde las imágenes satelitales se ve una larga franja desde el norte de Chajul en dirección sur a Nebaj; miles de árboles se perdieron por el paso de los cables de alta tensión que talaron empresas como Hidroeléctrica Xacbal y TRECSA. Este cableado es para conectar las enormes torres eléctricas y transportar la energía para la venta en el mercado internacional.
La única forma en que los ixiles han podido responder a la depredación, el fuego y el agua ha sido a través de sus costumbres milenarias de organización y respuesta a las amenazas externas.
En 2002, pocos años después del fin de la guerra, reformas legales dieron más presencia a las formas de organización de las autoridades ancestrales, al menos en papel. Hoy son reconocidos los Consejos de Principales, del que forma parte Jacinto en Nebaj y Trapichitos, los consejos de ancianos, guías espirituales y la Alcaldía Indígena de los B’oq’ol Q’esal Tenam Naab’a’, Tx’aul y K’usal, como formas tradicionales de organización y de autoridad, basados en el consenso, diálogo y acuerdos sustentados en sus principios maya Ixil.
La verdad es que, como revela el testimonio de Jacinto a propósito del paso de Eta y Iota y la respuesta del Estado guatemalteco a la destrucción que las tormentas dejaron, ha sido esa forma de organización milenaria de los ixiles las que les ha permitido sobrevivir a las guerras y a las lluvias.
Las tormentas desnudaron la realidad dual de esta comunidad originaria y su territorio: por un lado el abandono histórico del Estado guatemalteco de pueblos como el Ixil, y por el otro, en contraste, las formas propias de organización comunal que les permite resolver los problemas de todo tipo. Y sobrevivir.
Los ejidos, la guerra y la batalla por la tierra comunal
Con la llegada del monocultivo de café al país y con la reforma liberal de 1871, el despojo de las tierras fértiles del pueblo Ixil se profundizó. El ejido comunal fue roto a través de la violencia, así surgieron dos de las fincas de café La Perla y San Francisco, que ocuparon y despojaron tierras de Chajul y Cotzal.
De 1900 a 1907 los Ixiles lograron inscribir la propiedad de los ejidos comunales de San Gaspar Chajul, Santa María Nebaj y San Juan Cotzal, más de 3 mil caballerías que fueron devueltas a la propiedad comunal del pueblo Ixil. Todo el siglo XX estuvo marcado por levantamientos indígenas, despojo de tierras, represión y resistencias, descritas en el citado texto Cuatro Rumbos y una historia de resistencia.
El año pasado, los B’oq’ol Q’esal Tenam Naab’a fueron notificados por la Corte de Constitucionalidad (CC) que las tierras de la Aldea Ak’ul, despojadas por la municipalidad desde 1983, deben de ser devueltas al ejido comunal Ixil.
El fuego además de golpear a los Ixiles, golpeó a los terratenientes, a élites que se construyeron en la región a costa de la explotación laboral en las extensas plantaciones de café y del despojo de la tierra para cultivarlo. En 1975 Luis Arenas Barrera miembro del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), conocido como el Tigre de Ixcán, fue ajusticiado por el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), en una de sus primeras acciones militares en la Finca La Perla en Cotzal. Su hijo, Enrique Arenas Menes propició la instalación del destacamento militar en esa finca, desde donde se ejecutaron los planes militares que golpearon a los Ixiles, el fuego que provoco el Genocidio.
Los Brol, herederos de la Finca San Francisco establecieron una estrecha relación con el ejército guatemalteco, en julio de 1982 un capitán y cuatro oficiales más al mando de una gran cantidad de soldados reunió a la población de la finca y la masacró. Los Brol y los Arenas herederos de la Finca La Perla se convertirían en los principales socios de empresas hidroeléctricas en la región de Ixil. Así surgieron la Hidroeléctrica Xacbal (2010) y Palo Viejo en (2012). Buscaron nuevos negocios con los ríos que cruzan las 315 caballerías de tierra que tienen en su posesión, el equivalente al 78% del territorio de Cotzal, que forma parte del ejido comunal de los Ixiles.
No se trata solamente de recuperar la tierra despojada, también se trata de exigirle al Estado que invierta y cubra las necesidades de la población. En marzo de 2021, autoridades de los pueblos Ixil, Xinka llegaron a la CC para solicitar que se reforme la ley, por la urgencia de construir escuelas, centros de salud, hospitales, carreteras. Para los ixiles municipalidades como la de Nebaj ponen como excusa que la ley 101-97 ,“Ley orgánica del presupuesto y sus reformas” le restringen la posibilidad de invertir en las tierras comunales.
Miguel De León Ceto, principal Ixil de la Alcaldía Indígena de los B’oq’ol Q’esal Tenam Naab’a’, Tx’aul y K’usal, Foto Nelton Rivera