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Créditos: nota zurdo
Tiempo de lectura: 3 minutos
Fotografía: Prensa Comunitaria

Por Miguel Ángel Sandoval

6 de noviembre de 2018

“Es un hecho cultural fuera de las redes de élites cultas o institucionales”

Es difícil calcular la asistencia al fenómeno cultural y turístico de los barriletes en Sumpango y Santiago Sacatepéquez. Millares de personas circulando por las calles de Sumpango y por las de Santiago Sacatepéquez. No creo que haya cifras aproximadas de esa romería, casi manifestación que ocupó las calles de estos dos pueblos el primero de noviembre. Como todos los años agrego.

Los grandes barriletes resuman identidad, visión de coyuntura, sentido de pertenencia, trabajo en grupo, solidaridad, muchas cosas más. Por supuesto que junto con estas expresiones esta lo simbólico, lo cultural, que encuentra en los cementerios una idea de esa relación entre los vivos y los que ya no están, con una visión que no tiene mucho que ver con lo judeo-cristiano. Es la presencia de una cosmovisión diferente, propia de muchos pueblos de nuestro país.

Y hay el negocio puro y simple, un mercado cantonal de todo aprovechando a los miles y miles de visitantes. Es la apuesta al turismo nacional y en estos casos, de muchos turistas de otros países que extasiados miran el arte de los barriletes en esa conjunción con los muertos, los cementerios, y todo lo que configura un universo que se puede vivir solo un día del año en estos pueblos. Por ello es patrimonio intangible de Guatemala y creo  que debería ser de la humanidad. Tal su  fastuosidad.

Niños volando barriletes en el cementerio, con tumbas adornadas, algunas a flor de tierra, encaladas y floreadas de amarillo, otras con momentos de diálogos entre los vivos y los difuntos, a veces con música y los infaltables mariachis. Todo ello antes de ingresar a un campo con música de fondo de marimba y otras expresiones, en donde los barriletes gigantes coexisten con otros de menor escala y con los elaborados por niños que se inician en ese arte, que más allá de sus orígenes, se ha convertido en una expresión cultural de los pueblos cakchiqueles de Sacatepéquez.

Lo que se desconoce de los barriletes gigantes que casi flotan con el viento, es el trabajo de meses que esas estructuras llevan para su realización, o el costo de los materiales invertidos en un acto que dura apenas el día de su exposición y que en la tarde, se incinera en el fin de ese hecho cultural que por su belleza conmueve, por lo que se expone, y por todo aquello que se encuentra en el fondo de esa razón que lleva a jóvenes organizados a dar su tiempo y trabajo en la construcción de esos barriletes monumentales. Sin obtener nada material a cambio. Es la apuesta por la organización comunitaria en un país en donde el individualismo reina y gobierna; sin tomar en cuenta esa energía que lleva los jóvenes a organizarse y producir hechos culturales venciendo la inercia de otros lados.

El color amarillo de la flor de muerto  es lo que le da esa tonalidad del día de difuntos, pero que siguen entre los vivos, y que son merecedores de un homenaje que por estos lugares convoca a multitudes a expresiones culturales que juntan el cielo y la tierra, los vivos y los muertos, el mundo y el inframundo. Es un hecho cultural fuera de las redes de élites cultas o institucionales, es la existencia que transcurre entre  la muerte y la vida de la mano.

 

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