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Créditos: Mauro Calanchina
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Jimena Castañeda

Desde joven, Oliverio Castañeda de León fue una imagen cercana y familiar, estuvo presente en muchas pláticas durante el almuerzo, en anécdotas de infancia narradas por mi mamá, en cada 20 de octubre durante la asistencia a la marcha, durante pláticas que no me correspondían pero que no me perdía, en cada recuerdo de los que hablaban  mis padres y posteriormente fue acercándose en los corredores de la Universidad. Una figura que se valoraba mucho sin idealizarla, y que hoy para mi es  más que la  imagen del mártir, la de un joven, un estudiante alegre pero sobre todo consciente, comprometido con las causas populares, un comunista que llevó la teoría a la praxis  desde el movimiento estudiantil, con la certeza de que solo la lucha revolucionaria, transformadora, logra cambios profundos capaces de transformar esta realidad terrible, desigual y deleznable.

El 20 de octubre de 1944 la articulación y organización de trabajadores, estudiantes, maestros, militares jóvenes en su mayoría, llevan a Guatemala al inicio de una transformación profunda, a la construcción de un proyecto que tocaría y buscaría solución a los problemas estructurales e históricos de este país. La interrupción violenta de este proceso, ocurrida diez años después en donde son responsables directos el gobierno de Estados Unidos y los terratenientes y oligarquía local guatemalteca, llevarían a Guatemala a un nuevo período en su historia, esto nos habría de costar, como sociedad, la destrucción del tejido social y la eliminación sistemática de miles de personas.

Para 1978, teniendo como marco una sociedad convulsa en donde las marcadas desigualdades sociales daban paso a la formación de distintos frentes de lucha armada, dentro de la Universidad de San Carlos un fuerte movimiento estudiantil acompañaba las luchas de la población, sus líderes y rostros más visibles, recibían amenazas constantes, sin embargo asumieron el papel que la historia y sus actos los llevaron a ocupar.

El 20 de octubre de 1978 Oliverio Castañeda de León bajaba del escenario de la concha acústica, ubicada en el parque Centenario, después de pronunciar el que sería su último discurso como secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios, acompañado por varias amigas y amigos, fue ejecutado sobre la sexta avenida, cayendo en la entrada del pasaje rubio y recibiendo, sumados a los impactos de bala que tenía en su cuerpo, cuatro disparos en la cabeza a modo de garantizar que la vida se le arrebataba sin tregua.

Tenía 23 años de edad, hijo y hermano amado, estudiante comprometido, militante de la juventud Patriótica del Trabajo, secretario general de la AEU y un referente para quienes identificándose con el pueblo se saben parte y en deuda con él.

Fotografía Mauro Calanchina

Así como la primavera fue cercenada, a Oliverio lo asesinaron los mismos, los dueños de las miserias y de la infamia constituida en el régimen militar que gobernaba Guatemala dirigido por los oligarcas nacionales y dentro del proyecto anticomunista de los Estados Unidos sobre la región.

A Oliverio Castañeda de León, Luis Fernando Colindres, Rogelia Cruz Martínez, Ricardo Berganza Bocaletti, Emil Bustamante, Antonio Ciani García, Aura Marina Vides, Silvia María Azurdia, Carlos Leonel Chutá, Víctor Hugo Rodríguez y demás líderes estudiantiles les quitaron la vida por su capacidad de colocarse en el lugar del otro, por su empatía y amor por una vida digna, por su lucha al lado de los más necesitados, por comunistas en épocas en donde pensar diferente, pensar en colectivo y en función del bien común, era un delito.

Creyeron eliminarlo con quitarle la vida, pero la vida logra romper la piedra más dura, lo digno y lo humano parece ser indestructible a pesar de todo, logra transformarse, trascender y sigue creciendo.

En un territorio en donde la ignominia ha sido una constante, Oliverio se mantendrá junto a nosotros.

¡Ellos pueden matar a nuestros dirigentes, pero mientras haya pueblo, habrá revolución!

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