Por Héctor Silva Ávalos
El de Prensa Comunitaria es, nunca mejor dicho, periodismo de profundidad. Lo es, sobre todo, porque este es un medio pensado desde el suelo, desde lo profundo de las veredas, las aldeas, los montes y los comedores de las gentes guatemaltecas que viven más allá de las ciudades, en las tierras en las que han vivido desde hace siglos, casi siempre al margen de los poderes formales que las discriminan, las violan, las matan.
No es, este, un periodismo que haga moda o se embelese a sí mismo en una sala de redacción ajena a lo que ocurre en los territorios. Tampoco es, este, un periodismo que ocupe su tiempo viéndose al espejo. Es un periodismo que vive en las comunidades, en los pueblos indígenas, en las organizaciones sociales y populares y desde ahí cuenta.
No es, por eso, un ejercicio académico en sí mismo aunque la suya sea muchas veces una labor incesante para rescatar el conocimiento ancestral que existe en esos territorios y, así, salvar de la arrogancia capitalina las narrativas que se escriben en las comunidades. Tampoco es su principal preocupación la obsesión estilística, pero sí el afán constante por existir en las plataformas que son más eficientes para devolver a las comunidades las historias en ellas recogidas.
Y, sobre todas las cosas, el de Prensa Comunitaria es un periodismo que ocupa sus recursos para estar ahí donde existen esas historias. Quien entre a sus plataformas encontrará, además de la cobertura sobre la cosa pública en Ciudad de Guatemala, que es indispensable, las historias que nacen en las comunidades y se confeccionan entrelazadas con los poderes centrales.
Dos ejemplos son los especiales de “Mining Secrets” y “Entre tormentas”: el primero es una colección de entregas periodísticas sobre el despojo histórico en El Estor, del pueblo maya q’eqchi’ que ha sido obligado a convivir por las malas con un proyecto minero de extracción de níquel y con la corrupción estatal que ha alimentado a esa mina durante décadas; el segundo es la entrega de varios reportajes que hablan, desde todos los puntos cardinales, de cómo la desatención del Estado y la marginación empeoran los estragos de eventos naturales devastadores como las tormentas Iota y Eta.
Quien lee esas entregas encuentra las voces que llegan desde el territorio. Pero no solo eso. Ahí hay un contexto, un telón de fondo que ningún periodismo puede reconstruir sin estar inmerso en la aldea, la vereda o los espacios que ocupan las víctimas del despojo. Esos contextos no se pueden reconstruir, como han pretendido sin éxito tantos editores citadinos, con visitas relámpago a los territorios. Para escribir y contar bien estas historias hace falta una sabiduría y un conocimiento que solo se obtiene después de muchos años de ver, de convivir, de escuchar y de entender; hace falta mucho ejercicio de silencio, que diría la argentina Leila Guerriero, de hacerse invisible a la hora de atender para dar el justo volumen a las voces de los protagonistas y no a la propia.
La sabiduría del periodismo que hace Prensa Comunitaria llega tras años de convivencia de sus periodistas, buena parte de ellos de origen maya, con sus comunidades; llega gracias a la estadía permanente en los territorios y, por eso, de la capacidad para contar Guatemala desde ahí. Marcela Turati, la reportera mexicana que mejor ha contado el horror de las fosas llenas de muertos en Tamaulipas, dice en su libro “San Fernando: Última parada”, que contar aquellos solo es posible si se hace a pie, caminando las calles, los panteones, las morgues y las casas. Eso es lo que hace Prensa Comunitaria, periodismo de a pie por un país apenas recorrido por reporteros y editores más allá de Ciudad de Guatemala.
Al frente de los equipos que hacen Prensa Comunitaria está Quimy De León, una de cuatro mujeres a las que el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) acaba de otorgar el premio libertad de prensa 2024. Buena parte de la sabiduría de la que hablé arriba, y de la entrega necesaria para llevar adelante esa tarea inmensa que es contar Guatemala desde la periferia, le llega a Prensa Comunitaria de Quimy, una historiadora y odontóloga, feminista y activista incasable por la democracia de su país, y una de las periodistas más completas que conozco.
Cuando allá por 2017 volví a Guatemala a reportearla a pie, a intentar entender por qué estaba a punto de fracasar la revolución judicial que le permitió, entre otras cosas, juzgar en suelo propio a un genocida, cambiar tímidamente la narrativa en torno a las víctimas del conflicto interno, y meter en la cárcel a poderosos hasta entonces intocables, conocí a Quimy. Ella me dio el consejo más importante: no podés entender si querés entender desde la ciudad. Y así empezamos a caminar.
Con Prensa Comunitaria fui a El Estor y ahí, en las orillas del lago de Izabal, en comunidades como Chapín Abajo o Las Nubes, volví a reportear a pie. Ha sido un gusto y un aprendizaje como pocos en todos estos años de periodismo. Porque ahí, en el corazón del territorio Maya Q’eqchi’, volví a hacerme invisible para ser capaz de escuchar las voces que importan. Quimy me enseñó eso.
Son días duros para el periodismo en Guatemala, en El Salvador, en Honduras, en Centroamérica, en el mundo. Son duros por muchas cosas, por los autoritarismos que renacen en forma de déspotas desquiciados, esperpentos fósiles como Daniel Ortega, de manual como Alejandro Giammattei o en su versión más cool como Nayib Bukele. Pero son duros, también, por los pecados propios, por la baja en las audiencias provocadas, entre otras cosas, porque el periodismo pasó demasiado tiempo viéndose el ombligo y pensándose infalible. En estos tiempos duros vale muy poco vivir en el lugar de la queja, vale más seguir reporteando a pie, con enjundia y sin descanso, como lo ha hecho por más de una década Prensa Comunitaria. ¡Felicidades, Quimmy!