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Mario López Larrave, un ejemplo de vida y compromiso

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Créditos: Mario López.
Tiempo de lectura: 7 minutos

Texto: Lucrecia Molina Theissen

13 de junio de 2012. Terminando la segunda década de mi existencia, conocí al licenciado Mario López Larrave, un comprometido abogado laboralista vinculado al movimiento sindical guatemalteco como profesional y académico. Era 1975, recién me había acercado al Frente Nacional Magisterial (FNM) que había surgido durante la huelga de 1973 y aglutinaba –era una de las palabras de moda- a las maestras y maestros de primaria.

En ese momento no lo sabía, pero siendo aún estudiante de Derecho el licenciado López Larrave ayudó a mi mamá a sacar a mi papá de la cárcel, que había sido detenido una noche de diciembre de 1955. Mi papá se había unido a una conspiración en apoyo al aviador Francisco Cosenza, que planeaba estrellarse sobre el Palacio Nacional si no renunciaba Castillo Armas, el militar traidor –aunque suene a redundancia- cabecilla del mal llamado movimiento de liberación nacional financiado por los gringos que derrocó a Jacobo Arbenz y acabó con la esperanza democratizadora. Los complotistas, un pequeño grupo de hombres fieles a la Revolución de Octubre seguramente infiltrado por agentes gobiernistas, fueron detenidos en el sector del aeropuerto cuando esperaban que les dieran armamento. Al conocer lo sucedido, mi mamá interpuso recursos de hábeas corpus con el auxilio del licenciado López Larrave, como lo tendría que hacer muchos años después por Marco Antonio. Junto con mi tío Alfredo, desaparecido en 1966, fueron a buscarlo a un centro de detención y le reclamaron su liberación al torturador Bernabé Linares, el jefe de la policía secreta de Ubico que había vuelto al gobierno tras la intervención. Pero mientras el juez revisaba las mazmorras, lo cambiaban de una celda a otra apresuradamente; por las noches, lo metían a un carro con varios matones. Tirado en el piso, sirviendo de alfombra a los sucios zapatos de los esbirros que le apuntaban con sus armas, oía repetidamente el “ahora sí te vamos a matar” mientras el vehículo se deslizaba por las calles sin gente, silenciadas por el miedo. Finalmente lograron localizaron, pero en lugar de liberarlo, Linares lo expulsó del país y estuvo exiliado cinco años aproximadamente en Honduras, México y El Salvador. Pero esa es otra historia.

Veinte años después, en 1975, la ley prohibía los derechos de sindicalización y huelga al funcionariado público, por lo que se recurría a la constitución de organizaciones que no encajaban en ningún tipo legal. En el FNM esto no fue una preocupación prioritaria, pero en otros sectores, los empleados/as de Correos por ejemplo, se recurrió a la figura de la asociación como una forma de legitimar su existencia. Al reflexionar sobre este asunto, Güicho (Luis de León) y yo, solíamos recordar al mítico STEG, el Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala de los años de la Revolución de Octubre, del que fuera secretario general el no menos mítico Víctor Manuel Gutiérrez. Maestro y opositor político, integrante del Partido Guatemalteco del Trabajo, Gutiérrez fue desaparecido en 1966. Mientras sorteábamos las estrecheces con las que realizábamos las actividades, a veces financiadas con nuestros precarios ingresos, especulábamos sobre los millones de quetzales en que se habrían convertido los fondos del STEG, confiscados por el gobierno contrarrevolucionario a los que suponíamos que se tendría acceso si se recuperaba la personería jurídica.

Mientras nosotros hablábamos y nos imaginábamos la plata apilada en una bóveda del Banco de Guatemala, como hombre de acción –uno de sus rasgos distintivos- el licenciado López Larrave ideaba la manera de reactivar el estatuto legal del Sindicato con base en las leyes laborales que defendía con absoluta convicción, la misma con la que buscaba la plena vigencia de los derechos de trabajadores y trabajadoras plasmados en el Código de Trabajo heredado de la Revolución de Octubre. Con su estrategia ya había logrado recuperar la personería jurídica del sindicato de trabajadores de la Municipalidad capitalina, pero su gestión para descongelar la del STEG no condujo a resultados efectivos. Se recurrió entonces a tratar de organizar un sindicato de docentes de colegios privados, por lo que, motivada por él, participé en varias reuniones. Estas se hacían en la sede de la Central Nacional de Trabajadores, en la 9ª. avenida y 4ª. calle de la zona 1, en una sala desvencijada del segundo piso, con un no menos desvencijado mobiliario. El grupo nunca pasó de tres personas, cuatro contando al Licenciado. El miedo, la desidia, las difíciles condiciones laborales del magisterio del sector privado –en el que a la menor insubordinación o sospecha de ella se era puesto de patitas en la calle- paralizó ese esfuerzo.

En marzo de 1976 se creó el Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS). Esa tarde calurosa, el licenciado López Larrave estuvo a la par de los obreros y obreras de las fábricas de la Avenida Petapa, el Frente Organizado de Sindicatos de Amatitlán (FOSA), los ingenios azucareros de la costa sur -organizados en la Federación de Trabajadores Unidos de la Industria Azucarera (FETULIA)-, las representaciones de los sindicatos capitalinos, la Federación Autónoma Sindical de Guatemala, la Central Nacional de Trabajadores y el Frente Nacional Magisterial, entre muchos otros. En el local abarrotado, escuché las voces indignadas de los compañeros de la Coca Cola que denunciaron que cada secretario general que elegían para su sindicato era inmediatamente asesinado. Los llamados a la unidad no se hicieron esperar y, así, con la creación del CNUS, se inició una nueva etapa de la resistencia obrera en Guatemala. No es casual que esta instancia llevara el mismo nombre que la establecida en diciembre de 1946 para impulsar la unidad de acción de las organizaciones laborales, en un proceso que llevó a la organización de la Confederación General de Trabajadores de Guatemala, la CGTG, en los años cincuenta, de la que también fue secretario general el maestro Víctor Manuel Gutiérrez. Pero, como en aquella época, el auge del movimiento sindical duró muy poco. En 1980, buena parte de la dirigencia había sido aniquilada o estaba en el exilio y quienes permanecieron en el país, debieron sumergirse en las sombras para resguardarse.

En esa histórica asamblea, realizada en la sede del sindicato de municipales, se cumplió con parte el sueño del licenciado López Larrave: la unidad de la clase trabajadora. En su pensamiento, esta era indispensable para enfrentar con efectividad y fortaleza la problemática laboral y buscar soluciones organizadamente. Con esas convicciones, se dedicó a asesorar al Comité de Dirección de la nueva entidad junto con un equipo de abogados y abogadas entre quienes estaban Frank Larue, Yolanda Urízar (desaparecida el 25 de marzo de 1983), Leonel Luna (fallecido recientemente) y uno de los abogados defensores de Ríos Montt en las causas por genocidio.

Mario López Larrave fue asesinado el 8 de junio de 1977. La tarde de su entierro no cabíamos en el sindicato de trabajadores municipales, desbordante de gente, como un año tres meses atrás cuando se hizo la asamblea de constitución del CNUS. A esa sede, punto de reunión de la dirigencia y bases del fugazmente vigoroso movimiento sindical, fue llevado su féretro para que los acongojados trabajadores y trabajadoras le rindiéramos honores. Ese fue uno de los primeros días tristísimos de mi vida, de esos que mi amiga A. me había anunciado. Ella, que venía de la experiencia de los sesentas, había perdido a todo el mundo. Entonces yo aún contaba uno por uno los días tristes (y los muertos); luego se convirtieron en meses y después en acallados años de amargura, de intenso sufrimiento y profunda impotencia en los que fui testigo de cómo menguaba el río de gente que había inundado las calles hasta quedar en nada.

El 9 de junio, con el corazón estrujado y los ojos llorosos le dije adiós al licenciado López Larrave. Fue un adiós adolorido a un hombre honesto, sencillo, transparente, pero también con mucha rabia por su alevoso e injusto asesinato. Creo que su muerte también hizo posible que en el movimiento sindical de ese tiempo se impusieran tendencias contrarias a la unidad. El autoritarismo, el sectarismo y el verticalismo condujeron a prácticas políticas excluyentes con las que los únicos favorecidos fueron los enemigos de la clase trabajadora. Duró tan poco tiempo el movimiento, que no fue posible dar la lucha para que privaran posiciones más inclusivas, respetuosas de las diferencias ideológicas y políticas, verdaderamente unitarias.

Al recordar a Mario López Larrave, a 35 años de su partida, me resulta inevitable reclamar justicia contra quienes perpetraron su muerte violenta, cruel e injusta. Más allá de lo dispuesto por las leyes penales en materia de prescripción de delitos, nuestra sociedad deberá establecer la forma de hacer justicia para él y las doscientas mil personas cuyos nombres figuran en informes -como mi hermano Marco Antonio- y las de las incontadas víctimas muertas o desaparecidas en los años en los que imperó el terrorismo estatal, que posiblemente permanecerán invisibilizadas porque ya no tuvieron quien se acercara a relatar su caso al REMHI o a la CEH.

En las comunidades indígenas y en las ciudades, en las montañas y los campos, en las cuatro esquinas de la patria se alargó la sombra de los uniformados ocultando la luz, segando vidas, impunemente, ofendiendo la dignidad de las víctimas y sus familias. Por eso, para restituirles la dignidad, es necesaria la justicia para todas las víctimas, las de hace cincuenta años y las que mataron el domingo, para los centenares de mujeres asesinadas brutalmente después de maltratarlas y humillarlas, para las víctimas de Plan de Sánchez, Dos Erres, Río Negro y las masacres que no tienen nombre porque no han sido registradas.

Mario López Larrave fue uno más de las víctimas inermes e indefensas de la guerra terrorista contra la inteligencia perpetrada por la oligarquía y el ejército, con la complicidad de vastos sectores políticos y sociales y el apoyo de los Estados Unidos. A lo largo de su trayectoria académica y profesional limpia y honesta en defensa y protección de los derechos de los trabajadores/as, desde la Facultad de Derecho de la Universidad de San Carlos, desde la Escuela de Orientación Sindical que formó en 1971, desde el CNUS y en todas las instancias en las que participó, desafió al poder oligárquico que, en su codicia infinita, jamás ha estado dispuesto a ceder un centavo de sus ganancias para garantizar los derechos a mejores condiciones de vida de la población guatemalteca. Por eso lo mataron, para eliminar los obstáculos que se oponían al insaciable afán de acumular posesiones materiales de quienes todo lo tienen.

Para hombres y mujeres como él, Brecht dijo “El regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida.” Mario López Larrave es un ejemplo a seguir no solamente por sus altos aportes intelectuales, su compromiso con la clase trabajadora, su estatura moral e intelectual, sino también por su accionar desinteresado y respetuoso al lado de los sectores desposeídos, a los que nunca pretendió suplantar ni hablar en su nombre.

En Guatemala se necesita construir una institucionalidad sólida, democrática, con un sistema de justicia justo -hay que decirlo, no es algo que deba darse por sentado- transparente, honesto, en el que los oficios del juez y del fiscal no sean solo para los valientes o los cínicos, sino una labor humana, sin riesgos, que no implique poner la vida en riesgo ni las resoluciones en venta, porque la justicia es un derecho y, para las víctimas pasadas y presentes y sus familias, es como el agua o como el aire, indispensable para seguir viviendo.

Fuente: blog Cartas a Marco Antonio

 

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