Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Héctor Silva Ávalos

Este domingo 18 de mayo Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, se quitó definitivamente la máscara con la que gobierna desde que fue elegido en 2019 para mostrar su verdadero rostro, el de un dictador con el poder suficiente para meter en la cárcel a cualquiera que se atreva a denunciar su corrupción o criticar sus despropósitos, que a estas alturas se suman por decenas. El domingo, la fiscalía de Bukele capturó a Ruth Eleonora López, la jefe anticorrupción de la organización Cristosal; ella es una de las defensoras de derechos humanos más respetadas del país y su organización una de las más visibles en Centroamérica.

Bukele ya había metido presos a opositores y críticos además de miles de inocentes en su guerra contra las pandillas. Y ha usado a la fiscalía que dirige el fiscal general Rodolfo Delgado para inventar casos penales sin fundamento en casos como el de los ambientalistas de Santa Marta, el del negociador de la paz Atilio Montalvo o el más reciente en contra de Ivania Cruz, otra defensora de derechos humanos, o como el que intenta armar contra Ruth López. En eso, el uso político del Ministerio Público, El Salvador se parece a Guatemala.

Hasta hace muy poco, Bukele y sus propagandistas se habían preocupado de aparentar, de utilizar la inmensa popularidad del líder en redes sociales para justificar las capturas. Al principio lo hacía el presidente en sus cuentas de X, Facebook o TikTok, incluso en conferencias de prensa, ya luego lo fue dejando a publicistas, trollcenters y “periodistas” a sueldo.

Siempre, en su cruzada represiva, Bukele tanteó. Capturó a líderes conocidos en El Salvador, como los ambientalistas, y calculó que esas detenciones no le supondrían ningún costo político. Luego hizo pasar por delitos gestiones de defensores humanos en casos que afectaban a pequeños propietarios de tierra. Y, durante un buen tiempo, ha machacado en un intento por criminalizar a objetivos que, calculó el líder, podrían generarle más complicaciones políticas, como los periodistas que denunciaron sus corruptelas y crímenes, o defensores como Ruth López que se habían hecho ya de una voz escuchada por todo el mundo.

Al final, por mucho que su popularidad lo haya blindado de esos costos políticos, con cada captura arbitraria y detención forzada, la máscara se caía un poco más.

Cuando ganó la presidencia y antes, cuando era una estrella política en ascenso, Bukele se vendió siempre como un demócrata, un outsider que cambiaría un sistema corrupto. Nunca fue eso; era solo un dictador en ciernes que hoy nos ha mostrado su verdadero rostro, el de un monstruo parecido a los que le precedieron en América Latina, uno igual a Daniel Ortega, Hugo Chávez, José Rafael Videla. Con los dos primeros comparte guion: acceso al poder a través de elecciones y transformación paulatina en déspota; con el último comparte manual tiránico: desapariciones forzadas, encarcelamiento y tortura de opositores. En eso El Salvador se parece a Nicaragua, Venezuela y a la Argentina de la dictadura.

“El mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existe”. La frase, atribuida al poeta francés Charles Baudelaire, sirve para describir la farsa de la que Nayib Bukele se sirvió para acumular el poder que ahora tiene y para hacer cosas como capturar a Ruth Eleonora López, reconocida en todo el mundo por su labor de defensa y denuncia, y para mantener un control sin fisuras del Estado, que él y su familia utilizan para beneficio propio. En eso El Salvador se parece a la Nicaragua de Somoza o, ya puestos, al Washington actual.

Bukele no accedió a ese poder por la fuerza, lo hizo montando en un cuento según el cual él iba a sanear la política, llevar desarrollo, eliminar la corrupción y convertir al país, casi, en un Estado de primer mundo; y contó ese cuento con el aplauso de casi todos, muchos de los hoy perseguidos incluso.

Bukele nunca fue un reformista, un estratega económico, un adalid anticorrupción, ni siquiera un outsider, de lo que tanto se ufanó. Bukele fue siempre un dictador disfrazado de tipo simpático y moderno. Su truco fue ése, convencer a casi todos de que la máscara era la real y no el rostro del monstruo antidemocrático que se escondía. Lo logró a punta de campañas propagandísticas millonarias, de la ingenuidad de miles, de la complicidad de los empresarios más poderosos del país, del silencio de la academia y de la indolencia de la comunidad internacional, sobre todo de la administración de Joe Biden en Washington.

Después de seis años en el poder, incluido ya uno de gobierno inconstitucional tras la reelección ilegal en 2024, la evidencia de su mala administración es cada vez mayor. Bukele y su aparato cuentan como logro principal haber mejorado la seguridad pública, lo que cuentan menos es que lo hicieron a costa de un pacto con la MS13 y el Barrio 18 y de la suspensión indefinida de garantías constitucionales como el derecho a defensa y al debido proceso.

Por lo demás, poco puede contar el líder como acierto. Sus grandes proyectos, como el Bitcoin o el despegue económico que este traería, murieron ante la amenaza de la quiebra estatal. Su ministerio de obras públicas no encuentra cómo solucionar el colapso de la carretera que conecta la capital con el occidente del país y Guatemala. Su ministerio de educación cierra escuelas. La pobreza ha crecido cerca de cinco puntos en los últimos años.

A este balance negativo en la gestión pública se unen las múltiples acusaciones de corrupción. Su familia ha comprado 34 propiedades en lo que va de mandato. Sus hermanos fueron investigados como jefes de una organización a la que la fiscalía general, antes de que Bukele la controlara, calificó de criminal y cuyos objetivos eran acumular poder y riqueza. Sus diputados recibieron préstamos exprés del banco estatal.

Sobre el régimen de Bukele pesan, además, varias muertes sospechosas de funcionarios de alto nivel que ni él ni sus hermanos ni sus propagandistas han logrado explicar. La de Alejandro Muyshondt, el asesor de seguridad nacional a quien Bukele metió preso por divulgar secretos sucios del gobierno y quien murió de una hemorragia cerebral tras recibir una golpiza en la cárcel. La de Mauricio Arriaza Chicas y Douglas García Funes, director y subdirector de la Policía Nacional que murieron en un helicopterazo cuando transportaban al gerente de una cooperativa de ahorro y préstamo investigada por lavado a la que Nuevas Ideas, el partido de Bukele, pidió préstamos por al menos cinco millones de dólares.

Todo eso se ha publicado en la prensa salvadoreña, lo hemos investigado varios periodistas a los que Bukele ha amenazado con meter presos. Pero, a pesar de nuestras denuncias, Bukele mantuvo bastante acomodada su máscara durante un rato. El antifaz, es cierto, evolucionó, del soy un demócrata al estoy tomando medidas drásticas que son necesarias y de ahí al quien no está conmigo es enemigo del país (en esto El Salvador se parece a todas las dictaduras latinoamericanas que adoptaron las máximas del enemigo interno). Y durante un buen rato el rostro horrible del monstruo, el real, permaneció oculto, la más de las veces por conveniencia del monstruo y de sus valedores.

Hasta ahora.

2025 no inició bien para Nayib Bukele. El salvadoreño ofreció un trato al trumpismo, el de poner buen rostro a Washington y facilitarle una cárcel de máxima seguridad como sitio modelo de su política antiinmigrante, y, a cambio, recibir el espaldarazo internacional y sonoro del presidente Trump. En poco tiempo, la factura le llegó a Bukele: el envío de venezolanos a la prisión salvadoreña no estaba sustentado en la ley de los Estados Unidos, donde el Supremo le recordó a Trump que, a pesar de todo, la república que fundaron Jefferson, Washington y Hamilton, sigue saludable. Con la ley en contra, la Casa Blanca ha reculado y parece que la cuota de presos con destino El Salvador se terminó.

Antes de este trato con el trumpismo, la prensa estadounidense había puesto atención marginal a Bukele, pero, tras el fiasco carcelario, no ha parado de sacar en primera plana perfiles que pintan al salvadoreño, palabras más o menos, como un autócrata sin escrúpulos.

La mala prensa internacional se unió a desaciertos internos, como el de la mencionada carretera, a la aparente baja en la popularidad y más investigaciones periodistas que lo expusieron. Como nunca hasta ahora, Bukele respondió como lo hicieron todos los monstruos sin máscara que llegaron antes que él, con cárcel a las voces críticas más prominentes como la de Ruth López.

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