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Créditos: Cecilia Cobar
Tiempo de lectura: 10 minutos

 

Carmen Sierra es una ingeniera ambiental que trabaja en la Universidad Rafael Landívar. Se especializó en Alemania donde viajó en 2021, luego de trabajar con comunidades rurales. Para la investigadora, no sirve de nada hablar en términos académicos si no se aplica lo que se aprende en la academia.

“Me di cuenta de que la raíz de los problemas es social; uno aprende soluciones técnicas, pero no es suficiente. Hay un trasfondo social detrás de cada problema ambiental”, señala en esta entrevista.

Por Wellinton Osorio

Carmen María Sierra es una joven ingeniera ambiental egresada de la Universidad Rafael Landívar (URL). Actualmente, trabaja en el Instituto de Investigación en Ciencias Naturales y Tecnología (IARNA) de la misma universidad, principalmente en el Departamento de Ciencias Ambientales.

Sin embargo, ha dedicado gran parte de su carrera profesional y de su vida al servicio comunitario, acompañando procesos de monitoreo ambiental, especialmente en comunidades indígenas y territorios afectados por la crisis climática.

Durante poco más de dos horas de conversación con Prensa Comunitaria, Carmen Sierra sonreía al recordar parte de su trabajo en comunidades rurales, ya que, en sus propias palabras, todos los procesos en los que ha colaborado le generan un lazo con sus raíces y las experiencias de su infancia.

Aunque creció en un entorno urbano, pasó gran parte de sus primeros años en pueblos pequeños como San Jerónimo, en Baja Verapaz, y San José Pinula, en el departamento de Guatemala. Dos lugares donde la conexión con el bosque y los paisajes la marcaron profundamente, son parte esencial de su identidad.

“Disfrutaba mucho bajar al bosque, y creo que esa cercanía influyó en mi contacto con la naturaleza. No recuerdo en qué momento decidí dedicarme a este tema, pero desde que era estudiante (en el nivel medio), investigué sobre permacultura para un proyecto. Me llamó mucho la atención esa idea de una agricultura que usa plantas nativas, aprovechando la regeneración natural sin mucho esfuerzo humano. Fue como un primer acercamiento a este rumbo”, recuerda.

Hoy, Carmen trabaja con juventudes, académicos y comunidades en la búsqueda de prácticas sostenibles que fortalezcan el vínculo entre la tierra y las personas. Su labor no solo se enfoca en la conservación, sino en la educación ambiental, sensibilizando sobre el valor de la biodiversidad y la importancia de respetar los ritmos y procesos del medioambiente.

Foto de Guadalupe García

“Yo iba a ayudar, pero terminé aprendiendo”

Desde pequeña, Carmen sintió una profunda atracción por la naturaleza, lo cual la llevó a explorar la carrera de Ingeniería Ambiental. Al investigar sobre la profesión, descubrió que, aunque su enfoque técnico le ofrecía herramientas para abordar problemas ambientales, había algo más profundo:

“Me di cuenta de que la raíz de los problemas es social; uno aprende soluciones técnicas, pero no es suficiente. Hay un trasfondo social detrás de cada problema ambiental”.

Esa comprensión se hizo aún más evidente cuando comenzó a trabajar en proyectos ambientales con comunidades rurales. Para Carmen fue una experiencia enriquecedora y transformadora:

Yo iba a ayudar, pero terminé aprendiendo de ellos, especialmente sobre plantas nativas y métodos tradicionales de conservación. Me enfrenté al dilema de cuánto del conocimiento técnico occidental realmente es necesario, ya que muchas comunidades ya viven en armonía con la naturaleza”.

Así, su trabajo se convirtió no solo en un aporte profesional, sino en una experiencia de aprendizaje mutuo donde lo social y lo ambiental se entrelazan para generar un impacto duradero. La investigación universitaria de Carmen Sierra tuvo un impacto en su enfoque sobre el medioambiente, especialmente al explorar los bosques comunales.

En su trabajo, se adentró en lugares como El Chilar, en Palín, Escuintla; Totonicapán y las concesiones forestales de Petén, donde descubrió cómo las comunidades locales conservan sus áreas boscosas sin protección oficial. Para ellos, el agua es un recurso vital, y comprenden que, sin un bosque saludable, no hay nacimientos de agua.

Foto de Gabriela Dávila

Al preguntarle si recuerda que es lo más valioso que recuerda de estas comunidades, se detiene a pensar, sonríe y nos dice:

“En las comunidades de Totonicapán hay un compromiso de servicio comunitario, donde todos deben contribuir como guardabosques para tener derechos, como recolectar leña. La asistencia a las reuniones del Comité de Agua es obligatoria, y faltar repetidamente puede resultar en un corte del suministro de agua. Es un sistema de justicia comunitaria, en el que la supervivencia y el compromiso con el bosque están profundamente conectados”.

Esta experiencia la llevó a reflexionar sobre la desconexión que existe en las áreas urbanas respecto al origen de sus recursos, como el agua. “Estar en contacto directo con los bosques y los servicios que ofrecen hace que seas mucho más consciente”, dice Carmen. “En la ciudad estás tan desconectado que no sabes de dónde viene tu agua ni qué pasa en los bosques”, agrega.

A través de su tesis sobre bosques comunales para la licenciatura en Ingeniería Ambiental, no solo adquirió un entendimiento técnico, sino que también aprendió a apreciar otras formas de gestionar y percibir la naturaleza, reconociendo que existen múltiples visiones sobre cómo interactuar con el entorno.

Su trabajo en monitoreos ambientales en territorios afectados por la minería

El interés de Carmen María Sierra por el tema del agua y los proyectos extractivos surgió de manera natural tras la realización de su tesis. Posteriormente, fue contratada para llevar a cabo un estudio ambiental en el norte del departamento de Guatemala, denominado “Evaluación Ambiental Estratégica (EAE) de las subcuencas Las Vacas y Beleyá-Plátanos-Motagua” a cargo del IARNA, donde se encontró cara a cara con proyectos extractivos y su impacto directo en los recursos hídricos.

Esta experiencia le abrió los ojos a la conexión crítica entre el agua y la explotación minera, un tema que se volvería central en su carrera.

Tiempo después trabajó para el estudio de caso llamado “Desigualdad, Extractivismo y Desarrollo en Santa Rosa y Jalapa”, que consistió en un proceso de monitoreo ambiental en el municipio de San Rafael las Flores.

La población mostró un gran interés en comprender las fuentes de agua de su entorno y recibir datos técnicos sobre la calidad y disponibilidad de este vital líquido. “Había un interés fuerte en entender las fuentes de agua, y al recibir datos técnicos, la gente se mostró abierta y demandante de este conocimiento”, asegura Carmen Sierra.

¿El equipo a cargo de este monitoreo encontró desafíos en el proceso de recolección y análisis de datos?

“Fue un reto explicar términos técnicos. Algunos, como pH o alcalinidad, son sencillos, pero otros indicadores solo muestran información superficial. Es difícil traducir esa información a algo significativo para la comunidad”, explica.

Carmen recuerda que durante este proceso de monitoreo comunitario varios jóvenes del pueblo Xinka asumieron el reto de acompañar el monitoreo de agua e iniciar un proceso de formación sobre ciencia ciudadana. Al preguntarle sobre el impacto que tuvo este trabajo en la juventud y la comunidad, Carmen menciona:

“Formar a jóvenes en ciencia ciudadana fue muy satisfactorio; ellos entienden más sobre sus aguas que algunos ingenieros o funcionarios. Se empoderaron y fueron reconocidos como científicos comunitarios. Para mí, verlos crecer en este rol fue muy valioso”.

Para la investigadora es crucial la democratización de la información en proyectos de monitoreo de agua. No se trata solo de compartir datos, sino de generarlos mediante metodologías claras y accesibles. En Guatemala, la escasez de datos sobre recursos hídricos es un desafío significativo, y Carmen considera que es responsabilidad de quienes trabajan en el sector académico garantizar que el monitoreo sea técnico, accesible y útil para todos. Este enfoque no solo fortalece la comunidad, sino que también fomenta una relación más equitativa con el conocimiento y los recursos que les rodean.

Foto de Amalia Lemus

¿Qué importancia tiene para la democratización de la información en proyectos de monitoreo de agua?

“Democratizar la información no solo implica compartirla, sino generarla con metodologías claras. En Guatemala, la falta de datos es un gran problema, y es una responsabilidad llevar a cabo este monitoreo técnico, accesible y útil para todos”.

Después del proceso de monitoreo en San Rafael las Flores, en Santa Rosa, Carmen acompañó el desarrollo de metodologías de aprendizaje para apoyar procesos formativos con los científicos comunitarios. Le preguntamos: ¿Cómo ha sido el proceso de generar metodologías para la enseñanza de la ciencia a jóvenes de contextos rurales?

“Ha sido interesante. Primero, necesitábamos reforzar nuestros conocimientos y entenderlos bien para explicarlos de forma sencilla. Probamos varias formas: informes formales, pero también documentos más simples con esquemas y dibujos. Fue un proceso de prueba y error, viendo qué entendían mejor, siempre basándonos en lo que ya sabían”, explica.

¿Cómo fue el aprendizaje en las comunidades en comparación con el método académico tradicional?

“En los colegios esperas recibir una clase y ya. En las comunidades, ellos aprenden en el momento y se les queda. En mi experiencia académica dependía de mis apuntes. Pero allá tenías que enfocarte en las metodologías para que quedaran claras y simples, y practicarlas constantemente. El aprendizaje era basado en proyectos, como el monitoreo de la microcuenca de Tapalapa”.

¿Crees que hubo un cambio en tu forma de entender la ciencia después de estar en el campo?

“Sí, totalmente. La academia en Guatemala sigue tendencias globales que no se ajustan a nuestro contexto. Siempre me he preguntado cómo sería una academia más eficiente y adecuada para el país, que combine nuestro conocimiento y nuestra relación con la naturaleza. Estar en el territorio me permitió experimentar una mezcla entre ambos mundos”.

¿Cómo fue entender los procesos científicos en las comunidades?

“Fue un reto destilar lo que dice la academia y ver qué es realmente útil para las comunidades. No sirve de nada hablar en términos académicos si no puedes aplicar lo que aprendes. En las comunidades, el conocimiento se genera haciendo, y se crean otros tipos de ciencia. Aunque usamos protocolos rigurosos, ellos también hacen ciencia, pero de otra manera.”

¿Cómo observan los cambios ambientales las comunidades?

“Las comunidades reconocen cambios que a veces no notamos. Por ejemplo, recuerdo que en una comunidad discutíamos si los ríos estaban más contaminados. Al principio decían que no había cambios, pero luego alguien mencionó que ya no había ciertas plantas que antes crecían cerca del río. Esto provocó un debate, y concluyeron que sí había habido un cambio, aunque no fuera evidente a simple vista.”

¿Cuál fue tu experiencia al observar estos cambios en el campo?

“Las comunidades tienen un conocimiento empírico. Estos pequeños cambios son los primeros pasos del método científico, la observación. Hay fenómenos como la deuda ecológica, donde las especies desaparecen décadas después de que se alteró su hábitat. Estos pequeños indicadores muestran que algo pasó, aunque todo parezca igual.”

Foto de Wellinton Osorio

Se especializó en Alemania

En este momento, hacemos una pausa, y Carmen menciona que todo esto, junto con la necesidad de ampliar los parámetros para los monitoreos comunitarios, la motivó a viajar a Alemania a finales de 2021, aún en pandemia, para estudiar la maestría en Ecología de Paisaje y conservación de la Naturaleza en la universidad de Greifswald; y con esto tener herramientas para orientar su trabajo al estudio de los macroinvertebrados. Estos organismos son utilizados como indicadores ecológicos en normativas de Estados Unidos y Europa, lo que evidencia la calidad del hábitat y la salud de los ecosistemas.

Su estudio ha sido una práctica establecida durante años, ya que una comunidad más diversa de macroinvertebrados sugiere un ambiente acuático saludable. Entre los diferentes grupos de macroinvertebrados, incluidos los insectos, se presentan interacciones que reflejan la complejidad y el equilibrio de su entorno.

En el 2023 regresó a Guatemala para continuar desde el campo un monitoreo comunitario sobre macroinvertebrados y poder incluir estos conocimientos en los procesos de formación con los científicos comunitarios que realizan monitoreo de agua en la cuenca de los Esclavos, en Santa Rosa.

¿Cómo conectas esto con tu trabajo reciente?

“Es parecido a lo que ocurre con las especies invasivas. A veces algo pequeño aparece y cambia todo un ecosistema. Así veo mi trabajo reciente, donde paso del monitoreo del agua a estudiar a los insectos como indicadores de cambios naturales”.

¿Hay acceso fácil a la información técnica necesaria para monitorear ecosistemas?

“No siempre, porque esa información es muy técnica y guardada en entornos académicos. Requiere mucho conocimiento técnico y es manejada por personas especializadas, como quienes trabajan en laboratorios”.

¿Es complicado identificar los organismos que sirven como indicadores ambientales?

“Identificar los macros puede parecer complicado, pero es relativamente sencillo. Solo necesitas una lupa, pinzas y tu muestra para clasificarlos”.

¿Qué tipo de análisis se realiza con esos datos?

“Se analiza la diversidad biológica. Más diversidad significa que el sistema es más complejo y saludable. Además, se identifican especies que son sensibles a la calidad del agua, como ciertas moscas de piedra que necesitan agua rica en oxígeno”.

¿Qué sucede cuando hay contaminación en el agua, como por pulpa de café?

“La contaminación reduce el oxígeno en el agua, afectando a los organismos que lo necesitan. Si el agua se queda sin oxígeno, los bichos y peces pueden morir”.

¿Cuál ha sido el impacto del monitoreo biológico en el proyecto?

“El monitoreo ha crecido mucho. Empezamos con un área pequeña, pero ahora hay cuatro equipos y una cobertura más amplia. El objetivo era ver el impacto de la mina, pero ahora también alertamos a las comunidades sobre problemas en el agua”.

¿Cómo te has involucrado personalmente en este proceso?

“Mi tesis fue en una cuenca más pequeña y este año hemos expandido el monitoreo. Aunque no soy bióloga, he trabajado en identificar las dificultades técnicas y simplificar el proceso de identificación de macros”.

¿Cuál fue el enfoque de tu tesis?

“Mi tesis fue en Ecología de Paisaje y Conservación de la Naturaleza, enfocándome en la ecología acuática como una propiedad emergente de los paisajes. Estudié cómo los ecosistemas terrestres influyen en los acuáticos”.

¿Qué diferencias observaste en la calidad del agua según el uso del suelo, en la cuenca donde realizaste tu investigación?

“En áreas de bosque, la calidad del agua era mejor. En agricultura intensiva, la calidad disminuía. En la mina, encontré los peores resultados: muy poca diversidad biológica y especies resistentes a metales pesados”.

Al final de nuestra conversación; y a manera de conclusión le pregunto a Carmen: ¿Qué se puede hacer para regenerar ecosistemas acuáticos afectados y cómo influye la crisis climática en este proceso?

“Es fundamental no solo reforestar, sino regenerar con especies nativas que aporten diversidad genética, lo que hace al ecosistema más resiliente a los cambios, incluyendo el clima, y es esencial para la conservación de la biodiversidad. La crisis climática ha alterado los tiempos de siembra y las especies que prosperan, por lo que mantener la diversidad genética, como en el caso de las variedades de maíz que podrían adaptarse mejor a estos cambios, es crucial”.

Carmen concluye reflexionando sobre su vida en el presente y sus aspiraciones para el futuro:

En una palabra me veo como mediadora. Aspiro a crear un espacio donde confluyan diferentes conocimientos, fomentando el diálogo y la aceptación, y promoviendo una mayor horizontalidad en la interacción entre las personas. Mi objetivo es construir un equilibrio entre la enseñanza y el aprendizaje, entre la investigación académica y una visión del mundo más amplia. Quiero trascender las jerarquías tradicionales y ser un puente que conecte ideas, realidades y experiencias. En este camino, cada día es una oportunidad para aprender y crecer, tanto personalmente como en la comunidad que me rodea”.

Foto del Colectivo Anpük 

Este texto se realizó en el marco de la Sala de Creación comunitaria y medioambiental, un ejercicio periodístico colectivo organizado con un grupo de periodistas de territorios de Prensa Comunitaria, bajo la coordinación de Francisco Simón.

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