Efraín Bámaca Velásquez conoció la pobreza cuando era adolescente. Su madre murió por no tener acceso a antibióticos.
Con una gran hambre de conocer el mundo y gran inteligencia, el joven se unió a las filas de la Organización del Pueblo en Armas (ORPA), donde se convirtió en comandante y dirigió el Frente Luis Ixmatá, En 1992 fue apresado por el ejército y sometido a torturas por dos años.
Sencillo, de voz suave y leal, así lo describe Jennifer Harbury, su esposa, quien lo conoció en 1990, cuando llegó al volcán Tajumulco y quien por 32 años lo ha buscado de manera incansable a pesar de la denegación de justicia por el Estado guatemalteco.
Por Regina Pérez
Efraín Bámaca Velásquez se unió a la guerrilla siendo adolescente. En las montañas de El Tumbador, San Marcos, donde nació y creció en la finca El Tablero, conoció al comandante Gaspar Ilom, fundador de la Organización del Pueblo en Armas e hijo del Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, quien quedó tan sorprendido con la inteligencia del joven que personalmente le enseñó a leer y escribir.
Esa amistad que surgió en San Marcos se puso a prueba, años después, cuando Bámaca Velásquez fue apresado por el ejército en Retalhuleu y torturado por dos años bajo supervisión de un médico, con el cuerpo enyesado, para evitar que huyera. A pesar de las terribles torturas que sufrió, nunca lo delató, tampoco a sus demás compañeros.
Jennifer Harbury, su esposa, está a punto de cumplir 73 años y ha pasado 32 años de su vida buscándolo. La abogada originaria de la ciudad de Baltimore, Estados Unidos, tiene muchas memorias de él. “Era super sencillo y guardó su idea de sencillez ferozmente. Era un comandante con 17 años (de trayectoria), casi nadie sobrevivió tantos años arriba, él conocía el terreno y sabía cómo sobrevivir. Luchó, no para sentirse orgulloso, él odiaba eso, la idea de superioridad y rango”, recuerda.
La abogada llegó a Guatemala por primera vez, en 1985, para recopilar reportes sobre violaciones a los derechos humanos cometidos durante el conflicto armado interno con el objetivo de apoyar a las personas guatemaltecas que pedían asilo en Estados Unidos.
Pero fue, en 1990, cuando conoció a Bámaca, también conocido bajo el seudónimo de Everardo. La ORPA le permitió visitar por 30 días el campamento guerrillero, ubicado en alguna parte del volcán Tajumulco. Al principio, le habían negado la posibilidad. “Luego dijeron 30 días. Y así fue. Me hubiera gustado tomar más entrevistas y documentación”, señaló sobre ese momento que marcó su vida.
Harbury estuvo recientemente en Guatemala para declarar en anticipo de prueba en el caso que se lleva contra una docena de militares por la desaparición de Bámaca. Una de varias audiencias suspendidas en el caso. En esta entrevista, destacó la figura de Efraín y cómo lo conoció en el campamento.
Desde un principio, dijo, le impresionó que a pesar de estar bajo bombardeos y combates, no era un lugar estricto y militarizado, sino disciplinado. Los guerrilleros se sentaban todas las noches alrededor del fuego, hablando en diferentes idiomas mayas, incluso abrazándose entre sí. “Un grupo con disciplina, era el cariño que se tenían, era un vínculo en común, se cuidaban”, agrega.
Bámaca hablaba con voz suave y todos le obedecían. Una de las anécdotas que compartió fue cuando un día, mientras caminaba en el campamento, el comandante Everardo se dio cuenta que nadie estaba moliendo el nixtamal (maíz cocido) para la cena de la noche. Eso era un error muy grave porque solo podían cocinar a ciertas horas, ya que el humo podía delatar su ubicación y alertar al ejército.
Harbury pensó que iba a gritarles a los subordinados, pero no fue así. Echó el nixtamal en el molino y comenzó a moler. En menos de dos minutos corrieron los demás miembros del Frente para ayudarlo.
El comandante siempre insistía en hacer las tareas en el campamento y no quería una protección especial. “Decía que la vida de todos era igual y talvez eso le costó al fin. Pero él siempre promovía la igualdad, porque había sufrido de desigualdad toda su vida y estaba convencido de que había que acabar con eso”, señaló Harbury.
No fue amor a primera vista
Su nombre era Efraín Ciriaco Bámaca Velásquez. Nació en la finca El Tablero, en El Tumbador, San Marcos, al suroeste del país, un lugar remoto donde no había hospitales ni escuelas. Por esa razón, Bámaca nunca aprendió a leer ni a escribir cuando era un niño. Su madre murió cuando él tenía 9 años de una infección por la falta de antibióticos.
Cuando tenía 12 años, Efraín quería ir a la escuela pero no podía y se preguntaba por qué estaban viviendo como animales y sin comida, en la más absoluta pobreza, tanto su padre como sus hermanas.
A medida que crecía, a los 15 años, salía a la montaña a caminar, para reflexionar sobre esa realidad. Un día, Efraín conoció a un grupo de guerrilleros dirigidos por Gaspar Ilom, el seudónimo de Rodrigo Asturias, el hijo del Premio Nobel de Literatura de Guatemala, Miguel Ángel Asturias, que se unió a la lucha armada en 1975.
“Rodrigo se quedó tan impresionado con Efraín que personalmente le enseñó a leer y escribir y le dio toda su educación y muchos libros”, relató Harbury. Cuando ella lo conoció, en 1990, en el Volcán Tajumulco, Bámaca leía sus libros todas las noches alrededor del fuego, con su foco, siempre algo nuevo.
“Tenía un hambre de conocer el mundo y reemplazar todo lo que había perdido en su crecimiento”, recordó. Ni ella, con su educación universitaria y acceso a los libros había leído tanto.
Bámaca dirigía el Frente Luis Ixmatá cuando se conocieron. De ese Frente ya no quedaron sobrevivientes, todos murieron.
A Harbury le causa gracia que muchas personas creen que se enamoraron a primera vista. “Noo, yo pensé que era muy joven. Su rostro en la foto es muy joven, pero cuando uno hablaba con él alrededor del fuego, no era nada joven”, recordó. En ese entonces él tenía 33 años pero para ella, dijo, se comportaba como si tuviera 500 años.
Cuando se volvieron a encontrar meses más tarde ella le dijo: “Cuando te vi la primera vez pensé que era más joven”, y él le respondió “yo pensé que eras de la CIA” (Agencia Central de Inteligencia de EEUU) rememoró entre risas.
El primer encuentro no fue prometedor, pero se gustaron mucho y, en 1991 cuando él viajó a México para ayudar en las preparaciones de los Acuerdos de Paz sobre Pueblos Indígenas la contactó y se encontraron nuevamente. Ese mismo año se casaron en Texas, EEUU, donde ella residía, con una ceremonia sencilla y la presencia de sus amigos más cercanos como testigos.
Harbury cocinó y sus amigas llevaron un pastel. No hubo intercambio de anillos, pues no había dinero para eso. Pero lo hicieron al estilo de la guerrilla, que cuando se casaban en la montaña intercambiaban cucharas.
Queríamos más tiempo, tenía una pequeña casa en el bosque, estaba escribiendo y haciendo mi trabajo de abogada, la idea era descansar un poco aunque él tenía que seguir escribiendo y trabajando, él tenía que volver, pero nos casamos allá en unión de hecho, es un recuerdo bonito que tengo, dijo.
La boda fue una manera de reconocer que podían tener una vida personal alejada de la guerra y un compromiso profundo a pesar de la incertidumbre de que cualquiera de ellos pudiera ser detenido por el ejército. “Él tenía terror de que yo fuera a caer (ser capturada) a causa de que alguien nos viera juntos o que me detectaran en una foto, porque habían caido dos de sus parejas”, señaló.
La historia de dos fotos
Mientras cuenta su historia, Harbury sostiene una foto de Efraín que lleva en un gafete colgada en el cuello. El comandante Everardo lleva una playera blanca y jeans azules.
“¿Cuál es la historia de esa foto?”. “Fue cuando estábamos en la ciudad de México, en 1991, y organizamos una cena. Había otros amigos en la casa, él estaba muy relajado, con su música. Le dije, me encanta esto pero ¿no quieres salir al cine, a bailar? Él respondió que prefería estar en la casa, y le pregunté, ¿Por qué? Y él contestó, “porque nunca he tenido esto”.
La abogada se dio cuenta de que Efraín nunca había tenido algo tan sencillo como preparar una cena rica con sus amigos por la noche, con carne y frutas, por haber crecido en la pobreza. “Aunque por todos lados había fruta, nunca fue para ellos, si tenían tortillas, era suerte. Estar conmigo, sus amistades y comida y un techo normal, era un lujo para él, tenía muy poco de eso, ya tenía que volver”, indicó en referencia al retorno a la montaña.
La vida personal de quienes integraban la guerrilla era un secreto. Poco se compartía y mejor si no se conocían detalles. Efraín no permitía que le tomaran fotos. Decía: “si vuelvo a mi frente y pasa algo y encuentran (en referencia al ejército) una foto contigo, vas a caer tú y todos los demás”. Era muy estricto con la seguridad y, por experiencia, ya que la mayoría de personas que empezaron con él murieron.
La foto más conocida de Efraín es una tamaño cédula. También la tomó en ciudad de México. Él la sacó para una tarjeta de identidad. No le dijo para qué pero necesitaba tomarse una y fueron juntos a sacarla.
Otra anécdota que recuerda Harbury fue una fiesta cerca de la Navidad con varios de sus amigos. Él medía unos 1.60 y a su lado estaba Rodrigo Asturias, alto, completamente opuesto a su amigo. Estaban juntos, sonriendo, sin palabras. Pero se comunicaron totalmente.
Cuando Efraín cayó, la norma de seguridad era que Gaspar Ilom tenía que cambiar de residencia, al igual que todos los miembros de la guerrilla que tuvieron contacto con Everardo. Pero Ilom no lo hizo.
“Él dijo, nunca va a decir dónde estoy y no me voy”. Todos estaban asustados pues sabían que lo iban a torturar e iba a hablar. “Nunca pasó, según los archivos de la CIA, nunca habló ni bajo interrogación ni tortura, los llevó a arsenales viejos, nunca habló y yo creo que aguantó dos años de tortura”, cuenta Harbury.
Agregó: “Era muy mal preso, dicen. Era muy listo, casi escapó. Estuvo enyesado de piernas y brazos, pero no habló”. Fueron dos años terribles pero lo soportó. Gaspar Ilom tenía toda la razón.
La despedida antes de regresar a Guatemala
A principios de 1992 Bámaca tenía que volver a Guatemala. Le comentó a Harbury que se trataba de una nueva etapa, pero nunca le dijo por qué y ella tampoco preguntó. “Así fueron las normas de seguridad. Que no tenía que preguntar nada. Pero enfatizó que la guerra es así. La gente no vuelve, prepárate”. Se notaba preocupado, tenía ojeras.
En la Navidad de ese año Bámaca preparó regalos muy especiales y personalizados para cada uno de sus conocidos. Se despidió como si nunca los volvería a ver, un detalle que todos comentaron.
“Él me dijo que no quería que le suplicara que se quedara. Porque tenía derecho después de tanto tiempo. Su destino en la vida era quedarse arriba (en la montaña), con todos, hasta que haya cambios, que la vida sea accesible para todos y no quería bajar antes de eso. Talvez personalmente quería tener un pequeño apartamento, sencillo y cocinar un poco juntos y leer con música. Él nunca tuvo eso. Creció en la pobreza total. Era muy cómodo y le costó dejarlo, pero lo dejó. Y lo que quería de mi era mi apoyo total, sin preguntas”.
Aunque ella quería gritarle que no se fuera porque era muy peligroso no pudo hacerlo.
Cuando él desapareció, Harbury recibió sus pocas pertenencias, una camisa, sus zapatos, algunas cartas escritas a mano, un librito con notas del comandante que no pudo descifrar y la foto que se había tomado en México. Había otra fotografía con una hermosa joven. Ella cree que fue “Rosalva”, una de las parejas del comandante que el ejército desapareció. La foto no tenía nombre ni fecha.
“No han tenido la decencia de devolver sus restos”
En 1992 Bámaca a regresó a Guatemala. El 12 de marzo, en un descanso rutinario fueron sorprendidos por soldador de la Fuerza de Tarea Quetzal, en el área Nuevo San Carlos, Retalhuleu y lo apresaron. “Fue herido y cayó. Un día después el ejército informó que encontró a alguien vestido de verde olivo, desconocido y llevado a Retalhuleu, enterrado como XX. Él era el único desaparecido de todo el Frente, tenía que ser él pero había varios puntos llamativos y cuestionables”, contó Harbury.
Un joven escapó y reportó que vio vivo a Everardo dentro de un destacamento y estaba bajo tortura. Harbury viajó a Retalhuleu y vio todos los archivos y la fosa y concluyó que no se trataba de él.
Más tarde, un especialista de inteligencia del ejército desertó y dijo que la persona enterrada era su amigo. Así empezó la búsqueda de Everardo. El caso fue reportado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pero el ejército negó tenerlo en algunos de sus destacamentos. Incluso, se presentó una exhibición personal y se realizó una exhumación, en 1993, pero no eran sus restos los que encontraron.
“Todavía no han tenido la decencia de devolver los restos para una sepultura respetuosa ni para él ni para los miles de desaparecidos”, señaló Harbury.
Lo que pasó con Everardo lo describe como “horrible” y a la vez “normal” y representativo de los miles de muertes que provocó el ejército al considerar que si estaban metidos en la guerrilla tenían derecho a torturarlos y desaparecerlos, en lugar de llevarlos a los tribunales para un juicio. “Son 250 mil personas asesinadas, desaparecidas, sin ninguna consecuencia” expresó.
Según el informe Guatemala: Memoria del Silencio, de la Comisión del Esclarecimiento Histórico (CEH), más de 200 mil personas fueron asesinadas durante el conflicto armado interno en Guatemala que inició en 1960 y finalizó con la firma de la Paz, en 1996.
En 2000, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH) condenó al Estado guatemalteco por la desaparición del comandante guerrillero y, en 2002, ordenó investigar y castigar a los responsables del crimen.
La perseverancia de Harbury
El pasado 16 de julio, Harbury acudió al Juzgado de Mayor Riesgo A para presentar su declaración anticipada en el caso de su esposo. Sin embargo, la jueza Claudette Domínguez fue informada, minutos antes de que comenzara la audiencia, de que la jueza Ruth Noemí Camey Equité, del Juzgado Segundo Penal, había otorgado un amparo a Salvador Eduardo Rubio, un coronel de aviación, que se cree pilotaba el avión en el que Bámaca fue trasladado a la ciudad de Guatemala a un centro de detención ilegal, conocido como La Isla, ubicado en la zona 6 de la capital.
Con ello, Domínguez, conocida por sus fallos a favor de militares, suspendió la audiencia y le negó a Harbury la oportunidad de declarar. “Es una de docenas, una de 32 años de decepciones”, señaló la abogada.
El caso siempre ha estado en Tribunales, pero como muchos otros, no ha avanzado. Incluso el ahora expresidente Otto Pérez Molina fue denunciado por Harbury, en 2011, pues era jefe de inteligencia del Estado Mayor Presidencial cuando ocurrieron los hechos pero una resolución de la jueza Carol Patricia Flores lo libró de ser investigado, antes de que participara como candidato a la Presidencia, en 2012.
Actualmente, la justicia guatemalteca experimenta importantes retrocesos tanto en algunos casos de la historia reciente del país, como Diario Militar y el de Dos Erres.
Lo ocurrido el 16 de julio fue otro desafío importante de los jueces a lo dictado por la Corte Interamericana, indica pero la determinación de Harbury es firme. “Pueden destrozar la vida de uno, mandarlo a la bancarrota, no importa, acá estamos. Brazo a brazo, mano a mano, estamos juntos buscando a los desaparecidos y no nos vamos a retirar”, dijo.
Según el testimonio que su amiga Emily Jones brindó a la Corte Interamericana, cuando su esposo desapareció, Harbury tuvo que abandonar temporalmente su carrera y se vio obligada a vender sus pertenencias, incluyendo su vivienda. También se endeudó con tal de encontrar recursos para encontrar a Bámaca.
Al preguntarle si tiene confianza en encontrar justicia en los tribunales guatemaltecos responde: “Lo que tengo es paciencia y determinación, yo no me voy” mientras hace una larga pausa. “No me voy. Muchas mujeres con sus bebés han muerto buscando a sus seres queridos. ¿Quién soy yo para retirarme? Me quedo”, puntualizó.