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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Jesús Hernández

Si se está recuperando la espiritualidad maya a través de los relatos históricos y a través de la dura experiencia y el dolor -persecución, exilio o muerte- que a lo largo de los grandes despojos han sido sometidas las distintas comunidades de nuestro país, es porque hay un sentido de la vida, de pertenencia a la comunidad – lo que en otros espacios de formación política se construye como la “comunalidad”- que se recupera lentamente para contagiarnos de su luz y su esencia: lo comunitario. O es lo que podríamos llamar “el sentido de lo comunitario”; o, mejor dicho, estamos en camino hacia lo comunitario para encontrarnos como un “nosotros” pero distintos.

Una de las expresiones de esto comunitario se construye a partir del “sagrado fuego”, especialmente cuando se realiza una ceremonia y participan todas y todos: mujeres, niños, hombres; la quema del copal, pom, las candelas adornadas con sus flores y aromas que comunican con el sol, el aire, la tierra y las personas. Cada momento para realizar esta ceremonia tiene su intencionalidad: por la paz, por la lluvia, por la siembra, por la unidad y por qué no, por la justicia. El rito tiene una intencionalidad, ése es su sentido.

Estamos entonces en el día Toj, que en su traducción del idioma K’iche’ significa pagar. Hay que hacer el pago de lo que hemos recibido, sea positivo o negativo, porque hay que saber devolver para recrear nuevamente la vida; hay que recuperar el valor o la esperanza de lo que podemos transformar y comprometernos a través de nuestras acciones. Esta ceremonia deberíamos celebrarla cada veinte días según el calendario maya y eso toca hacerlo hoy. Se recupera la memoria y la esperanza, principios básicos de la comunalidad.

Es el día de la ofrenda y para pedir al Creador Formador lo que necesitamos recuperar en la vida comunitaria. Esta ceremonia se expresa de distintas maneras en el pueblo maya, de norte a sur, oriente y occidente; cada pueblo la expresa de acuerdo a su contexto y a los elementos naturales con los que recrea la unidad con el Creador Formador. Sin embargo, pienso que hoy sería un día ideal para la unidad del pueblo maya, que la ceremonia nos una para pedir la justicia social, tan necesaria hoy en cada uno de los rincones de este bendito país: educación, salud, trabajo. Esto es lo que llamaría “comunalidad”, el encuentro desde dentro hacia afuera, con los demás pueblos, en un reconocimiento mutuo que cobra sentido en el “territorio, autoridad, trabajo, servicio, fiesta” (Osorio, 2014).

A propósito de los 500 años de fundación de la ciudad criolla de Quetzaltenango, algunos historiadores y antropólogos recuperaban antecedentes de construcción identitaria: Mam y K’che’ en posicionamiento político del espacio territorial; memoria necesaria para avanzar hacia el nosotros.

Eso es precisamente la ceremonia de hoy, juntarnos -junam-, se reconstruye con un “nosotros”. Bueno es que las autoridades mayas se reúnan alrededor del fuego, de la ceremonia, para hablar de la justicia, de lo que está pasando en el país: el proceso de elección de los nuevos que integrarán la c (CSJ) y la Corte de Apelaciones.

La silla recuperada de Atanasio Tzul no puede quedarse solamente en lo simbólico, sino que debe recrearse a través de la palabra, el consejo, el encuentro y el consenso. Es el momento que las autoridades indígenas del occidente se reúnan para hacer política comunitaria y orienten a toda la población del occidente hacia el camino de la esperanza para lograr una justicia independiente, libre de los amiguismos y de la corrupción.

De repente, se sientan alrededor del fuego y empiezan a hablar, ya no solo entre unos pocos, en separado, sino entre cada pueblo y en la gran nación, de repente… el fuego espera.

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