Mariana Palencia: fuimos dos niñas que crecimos juntas en un mundo muy distinto al de muchas personas. Parte II

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Créditos: Ruda.
Tiempo de lectura: 8 minutos

Por Mariana Palencia

Mariana Palencia fue la hermana mayor de Kimberly Mishel Palencia, quién fue quemada junto a las 41 niñas de la tragedia del Hogar Seguro Virgen de la Asunción el 8 de marzo de 2017. Todas ellas estaban protestando para que el albergue estatal les brindara condiciones más dignas y humanas. A seis años de la catástrofe, Mariana decide compartir la historia de su hermana para darle rostro y voz a quién el Estado le arrebató la vida.
Esta es la segunda parte de su historia.

Estuvimos expuestas a que nos pasaran muchas cosas en la calle. Una vez un hombre intentó abusar de mí, todos miraban tranquilo al hombre, nadie podía desconfiar de él ¿cómo creerle a una niña solitaria? Gracias a que corrí no abusó de mí. Incluso una noche que mi papá estaba bolo intentó tocarnos. Mi hermanita y yo salimos corriendo de la casa, él nos corrió hasta un callejón. Estábamos asustadas y él fingió que nos quería ayudar y no era así. Por cómo era la gente no confiábamos en nadie. Regresamos a casa y nos escondimos bajo la cama. Mi abuelo abrió la puerta y nos escondimos. Mi abuelo no decía nada, él tomaba con mi papá. Le tenía miedo.

Mi abuela comenzaba a ir a la iglesia evangélica intentando cambiar su vida y tratar de arreglar las cosas que en su momento hizo mal, pero todo fue muy tarde. Ya habíamos sufrido mucho y había creado un monstruo con mi papá. Cuando quiso defendernos de él, le pegó a ella y a mi abuelo. Nos pegaba a todos en la casa. En la casa se hacía lo que él decía y las cosas cambiaron para ellos, pero para nosotras era todo el tiempo vivir con miedo y huyendo de todo. Ninguno de ellos se animaba a denunciar lo que nos pasaba pues todos le teníamos miedo.

Hasta que una noche pasó de todo: mi papá y mi abuelo estaban tomando licor en la sala, mi abuela estaba en la iglesia y mi hermana y yo estábamos sentadas en el comedor haciendo deberes escolares. Cuando terminamos de hacerlos nos fuimos al cuarto a hacer como que “doblábamos ropa”, realmente la doblábamos y desdoblábamos hasta que llegara la hora del regreso de mi abuela.

De repente escuché la voz de mi papá llamándome. Me asusté y le dije a mi hermanita que se quedara en el cuarto. Ella me abrazó y le dije ‘tranquila, todo está bien’. Cuando llegué a la sala con él, empezó a insultarme. Me decía que era negra y que era mujer, que él quería un hijo varón, que no era su hija y que no me quería. Yo sólo le contesté que yo sí lo quería aunque él a mí no.

Mi abuelo entró a su cuarto a escuchar música. Mi papá me dijo que me quitara de ahí. Yo me fui para el cuarto y escuché que llamó a mi hermana, yo le dije ‘andá y yo voy detrás de ti’. Mi papá la insultó y vi que le pegó una patada. Mi hermanita no se podía levantar del suelo; cuando vi la otra patada me metí y le dije ‘papá ya no le pegue’. Me agarró de la blusa y me tiró. Le dije a mi hermana que corriera y saliera. Ella se levantó y abrió la puerta de la calle mientras mi papá me golpeaba hasta que se cansara. Cuando pude salí corriendo y fui en busca de mi hermana.
Ya sabíamos dónde juntarnos (en la siguiente cuadra). La encontré llorando y estaba lastimada del brazo. Le dije ‘vamos a la iglesia, tal vez ya terminaron’. Estábamos cerca de la iglesia cuando vimos a mi papá: nos corrió y nosotras corrimos más rápido que él hasta que lo perdimos de vista. No sabíamos qué hacer, así que nos tocó dormir en la calle nuevamente.

Mi abuela dice que nos salió a buscar y no nos encontró. Eran como las dos de la mañana y se nos ocurrió dormir en la galera que estaba enfrente de la casa. Nos metimos calladitas y le dije a mi hermana que se durmiera y nos quedamos abrazadas. Sentí como a las cinco de la mañana que mi abuela se asomó a la cocinita y nos vio. Nos dijo que entráramos calladitas al cuarto. Comenzó a curar a mi hermanita con lienzos de vinagre, mi hermanita tenía hinchado el brazo y le dolía.

En la mañana vimos que mi papá no fue a trabajar. Mi hermanita tenía que ir a la escuela, entraba a las siete de la mañana. Me dijo que iría a la escuela. La ayudé a cambiarse, se puso suéter y se fue. En la tarde llegó ella con su maestra a la casa para hablar con mi abuela. Mi hermanita le dijo que se había caído; la maestra se dio cuenta que no podía escribir, así que sacó a las alumnas temprano para acompañar a mi hermana a la casa. Cuando llegaron a la casa la maestra le pidió que le permitiera llevarla al hospital y mi abuela dijo que sí. Entonces la maestra se llevó un número de teléfono de la vecina para avisar.

Eran las nueve de la noche y no sabíamos nada. Cuando llamaron a la vecina y dijeron que tenían detenida a mi hermanita y necesitaba que mi abuela se presentara al juzgado. Un vecino y una vecina le hicieron favor de llevarla y acompañarla. Yo me quedé llorando porque sentía que me quitaban la vida. Mi hermanita lo era todo para mí. Pasó la hora y nada. Mi papá no salía del cuarto.

Mi abuela llegó en la mañana del día siguiente y llegó sola. No llevaba a mi hermanita. Empecé a preguntar y me dijeron que se la habían quitado y que no pudo hacer nada. Me puse a llorar de la tristeza pues yo quería a mi hermana conmigo.
Resulta que mi abuela denunció a mi papá. La vecina me contó qué fue lo que pasó: me dijo que la maestra peleó para que se la dieran a ella, pero la policía pensó que ella era la mamá y la tenían detenida. En fin, el juez no se la quitó pero dio tres meses para que se llevaran a mi papá detenido, mientras solo nosotras sabíamos dónde estaba mi hermanita (no conocíamos exactamente dónde, pero sí sabíamos que estaba en buenas manos).

En ese transcurso mi papá huía de la policía. Ya estaba la denuncia y resultó que mi papá decía que estaba arrepentido (todo para no irse preso). Pasaron días hasta que la policía se lo llevó. Se puso violento y dijo que “se las pagaríamos”. La policía lo encontró en la galera donde mi abuela torteaba. Estuvimos yendo al juzgado. Todos dijimos que nos pegaba. Me llevaron con psicóloga. A mí nada de eso me importaba más que volver a ver a mi hermanita. Estaba muy triste y no sabía nada de ella, con decir que ni hambre me daba. De verdad estaba muy triste.

Hasta que un día estaba sentada en la sala con la puerta abierta cuando sentí que alguien estaba afuera. ¡No me lo van a creer! ¡Sentí que regresó mi alma al cuerpo! Vi a mi hermanita asomarse. Tenía yeso en el brazo. La abracé muy fuerte y le dije lo mucho que la extrañé. Nos sentamos a platicar y me contó cómo pasó todo. Sentí largos los tres meses. Ella a pesar de todo lo que mi papá hizo lo quería y se sentía triste porque se lo llevaron. Yo también lo quería a pesar de todo pero eran las consecuencias de lo que había hecho. El juez le dio…la verdad no me acuerdo cuánto tiempo, ya que dijimos todo lo que nos había hecho.

Estuvimos viviendo en la casa y parecía que todo se había acabado pero no era así. Quizás los golpes pararon, pero para ese tiempo mi abuelo se enfermó de la vista. Lo tenían que operar de un ojo. Yo quiero mucho a mi abuelo aunque no haya tenido el valor para defendernos. Me tocó ir a trabajar para conseguir dinero para la operación. Me fui de la casa quizás por dos meses. Mi hermanita cuidaba de mi abuelo, lo llevaba a sus citas, le echaba sus gotas en los ojos, y yo pues trabajando para mi abuelo. Y no solo para él sino para que mi hermana tuviera qué comer y nada le faltara. Yo amaba ver a mi hermana feliz.

Me encantaba irla a ver en mis descansos. Comíamos ricitos con tortillas, nos encantaba. Yo le cocinaba a mi hermanita, a ella le gustaba cómo cocinaba. Su comida favorita que le encantaba era el caldo de res. Yo sabía qué era lo que más le gustaba. La conocía más que mi vida. En mi último descanso, ella me pidió unos botines color fucsia. Yo prometí comprarlos ya que se acercaba la navidad. Dos días antes de la navidad tuve un accidente: una amiga me robó y me lastimó la cara con un gillette. Me pusieron casi 23 puntos en el cachete.

Seguí trabajando así, me adelantaron [dinero] y compré sus botines fucsia y se los mandé con otra persona. Esa navidad no la pasé con ella y no le dije lo que me había pasado. Ella se enojó, se molestó mucho conmigo porque no estuve con ella esa navidad. De un teléfono público hablé con ella, yo con lágrimas en los ojos diciéndole que la quería y que no la olvidaba. Después de la navidad mandé el dinero que reuní para la operación de mi abuelo.

Me contaron que mi hermanita lo acompañó en todo momento; todo salió bien y llegó a casa bien. Luego de los días llegué a la casa, mi herida se miraba horrible. Cuando por fin mi hermanita supo el motivo por el cual no llegué para navidad, me perdonó y esperábamos los días para mi cumpleaños donde ella me compró un pedacito de pastel.
Yo estaba contenta ese día ya que el único que se acordaba de nuestro cumpleaños era mi tío que falleció; en fin, todo marchaba bien hasta que regresé a casa porque ya no estaba trabajando. Duró poco. A los días nos mandaron a la calle por las locuras de mi abuela y mi abuelo. Después de ayudarlo nos mandó a la calle.

Nos tocó vivir en la calle sin tener adonde ir. Teníamos una amiga que nos dio dónde vivir, bueno, no ella sino su mamá. Era una buena persona que nos abrió la puerta de su casa cuando todos nos la cerraron. Ella nos dio comida y un techo. Un ángel que Dios nos puso en el camino. Estuvimos mucho tiempo con ella, la queríamos mucho. Lo único que teníamos que hacer era portarnos bien e ir a la iglesia y así lo hacíamos.

Ella tenía más hijos, aunque estaba sola sostenía la casa. A mi hermanita y a mí nos encantaba ir a la iglesia. Nosotras creemos en Dios; nos encantaba danzar en la iglesia. A esa casa llegaban jóvenes que ella ayudaba cuando tenían problemas. Yo antes pensaba que la gente era cruel pero cambié de opinión. Hay gente buena que Dios pone en el camino que son como ángeles, solo que sin alas.

Estuvimos un tiempo con la señora que nos cuidaba y luego volvimos a casa a vivir con mis abuelos. Todo parecía marchar bien por el momento. Llegó el cumpleaños de mi hermanita y mi abuelo nos dio dinero para un pedacito de pastel ya que no había dinero para más. Ella estaba contenta y feliz. La pasamos juntas, éramos tan unidas.
Le ayudábamos a mi abuela en la venta de tortillas. Mi abuela nos enseñó a tortear. La verdad yo nunca aprendí a hacerlo bien; mi hermana sí. Nunca nos molestó hacer cosas como tortear porque aparte de eso también vendíamos verduras. No crean que era grande, era una venta chiquita; igual la tortillería era pequeña. Se vendía poco pero servía. Mi abuela nos mandaba a moler maíz.

El señor del molino nos conocía pues nos ayudaba a echar el maíz y nos regalaba dulces. El molino quedaba un poquito lejos. Una vez botamos el maíz porque íbamos jugando, lo recogimos y no sabíamos si regresar a la casa o irnos del país para que no nos pegaran. Bueno, pues resultó que el señor del molino lavó el maíz y lo molió pero igual nos regañaron porque nos tardamos.

En la mañana vendíamos verdura. Nos ponían delantal y con un canasto en la cabeza íbamos a vender. La verdad vendíamos bastante y no sólo eso; también nos íbamos a jugar a los columpios a escondidas y luego regresábamos a casa. Pasó y pasó el tiempo.

Yo estaba a punto de terminar 6ºprimaria. Para sacar para mi ropa trabajé en la casa de mi maestra haciendo limpieza por las mañanas y en la tarde me iba a la escuela. Mi maestra vivía una cuadra arriba de donde estaba la casa de mis abuelos. Me quedaba cerca. Estaba contenta: me tomaron medidas para mi falda y mi blusa. Usé una blusa palo rosa y falda negra. Los zapatos me los prestaron.

Para mí lo importante era que había terminado primaria; mi hermanita estaba contenta. Ya llegaría el momento de ella. Me sentía contenta porque había terminado la primera parte de mis estudios. Una señora me dio un regalito como felicitación. Me la pasé bien ese día, me sentía orgullosa de mí. Sin tener mamá ni papá iba saliendo adelante.

Se acercaba la época navideña. Una época que nos gustaba (más bien nos encantaba) Los cohetes, la comida. Mi abuela hacía chuchitos porque no alcanzaba para más pero había gente que nos regalaba tamales, ponche y angelitos. La costumbre era poner el arbolito. Desde que mi tío murió ya no lo habíamos puesto pero empezamos a hacerlo y lo ponía junto con mi hermana solo que sin regalos.

Cuando estuvo vivo mi tío, estaba lleno de regalos el árbol. Nos regalaba barbies y solíamos jugar bajo el árbol. Las navidades no eran igual sin él, pero lo llevábamos en el corazón. Salíamos a jugar con niñas y niños de la cuadra, la verdad no nos importaba estrenar ropa nueva. Nosotras crecimos así, lo que importaba era que éramos felices.

Publicado originalmente en RUDA.

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