El bloqueo israelí a la que es sometida la Franja de Gaza durante los últimos 12 años ha dinamitado las opciones laborales para millones de personas.
Por Lorena Gamito e Irene Martínez para El Periódico de Aragón
Tic tac, tic tac. El reloj no para, y tampoco el avance de los días. Estamos a menos de un mes de la hora cero: el año 2020. Ese año en el que Naciones Unidas vaticinó que la Franja de Gaza sería inhabitable. Claro que ese cálculo se hizo antes de la ofensiva Margen Protector del 2014, de la Gran Marcha del Retorno, de las últimas escaladas de violencia en el 2018 y de tantos otros sucesos.
Hace tiempo que la Franja de Gaza dejó de ser habitable, pero la población refugiada de Palestina resiste, sobrevive, hace lo que puede para ver un día más la luz del sol. Pero esto es difícil cuando no tienes qué llevarte a la boca. El bloqueo al que se ha visto sometida la franja durante los últimos 12 años ha dinamitado las opciones laborales y aumentado el precio de productos básicos, como son los alimentos.
Las posibilidades de comerciar e intercambiar productos con los países limítrofes se vieron truncadas, al cerrarse las puertas de esa cárcel a cielo abierto. Aquellas familias que se dedicaban a la pesca han visto cómo la contaminación de las aguas y la sobreexplotación de las pocas millas náuticas a las que tienen acceso han acabado con su medio de vida. Las que vivían del cultivo apenas sobreviven debido a la poca producción de estas tierras, que bien contienen metales pesados o aguas residuales, o que directamente han sido confiscadas al hallarse en la zona de exclusión controlada por el ejército israelí, en el límite periférico entre ambos territorios.
De los cerca de dos millones de personas que viven en la Franja de Gaza, 1,4 millones son personas refugiadas de Palestina, y casi la mitad recibe ayuda alimentaria de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo). Solo hay que acercarse a los centros de distribución para ver las colas de personas que esperan pacientemente por la harina, los garbanzos o el aceite que les permitirá dar de comer unos meses más a su familia.
Esperan y esperan, porque saben que no podrían comprarla por sus propios medios ya que los niveles de desocupación son tan elevados que superan el 50 por ciento, y la destrucción de puestos laborales crece cada día. Esto ha generado que más de medio millón de personas refugiadas de Palestina vivan en la franja por debajo de la línea de pobreza absoluta, teniendo disponibles menos de 1,74 dólares al día.
La pobreza tiene múltiples caras y sus efectos permanecen a lo largo de los años, cercenando las oportunidades de avanzar de una sociedad. Así, las dietas pobres en nutrientes y vitaminas ponen en riesgo la vida de las mujeres embarazadas y de sus hijos e hijas, los cuales tendrán más problemas de concentración y rendimiento escolar si no mejoran su dieta. Sin unos buenos conocimientos les será más difícil encontrar un trabajo y por tanto vivir dignamente. Y así gira la rueda de la desesperanza en la que vive este pueblo desde hace décadas. Queda mucho por hacer y no tenemos mucho tiempo para hacerlo. La población palestina en la Franja de Gaza se apaga bajo el peso del hambre y de la pobreza, mientras los días pasan sin una solución.
*Por Lorena Gamito e Irene Martínez para El Periódico de Aragón