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Estado de sitio: “El castigo, que debe ser la última vía en una democracia, debe ser el último recurso” – parte dos –

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Créditos: Nelton Rivera.
Tiempo de lectura: 6 minutos

Por Nelton Rivera

Entrevista con Mónica Mazariegos, profesora e investigadora de la Universidad Rafael Landívar URL.

 

Hay un continuo del terror

Sí, pero creo que hay un elemento en esta idea del continuum y que tiene que ver con la violencia, tiene que ver con lo que estamos hablando de “los sacrificables”: el enemigo. No nos olvidemos de la historia de la formación del Estado cuando estamos interpretando esta transición tan cortita, que son 20 años, pero que tiene todo un telón de fondo que nos puede dar muchas pistas, por ejemplo: si uno piensa desde la Colonia, cuando estamos pensando en el enemigo, en el indio enemigo como bárbaro salvaje, incivilizado y demás, en esa época, la violencia se legitimaba a través de un discurso de guerra justa que se encuentra en los anales del derecho: clásicos como Francisco de Vitoria, que habló desde España, e incluso John Locke, que influyó en el constitucionalismo en Estados Unidos (que posteriormente influiría el constitucionalismo latinoamericano) hablaba de la invasión también en América del Norte.

Ambos justificaban la violencia sobre la base de la oposición al progreso, a la evolución: si los indios no querían aprender, eran atrasados porque no tenían sistemas políticos, no eran organizados de la misma manera que los colonizadores, no tenían una moneda de cambio, estaban funcionando con sus propias lógicas, con sus maneras, sus propias formas políticas de organizarse y, sobre todas las cosas, no eran cristianos.

Como el caso del derecho a la consulta hoy, en aquella época, se les anunciaba, a través del “acta de requerimiento”, que tenían la gran fortuna de ser súbditos del rey y ser hijos de Dios, desde luego estaban cubiertos por el Papa y la iglesia católica. Si aceptaban por las buenas, todo bien, solo habría que organizar el repartimiento, pero si se oponían, había un justo título para declararles la guerra. Ahí la violencia se legitima: la violencia del primer genocidio era totalmente legítima, porque estos antropófagos no se querían alinear.

Cuando vemos hoy, pensando en el derecho a la consulta como el ejemplo más inmediato, se les va a consultar si quieren o no la minera. Si dicen que sí, todo bien, solo se organiza el reparto de utilidades, si es que les tocan utilidades, alguna evaluación de impacto. Pero si dicen que no, se les militariza; lo mismo con los monocultivos o con cualquier megaproyecto que tenga que ver con esta simbiosis de intereses económicos que estamos enfrentando.

La lógica es la misma y fue la misma lógica durante la guerra. Tenemos, afortunadamente, muchos testimonios de las Comunidades de Población en Resistencia (CPR), que pueden decirnos que así fue. Entonces, a lo largo del tiempo y de cada etapa histórica, lo que encontramos es la continuidad de la misma lógica, a lo mejor con distintos actores, distinta comunión de discursos o con distintas retóricas de legitimación de esa violencia. Que no es legítima y que tampoco es justificable. De esta violencia bajo monopolio del Estado tenemos un reto pendiente en este siglo, que a lo mejor atraviesa a todas las democracias liberales, porque lo están viviendo en Europa con todas las leyes mordaza y demás, dónde también la pregunta es cuáles son los contenidos que dotan esa idea de legitimidad.

Más allá de qué discutan en España, Portugal o Inglaterra, me parece que en Guatemala, con esta historia que tenemos, si hacemos el análisis de contexto, la no repetición definitivamente debería ser una condición de legítimidad para el uso de la violencia, del monopolio de la violencia, esa debería ser la primera condición de legitimidad, la no repetición, el nunca más, esa promesa de la paz. Si no se han cumplido los acuerdos, por lo menos que se cumplan las garantías de no repetición, en términos de salvar cuerpos. Porque al final ese es el problema, las luchas sociales en este contexto ya no son por tener mejores niveles de vida,  o por recuperar el control de las decisiones, las luchas sociales son por salvar cuerpos, por mantener cuerpos vivos. Y eso es dramático.

Entonces, si pensamos en la violencia como este choque inmediato y en el debate de las razones de su legitimación, creo que el nunca más, la no repetición, tiene que ser sí o sí una condición indispensable, porque de otra forma no habrá transición. Todo el mundo lo resiente y uno lo ve en Europa y en todos los países en donde hoy actúan los antimotines. Todo el mundo lo resiente porque somos seres humanos, pero en un lugar donde hay una memoria colectiva de tanto horror como la nuestra, esa manera, ese impacto, esa forma de resentirlo puede ser mucho mayor y es normal que resulte en mayor violencia, en mayor provocación de violencia.

Un Estado de posguerra o, mejor dicho, pos acuerdos de paz como Guatemala,no va a ser capaz de contener distintas expresiones de violencia privada, si no es capaz de contener la propia, si no es capaz de tener un criterio o un discurso legítimo. El problema es que todo es una farsa, todo es un montaje descarado de protección de inversiones extranjeras o de protección de intereses económicos mafiosos. ¿Cómo el Estado va a lograr contener otra violencia si no es capaz de contener la propia o de tener claridad o una respuesta creíble y argumentada?

Lo del estado de sitio en El Estor y 21 municipios, en 6 departamentos, fue tan confuso y con información tan difusa, que uno no se puede tragar lo que te están diciendo, mucho menos cuando el presidente sale diciéndolo y responsabilizando criminalmente sin haber hecho una investigación penal seria y rigurosa, sabiendo que eso definitivamente tiene un impacto simbólico en todos aquellos que lo estamos oyendo.

Hablamos de la violencia que se da  por conflictos socioambientales, por conflictos con mineras, con monocultivos, agrarios. Cuando uno piensa en la idea de conflicto, siempre piensa en aquel escenario que es capaz de llegar a tener un acuerdo, y en este caso decimos: con voluntad el acuerdo podría buscarse sin tanta violencia y militarización; lo que pasa es que no quieren –desde el poder- llegar a acuerdos. A lo mejor cuando hay tanta resistencia y cuando ves élites tan afianzadas, es que ya no estamos en un nivel de conflicto, sino de antagonismo, y por tanto el debate y el acercamiento debe fundarse en las raíces de ese antagonismo.

En un escenario donde hay tantas concepciones confrontadas y antagónicas, desde lo que entendemos por desarrollo, pasando por lo que entendemos por progreso, por interés nacional o plurinacional, bien común o bienes comunes, hasta lo que entendemos por felicidad, todavía cuesta más pensar que un Gobierno con este perfil de gobernantes ponga freno a la violencia. Esto es algo que hay que pensar bastante porque hay cuestiones que no son negociables y que uno ve que hay gente que está dispuesta a resistir por estas ideas antagónicas a las dominantes respecto al  desarrollo, progreso, bien común, interés nacional. Estamos hablando de las antípodas y esas son las ideas que están nucleando hoy los planes de Gobierno, las propuestas de ley… todo el régimen político está articulándose en torno a esos conceptos, respecto de los cuales no hay un acuerdo posible, o a lo mejor sí.

El tema es que mientras la violencia sea la moneda de cambio no lo vamos a saber y por esa razón se reivindica el famoso derecho a la consulta, que por lo menos serviría para deliberar o para hablar el tema, pero no se ha implementado porque hay totalmente falta de voluntad a abrir el debate. En otras palabras: con el enemigo no se dialoga; al enemigo se le impone a través de la violencia, y punto. Esas son las reflexiones que a una le quedan sobre todo para el Gobierno que viene, cómo lo vamos a gestionar.

La lógica de seguir recreando al enemigo interno

Esa lógica del Estado policía y de la reconfiguración del enemigo interno la vemos claramente cuando se está intentando perseguir a una categoría de personas, no por los hechos que supuestamente cometieron o por los ilícitos que se les puedan comprobar, sino por la amenaza que representan, como dice Raúl Zaffaroni, son enemigos, no porque ellos se declaren como enemigos, sino porque el poder los considera como tales.

Hay una idea ahí de amenaza, que me parece clara en el discurso del presidente actual, por ejemplo, con el último estado de sitio cuando a priori nos dice que esto fue asi y asa y que los responsables son estos “seudocampesinos”. Hay una estigmatización  a través del uso simbólico del derecho, porque el derecho no solo opera en las cortes, también lo hace en el lenguaje y en todo aquello que consideramos legal o ilegal. Entonces, acusar a alguien o estigmatizarlo de esa manera, sin haber pasado por un juicio que compruebe que es responsable de un delito, implica identificar un enemigo, no por lo que hizo, sino por esa amenaza que representa. Eso es importante pensando en todos estos territorios y pensando en los liderazgos o defensores de derechos humanos, los bienes naturales en esos mismos territorios.

Estado de sitio: “El castigo debe ser la última vía en una democracia, debe ser el último recurso” – parte uno –

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