Por Carlos Gerardo González
Desde el mes de mayo, y dentro del marco de las Jornadas de Memoria por Luis de Lión, el equipo de Prensa Comunitaria ha trabajado la reconstrucción de su vida política, con énfasis en su militancia. El trabajo se publicará periódicamente en cinco entregas de las cuales esta es la introducción.
Las cinco entregas hacen referencia al Cuarto de las Ausencias, y la recreación de la niñez de Luis de Lión, Como una lluvia, una exposición en la que Prensa Comunitaria reconstruye el espacio habitado de Luis de Lión, en cinco estaciones. Esta instalación está expuesta en Casa Q´anil, en la 5a. avenida 2-54 de la zona 1 y permanecerá ahí hasta el 30 de junio.
Introducción
“Por cada uno de los días que retuvieron a mi padre, por cada día que lo secuestraron, por cada uno de los días que él fue torturado, que lo lastimaron, que violentaron su integridad, decidimos mostrar tantas cosas hermosas que dejó papá. Sus cuentos tan bonitos, su poesía tan hermosa, por eso cada día, durante esos 22 días, se realiza una actividad artística, cultural y educativa”, dijo Mayarí de León la tarde del 22 de mayo, el octavo día de las Jornadas de Memoria en homenaje a Luis de Lión. Y creo que a todas las personas que estábamos presentes, escuchándola, se nos movió algo muy dentro, en la memoria o en el corazón. Con esas palabras, todos nos dimos cuenta de cómo toda la violencia, la inhumanidad, el sadismo y la crueldad pueden ser derrotadas con la sutileza de un gesto de amor y a través de la palabra y la memoria.
Durante 22 días, Luis de Lión estuvo secuestrado por el Ejército de Guatemala. Seguramente fue sometido a los vejámenes más hostiles que pueden idear esas inteligencias, tan pobres para cualquier otra cosa que no sea el sufrimiento. Luego de 33 años, fueron también 22 días durante los que las palabras del poeta sonaron en las calles, en las plazas, en los centros culturales del país al que quiso tanto. Por mucha que haya sido la saña de sus verdugos, esos 22 días fueron un ejemplo de su derrota. El poema venció a la muerte con que bestias ingenuas pretendían aplacarlo.
Por eso es importante salvar del olvido y del silencio la memoria de un poeta que tuvo el valor de comprometer su vida a la esperanza. Y es sobre una esperanza similar sobre la que deposito hoy estas palabras. Si no es por ella, ¿por qué escudriñar entre ese maremágnum caótico de datos, nombres, fechas y testimonios para ordenar una vida? ¿Qué relevancia tiene la biografía si las palabras de suyo están vencidas frente al periodo vital durante el que una persona habitó el mundo?
En este sentido, pareciera desalentador comenzar con la conciencia de una derrota. Digamos que es la misma derrota sobre la que se funda el lenguaje. Un instante de vida vale más que todas las palabras escritas sobre ese instante. Pero solo a través de la derrota anunciada de la palabra, la vida perdurará en la historia. La invención de la ficción es la que funda la fe de este texto que, como cualquier otro, está construido sobre una promesa. El otro a través del cual accedemos al lenguaje también motiva las palabras para dejar escrito algo sobre la vida de un poeta.
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Porque antes que ser escritor, me gusta pensar que Luis de Lión fue un poeta. Porque ningún escritor podría haber hecho algo como El tiempo principia en Xibalbá. Un libro ante el cual, la categoría de novela encuentra su fractura. A diferencia de un escritor, el poeta entiende que el partido contra el lenguaje está perdido. Por eso escribe con humildad, y a la vez con la conciencia de que es en la poesía donde habita el sentido de cualquier signo. El tiempo principia en Xibalbá es un poema redondo, esférico, perfecto.
Lo primero que leí de Luis de Lión fueron los cuentos de La puerta del cielo y otras puertas, pero fue con el Tiempo principia en Xibalbá que descubrí al poeta. Fue también por ese libro por el que llegué a su autor, por el que me enteré de que había sido asesinado. El autor de uno de los libros más hermosos, más fascinantes, más atrevidos y más auténticos de América Latina había sido asesinado por el Estado de Guatemala en la época de la guerra.
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Se impone una complicación. Cualquier persona que no esté familiarizada con historias tan tortuosas como la nuestra, al escuchar o leer el término “desaparición forzada” se preguntará de inmediato de qué se trata, intuyendo quizá algo siniestro, por la semántica o el semblante de quienes hayan pronunciado el término. Se preguntará qué significan esas dos palabras que para nosotros tanta resonancia tienen en la constitución de nuestros miedos.
Habría que explicarle a esa persona que fue una práctica común en los años de la Guerra. Que, como se intuye, significa que desaparecían a alguien por la fuerza. Que lo forzaban a desaparecer, literalmente, como en un acto de magia. Que con frecuencia, la desaparición forzada era con acompañada de tortura, de sufrimiento, de luto, de agonía, de lágrimas, de esperanzas y de vidas rotas en miles, en millones de fragmentos. En dieciséis millones de fragmentos de personas que se quedaron así, incompletos, huérfanos de ideas, de valentía, de memoria.
Cómo explicarle eso a alguien que desconoce la historia de Guatemala –un guatemalteco, por ejemplo–. Cómo hacerle creer que así como desaparecían a un hombre podían desaparecer a un niño, a una niña, a una hija, a una hermana, a un padre, a una madre, a una abuela.
Luego habría que explicarle también que el término “desaparición” era utilizado porque en serio era una desaparición física permanente. Que aún hoy, luego de que se firmó la Paz y luego de que se han abierto juicios por los crímenes de la Guerra, hay cuerpos que siguen sin “aparecer”. Que luego de la desaparición, la familia deambularía perdida por las diferentes instancias de la justicia del país, implorando sino la vida, al menos el cuerpo muerto de quien había “desaparecido”. Que de alguna forma, el término no podría haber sido escogido mejor. Luego habría que explicar que eso fue lo que le pasó a Luis de Lión. Que de un día a otro lo desaparecieron del mapa. Que una tarde, precisamente a las cinco como en el poema de García Lorca, mientras caminaba por las mismas calles del Centro sobre las que hoy camina tanta gente, miembros del Ejército lo vieron, lo secuestraron y nadie, ningún ser humano volvió a verlo jamás…
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Mientras más trato de acercarme a la vida de Luis de Lión, más se entumecen las palabras con el matiz de la ceremonia. Tal vez porque aquí la memoria sea de suya un ritual que en su escasez encuentra su importancia. Tal vez porque mientras más trato de acercarme a la vida de Luis de Lión, se atraviesa entre él y yo su nombre, y luego su muerte. El nombre de un poeta y la idea de su crimen, de su tortura, de su ausencia que hoy sigue pesando. La muerte de Luis de Lión es el símbolo de un tipo específico de muerte, signado por la violencia contra la esperanza. Sin embargo, estas palabras, al igual que muchas otras que se han dicho y que se han escrito, son también ejemplo de un tipo especial de resistencia: una que encuentra su sustento en la palabra, en la memoria, en el poema, en la vida.